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 VENEZUELA UN AMOR
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                                                            A Marianela.

  Ayer soñé con Marianela, es algo raro pero fantástico, nunca sueño con las personas a las que he querido, son cosas del cerebro, digo, deben ser cosas del mío. Muchas veces me he acostado a dormir pensando en una persona, para tratar de llamar ese sueño que me lleve hasta ella, pero el cerebro es egoísta y dominante, trae lo que quiere él, muchas veces son gente desconocidas, y entonces compartes toda una noche con ellos en la intimidad de tu cama. 
  Marianela apareció después de veintiséis años de ausencia, me esperaba sentada en un pequeño muro frente a un edificio casi en ruinas, carcomidos sus ladrillos por esa insaciable hambre de los vientos y la lluvia torrencial de los años. No le quedaban rastros de pintura que delataran fuera alguna vez nuevo, parecía un edificio construido a propósito muy viejo. Frente a ese edificio viejo donde se observaba movimientos de personas entrando y saliendo, había un río de aguas muy negras que despedían un horrible vaho a azufre, dudo que dentro de esas aguas existiera vida, era deprimente y doloroso verlo. Junto al río y frente a ese edificio había un parque, tan sucio como el río y tan viejo como el edificio, sucio estaba todo lo que alcanzó  ver mis ojos, las aceras, los árboles, los bancos donde se encontraban hablando personas tranquilamente, mientras los niños jugaban en ese parque que parecía un basurero. Lo hacían con tanta naturalidad que parecían adaptados a vivir en armonía con toda esa suciedad, no se molestaban.
  Marianela al verme se levantó del muro, era un muro muy bajito, y partió corriendo a mi encuentro, ella era algo anacrónico en aquel paisaje incomprensible, yo nunca lo había visto, no podía asociar las relaciones entre el parque, el edificio, aquel río muerto y podrido, más esa gente indiferente a su entorno. Sonreía mientras corría mostrando una hermosa colección de perlas detrás de sus labios, entonces, nos abrazamos como hacíamos hace veintiséis años, colgada de mi cuello y separada del piso, yo la soportaba con mucha facilidad, ella era una muñequita muy delgadita, pesaba lo mismo que una pluma y cuando se ama no pesa nada. De ella me gustaba todo, su pelo, sus ojos bien negros contrastando con aquella divina palidez, su frágil cuerpecito de piernas hermosas, su risa, sus labios, su aliento me embriagaba, siempre trataba de respirarlo bien adentro y no dejarlo escapar de los pulmones, para que luego recorriera todo mi cuerpo alimentando mis venas, para llevarlo impregnado por mucho tiempo. No sé por cuál capricho del cerebro, me la trajo después de tantos años separados, hasta aquel paisaje muerto, tal vez lo hizo para ahorrarme trabajo y la identificara pronto, qué tonto es mi cerebro, a Marianela la hubieran vestido de rosa y yo soy capaz de identificarla dentro de un mar convertido en rosal solo por su fragancia, lo mismo, si la hubieran convertido en mariposa, sus colores y vuelos eran muy fácil de adivinar, solo hay que estar enamorado para ello.
  Luego de aquellos acostumbrados besos, caminamos un poco, me embargaba la duda, yo la encontraba a ella igual que la última vez que nos vimos durante la más cruel despedida, no había cumplido los dieciocho años, pero, no sabía como ella me veía. Miré por todos lados y no encontré señal alguna de un espejo, eso me sucedía en todos los sueños donde solo he mirado, pero nunca me he visto. Debí estar como antes, como cuando nos conocimos, cuando yo tenía veintitrés años, por algo me reconoció tan pronto y eso me tranquilizó enseguida, por eso, deseaba de todo corazón disfrutar aquel encuentro. Conversamos un ratico con unas niñas muy alegres, todos se encontraban alegres en medio de aquella suciedad, seguía sin comprender, hasta que de pronto desaparecimos de aquel horroroso paisaje, en un viaje volátil como el que solo se da en los recuerdos y aparecimos sentados en la Cota Mil.
  A nuestros pies las luciérnagas centelleantes de una ciudad que vive sobreponiéndose a la oscuridad de la noche, éramos dueños de ella y del cielo que ellos no podían observar por el resplandor de aquellas luces, así, en el medio del camino entre ambas, nos dimos el primer beso, atraídos por una fuerza extraña, sin que intermediaran muchas palabras, ambos caímos abatidos por un solo flechazo.
  Marianela fue el único amor que conocí fuera de las paredes de mi casa, nunca había creído que se pudiera amar en tan poco tiempo, nadie sabe cuando puede suceder esto, nadie es dueño de su corazón, no valen de nada la edad ni la experiencia, menos aún esquivarlo porque el amor te persigue y aunque te resista, él sabrá guiarte tus pasos, luego, detrás de dos enamorados no hay mas existencia que la de ellos mismos, solo el infinito de aquellas adorables estrellas.................

  Fue por el mes de Agosto del año 1974, lo recuerdo perfectamente porque mi cumpleaños lo celebré por lo grande en Caracas y es el 6 de Septiembre. Recibimos la noticia de que nuestro buque haría un viaje a Venezuela para cargar arroz en Puerto Cabello, en esos tiempos ambos países no tenían relaciones comerciales ni diplomáticas, razón por la cual, el “Jiguaní” sería el primer buque en tocar puertos venezolanos, después de aquel famoso escándalo producido por la captura del buque pesquero “Alecrín”, mientras transportaba armas para las guerrillas de ese país. No podía ocultar la emoción que me produjo aquella noticia, ya conocía algo del mundo pero muy poco de nuestro continente, solamente había viajado a Chile, Perú y Canadá. El barco fue avituallado de una manera muy especial, recuerdo que lo hizo la empresa CUBALSE, que en aquellos tiempos, solo se dedicaba a servir a los buques extranjeros. Así y por primera vez, nos sirvieron productos de exportación de muy buena calidad, se excedieron en la cantidad  de cervezas y rones, los cigarrillos no eran los que normalmente consumíamos en los barcos cubanos, reforzaron al personal de cámara y para ello nos mandaron al mejor mayordomo de la flota, me refiero al negro Baró, todo un maestro en el arte culinario, y con ello comprendí que eso era lo que los zapadores llaman un “Caza-bobos”, o sea, una mina atada a cualquier objeto que le llame la atención a una persona.
  Nosotros éramos el “Caza-bobos” al servicio de Cuba, daríamos una imagen falsa de la verdadera situación en el país, como lo hicimos en Chile y muchos lugares, era una trampa que no fallaba, la gente saldría hablando maravillas no del buque, lo harían del país.
  Cuando llegamos a Puerto Cabello la carga no estaba lista y tuvimos que fondear fuera del puerto por ella, ese día y como me encontraba de Tercer Oficial, decidí darle mantenimiento al bote de servicio que teníamos a babor de la bodega número cinco, como el clima era bastante caliente me puse a trabajar con unos calzoncillos que parecían una trusa, recuerdo que la tela era de los colores de un leopardo y los había comprado en Holanda, mientras trabajaba y bromeaba con los marineros, tomaba también un baño de sol. Estaba muy entretenido en mi faena y no me percaté de la presencia de una lancha junto a la escala real de estribor, me enteré de ella porque un marino vino a decirme que alguien de la lancha preguntaba por mí, lo mandé al carajo porque era imposible que visitando por primera vez ese país, persona alguna llegara en una lancha solicitándome, me equivoqué, el marino siguió insistiendo y me dijo que no era jodedera, así que en calzoncillos como estaba, me llegué hasta la banda de estribor donde se encontraba la lancha, y al momento retrocedí rápidamente cuando comprobé que venían mujeres de pasajeras, me llegué hasta el camarote y me puse un overall blanco.
  La lancha tenía dificultades para arrimarse al buque debido a la marejada que existía en esos momentos, entonces el Capitán desde el puente les dijo que esperaran a que él hiciera un giro con el buque, para poner a la lancha al socaire del viento y la marejada, fue en ese tiempo que veo salir del interior de la lancha a Martínez, quien fuera profesor mío de astronomía, los marineros no me habían mentido, pero cómo me iba a imaginar que me encontraría con él en su país. Vivió en Cuba durante varios años y si no me equivoco, llegó a ser novio de una de las hijas de Ramón Castro o de Raúl, no recuerdo exactamente, pero si, que se peleó con ella alegando que era muy dominante.
  Los esperé junto a la escala y una vez sobre cubierta, Martínez me presentó a todos como su mejor alumno, luego de los apretones de mano los conduje hasta el camarote del Capitán, aquel grupo estaba compuesto por Marziota, un funcionario del Ministerio de Transporte que había asistido en Caracas a una conferencia sobre la Supervivencia de la Vida  Humana en el Mar, éste hombre tenía un hermano en la marina mercante, quien había navegado como timonel a bordo de nuestro buque y más tarde se dedicó al Partido por entero, ambos eran hijos de un italiano. No recuerdo muy bien si lo acompañaba otro cubano en esa comitiva, pero debe haber sido así, los funcionarios cubanos casi nunca viajaban solos. Además de Martínez, venía una mujer sumamente bella, era baja de estatura y achinada, de una blancura muy atractiva, luego me enteraría que era la esposa de un alto funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela, llegó también una señora de ojos celestes, con el pelo de rubio que supuse era teñido pero que hacían una bonita combinación con sus ojos y por último, una jovencita muy simpática, me llamó la atención desde que abordó nuestro buque, pero nunca la miré con otros ojos que no fueran los de encontrarme ante una muchacha.
  Cuando los dejé en el salón de recepciones del buque me retiré a bañarme y vestirme correctamente para la hora de la comida, los visitantes, como eran tan numerosos comerían en el segundo turno y así se lo hice saber al mayordomo, por instrucciones expresas del Capitán Héctor.
  Cuatro horas después, cuando solicitaron los servicios de la lancha para que los regresara a tierra, la marejada había aumentado y cuanta maniobra se realizó para que se pudiera abarloar a nosotros fueron infructuosas. Por lo peligrosa de la situación se canceló aquellos intentos y se informó a la Capitanía, que los visitantes pernoctarían en el barco hasta esperar que el tiempo mejorara a la mañana siguiente.
  Esa afortunada noche se les ofreció una recepción a los visitantes, nuestro buque contaba con un Combo (grupo musical) que aunque aficionados, nos deleitaban durante las travesías, estaba dirigido por el timonel Alarcón y contaban con muy buen repertorio, me invitaron a aquella pequeña fiesta donde mis primeros intercambios de palabras sucedieron con Martínez, hasta que sin darme cuenta, me encontraba sentado al lado de la chica llamada Marianela, su madre no dejaba de ponerle atención a nuestro diálogo. Era una muñequita muy curiosa, creo, haberme llamado mucho la atención de que a pesar de su juventud, poseía una exquisita y refinada cultura, ahora no recuerdo muy bien si estaba en proceso de ingresar a la Universidad para estudiar algo relacionado con la Diplomacia.
  La mayor parte del tiempo la consumimos hablando de literatura, yo leía mucho en esa 
época, era una enorme polilla que devoraba cuanto libro caía en mis manos, siempre tuve ese hábito que en la marina se convirtió en vicio, tiempo me sobraba para ello. Me asombró mucho en esa conversación, los conocimientos que ella tenía sobre una variedad muy grande de escritores universales de todos los tiempos, coincidimos en nuestros gustos por ciertas obras y autores, me asombré, porque a esa edad son muy pocos los jóvenes dedicados a este sano placer. Hubo un punto de nuestro intercambio de conocimientos en los que ella me derrotó sin ningún tipo de piedad, ocurrió, cuando me preguntó por Bolívar, sentí una vergüenza horrible, conocía al Libertador como todos los de este continente, pero ignoraba totalmente su historia y no fue mi culpa. En los programas de estudio en nuestro país se tocaban a estos héroes latinoamericanos de una manera muy pobre, la historia de América era la nuestra, la más importante, nosotros éramos América, fuera de nosotros, solo existían la revolución, Lenin, Marx y la Unión Soviética. Gracias a ella partí de ese país con una pequeña carga de libros, que me enseñaron quiénes eran cada uno de nuestros próceres, conocí a Manuela Saenz, Negro Primero, oí hablar por primera vez del sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal y de su libro prohibido en casi todo el continente llamado “En Cuba”, curiosamente lo introduje clandestinamente al país, donde nunca fuera publicado.
  Para sacarme de mi apuro supongo, me dijo que nunca había visitado el puente de mando de un buque, y luego de pedirle permiso a su madre, concedido con toda la desconfianza del mundo, la conduje hasta el puente, donde le mostraba todos los equipos mientras le explicaba sus usos y ella oía sin prestarle mucho interés, por primera vez la encontré más mujer, mucho más atractiva y se lo dije, siempre fui así con las mujeres, a ella eso le gustó más que todas las explicaciones sobre equipos que nunca utilizaría en su casa. Abrí la puerta del alerón de estribor y salimos del aire acondicionado, recibí con mucho agrado aquel golpe en pleno rostro de la brisa marina, húmeda y cargada de salitre, del que me alimenté durante muchos años como si bebiera del seno de una madre hasta que me hizo todo un curtido hombre. Me despeinó con brusquedad, el viento estaba contento también por aquel inesperado encuentro, entonces, sin el menor recato y con todo el atrevimiento del mundo, la despeinó a ella para que yo la encontrara aún más bella, tal y como era, sin nada de pinturas en su juvenil rostro que sonreía por las ocurrencias de aquel viento loco mostrándome aquellas preciosas perlas que ocultaba en su boca de ángel. Juntos, muy juntos, nos asomamos a la baranda y disfrutamos del choque de las olas perdidas en su camino contra la fortaleza de nuestro casco, rebotaban con fuerza y luchaban con las otras que trataban de atacarnos, pude sentir el roce de nuestros brazos mientras nuestros ojos se dirigieron al cielo para encandilarse con la belleza del firmamento, entonces allí le hablé de algunas estrellas mis entrañables compañeras de viaje, esta conversación le interesaba mucho más que las de los equipos electrónicos, aquellos solo están vivos cuando se conectan y sus pasos por esta tierra son muy cortos, las estrellas son eternas. No dejé de sentir su proximidad aquella noche ni nunca, solo bastó un roce de nuestra piel para que nos trasmitiéramos todo el amor del mundo, vi por momentos el reflejo de las estrellas en sus ojos, así la vi en mis sueños cuando estábamos sentados en la Cota Mil.
  Su madre llegó acompañada de varios visitantes, era lógico que se hubiera preocupado por su princesita, se repitió la escena de la explicación de los equipos y prendí el radar para verificar la posición del buque. Era muy tarde y todos nos fuimos a dormir, los visitantes serían distribuidos en los camarotes dedicados exclusivamente al pasaje.
  Después de desayunar me quedé como hacía de costumbre fumándome un cigarrillo en el salón de Oficiales, al poco rato fueron llegando los visitantes, lo más seguro es que hayan sido despertados por la campanilla tocada por el camarero para anunciar las comidas. Ella pasó con su mamá y yo continué allí, ya no me interesaba darle mantenimiento al bote de servicio, permanecía sentado más del tiempo acostumbrado, atado por una fuerza extraña. Después que ambas hubieron desayunado, Marianela vino directamente hacia mí y me entregó una tarjetica con su dirección y número de teléfono, me pidió que en cuanto atracara el buque la llamara por teléfono y si se me ocurría llegar a Caracas la visitara, una hora después nos despedimos y pensé que sería para siempre, Caracas me quedaba a más de doscientos kilómetros, una distancia demasiado larga para un marino con poco dinero.
  Puerto Cabello era un puerto pequeño, luego de bajar a tierra comprobé que era algo similar en tamaño al pueblo de Regla, solo se diferenciaba de éste en que Puerto Cabello era llano, aunque al final de lo que pude observar por los binoculares, existía una elevación con algo similar a una fortaleza. Sin embargo, superaba a Regla en su belleza y limpieza, la gente no se diferenciaba mucho a la nuestra, hablaban parecido a los orientales, con ese cantaíto que los distingue de los habaneros, pero en todo lo demás, los venezolanos son la gente que más se parece a nosotros en todos los aspectos, dicen que los puertorriqueños son muy parecidos también.
  Como estaba libre el día del atraque, salí con el viejo Jefe de Máquinas Orlando del Río para la calle, teníamos un pacto secreto entre ambos, cuando andábamos en el extranjero y como él recibía un dinerito extra como gasto de representación, no me dejaba pagar nada. Cuando nos encontrábamos en Cuba y por tener él una retahíla de hijos regados por todas partes, entonces yo no lo dejaba pagar nada. Era un hombre de origen humilde, muy sencillo y se hizo Jefe de Máquinas empíricamente, por ello, yo lo ayudaba en los cálculos de la cantidad de combustible que tenía a bordo. Río no era un gran técnico teóricamente, pero en la práctica no existía el mejor entre los graduados en la Academia, que le pusiera un pie por delante, era sencillamente tremendo mecánico.
  Salimos del puerto sin dirección fija, solo a explorar como hacíamos siempre, así que doblamos a la derecha y anduvimos unas dos cuadras hasta encontrarnos frente a un frondoso parque, en esa esquina había un bar, pero era muy temprano para ponernos a beber y nos encontrábamos muy cerca del puerto, así que no nos detuvimos y continuamos nuestro camino. Nos acercamos a la orilla del mar en lo que es un pequeño malecón, comprobamos que el pueblo no era muy largo y que ese malecón era continuado por una playa que al final doblaba en ele, y seguía hasta muy lejos bordeada por cocoteros. Despacio y observando lo poco que brinda Puerto Cabello en esa dirección, seguimos el camino paralelo al mar como si estuviéramos condenados a vivir muy cerca de él, allá donde la dirección de la playa cambia casi bruscamente y donde nacían los primeros cocoteros, habían varias fonditas con techos de guano que nos recordaron a las nuestras en tiempos que ya se iban borrando, una de ellas y creo que la mayor, se llamaba “El Pescaíto”, estaba casi vacía y decidimos descansar bajo ese techo de palmas, mientras nos tomábamos un delicioso café y la vista se perdía inoportunamente en un mar con calma chicha, como si nunca lo hubiéramos visto así. De vez en cuando nos llegaba una leve brisa con sabor a algas marinas, uno que otro botecito era varado en la playa y veíamos como su remero llegaba hasta la fondita con una ensarta de pargos, rabirrubias y chernitas entre otros, luego, regresaba a su bote guardando algo en los bolsillos de su pantalón corto, empujaba su nave hasta donde el agua le llegara a los muslos y saltó a su interior de la misma manera que lo hacían los jinetes para montar sus caballos, después, fue rompiendo esas aguas tranquilas con sus remos.
  Media hora después y siendo aproximadamente las doce del mediodía comenzaron a llegar parroquianos, ya nuestra mesa mostraba dos botellas de cerveza Polar vacías y dos nuevas, totalmente llenas y heladas, habíamos comenzado nuestra jornada, yo sabía que no tendría éxito alguno si le solicitaba a Río que nos marcháramos, después de la segunda cerveza encargó dos pargos fritos con yuca y ensalada que tenía incluida una deliciosa lasca de aguacate, aquel gran plato no costaba más de dos dólares y se podía quedar lleno a reventar. Nos tomamos otro descanso antes de solicitar la próxima cerveza mientras aquella fonda se llenó de gente, de todos los colores y sexos, de edades diferentes, gente alegre y jodedora como nosotros, sentí encontrarme en Oriente.
  Ya oscuro y cuando nuestra mesa mostraba con orgullo más de veinticuatro botellas vacías, unos jóvenes que se encontraban en una mesa contigua a la nuestra nos piden fósforos, y les lancé mi cajetilla, pude observar como después de encender sus cigarrillos, se dedicaron a mirar aquella extraña caja de fósforos para ellos. Sin poder evitar esa curiosidad que sentimos los latinos por saber algo, uno de ellos se aproximó a nuestra mesa.
-Si no les molesta pudieran decirme de donde son ustedes.- Dijo con mucha cortesía aquel joven de piel cobriza por el sol.
-Compadre, somos cubanos.- Respondí sin adornos.
-¿Cubanos de aquí o de allá?- Preguntó más intrigado aún.
-Cubanos de allá, de la isla.- Contesté con naturalidad mientras Río solo observaba.
-Chamo, si son de la isla, ¿qué hacen acá?-
-Compadre estamos en un barco mercante atracado en el puerto.- Los otros acompañantes de ese joven seguían con la vista el intercambio de cortas frases entre nosotros, y me imagino que trataban de leer el movimiento de nuestros labios, porque la música de la vitrola dejaba muy poco espacio para oír algo, por cierto, ya había escuchado algunos números de Barbarito Diez, Aragón, Lino Borges y Benny Moré, toda una reliquia que me sorprendió mucho, creo que a Río también aunque no era un gran amante de la música. Aquel muchacho me dio las gracias con mucha educación y se marchó a su mesa donde lo vi dando una conferencia a sus desesperados amigos.
  Al rato el camarero nos trajo dos botellas de cerveza que no habíamos solicitado, nos dijo que era una invitación de aquellos jóvenes curiosos, diciendo esto tomó dos botellas vacías de nuestra mesa y las colocó en la de ellos, se lo agradecí con un saludo de manos. Media hora después no podían ocultar sus deseos en compartir con nosotros, por eso nos pidieron que liquidáramos nuestra cuenta y nos mudáramos para su mesa, así hicimos y allí nos recibieron con ráfagas de preguntas, todos querían saber de Cuba y su revolución, siempre fue así. Compartiendo con ellos llegaron unos militares y le solicitaron la identificación a cada uno de los parroquianos, nosotros mostramos un pase que nos dieron en el barco y no tuvimos problemas, era una operación en búsqueda de Douglas Bravo el líder de las guerrillas, que se había escapado de prisión o algo por el estilo.
  Antes de despedirnos de aquellos muchachos, nos manifestaron que eran de Caracas y que al día siguiente partirían para allá como hacían los fines de semana, ya que se encontraban realizando prácticas en una refinería en ese pueblo, ellos eran graduados de ingeniería petroquímica o algo parecido, no puedo recordar con exactitud. Río ya tenía más de cuatro tragos arriba y le daba lo mismo Juana que la hermana, aceptó la invitación y me dijo; <<De los cobardes no se ha escrito nada, vamos a conocer Caracas mañana.>> Se lo tomé como una broma o borrachera, pero al despedirnos de los muchachos a la entrada del puerto, coordinó el punto y la hora donde nos encontraríamos al día siguiente.
  Después del desayuno Río me fue a buscar al camarote para recordarme nuestro compromiso, entonces me dije; <<De los cobardes nunca se escribe, ¡Pa Caracas carajo!>> Al poco rato de estar allí, en la acera del bar que quedaba frente al frondoso parque, llegó el muchacho en su VW, pero nos pidió esperar unos minutos más, porque llegaría otro amigo que deseaba conocernos, así fue, llegó otro que no había estado la noche anterior en la fondita, éste poseía un flamante LTD convertible de la Ford de color rojo. Luego de las presentaciones aquel hombre nos dijo que como nos dirigíamos a Caracas, pasáramos por su casa en Valencia desde donde había llegado para conocernos, y luego de compartir un poco con su familia continuáramos viaje, no lo encontramos mal y arrancamos por esa autopista que conduce a Caracas, delante de nosotros nos esperaba lo desconocido, pero de lo cual no podré arrepentirme nunca en la vida, una maravillosa ciudad que se devora en la medida que vas descendiendo hasta el fondo de ella y te traga dentro de su mundo.
  El hombre del LTD rojo resultó ser un ingeniero de una refinería en Puerto Cabello, no recuerdo si de la Mobil Oil y al llegara  a su casa y presentarnos a su familia, puso a su esposa a freír tostones y chicharrones de puerco mientras colocaba al lado de Río una caja entera de ron Cacique, me dio por pensar que se había jodido el viaje a Caracas en cuanto Río probara el ron. Después de la cuarta botella vacía llamé a Caracas y hablé con la chica, ella prometió que me esperaría a cualquier hora que llegara, calculé que sería para las nueve de la noche aproximadamente y así fue.
  Nada fácil separar a Río de aquellas botellas pero gracias a Dios me lo pude llevar, algo muy curioso y que me puso en estado de alerta nos sucedió entre botella y botella, aquel hombre se identificó rápidamente como una persona de ideas izquierdistas y simpatizante de la revolución cubana, eso no me asombró y ya estaba acostumbrado oírlo, pero en medio de esos tragos, se ofreció a entregarme documentos secretos de la refinería para hacerla llegar a Cuba. Nada de eso me gustó y le respondí que éramos simplemente marinos mercantes, que debía buscar otra vía más segura para hacer llegar esos documentos. Temí que fuera una trampa tendida por la inteligencia venezolana, o que sencillamente estaba ante la presencia de un tipo medio loco, además de eso, de aparecerme en Cuba con esos papeles era muy probable que yo tuviera problemas, después de la clara negativa no hubo más insistencia y así medio borracho me llevé a Río rumbo a Caracas, todo el viaje lo realizó medio dormido con parte de la ventanilla abierta para que el aire lo refrescara, afortunadamente antes de llegar a esa ciudad, se encontraba casi recuperado.
  Llegamos a casa del chico y desde allí volví a llamar a Marianela, serían las ocho de la noche y le prometí estar en su casa antes de las nueve, el muchacho cambió de auto después de bañarse y partimos, cuando llevábamos varios minutos viajando hacia el centro, me pide la tarjetica con la dirección.
-¿Tu estás seguro de que te van a recibir en esta casa?- Preguntó sin poder ocultar la curiosidad.
-Bueno, has visto que he llamado en dos oportunidades, ¿por qué lo preguntas?-
-Porque esa dirección queda en una de las zonas exclusivas de Caracas, o sea, donde vive gente de billete, y si acabas de llegar a este país y te empatas con una chica que vive allí, eres un tipo afortunado, de veras.-
-No, resulta que ella es una chica muy jovencita que estuvo en el barco con su mamá, pero yo no estoy empatado con ella.- 
-Como quiera que sea, apunta mi teléfono y dirección, no olvides que mañana regreso a Puerto Cabello a las cuatro de la tarde.- Por detrás de la tarjetica anoté sus datos y a los pocos minutos parqueaba su auto frente a una hermosa casa, cruzamos el jardín y cuando toqué el timbre de la puerta, fue ella quien me recibió con una sonrisa de la que se ofrecen a los amigos de los años. Luego apareció su mamá y Marianela aprovechó para llevarme a otro salón donde colgaban varios cuadros pintados por ella y otros comenzados, cada vez me sorprendía más, explicándome cada uno de ellos el muchacho que nos trajo anunció que se retiraba y fui a despedirlo, luego, le dije a la chica que tenía intenciones de regresar esa misma noche a Puerto Cabello. Le pidió permiso a su madre para sacarme a dar una vuelta en auto ante la intención nuestra de regresar y partimos, mientras Río quedaba sentado ante una botella de ron Havana Club que la madre de  Marianela había traído de Cuba, siempre le pedí que bebiera despacio.
  Yo masticaba goma de mascar con mentol, uno detrás del otro para eliminar el desagradable aliento etílico, yo no había bebido con la furia que lo hizo Río cuando se vio sentado al lado de doce botellas, si lo hubiera dejado, todavía estuviera bebiendo como un camello, aún así, nunca me gustó hablar a una mujer con olor a alcohol en la boca a menos que ella estuviera bebiendo conmigo.
  La Cota Mil quedaba bastante cerca de su casa, una vez allí, el espectáculo que ofrecía Caracas a cualquier visitante es impresionante, mucho más cuando se viene de un país donde reina la oscuridad. El lugar estaba repleto de parejas de enamorados, salimos del auto y nos sentamos en un pequeño murito, su hermana quiso mantenerse dentro, era dos o tres años menor que Marianela, nos sentamos tan juntos que volví a sentir esa agradable sensación del roce de su brazo con el mío, la misma que sentí en el barco, y mientras observábamos las luces de la ciudad hablando cosas sin sentido, nos fuimos acercando lentamente hasta que llegamos a ser uno y surgió el inevitable beso, largo, dulce como el que nos dimos en este sueño, entonces, nos sentimos en el aire, volando por encima de aquella maravillosa alfombra incandescente, flotamos dentro de un universo que solo conocen los enamorados, luego, ardieron nuestras almas y cuerpos.
  Regresamos pronto como le habíamos prometido a su madre y por el camino me preguntó si ya habíamos comido, al responderle que no, en cuanto llegamos a la casa se lo dijo a su mamá y partimos con ella en busca de un restaurante. Por el camino paramos en un garaje donde Río compró unas cervezas, bebía y sentía que se aliviaba el ardor que llevaba por dentro, no el del amor que comenzaba a sentir como un infante, el fuego que me producía el ron bebido durante el viaje. Realizamos un recorrido por Caracas de noche y cuando ya era demasiado tarde les pedí que nos llevaran hasta donde poder tomar un taxi o autobús para regresar. La madre dijo que durmiéramos en los muebles de la sala, porque todavía no conocíamos nada de esa bella ciudad, la cual recorreríamos en la mañana.
  Muy temprano nos fuimos a desayunar en un restaurante para luego hacer el recorrido por Caracas, es una urbe encantadora aunque en las laderas de sus montañas el paisaje no sea muy agradable. Casi al mediodía subimos al teleférico, era impresionante cuando aquellas cabinas paraban a medio camino y eran tomadas por las nubes pasajeras, no sentí miedo, disfrutaba mucho de todo el paisaje, recuerdo que en la cima existía un hotel y me parece que una pista de patinaje, a esas alturas, ya Marianela y yo andábamos tomados de las manos, la madre solo nos observaba. El tiempo es implacable con los enamorados, contábamos los minutos que nos quedaban para estar juntos, después tal vez no volverían a repetirse aquellos momentos. Luego de almorzar partimos en dirección de la casa del amigo que nos había traído, Marianela y yo decidimos esperarlo en el parqueo del edificio, ella no se desprendía un solo segundo de mi cuerpo, entonces, un poco antes de partir me preguntó, cuando regresaría de nuevo.
-¿Por cuál razón, es que no deseas volver a verme?-
-Me encantaría estar abrazado a ti durante toda la vida, pero debes creerme que no puedo regresar.-
-Si, pero dame una razón que pueda convencerme.- Ya había aprendido a decir la verdad a medias y no me importaba decirla una vez más, lo único que podía suceder era perderla y éste era el momento oportuno antes de que las cosas tomaran un cause más doloroso.
-No puedo regresar porque solamente nos pagaron noventa bolívares y ya lo he gastado, creo, que es una razón bastante fuerte y debes comprenderme.- Extrajo del bolso que colgaba de su hombro una billetera y la abrió ante mis ojos, pude ver en su interior cualquier cantidad de billetes de distintos colores.
-Toma los que necesite y prométeme que vas a regresar.- Con mis dos manos cerré aquella billetera y la deposité dentro de su bolsa, su madre no había visto nada de esto porque estaba conversando con Río de espaldas a nosotros.
-Perdóname, pero nunca me he atrevido a tomar dinero de ninguna mujer, no puedo hacerlo, no está dentro de mí, discúlpame te lo suplico.- Ella me abrazó y se puso a llorar aferrada a mi pecho, aquello me partió el alma pero no podía dar marcha atrás. Le levanté suavemente la cabeza y la besé en los ojos, luego, con dulzura en la boca.
-Haré lo imposible por regresar, te lo prometo.- Ella me premió con una sonrisa de niña y mujer, nos abrazamos y besamos para despedirnos, ya me estaban esperando, le di un beso a su mamá y partimos, yo hacía el viaje en silencio mientras Río y el chofer me dirigían todo tipo de bromas, decían que yo estaba enamorado y no se equivocaron.
  Esa noche en el barco pudimos ver la final del Campeonato Mundial de Boxeo Aficionado que se estaba celebrando en La Habana, allí vimos la gran rechifla que el público cubano le otorgó a uno de sus campeones, me refiero a Rolando Garbey a quien los jueces beneficiaron en sus votaciones en la pelea contra el venezolano Alfredo Lemus, quien le había ganado de calle al cubano, unos años más tarde le recordé a Garbey en Angola este capítulo de su carrera, y todavía él se consideraba el vencedor, parece que todo el público en el estadio se había equivocado.
  A la mañana siguiente me incorporé al régimen de guardias y comenzaba a pagar las deudas con el Segundo Oficial por hacerme una durante mi estancia en la capital. Al mediodía, el Capitán me pide que vaya hasta las Oficinas del Agente para enviar un mensaje a La Habana, ésta se encontraba en las afueras del puerto, pero solo a unos cincuenta metros de la entrada. Salir del confort del aire acondicionado en esos momentos era una verdadera tortura, la temperatura nunca bajó de los 30 grados centígrados y por lo general en horas de la tarde se formaban fuertes turbonadas, que demoraban las lentas operaciones de carga.
  Cuando estaba llegando a la caseta donde se encontraba la aduana, veo que entra Marianela con su mamá y una hermana, ella se adelantó y prendida de mi cuello, después de intercambiar un beso me dijo que venían por mí. Saludé a ambas con sonados besos y les dije que me esperaran en el barco, porque debía hacer una diligencia del Capitán.
   Ya estaban almorzando y ocupé mi puesto en la mesa, los oficiales que se sentaban a mi lado le cedieron el puesto a mi suegra y cuñada, Marianela estaba al lado mío y mientras cenábamos, se intercambiaban jaranas con el resto con el resto de la oficialidad, luego del postre me retiré hasta el camarote el cual se encontraba en la misma cubierta del comedor, seguido por mi pequeña.
-Marianela, ¿estás loca?, ¿cómo has hecho venir a tu mamá hasta aquí?, ¿no te dije que yo no tenía dinero para regresar a Caracas?- Le hablé en un tono un poco serio, que ella supo destrozar con esa simpática sonrisa, no había persona en el mundo que se le pudiera resistir, tal vez digo esto porque me sentía enamorado.
-¿Ya terminaste de hablar verdad? Entonces ahora me escuchas por favor, para mi mamá no es ningún sacrificio traerme hasta aquí con el fin de buscarte, los otros días cuando vinimos, ella puso sus dos autos a disposición de un grupo de personas que verdaderamente no conocía, cómo puedes creer que se negaría, ahora bien, con relación al dinero no te preocupes, yo tengo mis ahorros que usaré para invitarte a pasar unos días en Caracas, ya esto lo consulté con mi mamá y ella está totalmente de acuerdo, de lo contrario no hubiera venido, muy bien, si tu no deseas aceptar nada de mi dinero no te obligaré, tu vas como invitado mío y yo asumo todos tus gastos, ¿estás de acuerdo?-
-No puedo estar de acuerdo porque es la misma cosa que si me entregaras el dinero, ¿tienes idea de los gastos de todos esos días que mencionas?, no Mari, no estoy de acuerdo.-
-Muy bien, esa debe ser tu última palabra, la mía es la siguiente, recoge la ropa que vayas a llevar, porque nos vamos y no hay más nada que hablar, te espero en el camarote del Capitán.- Ahora la que pareció enojada fue ella, giró sobre sus pasos y salió del camarote, yo la sentí subiendo la escala y fui a lavarme la boca. Pasarían pocos segundos cuando el Capitán bajó, aún yo me lavaba y oigo cuando dice a mis espaldas.-
-Compadre agarra la ropa que te vas a llevar y no te hagas de rogar.-
-Coño Hector, el problema es que no tengo ni un medio, ¿cómo crees que voy a salir pegado?-
-A mi nada de eso me importa, el asunto es que si tu no vas yo no puedo ir entonces a conocer Caracas, acuérdate que aquí tu eres el dueño de los caballitos, y de verdad mi hermano, tengo unos deseos del carajo de conocer esa ciudad.-
-¿Y el asunto de las guardias?-
-Ya yo cuadré eso con el Primer y Segundo Oficial en lo que estabas en la oficina del Agente.-
-Coño, de verdad que esa muchachita es rápida.-
-Está enamorada, y no sé, pero me parece que tu también estás medio cojío.-
-Jake Mate compadre, vamos hasta allá arriba.- Cuando llegamos al camarote del Capitán ella me recibió con una pícara sonrisa, y luego de coordinar todo lo relacionado a las guardias con los otros Oficiales, partimos hacia Caracas.
  Esta visita duró más de una semana, solo haré un resumen de los aspectos más  importantes de ella. Desde ese mismo día fuimos a dormir a las oficinas de Prensa Latina, ésta se encontraba en un edificio alto del centro de la ciudad, es una verdadera pena no contar con un mapa para poder determinar el nombre de las calles. Decidimos ir a dormir para allá porque era mucho más cómodo para nosotros a la hora de dormir, bañarnos, cambiarnos de ropa etc. Llegamos hasta ella porque ya el Capitán había sido invitado por el supuesto periodista, en una visita que realizara a nuestro buque. Héctor se independizó rápido después de conquistar a otra muchacha, razón por la cual, solo coincidíamos de noche o en algunos de los paseos que dio con nosotros, eso me dio mucho más margen para conocer profundamente a Marianela. Por la mañana ella pasaba por mí a eso de las diez y después de desayunar en cualquier cafetería, hacíamos un recorrido por la ciudad, esos recorridos diarios me ayudaron a conocer Caracas muy bien, al extremo de que durante los últimos días, era yo quien conducía el auto, provocando un gran nerviosismo en Héctor. Después de esos recorridos, siempre por zonas nuevas de la ciudad, íbamos para la casa donde nos poníamos a oír música, yo la enseñaba a dar algunos pasos de Salsa (que en Cuba le llamábamos Casino), nos tomábamos algún trago y ya a las dos o tres de la tarde partíamos para un restaurante, durante todo el tiempo que estuve compartiendo con ellos, nunca se cocinó en aquella casa.
  Llevamos al capitán hasta el teleférico, luego yo fui con ellas a pasarme un día en una casa que tenían en la playa de Caraballeda, de paso visitamos la Guaira, me conocí casi perfectamente las zonas de Altamira, La Castellana, Los Palos Grandes, El Chacao y otros que no recuerdo su nombre.
  Con el Capitán fuimos invitados a almorzar en el penthouse de aquella hermosa mujer que visitó nuestro buque cuando llegamos, al llegar al edificio notamos que estaba escoltado por hombres armados, allí vivían personas importantes del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Resultó ser, que el esposo de ella estaba encargado en esos momentos de los trámites para restablecer las relaciones con Cuba. Al entrar en el lujoso apartamento, la sala se encontraba decorada con una foto inmensa, dentro de un finísimo cuadro, donde aparecían ambos esposos retratados con Fidel Castro, luego ella nos mostró una gorra de campaña dedicada a ellos y firmada por Fidel, además de un voluminoso álbum de fotografías, todas de la pareja junto al Comandante.
  Luego del protocolo que se produce en la primera ocasión en la cual se visita a una persona, y con un poco más de familiaridad en el ambiente, Marianela y yo salimos a la amplia terraza, creo que fue allí donde hablamos más serio que nunca, tocamos muchos temas de nuestras relaciones y su futuro. Por mi parte le expresé, que aquella locura nunca iba a llegar a formalizarse, ella en cambio, me hablaba de su disposición a casarse conmigo, por mucho que le explicaba que en Cuba no existían las más mínimas condiciones para que ella se fuera a vivir, ella le encontraba una solución, le expliqué lo duro que era la isla, las privaciones que sufría la población, la imposibilidad de brindarle un techo, etc., y ante todo ese desfile de obstáculos, ella manifestaba que era capaz de soportarlos. Tocamos el tema de mi deserción en Venezuela y mi posición fue negativa, ella siguió insistiendo en irse a vivir a Cuba, contando con la ayuda del padre. Yo tengo el firme convencimiento de que en aquellos momentos, ella se encontraba enamorada de mí con la misma intensidad que yo lo estaba de ella, y hay que sumar también a esta decisión de soportar cualquier sacrificio en nombre del amor, que Marianela se encontraba en esos momentos navegando en la cresta de una ola de ideas izquierdistas, creo, que por la influencia recibida en la escuela. En su cuarto tenía colgados en la pared posters de Camilo Torres y del Ché Guevara 
  Almorzamos una deliciosa comida criolla preparada por la señora, que nada tenía de diferencia a la comida cubana, el esposo se encontraría con nosotros en horas de la tarde, así que después de finalizado el almuerzo, salimos en el auto de ella, un deslumbrante Mercedes Benz a dar una vuelta por la ciudad, incluyendo la capilla donde guardan los restos de Simón Bolívar y el Palacio de Gobierno, siendo aproximadamente las seis de la tarde nos encontramos con su esposo en un lugar determinado, era un tipo grandísimo que usaba barbas igual a Fidel pero muy atento, creo, que sin habernos hecho la digestión, entramos a un restaurante muy famoso en aquella época y que se anunciaba por la tele, me refiero al “Rincón Criollo”, fue una cena de mucho protocolo muy diferente al almuerzo que disfrutamos con la esposa. 
Después de esa ocasión, me volví a reunir con Héctor el día de mi cumpleaños, mi suegra me dio una sorpresa, fuimos a un club llamado “Primera Plana” y el segundo show de la orquesta me lo dedicaron con música cubana. Mi suegra era una mujer bella que se mantenía muy bien después de haber tenido varios partos, era de un carácter muy dulce y agradable, nunca la vi pelear con sus hijas en todo el tiempo que compartí con ellas, la llamo como suegra, porque sin haber formalizado aquellas relaciones, Marianela y yo andábamos de novios con su consentimiento.
  Luego de esos maravillosos días compartidos con ella totalmente, y después de haber rehusado infinidad de invitaciones hechas por personas de muy buenas posiciones económicas, para distintos banquetes y fiestas, por el solo hecho de que era con ella, la persona a quien deseaba dedicarle cada minuto de mi estancia en Caracas, así como también, no deseaba que me tomaran como un objeto de exhibición, pues la noticia de que habían cubanos de la isla en Caracas, formó su revuelo en un círculo de personas, que se disputaban por tenernos entre ellos y esa experiencia yo la había vivido en Chile, satisfacer la curiosidad de muchos y hablarles lo que ellos deseaban oír, que Cuba era un paraíso. 
  Después de esa vida antes desconocida para mí, llegó el momento de despedirnos, otro trago amargo pero mucho más amargo que la vez anterior, Marianela se convirtió de nuevo en un mar de lágrimas, cuando me fueron a dejar en el edificio donde nos quedábamos a dormir, a mí me partía el alma porque yo lo sentía también, no creo haber dado en toda mi vida de marino un viaje como aquel.
  De nuevo en Puerto Cabello, las operaciones continuaban con mucha lentitud debido a las lluvias, razón por la que todavía el buque se demoraría, y todos los días siguientes me los pasaría pagando las guardias que me habían hecho los otros Oficiales. Uno de esos días, llegó Marianela nuevamente al barco acompañada de una hermana, para decirme que las habían traído su padre, pero que en la aduana no lo dejaban pasar porque no tenía pase, con ellos viajaba también, uno de los dos médicos que conocimos en Caracas y se encontraban trabajando allí, por encargo de las Naciones Unidas.
-Muñeca, creo que ahora si te has vuelto loca definitivamente.- Le dije después de besarla y besar a su hermana.
-¿Por qué lo dices?- Respondió ella con su risa pícara.
-Sabes perfectamente que lo digo por tu padre.- Le contesté eso porque hasta donde me habían contado ellas en mis viajes a Caracas, su padre era algo muy próximo a un ogro. No vivía en la casa por estar divorciado de la madre de Marianela desde hacía varios años.
-Mi padre no se come a nadie.- Me contestó tranquilamente.
-Pero como ustedes decían.-
-Yo nunca te dije nada de mi padre, esos comentarios los hicieron mis hermanas pero yo no tengo quejas de él.-
-Bueno, que sea lo que Dios quiera, vamos hasta la aduana para ver que se puede resolver.- Cuando me lo presentó, el hombre me dio un fuerte apretón de manos mientras me miraba fijo a los ojos, era como si tratara de leer algo en ellos. Me causó buena impresión ese saludo, nunca me han gustado los hombres que te brindan la mano con la suavidad que lo hace cualquier mujer, por regla general y por la experiencia adquirida durante muchos años de trabajo continuo con ellos, casi siempre resultan personas cobardes e hipócritas. Saludé al médico y me dirigí a la caseta donde se encontraba el aduanero, me atendió con mucha cortesía y me explicó que por ser sábado y pasado el mediodía, la aduana se encontraba cerrada y de la única forma que podían pasar era si lo autorizaba el Mayor que se encontraba de servicio en la Comandancia General. Le pedí de favor que me concertara una cita con el mencionado Mayor, y después de colgar el teléfono me explicó como llegar a la Comandancia.
 Le pedí al padre de Marianela y al médico que me esperaran unos minutos, mientras acompañaba a las muchachas hasta el barco. Conversando con el Capitán me sugirió ponerme el uniforme blanco de Oficial de la marina, era lo más adecuado para visitar un campamento militar y así lo hice, al final tuvo razón.
  El campamento se encontraba en las afueras de Puerto Cabello, no recuerdo exactamente si en la misma carretera que se une con la autopista que lleva a Caracas. Al descender del auto la posta se me cuadra militarmente y yo respondo al saludo de igual manera, entonces salió un Sargento de la caseta.
-¿Qué desea el señor Oficial?- Lo dijo en un tono tan alto y chocando los talones de las botas mientras se cuadraba militarmente, que por poco suelto la carcajada, lo saludé también.
-Sargento, tengo una cita con el Mayor.- Le contesté.
-Por favor espere unos segundos.- Se dirigió al interior de la caseta y pude observar cuando hablaba por teléfono a través de una amplia ventana.
-¡Cabo, lleve al señor Oficial a la oficina del Mayor!- Entonces a una seña de éste lo seguí, todo esto ocurría ante las miradas del médico y mi suegro. Aquel campamento es bastante grande, tiene aspecto de ser una escuela militar, se encontraba pulcramente limpio y a mi paso todos los soldados se paraban para saludar militarmente, me dio la impresión de que eran alumnos o cadetes. Debo aclarar a los que leen estas líneas, que toda aquella algarabía se debía a la casi similitud que existe entre los grados de la marina mercante y la de guerra.
  Me trataron con mucha cortesía y compartí un trago de ron a la roca con el Mayor, me prometió que cuando llegara a la aduana ya estaría autorizada la entrada de esas personas. La retirada fue similar en cuanto a la distribución de saludos, me recordó aquellos tiempos que estuve en el ejército. Ya dentro del auto y alejados de la posta, el médico pudo desahogar la risa que llevaba dentro, diciéndome General y no sé cuantas cosas. Efectivamente, casi no tuvimos que parar el auto, el mismo aduanero nos hizo señas para que continuáramos. Llegamos hasta el camarote del Capitán y allí se encontraba Marianela y su hermana, éste llamó al Mayordomo para que nos pusiera el servicio de almuerzo, ya las muchachas lo habían hecho con la oficialidad.
  Después de almorzar y disfrutando de un trago de ron en el camarote del Capitán, que a esa hora quería que mi suegro los probara todos, el hombre se me queda mirando y me dice:
-Recoge tus cosas que nos vamos para Caracas.- Me quedé pasmado.
-Bueno, pero el problema es que me encuentro de guardia y esto me ha tomado por sorpresa, yo no he coordinado nada con los otros Oficiales y sinceramente me da pena volver a molestarlos.-
-Ve y recoge tus cosas porque ya todo está arreglado.- Me dijo el Capitán.
-¿Cómo es eso Héctor?-
-Como lo oyes, en lo que estabas para la Comandancia Marianela se encargó de hablarle a Luis y a Carlos.- La miré y no me quedó más remedio que reír, ella no me quería mirar, entonces de un salto se levantó y me tomó por el brazo.
-Vamos a buscar tu ropa, no oíste que todo estaba resuelto.- Todos se rieron de las ocurrencias de Marianela. Bajamos y en el camarote pudimos al fin besarnos, no digo yo a Caracas, hubiera ido hasta el mismo infierno si ella me lo hubiera pedido. Media hora después partimos, el médico se quedaría a bordo y yo haría el viaje solo a la capital, Nela salía del muelle con mi gorra de Oficial puesta, no podía negársela, ese fue mi único regalo. Al rato de estar en la autopista, la hermana de Marianela inclina su asiento totalmente, quedando en una posición donde se podía dormir tranquilamente, pero al realizar esta maniobra obligó a Nela a sentarse muy pegada a mí, a cada rato ella hacía por agarrarme las manos y yo trataba de esquivarla, para que el padre no pudiera vernos por el espejo retrovisor en esa agarradera, pero ella insistía constantemente, hasta que por fin el hombre nos pilló.
-Sabes hija, que de los novios que has tenido el único que me gusta para que te cases es Esteban.- No puedo ocultar que me quedé frío con lo que acababa de oír, entonces ella me tomó las manos y no volvería a soltarlas durante todo el trayecto.
-Pipo queremos casarnos, pero debe ser más adelante.- Contestó ella.
-¿Para cuándo?- 
-Para cuando regrese nuevamente.-
-¿Y eso para qué fecha será?-
-No hay fecha fija.- Dijo ella.
-¿Y tu no hablas Esteban o es que esta niña te va a gobernar?-
-Yo si hablo, solo que cuando ella me da una oportunidad.-
-Bueno, ahora pararemos en Valencia porque te voy a llevar a un lugar que yo conozco, para que pruebes un plato típico venezolano.-
  Parando y probando nos tomamos más de seis horas de viaje, yo me sentí muy cómodo con el padre de Nela y parece que le caí muy bien, luego, cuando nos dejó en la casa y las chicas le hacían el cuento a su madre y hermanas, ninguna quería creerlo y me preguntaban,<< ¿Qué le había hecho al viejo en Puerto Cabello>>.
  Pasé tres o cuatro días más en Caracas, hasta que el Capitán me llamó por teléfono y me pidió que regresara porque las operaciones estaban llegando a su fin. Esa fue la peor de todas las despedidas, tanto para ella como para mí, durante el trayecto en auto desde su casa hasta el centro de Caracas, no dejó de llorar desconsoladamente recostada en mi hombro, nada de lo que dijera su hermana mayor, quien estaba conduciendo en esos momentos, la calmaba, creo que estuvo al borde de una crisis y aquella escena me produjo muchos sentimientos, yo la amaba y no se lo decía, así de tercos e inexpresivos somos muchos hombres, demasiados duros para soltar esa palabra, solo alcancé a escribirla en el interior de la gorra, “Marianela te amo”, minutos antes de que ella partiera de regreso a su casa y abrazados en la acera frente a la puerta del edificio, me dijo; que una de las acciones mías que más le había gustado, fue cuando no quise aceptar dinero de ella. Las palabras escritas en aquella gorra fueron una de mis grandes verdades y en la medida que me alejaba de ella, sentía como se me desgarraba el corazón, estaba locamente enamorado de aquella niña mujer.
  La salida de Puerto Cabello tuvo mucha similitud a las normales partidas de La Habana, la gente corriendo por el malecón habanero, la gente de Puerto Cabello diciéndonos adiós con pañuelos, otros tocaban el claxon de los autos y muchos intercambios de gritos y saludos. Fue entrañable y muy grande la amistad que todos los tripulantes hicieron con la gente de ese pueblo. Aquella pitada larga de despedida a veces la llevo grabada en la mente, era la misma de nuestras llegadas o salidas a La Habana, pitadas que al llegar producen risas y al partir caras tristes, así estaba yo y aquella larga pitada me erizó, sentía que dejaba algo muy valioso de mi vida, después, muchos días de silencio. En mi camarote viajaba su presencia, allí estaban sus fotos y los libros que me había regalado, recuerdo aún sus títulos; El retén de Catia, Manuela Saenz la libertadora, En Cuba de Ernesto Cardenal, Conferencia de Ernesto Cardenal en la Universidad de Carabobo, Simón Bolivar y uno que narraba la vida de un delincuente de apellido Brisuela titulado, “Soy un delincuente”, puso también en aquella bolsa un disco del grupo español Fórmula V que se encontraba en boga, y un pequeño cuadro al óleo pintado por ella. Todas esas cosas las perdí en La Habana, solo conservé el disco, hoy he vuelto a conseguir el mismo disco y cuando lo oigo, por esa magia que tiene la música viajo hasta Caracas.
  Varios tripulantes durante el viaje de regreso a Cuba, me preguntaron si le había sacado plata a la muchacha, al parecer Río había cometido alguna imprudencia al narrar su viaje a la capital, creo, que nunca me había sentido tan ofendido y avergonzado como cuando me hacían esa pregunta, a las que yo respondía con ofensas. Parece que abundan las personas incapaces de comprender que hay cosas más valiosas que el dinero, y que con todo el dinero del mundo no se pueden alcanzar, el amor es una de esas cosas y yo logré obtenerlo de ella, ¿qué más podía pedir?
  Por la popa de nuestro buque iban quedando muchos gratos recuerdos, los de un pueblo muy parecido al nuestro, hospitalario, alegre, dicharachero y muy solidario. Dejamos un país donde en aquellos momentos se respiraba prosperidad, había pobreza como en todas las partes de este mundo, pero no era generalizada y la gente se sentía contenta, quien hubiera podido imaginarse que unos años después, la corrupción de sus gobernantes lo llevaría casi hasta la bancarrota, era increíble porque Venezuela siempre ha sido uno de los países más ricos de este continente.
  Como sabía que era muy difícil se repitiera un viaje a este país, me resigné a viajar y vivir con mis recuerdos, serían a partir de entonces como una vela que se va derritiendo con el tiempo, y aquellos momentos amargos de la separación, se fueron transformando en los más dulces y sublimes hasta el día de hoy, ese es uno de los tesoros más grandes de esta vida que me llevo para ese largo viaje.
 
 

  En La Habana traté de reorganizar mis ideas y volver a situarme en el presente que estaba viviendo, la presencia de mi joven y adorable esposa acompañada de mi pequeño hijo, me ayudaron a soportar aquel duro golpe. Era casado y se lo había ocultado a Marianela, ella me preguntó una vez por esto y luego no insistió. Le mentí si, pero lo hice por amor y por amor se realizan actos increíbles, por amor se roba y se mata por ejemplo, yo solo mentí para defenderlo porque estaba realmente enamorado y de ello no tengo la menor culpa, nadie sabe cuando llega, ni nadie está preparado para rechazarlo. Mi esposa no se dio cuenta de aquella situación y nuestras vidas siguieron su cauce.
  Uno de esos días en que me dirigía al buque para realizar una de mis guardias, al llegar al portalón me informan que el Capitán quería verme con urgencia, razón por la que fui directamente a su camarote.
-Hay tres compañeros esperándote en el camarote.- Me dijo con desacostumbrada seriedad.
-¿En mi camarote?- Pregunté sorprendido y él supo a qué me refería.
-Si, yo lo abrí con la llave maestra.-
-Que raro, voy para allá entonces.- Aquello me intrigó y puso a trabajar todas mis neuronas en cuestión de segundos, cuando abrí el camarote comprobé que efectivamente allí estaban esos individuos, quienes habían traído tres sillas del comedor de oficiales y me reservaron la única que yo poseía junto al buró. Luego de las presentaciones formales me sugirieron que me sentara porque deseaban tener una reunión conmigo y así lo hice, entonces, se inició un bombardeo desorganizado de preguntas que se hacían en oportunidades de manera simultanea como tratando de confundirme, yo las respondía una a una e ignoraba las que se me hacían de esa forma. No deseo cansarlos ni hacer tan extensa esta narración, porque aquello que ellos llamaron reunión, y que resultó ser un interrogatorio, se extendió por más de dos horas, en una lucha constante por desmentir todas las acusaciones que se me hacían.
  Como punto de partida me dijeron que ellos tenían información fidedigna, sobre mis relaciones con una mujer de muy buena posición económica en Venezuela y de mis constantes viajes a Caracas. Se insistía mucho en la posibilidad de que ella me hubiera captado para la CIA, nuestro eterno enemigo y fantasma que viajaba a nuestro lado en el exterior. Indagaron mucho también sobre la madre de Marianela y la posibilidad de que la agente fuera ella, debido a sus numerosos viajes a Cuba, creo que fueron alrededor de nueve los que me dijo ella y confirmaron estos agentes de la Seguridad del Estado, en fin, se sabían cada uno de los pormenores de mis visitas con lujo de detalles, y en la medida que ellos iban apareciendo, mi mente a una velocidad vertiginosa buscaba un posible delator, pudo muy bien ser el Capitán Héctor o el Jefe de Máquinas Río, pero la duda me invadía porque existían datos que ambos desconocían y que fueron aportados por estos personajes, fue entonces que me acordé de la gente de Prensa Latina.
  Verdaderamente sentí asco por aquellos individuos, nunca pensé que un gobierno se ocuparía de la vida íntima de sus ciudadanos y encontraba ilógica esa postura enferma de ver enemigos donde quiera, hasta en las vaginas de las mujeres. Acepté con valentía todo lo que se decía sobre mí, y rechazando en todo momento que hubiera cometido un delito, era una situación absurda la que me encontraba atravesando y esas pequeñas cosas fueron las gotas que llenarían mi vaso. En esa época yo era militante de la Juventud Comunista, había sido formado bajo ese sistema, me sentía revolucionario y estaba convencido de que las cosas que se estaban haciendo eran correctas, a los errores siempre les hallaba una justificación, hasta que con los años éstas se agotaron, sin embargo, nunca fui ese militante fanático ni furibundo, creo haber sido un tipo crítico que se sentía con voz propia, algo extremadamente peligroso en esa nación. Como estaba consciente de los resultados positivos de los llamados “golpes de efecto” en los criterios de esta gente, y que son en muchos casos determinantes a la hora de llevarte un proceso en contra, y además, por sentirme verdaderamente ofendido, al finalizar les dije esto:
<< En primer lugar; soy hombre y joven, me paso mucho tiempo en el mar masturbándome y las mujeres me encantan, no me interesa si es la hija del Presidente de los EU o la del Secretario del PCUS de la Unión Soviética, si es una mujer allí voy a estar detrás de ella, si no les conviene como soy, deben buscarse maricones para tripular los barcos. En segundo lugar; estuve con esa muchacha de buena posición económica, me di muy buena vida en Caracas y me puedo considerar un afortunado por esto, entonces, si después de todo lo que ustedes saben yo regresé a este país a comer chícharos y huevos, no es para que me estén acosando en este interrogatorio, tenían que haberme llamado y darme una medalla.>> Encontré los resultados que esperaba, muchas justificaciones para hacerme comprender que no me estaban interrogando, y que debíamos estar siempre alertas por las armas tan sutiles que usaba el enemigo, cuando terminaron su porquería se marcharon. Luego, estuve conversando con Héctor y Río sobre estos acontecimientos y debo confesar que creí en la sinceridad de ellos, entonces mis dudas se trasladaron a Caracas.
  Después de descargar el arroz venezolano, cargamos azúcar con destino al puerto de Cádiz en España, parte de la tripulación de ese barco había sido cambiada por nuevos marinos que pertenecían a una generación de militantes del partido y la juventud. Aquella familiaridad y alta moral que existían en los barcos iba desapareciendo, la flota se encontraba en un avanzado estado de descomposición moral, por esa razón me limitaba mucho más en mis relaciones personales con los tripulantes, nunca se sabía donde se escondía la traición. Seis años más tarde, el Partido del buque organizó un acto de repudio contra Orlando del Río al manifestar su decisión de abandonar el país vía Mariel. Increíble pero cierto, yo me enteré de ello y me causó mucho dolor, Río era un magnífico hombre, hace poco tiempo me dijeron que había fallecido en la Florida. Después de descargar en España cargamos en el puerto de Rotterdam para Cuba, ya el fuego de aquellas pasiones vividas en Venezuela se iban consumiendo y me orienté a buscar la paz con mis sentimientos.
  Estando atracados en el muelle Sierra Maestra Nr.1 norte, solicito mis vacaciones, ya me había puesto de acuerdo con un amigo y habíamos alquilado habitaciones en el Motel “Los Jazmines” en el Valle de Viñales, él iría con su esposa e hija y yo iría con los míos. En cuanto me llegó el relevo entregué el cargo y cuando fui a entregar los documentos en la Empresa, allí me informaron que debía regresar al buque porque me estaban esperando, solo me tomó unos minutos el trayecto a pie hasta el barco. Voy hasta el camarote del Capitán y allí se encontraba un individuo del que no tenía la más mínima idea quien fuera, Héctor se retiró y nos dejó solos.
-Necesitamos tus servicios para un viaje a Venezuela.-
-¿Mis servicios?- Pregunté algo asombrado.
-Efectivamente, sabemos que usted conoce y se desenvolvió muy bien en Caracas.-
-Bueno y cuáles serían mis servicios.-
-Servirle de guía a unos compañeros que van a realizar un trabajo allá.- Cuando oí aquello el corazón se me quería salir del pecho, nuevamente cobraba fuerza la llama que nunca se había extinguido.
-Está bien, no hay problemas, ¿para cuando sería eso?-
-Sales mañana a bordo del buque escuela Viet Nam Heroico.-
-¿Mañana?-
-¿Algún problema?-
-Es que había reservado para irme a Viñales por unos días.-
-Deberás cancelar la reservación.-
-Está bien, pero mira, aquí están mis documentos, tu sabes el burocratismo que hay en esa Empresa, eso significaría que perdería el día entero en ella, hace falta que ordene mi enrolo y diga que yo pasaré a recoger mis documentos mañana por la mañana.-
-No hay problemas, ¿algo más?-
-Bueno ya me enrolaron en el Viet Nam, ¿a quién tengo que dirigirme en el barco?-
-No te preocupes, allí estará esperándote un Capitán de la Seguridad del Estado.-
-Creo que si no hay más nada debo regresar a la casa y preparar mentalmente a mi mujer sobre esta imprevista salida.-
-Te deseo buen viaje.- Me dijo el tipo al que ni me preocupé en preguntarle el nombre, mientras me alargaba su mano, así nos despedimos y nunca más volví a verlo en mi vida.
  Mientras me dirigía a la casa de mi madre en Luyanó, me llegaron a la mente varios pensamientos que me acusaban y me hacían sentirme un miserable, había aceptado prestarle mis servicios a una gente, que probablemente le causarían pena al pueblo de Venezuela. Luego, yo mismo me daba aliento y buscaba una justificación a esta decisión tomada con premura; <<Si no acepto me expulsan de la Juventud Comunista y más tarde de la flota.>> Era una excusa lógica pero no dejaba de ser un cobarde al aceptar aquella propuesta, y mientras pensaba en esto. Mi conciencia era la que buscaba la justa respuesta; <<No es cobardía, así marchan estos tiempos y tienes que sobreponerte a ellos, entonces todos fueran cobardes.>> Tenía razón la conciencia, además, podía justificar que lo hice por amor. Fueron muchos los pensamientos que pasaron por mi mente en ese trayecto, hasta que sin darme cuenta estaba en mi parada.
  Finalizados los trámites de rigor me presenté en el buque, éste se encontraba atracado en el muelle del Estado Mayor de la Marina de Guerra, justamente frente al Jiguaní, entregué mis documentos y me condujeron al camarote del Capitán, que en esos momentos era ocupado por un Capitán de Corbeta de la Marina de Guerra nombrado Medina, allí y sin preámbulos, demostrando tener más superioridad y mando que el Jefe de la nave, un Capitán de la Seguridad del Estado de la raza negra le informó a Medina, que yo iría aparentemente como Tercer Oficial del buque, pero, una vez arribados a Puerto Cabello, yo tenía que ser excluido del servicio de guardias del buque, y no solo eso, Medina estaba obligado a recibir cualquier visita que yo llevara a bordo del buque. Pude ver en el rostro del Capitán el disgusto que le producían estas orientaciones, luego, durante ese mismo viaje caería en desgracias.
  La guardia de navegación la hacía con el Segundo Oficial de Cubierta de apellido Sirú, éste había estudiado conmigo en el buque donde hoy navegábamos, como solo son tres días de navegación hasta Venezuela y por realizar las guardias de doce de la noche a cuatro de la mañana, y por la tarde de doce a cuatro nuevamente, se me veía muy poco la cara y eso evitó que me relacionara con la gente, me alegré de esta situación, porque de esa forma evadía preguntas inoportunas por parte de tripulantes que me conocían, siempre hubo uno que más o menos comprendió las razones de mi presencia en ese buque.
  En dos o tres oportunidades nos reunimos en un camarote con el jefe de la seguridad, me refiero a los individuos que usarían de mis servicios como guía, eran tres, casi siempre se reiteraba en lo mismo, se hacía énfasis en las medidas de seguridad que se debían tomar, la discreción y sobre todas estas cosas, el peso de la justicia revolucionaria en caso de traición, ese mensaje iba dirigido a mí por ser el único que no formaba parte de aquel equipo.
  Atracando en Puerto Cabello algunos estibadores me reconocieron y comenzaron a gritarme cosas, otros preguntaban por sus amigos del Jiguaní, y mientras esto sucedía, la gente del barco me miraba con asombro y preguntándose de dónde yo había salido. El primero en subir por la escala fue el director del puerto, un mulato grueso de apellido Mergarejo, quien al verme me saludó con mucha familiaridad y me invitó a que pasara por su oficina cuando fuera para la calle.
Otra gran sorpresa fue la presencia del supuesto periodista de Prensa Latina y su esposa, digo que supuestamente son periodistas, porque en todo el tiempo que estuve pernoctando en aquella oficina, además  de las oportunidades en que pasé a deshoras para bañarme o cambiarme de ropa, nunca lo encontré trabajando. Diariamente se recibían periódicos de todos los órganos de prensa venezolana y se acumulaban tal y como llegaban, se abrieron solamente en los días que yo me quedaba allí, para leer en lo que esperaba a Marianela, ellos vivían en un lujoso apartamento del mismo edificio y tenían empleado a un teletipista venezolano, porque las leyes establecían que debían darle empleo a personas naturales del país. Todo su contenido de trabajo consistía en recoger la prensa, colar café en la mañana y cortar las tiras de papel del teletipo, no creo haberlo visto enviando alguna noticia. Ellos se sorprendieron al verme de nuevo y me dio la impresión de que mostraron un poco de nerviosismo.
  La presencia de estos individuos me libró del papel que debía desempeñar y justificaba mi presencia en ese barco, sin embargo, cuando aquellos personajes partieron rumbo a Caracas con el matrimonio de Prensa Latina, el Capitán de la Seguridad del Estado me llamó a su camarote junto a su segundo me imagino y allí me comunicó que tenía prohibido salir solo a la calle. De momento, se le había dado la orden a un sobrecargo de apellido Cabrera, para que me acompañara a los lugares que yo deseaba visitar. Al menos ya conocía a otro de los tipos dentro de la flota que trabajaban para la seguridad, a Cabrera yo lo conocía desde hacía mucho tiempo, ambos dimos nuestro primer viaje a bordo del buque “Habana” a finales de los sesenta. Otro día en el cual llegué de imprevisto a ese camarote, me encontré también a otro sobrecargo de la flota, me refiero a Remigio Aras Jinalte y con el técnico de refrigeración de apellido Leal, ambos trabajando para la seguridad también. Al final del viaje en el que tanto Remigio como Cabrera iban examinando las asignaturas para oficiales de cubierta, asignaturas que les fueran regaladas por su condición de “segurosos”, llegaron a La Habana graduados de Pilotos de Altura y ninguno de ellos se encontraba capacitado en esos momentos para desempeñar el cargo, esto que digo no es una imaginación, es una realidad que pude comprobar cuando ellos fueron asignados para realizar guardias con nosotros en el puente, luego, tuvieron una asombrosa carrera ascendente hasta que se convirtieron en Capitanes, desafortunadamente tuve que navegar con Remigio como Primer Oficial y continuaba cargado de lagunas técnicas.
  En el Viet Nam iban dos tripulantes más del Jiguaní, allí se encontraba un electricista de apellido Correa y nada menos que aquel segundo Oficial que tantas guardias me hiciera en el viaje anterior a este país, me refiero a Carlitos. Como Correa y yo teníamos algunos amigos comunes del viaje anterior, nos pusimos de acuerdo para ir al rescate de ellos y así fue, siempre, contando con la compañía de mi nana (Cabrera), aquellos venezolanos eran los tipos más jodedores que he conocido en mi vida, uno era abogado, el otro periodista y el último era miembro de la dirección del sindicato portuario, el mismo día de la llegada hice varias llamadas a la casa de Marianela y nadie respondió, entonces, nos fuimos de farras desde las ocho de la noche hasta las cinco dela mañana del día siguiente, casi toda la noche la pasamos en un bar llamado Copacabana, que se encuentra en las afueras de Puerto Cabello y donde trabajaban decenas de hermosas mujeres de Colombia y Venezuela, nosotros no tuvimos relaciones sexuales con ellas, bailábamos y nos divertíamos sin parar, pero hasta allí llegaron las cosas, esas rondas fueron casi diarias, llegó el momento de encontrarme tan saturado de cerveza que sentía deseos de marcharme, aquellos seres eran de verdad incansables y tenían un control sobre algunas de las hembras del Copa, que en dos oportunidades me expresaron que si deseaba acostarme con ellas, no costaba nada, cuando le pregunté por cuál razón, me respondió que así se lo habían orientado, pero no me quiso decir quien. No dejé de llamar un día a casa de Marianela y eso me desesperaba porque el tiempo se iba corriendo, además, la carga que recibiríamos allí era muy poca.
  Un día nos invitaron a ir de visita hasta el pueblo de San Felipe en el Estado de Yaracuy y hasta allá me tuve que llevar a mi nana, a Correa le llamó la atención esa pegadera del tipo con nosotros, y más o menos a mi modo, tuve que decirle algo de lo que había para que se tranquilizara, porque el negro estaba a punto de decirle que nadie lo había invitado a salir con nosotros. Yo tenía otra lista de teléfonos de amigos, incluyendo la del Ingeniero en petróleos y no me dio la real gana de llamarlos, para no darle el gusto a mi nana de informar a su superior. Una de esas noches, se me ocurrió la idea de aceptar una invitación que me hiciera uno de los dos telegrafistas, Enriquito y yo habíamos compartido en ese buque en los viajes que había dado como estudiante, pues me fui con él a beberme unas cervezas en la playa, y cuando se dieron cuenta de mi ausencia, me dijo Correa que se formó un silencioso corre-corre en mi búsqueda, me imagino la descarga que tienen que haberle echado a mi nana, porque cuando regresamos al buque me estaba esperando en la escala real, y me llevó al camarote del Capitán de la Seguridad donde me dieron mi correspondiente tirón de orejas para refrescarme la memoria.
  Unas dos horas antes de la salida del barco, me llegué con la nana hasta las oficinas de Melgarejo y le pedí que me dejara hacer una llamada a Caracas, ese día sentí cuando levantaron el auricular y su inconfundible voz diciendo hola.
-Marianela, ¿cómo estás?-
-Mi amor, ¿dónde te encuentras?-
-Estoy en Puerto Cabello.-
-Bueno, espérame que salgo para allá enseguida.-
-Mi cielo no lo hagas, no te dará tiempo de llegar porque el barco zarpa dentro de una hora para Surinam.- Recibí primero un intranquilo silencio, después su conocido llanto, apenas pudimos hablar y me explicó que se encontraba de vacaciones en la isla Margarita, que hacía solo unos minutos entraron a la casa, pero solo le entendía a medias la mitad de las cosas que me decía ahogada en el llanto. Al oír de nuevo su voz nació de pronto y con más fuerza aquella pasión que sintiera por ella, creo sin temor a equivocarme, que si se le hubiera ocurrido pedirme que desertara, yo me encontraría en estos momentos viviendo en Venezuela, aunque me acusaran luego de traidor a la Patria, en mi interior yo sabía que no traicionaría a nadie, y que si me quedaba en ese país lo hacía solamente por amor.
  Solo Dios sabe por cual motivo nos separó aquellos días que eran decisivos en mi vida, tal vez, quiso ahorrarme la vergüenza de llevar el cargo de conciencia por haber abandonado a mi hijo, quizás, quiso mantenerme unido a mi joven esposa en aquellos difíciles momentos, solo Dios sabe todo esto. Partí nuevamente con una herida recién abierta, en el puente me mostraba taciturno y esquivo, no deseaba hablar con nadie, una semana después disfrutaba de la compañía de mi hijo y hasta hoy puedo decir con orgullo, que tengo una hermosa y muy unida familia.
  He hablado de Marianela, su madre, hermanas, padre, sin mencionar nombres ni apellidos, todos los tengo guardados en mi memoria, su dirección, su casa, todo lo conservo con la misma frescura que las viví hace veintiséis años. No hago mención de ellas porque no es mi intención causarle el más mínimo problemas a estas queridas personas. Marianela debe ser hoy una honorable mujer y ejemplar esposa, la madre más tierna y dulce entre las madres, debe ser adorable porque eso se sabe desde temprano. Yo sé perfectamente que las piedras rodando se encuentran, el Internet tiene un poder incalculable, y por esa razón he escrito estas líneas para ella, si alguien de los que la leen la conoce, hágaselo llegar, dígale que estas son las cenizas de aquel fuego que consumió nuestros corazones, y que si en algo nunca le mentí, eso lo escribí en mi gorra.
 

................................... Marianela se marchó sin que me diera cuenta, caí en un profundo sueño cuando disfrutaba su compañía, sentía sus manos sobre mis cabellos y un beso que debió ser el de despedida................... Estiré el brazo para apagar la alarma del despertador, siempre me quedo rezagado unos minutos más, yo sé que el reloj se encuentra adelantado unos minutos, por eso lo hago, pero un día me fallaron los cálculos y me quedé dormido, llegué tarde al trabajo. Despacio y evitando hacer ruidos me levanté, allí estaba mi esposa, es encantadora a pesar de que ya han pasado muchos años desde nuestra boda, no quería que se despertara porque ella llega muy tarde de su trabajo.................. En el baño, mientras me lavaba la boca y la cara, observé mis arrugas, no son tantas pero aumentarán poco a poco, mi cabello es cada día menos coposo y el negro le cede el paso al plateado, pronto seré abuelo pienso, este sueño se demoró veintiséis años en llegar a mi cama, si tengo que esperar nuevamente el mismo tiempo para volver a disfrutar de esto tan dulce, es posible que ya no me encuentre entre los vivos, ese será mi más preciado equipaje para ese viaje sin regreso...........
................ Todavía no comprendo que relación guarda con nuestras vidas, aquel edificio viejo, el parque sucio y el río de aguas negras............... Antes de que se me olvide, díganle también, que si existe otra vida iré todos los días por la Cota Mil y esperaré por ella.
 
 

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
18-11-2000.