A Marianela.
Ayer soñé con Marianela, es algo raro pero fantástico,
nunca sueño con las personas a las que he querido, son cosas del
cerebro, digo, deben ser cosas del mío. Muchas veces me he acostado
a dormir pensando en una persona, para tratar de llamar ese sueño
que me lleve hasta ella, pero el cerebro es egoísta y dominante,
trae lo que quiere él, muchas veces son gente desconocidas, y entonces
compartes toda una noche con ellos en la intimidad de tu cama.
Marianela apareció después de veintiséis
años de ausencia, me esperaba sentada en un pequeño muro
frente a un edificio casi en ruinas, carcomidos sus ladrillos por esa insaciable
hambre de los vientos y la lluvia torrencial de los años. No le
quedaban rastros de pintura que delataran fuera alguna vez nuevo, parecía
un edificio construido a propósito muy viejo. Frente a ese edificio
viejo donde se observaba movimientos de personas entrando y saliendo, había
un río de aguas muy negras que despedían un horrible vaho
a azufre, dudo que dentro de esas aguas existiera vida, era deprimente
y doloroso verlo. Junto al río y frente a ese edificio había
un parque, tan sucio como el río y tan viejo como el edificio, sucio
estaba todo lo que alcanzó ver mis ojos, las aceras, los árboles,
los bancos donde se encontraban hablando personas tranquilamente, mientras
los niños jugaban en ese parque que parecía un basurero.
Lo hacían con tanta naturalidad que parecían adaptados a
vivir en armonía con toda esa suciedad, no se molestaban.
Marianela al verme se levantó del muro, era un muro muy
bajito, y partió corriendo a mi encuentro, ella era algo anacrónico
en aquel paisaje incomprensible, yo nunca lo había visto, no podía
asociar las relaciones entre el parque, el edificio, aquel río muerto
y podrido, más esa gente indiferente a su entorno. Sonreía
mientras corría mostrando una hermosa colección de perlas
detrás de sus labios, entonces, nos abrazamos como hacíamos
hace veintiséis años, colgada de mi cuello y separada del
piso, yo la soportaba con mucha facilidad, ella era una muñequita
muy delgadita, pesaba lo mismo que una pluma y cuando se ama no pesa nada.
De ella me gustaba todo, su pelo, sus ojos bien negros contrastando con
aquella divina palidez, su frágil cuerpecito de piernas hermosas,
su risa, sus labios, su aliento me embriagaba, siempre trataba de respirarlo
bien adentro y no dejarlo escapar de los pulmones, para que luego recorriera
todo mi cuerpo alimentando mis venas, para llevarlo impregnado por mucho
tiempo. No sé por cuál capricho del cerebro, me la trajo
después de tantos años separados, hasta aquel paisaje muerto,
tal vez lo hizo para ahorrarme trabajo y la identificara pronto, qué
tonto es mi cerebro, a Marianela la hubieran vestido de rosa y yo soy capaz
de identificarla dentro de un mar convertido en rosal solo por su fragancia,
lo mismo, si la hubieran convertido en mariposa, sus colores y vuelos eran
muy fácil de adivinar, solo hay que estar enamorado para ello.
Luego de aquellos acostumbrados besos, caminamos un poco, me
embargaba la duda, yo la encontraba a ella igual que la última vez
que nos vimos durante la más cruel despedida, no había cumplido
los dieciocho años, pero, no sabía como ella me veía.
Miré por todos lados y no encontré señal alguna de
un espejo, eso me sucedía en todos los sueños donde solo
he mirado, pero nunca me he visto. Debí estar como antes, como cuando
nos conocimos, cuando yo tenía veintitrés años, por
algo me reconoció tan pronto y eso me tranquilizó enseguida,
por eso, deseaba de todo corazón disfrutar aquel encuentro. Conversamos
un ratico con unas niñas muy alegres, todos se encontraban alegres
en medio de aquella suciedad, seguía sin comprender, hasta que de
pronto desaparecimos de aquel horroroso paisaje, en un viaje volátil
como el que solo se da en los recuerdos y aparecimos sentados en la Cota
Mil.
A nuestros pies las luciérnagas centelleantes de una
ciudad que vive sobreponiéndose a la oscuridad de la noche, éramos
dueños de ella y del cielo que ellos no podían observar por
el resplandor de aquellas luces, así, en el medio del camino entre
ambas, nos dimos el primer beso, atraídos por una fuerza extraña,
sin que intermediaran muchas palabras, ambos caímos abatidos por
un solo flechazo.
Marianela fue el único amor que conocí fuera de
las paredes de mi casa, nunca había creído que se pudiera
amar en tan poco tiempo, nadie sabe cuando puede suceder esto, nadie es
dueño de su corazón, no valen de nada la edad ni la experiencia,
menos aún esquivarlo porque el amor te persigue y aunque te resista,
él sabrá guiarte tus pasos, luego, detrás de dos enamorados
no hay mas existencia que la de ellos mismos, solo el infinito de aquellas
adorables estrellas.................
Fue por el mes de Agosto del año 1974, lo recuerdo perfectamente
porque mi cumpleaños lo celebré por lo grande en Caracas
y es el 6 de Septiembre. Recibimos la noticia de que nuestro buque haría
un viaje a Venezuela para cargar arroz en Puerto Cabello, en esos tiempos
ambos países no tenían relaciones comerciales ni diplomáticas,
razón por la cual, el “Jiguaní” sería el primer buque
en tocar puertos venezolanos, después de aquel famoso escándalo
producido por la captura del buque pesquero “Alecrín”, mientras
transportaba armas para las guerrillas de ese país. No podía
ocultar la emoción que me produjo aquella noticia, ya conocía
algo del mundo pero muy poco de nuestro continente, solamente había
viajado a Chile, Perú y Canadá. El barco fue avituallado
de una manera muy especial, recuerdo que lo hizo la empresa CUBALSE, que
en aquellos tiempos, solo se dedicaba a servir a los buques extranjeros.
Así y por primera vez, nos sirvieron productos de exportación
de muy buena calidad, se excedieron en la cantidad de cervezas y
rones, los cigarrillos no eran los que normalmente consumíamos en
los barcos cubanos, reforzaron al personal de cámara y para ello
nos mandaron al mejor mayordomo de la flota, me refiero al negro Baró,
todo un maestro en el arte culinario, y con ello comprendí que eso
era lo que los zapadores llaman un “Caza-bobos”, o sea, una mina atada
a cualquier objeto que le llame la atención a una persona.
Nosotros éramos el “Caza-bobos” al servicio de Cuba,
daríamos una imagen falsa de la verdadera situación en el
país, como lo hicimos en Chile y muchos lugares, era una trampa
que no fallaba, la gente saldría hablando maravillas no del buque,
lo harían del país.
Cuando llegamos a Puerto Cabello la carga no estaba lista y
tuvimos que fondear fuera del puerto por ella, ese día y como me
encontraba de Tercer Oficial, decidí darle mantenimiento al bote
de servicio que teníamos a babor de la bodega número cinco,
como el clima era bastante caliente me puse a trabajar con unos calzoncillos
que parecían una trusa, recuerdo que la tela era de los colores
de un leopardo y los había comprado en Holanda, mientras trabajaba
y bromeaba con los marineros, tomaba también un baño de sol.
Estaba muy entretenido en mi faena y no me percaté de la presencia
de una lancha junto a la escala real de estribor, me enteré de ella
porque un marino vino a decirme que alguien de la lancha preguntaba por
mí, lo mandé al carajo porque era imposible que visitando
por primera vez ese país, persona alguna llegara en una lancha solicitándome,
me equivoqué, el marino siguió insistiendo y me dijo que
no era jodedera, así que en calzoncillos como estaba, me llegué
hasta la banda de estribor donde se encontraba la lancha, y al momento
retrocedí rápidamente cuando comprobé que venían
mujeres de pasajeras, me llegué hasta el camarote y me puse un overall
blanco.
La lancha tenía dificultades para arrimarse al buque
debido a la marejada que existía en esos momentos, entonces el Capitán
desde el puente les dijo que esperaran a que él hiciera un giro
con el buque, para poner a la lancha al socaire del viento y la marejada,
fue en ese tiempo que veo salir del interior de la lancha a Martínez,
quien fuera profesor mío de astronomía, los marineros no
me habían mentido, pero cómo me iba a imaginar que me encontraría
con él en su país. Vivió en Cuba durante varios años
y si no me equivoco, llegó a ser novio de una de las hijas de Ramón
Castro o de Raúl, no recuerdo exactamente, pero si, que se peleó
con ella alegando que era muy dominante.
Los esperé junto a la escala y una vez sobre cubierta,
Martínez me presentó a todos como su mejor alumno, luego
de los apretones de mano los conduje hasta el camarote del Capitán,
aquel grupo estaba compuesto por Marziota, un funcionario del Ministerio
de Transporte que había asistido en Caracas a una conferencia sobre
la Supervivencia de la Vida Humana en el Mar, éste hombre
tenía un hermano en la marina mercante, quien había navegado
como timonel a bordo de nuestro buque y más tarde se dedicó
al Partido por entero, ambos eran hijos de un italiano. No recuerdo muy
bien si lo acompañaba otro cubano en esa comitiva, pero debe haber
sido así, los funcionarios cubanos casi nunca viajaban solos. Además
de Martínez, venía una mujer sumamente bella, era baja de
estatura y achinada, de una blancura muy atractiva, luego me enteraría
que era la esposa de un alto funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores
de Venezuela, llegó también una señora de ojos celestes,
con el pelo de rubio que supuse era teñido pero que hacían
una bonita combinación con sus ojos y por último, una jovencita
muy simpática, me llamó la atención desde que abordó
nuestro buque, pero nunca la miré con otros ojos que no fueran los
de encontrarme ante una muchacha.
Cuando los dejé en el salón de recepciones del
buque me retiré a bañarme y vestirme correctamente para la
hora de la comida, los visitantes, como eran tan numerosos comerían
en el segundo turno y así se lo hice saber al mayordomo, por instrucciones
expresas del Capitán Héctor.
Cuatro horas después, cuando solicitaron los servicios
de la lancha para que los regresara a tierra, la marejada había
aumentado y cuanta maniobra se realizó para que se pudiera abarloar
a nosotros fueron infructuosas. Por lo peligrosa de la situación
se canceló aquellos intentos y se informó a la Capitanía,
que los visitantes pernoctarían en el barco hasta esperar que el
tiempo mejorara a la mañana siguiente.
Esa afortunada noche se les ofreció una recepción
a los visitantes, nuestro buque contaba con un Combo (grupo musical) que
aunque aficionados, nos deleitaban durante las travesías, estaba
dirigido por el timonel Alarcón y contaban con muy buen repertorio,
me invitaron a aquella pequeña fiesta donde mis primeros intercambios
de palabras sucedieron con Martínez, hasta que sin darme cuenta,
me encontraba sentado al lado de la chica llamada Marianela, su madre no
dejaba de ponerle atención a nuestro diálogo. Era una muñequita
muy curiosa, creo, haberme llamado mucho la atención de que a pesar
de su juventud, poseía una exquisita y refinada cultura, ahora no
recuerdo muy bien si estaba en proceso de ingresar a la Universidad para
estudiar algo relacionado con la Diplomacia.
La mayor parte del tiempo la consumimos hablando de literatura,
yo leía mucho en esa
época, era una enorme polilla que devoraba cuanto libro caía
en mis manos, siempre tuve ese hábito que en la marina se convirtió
en vicio, tiempo me sobraba para ello. Me asombró mucho en esa conversación,
los conocimientos que ella tenía sobre una variedad muy grande de
escritores universales de todos los tiempos, coincidimos en nuestros gustos
por ciertas obras y autores, me asombré, porque a esa edad son muy
pocos los jóvenes dedicados a este sano placer. Hubo un punto de
nuestro intercambio de conocimientos en los que ella me derrotó
sin ningún tipo de piedad, ocurrió, cuando me preguntó
por Bolívar, sentí una vergüenza horrible, conocía
al Libertador como todos los de este continente, pero ignoraba totalmente
su historia y no fue mi culpa. En los programas de estudio en nuestro país
se tocaban a estos héroes latinoamericanos de una manera muy pobre,
la historia de América era la nuestra, la más importante,
nosotros éramos América, fuera de nosotros, solo existían
la revolución, Lenin, Marx y la Unión Soviética. Gracias
a ella partí de ese país con una pequeña carga de
libros, que me enseñaron quiénes eran cada uno de nuestros
próceres, conocí a Manuela Saenz, Negro Primero, oí
hablar por primera vez del sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal
y de su libro prohibido en casi todo el continente llamado “En Cuba”, curiosamente
lo introduje clandestinamente al país, donde nunca fuera publicado.
Para sacarme de mi apuro supongo, me dijo que nunca había
visitado el puente de mando de un buque, y luego de pedirle permiso a su
madre, concedido con toda la desconfianza del mundo, la conduje hasta el
puente, donde le mostraba todos los equipos mientras le explicaba sus usos
y ella oía sin prestarle mucho interés, por primera vez la
encontré más mujer, mucho más atractiva y se lo dije,
siempre fui así con las mujeres, a ella eso le gustó más
que todas las explicaciones sobre equipos que nunca utilizaría en
su casa. Abrí la puerta del alerón de estribor y salimos
del aire acondicionado, recibí con mucho agrado aquel golpe en pleno
rostro de la brisa marina, húmeda y cargada de salitre, del que
me alimenté durante muchos años como si bebiera del seno
de una madre hasta que me hizo todo un curtido hombre. Me despeinó
con brusquedad, el viento estaba contento también por aquel inesperado
encuentro, entonces, sin el menor recato y con todo el atrevimiento del
mundo, la despeinó a ella para que yo la encontrara aún más
bella, tal y como era, sin nada de pinturas en su juvenil rostro que sonreía
por las ocurrencias de aquel viento loco mostrándome aquellas preciosas
perlas que ocultaba en su boca de ángel. Juntos, muy juntos, nos
asomamos a la baranda y disfrutamos del choque de las olas perdidas en
su camino contra la fortaleza de nuestro casco, rebotaban con fuerza y
luchaban con las otras que trataban de atacarnos, pude sentir el roce de
nuestros brazos mientras nuestros ojos se dirigieron al cielo para encandilarse
con la belleza del firmamento, entonces allí le hablé de
algunas estrellas mis entrañables compañeras de viaje, esta
conversación le interesaba mucho más que las de los equipos
electrónicos, aquellos solo están vivos cuando se conectan
y sus pasos por esta tierra son muy cortos, las estrellas son eternas.
No dejé de sentir su proximidad aquella noche ni nunca, solo bastó
un roce de nuestra piel para que nos trasmitiéramos todo el amor
del mundo, vi por momentos el reflejo de las estrellas en sus ojos, así
la vi en mis sueños cuando estábamos sentados en la Cota
Mil.
Su madre llegó acompañada de varios visitantes,
era lógico que se hubiera preocupado por su princesita, se repitió
la escena de la explicación de los equipos y prendí el radar
para verificar la posición del buque. Era muy tarde y todos nos
fuimos a dormir, los visitantes serían distribuidos en los camarotes
dedicados exclusivamente al pasaje.
Después de desayunar me quedé como hacía
de costumbre fumándome un cigarrillo en el salón de Oficiales,
al poco rato fueron llegando los visitantes, lo más seguro es que
hayan sido despertados por la campanilla tocada por el camarero para anunciar
las comidas. Ella pasó con su mamá y yo continué allí,
ya no me interesaba darle mantenimiento al bote de servicio, permanecía
sentado más del tiempo acostumbrado, atado por una fuerza extraña.
Después que ambas hubieron desayunado, Marianela vino directamente
hacia mí y me entregó una tarjetica con su dirección
y número de teléfono, me pidió que en cuanto atracara
el buque la llamara por teléfono y si se me ocurría llegar
a Caracas la visitara, una hora después nos despedimos y pensé
que sería para siempre, Caracas me quedaba a más de doscientos
kilómetros, una distancia demasiado larga para un marino con poco
dinero.
Puerto Cabello era un puerto pequeño, luego de bajar
a tierra comprobé que era algo similar en tamaño al pueblo
de Regla, solo se diferenciaba de éste en que Puerto Cabello era
llano, aunque al final de lo que pude observar por los binoculares, existía
una elevación con algo similar a una fortaleza. Sin embargo, superaba
a Regla en su belleza y limpieza, la gente no se diferenciaba mucho a la
nuestra, hablaban parecido a los orientales, con ese cantaíto que
los distingue de los habaneros, pero en todo lo demás, los venezolanos
son la gente que más se parece a nosotros en todos los aspectos,
dicen que los puertorriqueños son muy parecidos también.
Como estaba libre el día del atraque, salí con
el viejo Jefe de Máquinas Orlando del Río para la calle,
teníamos un pacto secreto entre ambos, cuando andábamos en
el extranjero y como él recibía un dinerito extra como gasto
de representación, no me dejaba pagar nada. Cuando nos encontrábamos
en Cuba y por tener él una retahíla de hijos regados por
todas partes, entonces yo no lo dejaba pagar nada. Era un hombre de origen
humilde, muy sencillo y se hizo Jefe de Máquinas empíricamente,
por ello, yo lo ayudaba en los cálculos de la cantidad de combustible
que tenía a bordo. Río no era un gran técnico teóricamente,
pero en la práctica no existía el mejor entre los graduados
en la Academia, que le pusiera un pie por delante, era sencillamente tremendo
mecánico.
Salimos del puerto sin dirección fija, solo a explorar
como hacíamos siempre, así que doblamos a la derecha y anduvimos
unas dos cuadras hasta encontrarnos frente a un frondoso parque, en esa
esquina había un bar, pero era muy temprano para ponernos a beber
y nos encontrábamos muy cerca del puerto, así que no nos
detuvimos y continuamos nuestro camino. Nos acercamos a la orilla del mar
en lo que es un pequeño malecón, comprobamos que el pueblo
no era muy largo y que ese malecón era continuado por una playa
que al final doblaba en ele, y seguía hasta muy lejos bordeada por
cocoteros. Despacio y observando lo poco que brinda Puerto Cabello en esa
dirección, seguimos el camino paralelo al mar como si estuviéramos
condenados a vivir muy cerca de él, allá donde la dirección
de la playa cambia casi bruscamente y donde nacían los primeros
cocoteros, habían varias fonditas con techos de guano que nos recordaron
a las nuestras en tiempos que ya se iban borrando, una de ellas y creo
que la mayor, se llamaba “El Pescaíto”, estaba casi vacía
y decidimos descansar bajo ese techo de palmas, mientras nos tomábamos
un delicioso café y la vista se perdía inoportunamente en
un mar con calma chicha, como si nunca lo hubiéramos visto así.
De vez en cuando nos llegaba una leve brisa con sabor a algas marinas,
uno que otro botecito era varado en la playa y veíamos como su remero
llegaba hasta la fondita con una ensarta de pargos, rabirrubias y chernitas
entre otros, luego, regresaba a su bote guardando algo en los bolsillos
de su pantalón corto, empujaba su nave hasta donde el agua le llegara
a los muslos y saltó a su interior de la misma manera que lo hacían
los jinetes para montar sus caballos, después, fue rompiendo esas
aguas tranquilas con sus remos.
Media hora después y siendo aproximadamente las doce
del mediodía comenzaron a llegar parroquianos, ya nuestra mesa mostraba
dos botellas de cerveza Polar vacías y dos nuevas, totalmente llenas
y heladas, habíamos comenzado nuestra jornada, yo sabía que
no tendría éxito alguno si le solicitaba a Río que
nos marcháramos, después de la segunda cerveza encargó
dos pargos fritos con yuca y ensalada que tenía incluida una deliciosa
lasca de aguacate, aquel gran plato no costaba más de dos dólares
y se podía quedar lleno a reventar. Nos tomamos otro descanso antes
de solicitar la próxima cerveza mientras aquella fonda se llenó
de gente, de todos los colores y sexos, de edades diferentes, gente alegre
y jodedora como nosotros, sentí encontrarme en Oriente.
Ya oscuro y cuando nuestra mesa mostraba con orgullo más
de veinticuatro botellas vacías, unos jóvenes que se encontraban
en una mesa contigua a la nuestra nos piden fósforos, y les lancé
mi cajetilla, pude observar como después de encender sus cigarrillos,
se dedicaron a mirar aquella extraña caja de fósforos para
ellos. Sin poder evitar esa curiosidad que sentimos los latinos por saber
algo, uno de ellos se aproximó a nuestra mesa.
-Si no les molesta pudieran decirme de donde son ustedes.- Dijo con
mucha cortesía aquel joven de piel cobriza por el sol.
-Compadre, somos cubanos.- Respondí sin adornos.
-¿Cubanos de aquí o de allá?- Preguntó
más intrigado aún.
-Cubanos de allá, de la isla.- Contesté con naturalidad
mientras Río solo observaba.
-Chamo, si son de la isla, ¿qué hacen acá?-
-Compadre estamos en un barco mercante atracado en el puerto.- Los
otros acompañantes de ese joven seguían con la vista el intercambio
de cortas frases entre nosotros, y me imagino que trataban de leer el movimiento
de nuestros labios, porque la música de la vitrola dejaba muy poco
espacio para oír algo, por cierto, ya había escuchado algunos
números de Barbarito Diez, Aragón, Lino Borges y Benny Moré,
toda una reliquia que me sorprendió mucho, creo que a Río
también aunque no era un gran amante de la música. Aquel
muchacho me dio las gracias con mucha educación y se marchó
a su mesa donde lo vi dando una conferencia a sus desesperados amigos.
Al rato el camarero nos trajo dos botellas de cerveza que no
habíamos solicitado, nos dijo que era una invitación de aquellos
jóvenes curiosos, diciendo esto tomó dos botellas vacías
de nuestra mesa y las colocó en la de ellos, se lo agradecí
con un saludo de manos. Media hora después no podían ocultar
sus deseos en compartir con nosotros, por eso nos pidieron que liquidáramos
nuestra cuenta y nos mudáramos para su mesa, así hicimos
y allí nos recibieron con ráfagas de preguntas, todos querían
saber de Cuba y su revolución, siempre fue así. Compartiendo
con ellos llegaron unos militares y le solicitaron la identificación
a cada uno de los parroquianos, nosotros mostramos un pase que nos dieron
en el barco y no tuvimos problemas, era una operación en búsqueda
de Douglas Bravo el líder de las guerrillas, que se había
escapado de prisión o algo por el estilo.
Antes de despedirnos de aquellos muchachos, nos manifestaron
que eran de Caracas y que al día siguiente partirían para
allá como hacían los fines de semana, ya que se encontraban
realizando prácticas en una refinería en ese pueblo, ellos
eran graduados de ingeniería petroquímica o algo parecido,
no puedo recordar con exactitud. Río ya tenía más
de cuatro tragos arriba y le daba lo mismo Juana que la hermana, aceptó
la invitación y me dijo; <<De los cobardes no se ha escrito
nada, vamos a conocer Caracas mañana.>> Se lo tomé como una
broma o borrachera, pero al despedirnos de los muchachos a la entrada del
puerto, coordinó el punto y la hora donde nos encontraríamos
al día siguiente.
Después del desayuno Río me fue a buscar al camarote
para recordarme nuestro compromiso, entonces me dije; <<De los cobardes
nunca se escribe, ¡Pa Caracas carajo!>> Al poco rato de estar allí,
en la acera del bar que quedaba frente al frondoso parque, llegó
el muchacho en su VW, pero nos pidió esperar unos minutos más,
porque llegaría otro amigo que deseaba conocernos, así fue,
llegó otro que no había estado la noche anterior en la fondita,
éste poseía un flamante LTD convertible de la Ford de color
rojo. Luego de las presentaciones aquel hombre nos dijo que como nos dirigíamos
a Caracas, pasáramos por su casa en Valencia desde donde había
llegado para conocernos, y luego de compartir un poco con su familia continuáramos
viaje, no lo encontramos mal y arrancamos por esa autopista que conduce
a Caracas, delante de nosotros nos esperaba lo desconocido, pero de lo
cual no podré arrepentirme nunca en la vida, una maravillosa ciudad
que se devora en la medida que vas descendiendo hasta el fondo de ella
y te traga dentro de su mundo.
El hombre del LTD rojo resultó ser un ingeniero de una
refinería en Puerto Cabello, no recuerdo si de la Mobil Oil y al
llegara a su casa y presentarnos a su familia, puso a su esposa a
freír tostones y chicharrones de puerco mientras colocaba al lado
de Río una caja entera de ron Cacique, me dio por pensar que se
había jodido el viaje a Caracas en cuanto Río probara el
ron. Después de la cuarta botella vacía llamé a Caracas
y hablé con la chica, ella prometió que me esperaría
a cualquier hora que llegara, calculé que sería para las
nueve de la noche aproximadamente y así fue.
Nada fácil separar a Río de aquellas botellas
pero gracias a Dios me lo pude llevar, algo muy curioso y que me puso en
estado de alerta nos sucedió entre botella y botella, aquel hombre
se identificó rápidamente como una persona de ideas izquierdistas
y simpatizante de la revolución cubana, eso no me asombró
y ya estaba acostumbrado oírlo, pero en medio de esos tragos, se
ofreció a entregarme documentos secretos de la refinería
para hacerla llegar a Cuba. Nada de eso me gustó y le respondí
que éramos simplemente marinos mercantes, que debía buscar
otra vía más segura para hacer llegar esos documentos. Temí
que fuera una trampa tendida por la inteligencia venezolana, o que sencillamente
estaba ante la presencia de un tipo medio loco, además de eso, de
aparecerme en Cuba con esos papeles era muy probable que yo tuviera problemas,
después de la clara negativa no hubo más insistencia y así
medio borracho me llevé a Río rumbo a Caracas, todo el viaje
lo realizó medio dormido con parte de la ventanilla abierta para
que el aire lo refrescara, afortunadamente antes de llegar a esa ciudad,
se encontraba casi recuperado.
Llegamos a casa del chico y desde allí volví a
llamar a Marianela, serían las ocho de la noche y le prometí
estar en su casa antes de las nueve, el muchacho cambió de auto
después de bañarse y partimos, cuando llevábamos varios
minutos viajando hacia el centro, me pide la tarjetica con la dirección.
-¿Tu estás seguro de que te van a recibir en esta casa?-
Preguntó sin poder ocultar la curiosidad.
-Bueno, has visto que he llamado en dos oportunidades, ¿por
qué lo preguntas?-
-Porque esa dirección queda en una de las zonas exclusivas de
Caracas, o sea, donde vive gente de billete, y si acabas de llegar a este
país y te empatas con una chica que vive allí, eres un tipo
afortunado, de veras.-
-No, resulta que ella es una chica muy jovencita que estuvo en el barco
con su mamá, pero yo no estoy empatado con ella.-
-Como quiera que sea, apunta mi teléfono y dirección,
no olvides que mañana regreso a Puerto Cabello a las cuatro de la
tarde.- Por detrás de la tarjetica anoté sus datos y a los
pocos minutos parqueaba su auto frente a una hermosa casa, cruzamos el
jardín y cuando toqué el timbre de la puerta, fue ella quien
me recibió con una sonrisa de la que se ofrecen a los amigos de
los años. Luego apareció su mamá y Marianela aprovechó
para llevarme a otro salón donde colgaban varios cuadros pintados
por ella y otros comenzados, cada vez me sorprendía más,
explicándome cada uno de ellos el muchacho que nos trajo anunció
que se retiraba y fui a despedirlo, luego, le dije a la chica que tenía
intenciones de regresar esa misma noche a Puerto Cabello. Le pidió
permiso a su madre para sacarme a dar una vuelta en auto ante la intención
nuestra de regresar y partimos, mientras Río quedaba sentado ante
una botella de ron Havana Club que la madre de Marianela había
traído de Cuba, siempre le pedí que bebiera despacio.
Yo masticaba goma de mascar con mentol, uno detrás del
otro para eliminar el desagradable aliento etílico, yo no había
bebido con la furia que lo hizo Río cuando se vio sentado al lado
de doce botellas, si lo hubiera dejado, todavía estuviera bebiendo
como un camello, aún así, nunca me gustó hablar a
una mujer con olor a alcohol en la boca a menos que ella estuviera bebiendo
conmigo.
La Cota Mil quedaba bastante cerca de su casa, una vez allí,
el espectáculo que ofrecía Caracas a cualquier visitante
es impresionante, mucho más cuando se viene de un país donde
reina la oscuridad. El lugar estaba repleto de parejas de enamorados, salimos
del auto y nos sentamos en un pequeño murito, su hermana quiso mantenerse
dentro, era dos o tres años menor que Marianela, nos sentamos tan
juntos que volví a sentir esa agradable sensación del roce
de su brazo con el mío, la misma que sentí en el barco, y
mientras observábamos las luces de la ciudad hablando cosas sin
sentido, nos fuimos acercando lentamente hasta que llegamos a ser uno y
surgió el inevitable beso, largo, dulce como el que nos dimos en
este sueño, entonces, nos sentimos en el aire, volando por encima
de aquella maravillosa alfombra incandescente, flotamos dentro de un universo
que solo conocen los enamorados, luego, ardieron nuestras almas y cuerpos.
Regresamos pronto como le habíamos prometido a su madre
y por el camino me preguntó si ya habíamos comido, al responderle
que no, en cuanto llegamos a la casa se lo dijo a su mamá y partimos
con ella en busca de un restaurante. Por el camino paramos en un garaje
donde Río compró unas cervezas, bebía y sentía
que se aliviaba el ardor que llevaba por dentro, no el del amor que comenzaba
a sentir como un infante, el fuego que me producía el ron bebido
durante el viaje. Realizamos un recorrido por Caracas de noche y cuando
ya era demasiado tarde les pedí que nos llevaran hasta donde poder
tomar un taxi o autobús para regresar. La madre dijo que durmiéramos
en los muebles de la sala, porque todavía no conocíamos nada
de esa bella ciudad, la cual recorreríamos en la mañana.
Muy temprano nos fuimos a desayunar en un restaurante para luego
hacer el recorrido por Caracas, es una urbe encantadora aunque en las laderas
de sus montañas el paisaje no sea muy agradable. Casi al mediodía
subimos al teleférico, era impresionante cuando aquellas cabinas
paraban a medio camino y eran tomadas por las nubes pasajeras, no sentí
miedo, disfrutaba mucho de todo el paisaje, recuerdo que en la cima existía
un hotel y me parece que una pista de patinaje, a esas alturas, ya Marianela
y yo andábamos tomados de las manos, la madre solo nos observaba.
El tiempo es implacable con los enamorados, contábamos los minutos
que nos quedaban para estar juntos, después tal vez no volverían
a repetirse aquellos momentos. Luego de almorzar partimos en dirección
de la casa del amigo que nos había traído, Marianela y yo
decidimos esperarlo en el parqueo del edificio, ella no se desprendía
un solo segundo de mi cuerpo, entonces, un poco antes de partir me preguntó,
cuando regresaría de nuevo.
-¿Por cuál razón, es que no deseas volver a verme?-
-Me encantaría estar abrazado a ti durante toda la vida, pero
debes creerme que no puedo regresar.-
-Si, pero dame una razón que pueda convencerme.- Ya había
aprendido a decir la verdad a medias y no me importaba decirla una vez
más, lo único que podía suceder era perderla y éste
era el momento oportuno antes de que las cosas tomaran un cause más
doloroso.
-No puedo regresar porque solamente nos pagaron noventa bolívares
y ya lo he gastado, creo, que es una razón bastante fuerte y debes
comprenderme.- Extrajo del bolso que colgaba de su hombro una billetera
y la abrió ante mis ojos, pude ver en su interior cualquier cantidad
de billetes de distintos colores.
-Toma los que necesite y prométeme que vas a regresar.- Con
mis dos manos cerré aquella billetera y la deposité dentro
de su bolsa, su madre no había visto nada de esto porque estaba
conversando con Río de espaldas a nosotros.
-Perdóname, pero nunca me he atrevido a tomar dinero de ninguna
mujer, no puedo hacerlo, no está dentro de mí, discúlpame
te lo suplico.- Ella me abrazó y se puso a llorar aferrada a mi
pecho, aquello me partió el alma pero no podía dar marcha
atrás. Le levanté suavemente la cabeza y la besé en
los ojos, luego, con dulzura en la boca.
-Haré lo imposible por regresar, te lo prometo.- Ella me premió
con una sonrisa de niña y mujer, nos abrazamos y besamos para despedirnos,
ya me estaban esperando, le di un beso a su mamá y partimos, yo
hacía el viaje en silencio mientras Río y el chofer me dirigían
todo tipo de bromas, decían que yo estaba enamorado y no se equivocaron.
Esa noche en el barco pudimos ver la final del Campeonato Mundial
de Boxeo Aficionado que se estaba celebrando en La Habana, allí
vimos la gran rechifla que el público cubano le otorgó a
uno de sus campeones, me refiero a Rolando Garbey a quien los jueces beneficiaron
en sus votaciones en la pelea contra el venezolano Alfredo Lemus, quien
le había ganado de calle al cubano, unos años más
tarde le recordé a Garbey en Angola este capítulo de su carrera,
y todavía él se consideraba el vencedor, parece que todo
el público en el estadio se había equivocado.
A la mañana siguiente me incorporé al régimen
de guardias y comenzaba a pagar las deudas con el Segundo Oficial por hacerme
una durante mi estancia en la capital. Al mediodía, el Capitán
me pide que vaya hasta las Oficinas del Agente para enviar un mensaje a
La Habana, ésta se encontraba en las afueras del puerto, pero solo
a unos cincuenta metros de la entrada. Salir del confort del aire acondicionado
en esos momentos era una verdadera tortura, la temperatura nunca bajó
de los 30 grados centígrados y por lo general en horas de la tarde
se formaban fuertes turbonadas, que demoraban las lentas operaciones de
carga.
Cuando estaba llegando a la caseta donde se encontraba la aduana,
veo que entra Marianela con su mamá y una hermana, ella se adelantó
y prendida de mi cuello, después de intercambiar un beso me dijo
que venían por mí. Saludé a ambas con sonados besos
y les dije que me esperaran en el barco, porque debía hacer una
diligencia del Capitán.
Ya estaban almorzando y ocupé mi puesto en la mesa,
los oficiales que se sentaban a mi lado le cedieron el puesto a mi suegra
y cuñada, Marianela estaba al lado mío y mientras cenábamos,
se intercambiaban jaranas con el resto con el resto de la oficialidad,
luego del postre me retiré hasta el camarote el cual se encontraba
en la misma cubierta del comedor, seguido por mi pequeña.
-Marianela, ¿estás loca?, ¿cómo has hecho
venir a tu mamá hasta aquí?, ¿no te dije que yo no
tenía dinero para regresar a Caracas?- Le hablé en un tono
un poco serio, que ella supo destrozar con esa simpática sonrisa,
no había persona en el mundo que se le pudiera resistir, tal vez
digo esto porque me sentía enamorado.
-¿Ya terminaste de hablar verdad? Entonces ahora me escuchas
por favor, para mi mamá no es ningún sacrificio traerme hasta
aquí con el fin de buscarte, los otros días cuando vinimos,
ella puso sus dos autos a disposición de un grupo de personas que
verdaderamente no conocía, cómo puedes creer que se negaría,
ahora bien, con relación al dinero no te preocupes, yo tengo mis
ahorros que usaré para invitarte a pasar unos días en Caracas,
ya esto lo consulté con mi mamá y ella está totalmente
de acuerdo, de lo contrario no hubiera venido, muy bien, si tu no deseas
aceptar nada de mi dinero no te obligaré, tu vas como invitado mío
y yo asumo todos tus gastos, ¿estás de acuerdo?-
-No puedo estar de acuerdo porque es la misma cosa que si me entregaras
el dinero, ¿tienes idea de los gastos de todos esos días
que mencionas?, no Mari, no estoy de acuerdo.-
-Muy bien, esa debe ser tu última palabra, la mía es
la siguiente, recoge la ropa que vayas a llevar, porque nos vamos y no
hay más nada que hablar, te espero en el camarote del Capitán.-
Ahora la que pareció enojada fue ella, giró sobre sus pasos
y salió del camarote, yo la sentí subiendo la escala y fui
a lavarme la boca. Pasarían pocos segundos cuando el Capitán
bajó, aún yo me lavaba y oigo cuando dice a mis espaldas.-
-Compadre agarra la ropa que te vas a llevar y no te hagas de rogar.-
-Coño Hector, el problema es que no tengo ni un medio, ¿cómo
crees que voy a salir pegado?-
-A mi nada de eso me importa, el asunto es que si tu no vas yo no puedo
ir entonces a conocer Caracas, acuérdate que aquí tu eres
el dueño de los caballitos, y de verdad mi hermano, tengo unos deseos
del carajo de conocer esa ciudad.-
-¿Y el asunto de las guardias?-
-Ya yo cuadré eso con el Primer y Segundo Oficial en lo que
estabas en la oficina del Agente.-
-Coño, de verdad que esa muchachita es rápida.-
-Está enamorada, y no sé, pero me parece que tu también
estás medio cojío.-
-Jake Mate compadre, vamos hasta allá arriba.- Cuando llegamos
al camarote del Capitán ella me recibió con una pícara
sonrisa, y luego de coordinar todo lo relacionado a las guardias con los
otros Oficiales, partimos hacia Caracas.
Esta visita duró más de una semana, solo haré
un resumen de los aspectos más importantes de ella. Desde
ese mismo día fuimos a dormir a las oficinas de Prensa Latina, ésta
se encontraba en un edificio alto del centro de la ciudad, es una verdadera
pena no contar con un mapa para poder determinar el nombre de las calles.
Decidimos ir a dormir para allá porque era mucho más cómodo
para nosotros a la hora de dormir, bañarnos, cambiarnos de ropa
etc. Llegamos hasta ella porque ya el Capitán había sido
invitado por el supuesto periodista, en una visita que realizara a nuestro
buque. Héctor se independizó rápido después
de conquistar a otra muchacha, razón por la cual, solo coincidíamos
de noche o en algunos de los paseos que dio con nosotros, eso me dio mucho
más margen para conocer profundamente a Marianela. Por la mañana
ella pasaba por mí a eso de las diez y después de desayunar
en cualquier cafetería, hacíamos un recorrido por la ciudad,
esos recorridos diarios me ayudaron a conocer Caracas muy bien, al extremo
de que durante los últimos días, era yo quien conducía
el auto, provocando un gran nerviosismo en Héctor. Después
de esos recorridos, siempre por zonas nuevas de la ciudad, íbamos
para la casa donde nos poníamos a oír música, yo la
enseñaba a dar algunos pasos de Salsa (que en Cuba le llamábamos
Casino), nos tomábamos algún trago y ya a las dos o tres
de la tarde partíamos para un restaurante, durante todo el tiempo
que estuve compartiendo con ellos, nunca se cocinó en aquella casa.
Llevamos al capitán hasta el teleférico, luego
yo fui con ellas a pasarme un día en una casa que tenían
en la playa de Caraballeda, de paso visitamos la Guaira, me conocí
casi perfectamente las zonas de Altamira, La Castellana, Los Palos Grandes,
El Chacao y otros que no recuerdo su nombre.
Con el Capitán fuimos invitados a almorzar en el penthouse
de aquella hermosa mujer que visitó nuestro buque cuando llegamos,
al llegar al edificio notamos que estaba escoltado por hombres armados,
allí vivían personas importantes del primer gobierno de Carlos
Andrés Pérez. Resultó ser, que el esposo de ella estaba
encargado en esos momentos de los trámites para restablecer las
relaciones con Cuba. Al entrar en el lujoso apartamento, la sala se encontraba
decorada con una foto inmensa, dentro de un finísimo cuadro, donde
aparecían ambos esposos retratados con Fidel Castro, luego ella
nos mostró una gorra de campaña dedicada a ellos y firmada
por Fidel, además de un voluminoso álbum de fotografías,
todas de la pareja junto al Comandante.
Luego del protocolo que se produce en la primera ocasión
en la cual se visita a una persona, y con un poco más de familiaridad
en el ambiente, Marianela y yo salimos a la amplia terraza, creo que fue
allí donde hablamos más serio que nunca, tocamos muchos temas
de nuestras relaciones y su futuro. Por mi parte le expresé, que
aquella locura nunca iba a llegar a formalizarse, ella en cambio, me hablaba
de su disposición a casarse conmigo, por mucho que le explicaba
que en Cuba no existían las más mínimas condiciones
para que ella se fuera a vivir, ella le encontraba una solución,
le expliqué lo duro que era la isla, las privaciones que sufría
la población, la imposibilidad de brindarle un techo, etc., y ante
todo ese desfile de obstáculos, ella manifestaba que era capaz de
soportarlos. Tocamos el tema de mi deserción en Venezuela y mi posición
fue negativa, ella siguió insistiendo en irse a vivir a Cuba, contando
con la ayuda del padre. Yo tengo el firme convencimiento de que en aquellos
momentos, ella se encontraba enamorada de mí con la misma intensidad
que yo lo estaba de ella, y hay que sumar también a esta decisión
de soportar cualquier sacrificio en nombre del amor, que Marianela se encontraba
en esos momentos navegando en la cresta de una ola de ideas izquierdistas,
creo, que por la influencia recibida en la escuela. En su cuarto tenía
colgados en la pared posters de Camilo Torres y del Ché Guevara
Almorzamos una deliciosa comida criolla preparada por la señora,
que nada tenía de diferencia a la comida cubana, el esposo se encontraría
con nosotros en horas de la tarde, así que después de finalizado
el almuerzo, salimos en el auto de ella, un deslumbrante Mercedes Benz
a dar una vuelta por la ciudad, incluyendo la capilla donde guardan los
restos de Simón Bolívar y el Palacio de Gobierno, siendo
aproximadamente las seis de la tarde nos encontramos con su esposo en un
lugar determinado, era un tipo grandísimo que usaba barbas igual
a Fidel pero muy atento, creo, que sin habernos hecho la digestión,
entramos a un restaurante muy famoso en aquella época y que se anunciaba
por la tele, me refiero al “Rincón Criollo”, fue una cena de mucho
protocolo muy diferente al almuerzo que disfrutamos con la esposa.
Después de esa ocasión, me volví a reunir con
Héctor el día de mi cumpleaños, mi suegra me dio una
sorpresa, fuimos a un club llamado “Primera Plana” y el segundo show de
la orquesta me lo dedicaron con música cubana. Mi suegra era una
mujer bella que se mantenía muy bien después de haber tenido
varios partos, era de un carácter muy dulce y agradable, nunca la
vi pelear con sus hijas en todo el tiempo que compartí con ellas,
la llamo como suegra, porque sin haber formalizado aquellas relaciones,
Marianela y yo andábamos de novios con su consentimiento.
Luego de esos maravillosos días compartidos con ella
totalmente, y después de haber rehusado infinidad de invitaciones
hechas por personas de muy buenas posiciones económicas, para distintos
banquetes y fiestas, por el solo hecho de que era con ella, la persona
a quien deseaba dedicarle cada minuto de mi estancia en Caracas, así
como también, no deseaba que me tomaran como un objeto de exhibición,
pues la noticia de que habían cubanos de la isla en Caracas, formó
su revuelo en un círculo de personas, que se disputaban por tenernos
entre ellos y esa experiencia yo la había vivido en Chile, satisfacer
la curiosidad de muchos y hablarles lo que ellos deseaban oír, que
Cuba era un paraíso.
Después de esa vida antes desconocida para mí,
llegó el momento de despedirnos, otro trago amargo pero mucho más
amargo que la vez anterior, Marianela se convirtió de nuevo en un
mar de lágrimas, cuando me fueron a dejar en el edificio donde nos
quedábamos a dormir, a mí me partía el alma porque
yo lo sentía también, no creo haber dado en toda mi vida
de marino un viaje como aquel.
De nuevo en Puerto Cabello, las operaciones continuaban con
mucha lentitud debido a las lluvias, razón por la que todavía
el buque se demoraría, y todos los días siguientes me los
pasaría pagando las guardias que me habían hecho los otros
Oficiales. Uno de esos días, llegó Marianela nuevamente al
barco acompañada de una hermana, para decirme que las habían
traído su padre, pero que en la aduana no lo dejaban pasar porque
no tenía pase, con ellos viajaba también, uno de los dos
médicos que conocimos en Caracas y se encontraban trabajando allí,
por encargo de las Naciones Unidas.
-Muñeca, creo que ahora si te has vuelto loca definitivamente.-
Le dije después de besarla y besar a su hermana.
-¿Por qué lo dices?- Respondió ella con su risa
pícara.
-Sabes perfectamente que lo digo por tu padre.- Le contesté
eso porque hasta donde me habían contado ellas en mis viajes a Caracas,
su padre era algo muy próximo a un ogro. No vivía en la casa
por estar divorciado de la madre de Marianela desde hacía varios
años.
-Mi padre no se come a nadie.- Me contestó tranquilamente.
-Pero como ustedes decían.-
-Yo nunca te dije nada de mi padre, esos comentarios los hicieron mis
hermanas pero yo no tengo quejas de él.-
-Bueno, que sea lo que Dios quiera, vamos hasta la aduana para ver
que se puede resolver.- Cuando me lo presentó, el hombre me dio
un fuerte apretón de manos mientras me miraba fijo a los ojos, era
como si tratara de leer algo en ellos. Me causó buena impresión
ese saludo, nunca me han gustado los hombres que te brindan la mano con
la suavidad que lo hace cualquier mujer, por regla general y por la experiencia
adquirida durante muchos años de trabajo continuo con ellos, casi
siempre resultan personas cobardes e hipócritas. Saludé al
médico y me dirigí a la caseta donde se encontraba el aduanero,
me atendió con mucha cortesía y me explicó que por
ser sábado y pasado el mediodía, la aduana se encontraba
cerrada y de la única forma que podían pasar era si lo autorizaba
el Mayor que se encontraba de servicio en la Comandancia General. Le pedí
de favor que me concertara una cita con el mencionado Mayor, y después
de colgar el teléfono me explicó como llegar a la Comandancia.
Le pedí al padre de Marianela y al médico que me
esperaran unos minutos, mientras acompañaba a las muchachas hasta
el barco. Conversando con el Capitán me sugirió ponerme el
uniforme blanco de Oficial de la marina, era lo más adecuado para
visitar un campamento militar y así lo hice, al final tuvo razón.
El campamento se encontraba en las afueras de Puerto Cabello,
no recuerdo exactamente si en la misma carretera que se une con la autopista
que lleva a Caracas. Al descender del auto la posta se me cuadra militarmente
y yo respondo al saludo de igual manera, entonces salió un Sargento
de la caseta.
-¿Qué desea el señor Oficial?- Lo dijo en un tono
tan alto y chocando los talones de las botas mientras se cuadraba militarmente,
que por poco suelto la carcajada, lo saludé también.
-Sargento, tengo una cita con el Mayor.- Le contesté.
-Por favor espere unos segundos.- Se dirigió al interior de
la caseta y pude observar cuando hablaba por teléfono a través
de una amplia ventana.
-¡Cabo, lleve al señor Oficial a la oficina del Mayor!-
Entonces a una seña de éste lo seguí, todo esto ocurría
ante las miradas del médico y mi suegro. Aquel campamento es bastante
grande, tiene aspecto de ser una escuela militar, se encontraba pulcramente
limpio y a mi paso todos los soldados se paraban para saludar militarmente,
me dio la impresión de que eran alumnos o cadetes. Debo aclarar
a los que leen estas líneas, que toda aquella algarabía se
debía a la casi similitud que existe entre los grados de la marina
mercante y la de guerra.
Me trataron con mucha cortesía y compartí un trago
de ron a la roca con el Mayor, me prometió que cuando llegara a
la aduana ya estaría autorizada la entrada de esas personas. La
retirada fue similar en cuanto a la distribución de saludos, me
recordó aquellos tiempos que estuve en el ejército. Ya dentro
del auto y alejados de la posta, el médico pudo desahogar la risa
que llevaba dentro, diciéndome General y no sé cuantas cosas.
Efectivamente, casi no tuvimos que parar el auto, el mismo aduanero nos
hizo señas para que continuáramos. Llegamos hasta el camarote
del Capitán y allí se encontraba Marianela y su hermana,
éste llamó al Mayordomo para que nos pusiera el servicio
de almuerzo, ya las muchachas lo habían hecho con la oficialidad.
Después de almorzar y disfrutando de un trago de ron
en el camarote del Capitán, que a esa hora quería que mi
suegro los probara todos, el hombre se me queda mirando y me dice:
-Recoge tus cosas que nos vamos para Caracas.- Me quedé pasmado.
-Bueno, pero el problema es que me encuentro de guardia y esto me ha
tomado por sorpresa, yo no he coordinado nada con los otros Oficiales y
sinceramente me da pena volver a molestarlos.-
-Ve y recoge tus cosas porque ya todo está arreglado.- Me dijo
el Capitán.
-¿Cómo es eso Héctor?-
-Como lo oyes, en lo que estabas para la Comandancia Marianela se encargó
de hablarle a Luis y a Carlos.- La miré y no me quedó más
remedio que reír, ella no me quería mirar, entonces de un
salto se levantó y me tomó por el brazo.
-Vamos a buscar tu ropa, no oíste que todo estaba resuelto.-
Todos se rieron de las ocurrencias de Marianela. Bajamos y en el camarote
pudimos al fin besarnos, no digo yo a Caracas, hubiera ido hasta el mismo
infierno si ella me lo hubiera pedido. Media hora después partimos,
el médico se quedaría a bordo y yo haría el viaje
solo a la capital, Nela salía del muelle con mi gorra de Oficial
puesta, no podía negársela, ese fue mi único regalo.
Al rato de estar en la autopista, la hermana de Marianela inclina su asiento
totalmente, quedando en una posición donde se podía dormir
tranquilamente, pero al realizar esta maniobra obligó a Nela a sentarse
muy pegada a mí, a cada rato ella hacía por agarrarme las
manos y yo trataba de esquivarla, para que el padre no pudiera vernos por
el espejo retrovisor en esa agarradera, pero ella insistía constantemente,
hasta que por fin el hombre nos pilló.
-Sabes hija, que de los novios que has tenido el único que me
gusta para que te cases es Esteban.- No puedo ocultar que me quedé
frío con lo que acababa de oír, entonces ella me tomó
las manos y no volvería a soltarlas durante todo el trayecto.
-Pipo queremos casarnos, pero debe ser más adelante.- Contestó
ella.
-¿Para cuándo?-
-Para cuando regrese nuevamente.-
-¿Y eso para qué fecha será?-
-No hay fecha fija.- Dijo ella.
-¿Y tu no hablas Esteban o es que esta niña te va a gobernar?-
-Yo si hablo, solo que cuando ella me da una oportunidad.-
-Bueno, ahora pararemos en Valencia porque te voy a llevar a un lugar
que yo conozco, para que pruebes un plato típico venezolano.-
Parando y probando nos tomamos más de seis horas de viaje,
yo me sentí muy cómodo con el padre de Nela y parece que
le caí muy bien, luego, cuando nos dejó en la casa y las
chicas le hacían el cuento a su madre y hermanas, ninguna quería
creerlo y me preguntaban,<< ¿Qué le había hecho
al viejo en Puerto Cabello>>.
Pasé tres o cuatro días más en Caracas,
hasta que el Capitán me llamó por teléfono y me pidió
que regresara porque las operaciones estaban llegando a su fin. Esa fue
la peor de todas las despedidas, tanto para ella como para mí, durante
el trayecto en auto desde su casa hasta el centro de Caracas, no dejó
de llorar desconsoladamente recostada en mi hombro, nada de lo que dijera
su hermana mayor, quien estaba conduciendo en esos momentos, la calmaba,
creo que estuvo al borde de una crisis y aquella escena me produjo muchos
sentimientos, yo la amaba y no se lo decía, así de tercos
e inexpresivos somos muchos hombres, demasiados duros para soltar esa palabra,
solo alcancé a escribirla en el interior de la gorra, “Marianela
te amo”, minutos antes de que ella partiera de regreso a su casa y abrazados
en la acera frente a la puerta del edificio, me dijo; que una de las acciones
mías que más le había gustado, fue cuando no quise
aceptar dinero de ella. Las palabras escritas en aquella gorra fueron una
de mis grandes verdades y en la medida que me alejaba de ella, sentía
como se me desgarraba el corazón, estaba locamente enamorado de
aquella niña mujer.
La salida de Puerto Cabello tuvo mucha similitud a las normales
partidas de La Habana, la gente corriendo por el malecón habanero,
la gente de Puerto Cabello diciéndonos adiós con pañuelos,
otros tocaban el claxon de los autos y muchos intercambios de gritos y
saludos. Fue entrañable y muy grande la amistad que todos los tripulantes
hicieron con la gente de ese pueblo. Aquella pitada larga de despedida
a veces la llevo grabada en la mente, era la misma de nuestras llegadas
o salidas a La Habana, pitadas que al llegar producen risas y al partir
caras tristes, así estaba yo y aquella larga pitada me erizó,
sentía que dejaba algo muy valioso de mi vida, después, muchos
días de silencio. En mi camarote viajaba su presencia, allí
estaban sus fotos y los libros que me había regalado, recuerdo aún
sus títulos; El retén de Catia, Manuela Saenz la libertadora,
En Cuba de Ernesto Cardenal, Conferencia de Ernesto Cardenal en la Universidad
de Carabobo, Simón Bolivar y uno que narraba la vida de un delincuente
de apellido Brisuela titulado, “Soy un delincuente”, puso también
en aquella bolsa un disco del grupo español Fórmula V que
se encontraba en boga, y un pequeño cuadro al óleo pintado
por ella. Todas esas cosas las perdí en La Habana, solo conservé
el disco, hoy he vuelto a conseguir el mismo disco y cuando lo oigo, por
esa magia que tiene la música viajo hasta Caracas.
Varios tripulantes durante el viaje de regreso a Cuba, me preguntaron
si le había sacado plata a la muchacha, al parecer Río había
cometido alguna imprudencia al narrar su viaje a la capital, creo, que
nunca me había sentido tan ofendido y avergonzado como cuando me
hacían esa pregunta, a las que yo respondía con ofensas.
Parece que abundan las personas incapaces de comprender que hay cosas más
valiosas que el dinero, y que con todo el dinero del mundo no se pueden
alcanzar, el amor es una de esas cosas y yo logré obtenerlo de ella,
¿qué más podía pedir?
Por la popa de nuestro buque iban quedando muchos gratos recuerdos,
los de un pueblo muy parecido al nuestro, hospitalario, alegre, dicharachero
y muy solidario. Dejamos un país donde en aquellos momentos se respiraba
prosperidad, había pobreza como en todas las partes de este mundo,
pero no era generalizada y la gente se sentía contenta, quien hubiera
podido imaginarse que unos años después, la corrupción
de sus gobernantes lo llevaría casi hasta la bancarrota, era increíble
porque Venezuela siempre ha sido uno de los países más ricos
de este continente.
Como sabía que era muy difícil se repitiera un
viaje a este país, me resigné a viajar y vivir con mis recuerdos,
serían a partir de entonces como una vela que se va derritiendo
con el tiempo, y aquellos momentos amargos de la separación, se
fueron transformando en los más dulces y sublimes hasta el día
de hoy, ese es uno de los tesoros más grandes de esta vida que me
llevo para ese largo viaje.
En La Habana traté de reorganizar mis ideas y volver a
situarme en el presente que estaba viviendo, la presencia de mi joven y
adorable esposa acompañada de mi pequeño hijo, me ayudaron
a soportar aquel duro golpe. Era casado y se lo había ocultado a
Marianela, ella me preguntó una vez por esto y luego no insistió.
Le mentí si, pero lo hice por amor y por amor se realizan actos
increíbles, por amor se roba y se mata por ejemplo, yo solo mentí
para defenderlo porque estaba realmente enamorado y de ello no tengo la
menor culpa, nadie sabe cuando llega, ni nadie está preparado para
rechazarlo. Mi esposa no se dio cuenta de aquella situación y nuestras
vidas siguieron su cauce.
Uno de esos días en que me dirigía al buque para
realizar una de mis guardias, al llegar al portalón me informan
que el Capitán quería verme con urgencia, razón por
la que fui directamente a su camarote.
-Hay tres compañeros esperándote en el camarote.- Me
dijo con desacostumbrada seriedad.
-¿En mi camarote?- Pregunté sorprendido y él supo
a qué me refería.
-Si, yo lo abrí con la llave maestra.-
-Que raro, voy para allá entonces.- Aquello me intrigó
y puso a trabajar todas mis neuronas en cuestión de segundos, cuando
abrí el camarote comprobé que efectivamente allí estaban
esos individuos, quienes habían traído tres sillas del comedor
de oficiales y me reservaron la única que yo poseía junto
al buró. Luego de las presentaciones formales me sugirieron que
me sentara porque deseaban tener una reunión conmigo y así
lo hice, entonces, se inició un bombardeo desorganizado de preguntas
que se hacían en oportunidades de manera simultanea como tratando
de confundirme, yo las respondía una a una e ignoraba las que se
me hacían de esa forma. No deseo cansarlos ni hacer tan extensa
esta narración, porque aquello que ellos llamaron reunión,
y que resultó ser un interrogatorio, se extendió por más
de dos horas, en una lucha constante por desmentir todas las acusaciones
que se me hacían.
Como punto de partida me dijeron que ellos tenían información
fidedigna, sobre mis relaciones con una mujer de muy buena posición
económica en Venezuela y de mis constantes viajes a Caracas. Se
insistía mucho en la posibilidad de que ella me hubiera captado
para la CIA, nuestro eterno enemigo y fantasma que viajaba a nuestro lado
en el exterior. Indagaron mucho también sobre la madre de Marianela
y la posibilidad de que la agente fuera ella, debido a sus numerosos viajes
a Cuba, creo que fueron alrededor de nueve los que me dijo ella y confirmaron
estos agentes de la Seguridad del Estado, en fin, se sabían cada
uno de los pormenores de mis visitas con lujo de detalles, y en la medida
que ellos iban apareciendo, mi mente a una velocidad vertiginosa buscaba
un posible delator, pudo muy bien ser el Capitán Héctor o
el Jefe de Máquinas Río, pero la duda me invadía porque
existían datos que ambos desconocían y que fueron aportados
por estos personajes, fue entonces que me acordé de la gente de
Prensa Latina.
Verdaderamente sentí asco por aquellos individuos, nunca
pensé que un gobierno se ocuparía de la vida íntima
de sus ciudadanos y encontraba ilógica esa postura enferma de ver
enemigos donde quiera, hasta en las vaginas de las mujeres. Acepté
con valentía todo lo que se decía sobre mí, y rechazando
en todo momento que hubiera cometido un delito, era una situación
absurda la que me encontraba atravesando y esas pequeñas cosas fueron
las gotas que llenarían mi vaso. En esa época yo era militante
de la Juventud Comunista, había sido formado bajo ese sistema, me
sentía revolucionario y estaba convencido de que las cosas que se
estaban haciendo eran correctas, a los errores siempre les hallaba una
justificación, hasta que con los años éstas se agotaron,
sin embargo, nunca fui ese militante fanático ni furibundo, creo
haber sido un tipo crítico que se sentía con voz propia,
algo extremadamente peligroso en esa nación. Como estaba consciente
de los resultados positivos de los llamados “golpes de efecto” en los criterios
de esta gente, y que son en muchos casos determinantes a la hora de llevarte
un proceso en contra, y además, por sentirme verdaderamente ofendido,
al finalizar les dije esto:
<< En primer lugar; soy hombre y joven, me paso mucho tiempo
en el mar masturbándome y las mujeres me encantan, no me interesa
si es la hija del Presidente de los EU o la del Secretario del PCUS de
la Unión Soviética, si es una mujer allí voy a estar
detrás de ella, si no les conviene como soy, deben buscarse maricones
para tripular los barcos. En segundo lugar; estuve con esa muchacha de
buena posición económica, me di muy buena vida en Caracas
y me puedo considerar un afortunado por esto, entonces, si después
de todo lo que ustedes saben yo regresé a este país a comer
chícharos y huevos, no es para que me estén acosando en este
interrogatorio, tenían que haberme llamado y darme una medalla.>>
Encontré los resultados que esperaba, muchas justificaciones para
hacerme comprender que no me estaban interrogando, y que debíamos
estar siempre alertas por las armas tan sutiles que usaba el enemigo, cuando
terminaron su porquería se marcharon. Luego, estuve conversando
con Héctor y Río sobre estos acontecimientos y debo confesar
que creí en la sinceridad de ellos, entonces mis dudas se trasladaron
a Caracas.
Después de descargar el arroz venezolano, cargamos azúcar
con destino al puerto de Cádiz en España, parte de la tripulación
de ese barco había sido cambiada por nuevos marinos que pertenecían
a una generación de militantes del partido y la juventud. Aquella
familiaridad y alta moral que existían en los barcos iba desapareciendo,
la flota se encontraba en un avanzado estado de descomposición moral,
por esa razón me limitaba mucho más en mis relaciones personales
con los tripulantes, nunca se sabía donde se escondía la
traición. Seis años más tarde, el Partido del buque
organizó un acto de repudio contra Orlando del Río al manifestar
su decisión de abandonar el país vía Mariel. Increíble
pero cierto, yo me enteré de ello y me causó mucho dolor,
Río era un magnífico hombre, hace poco tiempo me dijeron
que había fallecido en la Florida. Después de descargar en
España cargamos en el puerto de Rotterdam para Cuba, ya el fuego
de aquellas pasiones vividas en Venezuela se iban consumiendo y me orienté
a buscar la paz con mis sentimientos.
Estando atracados en el muelle Sierra Maestra Nr.1 norte, solicito
mis vacaciones, ya me había puesto de acuerdo con un amigo y habíamos
alquilado habitaciones en el Motel “Los Jazmines” en el Valle de Viñales,
él iría con su esposa e hija y yo iría con los míos.
En cuanto me llegó el relevo entregué el cargo y cuando fui
a entregar los documentos en la Empresa, allí me informaron que
debía regresar al buque porque me estaban esperando, solo me tomó
unos minutos el trayecto a pie hasta el barco. Voy hasta el camarote del
Capitán y allí se encontraba un individuo del que no tenía
la más mínima idea quien fuera, Héctor se retiró
y nos dejó solos.
-Necesitamos tus servicios para un viaje a Venezuela.-
-¿Mis servicios?- Pregunté algo asombrado.
-Efectivamente, sabemos que usted conoce y se desenvolvió muy
bien en Caracas.-
-Bueno y cuáles serían mis servicios.-
-Servirle de guía a unos compañeros que van a realizar
un trabajo allá.- Cuando oí aquello el corazón se
me quería salir del pecho, nuevamente cobraba fuerza la llama que
nunca se había extinguido.
-Está bien, no hay problemas, ¿para cuando sería
eso?-
-Sales mañana a bordo del buque escuela Viet Nam Heroico.-
-¿Mañana?-
-¿Algún problema?-
-Es que había reservado para irme a Viñales por unos
días.-
-Deberás cancelar la reservación.-
-Está bien, pero mira, aquí están mis documentos,
tu sabes el burocratismo que hay en esa Empresa, eso significaría
que perdería el día entero en ella, hace falta que ordene
mi enrolo y diga que yo pasaré a recoger mis documentos mañana
por la mañana.-
-No hay problemas, ¿algo más?-
-Bueno ya me enrolaron en el Viet Nam, ¿a quién tengo
que dirigirme en el barco?-
-No te preocupes, allí estará esperándote un Capitán
de la Seguridad del Estado.-
-Creo que si no hay más nada debo regresar a la casa y preparar
mentalmente a mi mujer sobre esta imprevista salida.-
-Te deseo buen viaje.- Me dijo el tipo al que ni me preocupé
en preguntarle el nombre, mientras me alargaba su mano, así nos
despedimos y nunca más volví a verlo en mi vida.
Mientras me dirigía a la casa de mi madre en Luyanó,
me llegaron a la mente varios pensamientos que me acusaban y me hacían
sentirme un miserable, había aceptado prestarle mis servicios a
una gente, que probablemente le causarían pena al pueblo de Venezuela.
Luego, yo mismo me daba aliento y buscaba una justificación a esta
decisión tomada con premura; <<Si no acepto me expulsan de
la Juventud Comunista y más tarde de la flota.>> Era una excusa
lógica pero no dejaba de ser un cobarde al aceptar aquella propuesta,
y mientras pensaba en esto. Mi conciencia era la que buscaba la justa respuesta;
<<No es cobardía, así marchan estos tiempos y tienes
que sobreponerte a ellos, entonces todos fueran cobardes.>> Tenía
razón la conciencia, además, podía justificar que
lo hice por amor. Fueron muchos los pensamientos que pasaron por mi mente
en ese trayecto, hasta que sin darme cuenta estaba en mi parada.
Finalizados los trámites de rigor me presenté
en el buque, éste se encontraba atracado en el muelle del Estado
Mayor de la Marina de Guerra, justamente frente al Jiguaní, entregué
mis documentos y me condujeron al camarote del Capitán, que en esos
momentos era ocupado por un Capitán de Corbeta de la Marina de Guerra
nombrado Medina, allí y sin preámbulos, demostrando tener
más superioridad y mando que el Jefe de la nave, un Capitán
de la Seguridad del Estado de la raza negra le informó a Medina,
que yo iría aparentemente como Tercer Oficial del buque, pero, una
vez arribados a Puerto Cabello, yo tenía que ser excluido del servicio
de guardias del buque, y no solo eso, Medina estaba obligado a recibir
cualquier visita que yo llevara a bordo del buque. Pude ver en el rostro
del Capitán el disgusto que le producían estas orientaciones,
luego, durante ese mismo viaje caería en desgracias.
La guardia de navegación la hacía con el Segundo
Oficial de Cubierta de apellido Sirú, éste había estudiado
conmigo en el buque donde hoy navegábamos, como solo son tres días
de navegación hasta Venezuela y por realizar las guardias de doce
de la noche a cuatro de la mañana, y por la tarde de doce a cuatro
nuevamente, se me veía muy poco la cara y eso evitó que me
relacionara con la gente, me alegré de esta situación, porque
de esa forma evadía preguntas inoportunas por parte de tripulantes
que me conocían, siempre hubo uno que más o menos comprendió
las razones de mi presencia en ese buque.
En dos o tres oportunidades nos reunimos en un camarote con
el jefe de la seguridad, me refiero a los individuos que usarían
de mis servicios como guía, eran tres, casi siempre se reiteraba
en lo mismo, se hacía énfasis en las medidas de seguridad
que se debían tomar, la discreción y sobre todas estas cosas,
el peso de la justicia revolucionaria en caso de traición, ese mensaje
iba dirigido a mí por ser el único que no formaba parte de
aquel equipo.
Atracando en Puerto Cabello algunos estibadores me reconocieron
y comenzaron a gritarme cosas, otros preguntaban por sus amigos del Jiguaní,
y mientras esto sucedía, la gente del barco me miraba con asombro
y preguntándose de dónde yo había salido. El primero
en subir por la escala fue el director del puerto, un mulato grueso de
apellido Mergarejo, quien al verme me saludó con mucha familiaridad
y me invitó a que pasara por su oficina cuando fuera para la calle.
Otra gran sorpresa fue la presencia del supuesto periodista de Prensa
Latina y su esposa, digo que supuestamente son periodistas, porque en todo
el tiempo que estuve pernoctando en aquella oficina, además
de las oportunidades en que pasé a deshoras para bañarme
o cambiarme de ropa, nunca lo encontré trabajando. Diariamente se
recibían periódicos de todos los órganos de prensa
venezolana y se acumulaban tal y como llegaban, se abrieron solamente en
los días que yo me quedaba allí, para leer en lo que esperaba
a Marianela, ellos vivían en un lujoso apartamento del mismo edificio
y tenían empleado a un teletipista venezolano, porque las leyes
establecían que debían darle empleo a personas naturales
del país. Todo su contenido de trabajo consistía en recoger
la prensa, colar café en la mañana y cortar las tiras de
papel del teletipo, no creo haberlo visto enviando alguna noticia. Ellos
se sorprendieron al verme de nuevo y me dio la impresión de que
mostraron un poco de nerviosismo.
La presencia de estos individuos me libró del papel que
debía desempeñar y justificaba mi presencia en ese barco,
sin embargo, cuando aquellos personajes partieron rumbo a Caracas con el
matrimonio de Prensa Latina, el Capitán de la Seguridad del Estado
me llamó a su camarote junto a su segundo me imagino y allí
me comunicó que tenía prohibido salir solo a la calle. De
momento, se le había dado la orden a un sobrecargo de apellido Cabrera,
para que me acompañara a los lugares que yo deseaba visitar. Al
menos ya conocía a otro de los tipos dentro de la flota que trabajaban
para la seguridad, a Cabrera yo lo conocía desde hacía mucho
tiempo, ambos dimos nuestro primer viaje a bordo del buque “Habana” a finales
de los sesenta. Otro día en el cual llegué de imprevisto
a ese camarote, me encontré también a otro sobrecargo de
la flota, me refiero a Remigio Aras Jinalte y con el técnico de
refrigeración de apellido Leal, ambos trabajando para la seguridad
también. Al final del viaje en el que tanto Remigio como Cabrera
iban examinando las asignaturas para oficiales de cubierta, asignaturas
que les fueran regaladas por su condición de “segurosos”, llegaron
a La Habana graduados de Pilotos de Altura y ninguno de ellos se encontraba
capacitado en esos momentos para desempeñar el cargo, esto que digo
no es una imaginación, es una realidad que pude comprobar cuando
ellos fueron asignados para realizar guardias con nosotros en el puente,
luego, tuvieron una asombrosa carrera ascendente hasta que se convirtieron
en Capitanes, desafortunadamente tuve que navegar con Remigio como Primer
Oficial y continuaba cargado de lagunas técnicas.
En el Viet Nam iban dos tripulantes más del Jiguaní,
allí se encontraba un electricista de apellido Correa y nada menos
que aquel segundo Oficial que tantas guardias me hiciera en el viaje anterior
a este país, me refiero a Carlitos. Como Correa y yo teníamos
algunos amigos comunes del viaje anterior, nos pusimos de acuerdo para
ir al rescate de ellos y así fue, siempre, contando con la compañía
de mi nana (Cabrera), aquellos venezolanos eran los tipos más jodedores
que he conocido en mi vida, uno era abogado, el otro periodista y el último
era miembro de la dirección del sindicato portuario, el mismo día
de la llegada hice varias llamadas a la casa de Marianela y nadie respondió,
entonces, nos fuimos de farras desde las ocho de la noche hasta las cinco
dela mañana del día siguiente, casi toda la noche la pasamos
en un bar llamado Copacabana, que se encuentra en las afueras de Puerto
Cabello y donde trabajaban decenas de hermosas mujeres de Colombia y Venezuela,
nosotros no tuvimos relaciones sexuales con ellas, bailábamos y
nos divertíamos sin parar, pero hasta allí llegaron las cosas,
esas rondas fueron casi diarias, llegó el momento de encontrarme
tan saturado de cerveza que sentía deseos de marcharme, aquellos
seres eran de verdad incansables y tenían un control sobre algunas
de las hembras del Copa, que en dos oportunidades me expresaron que si
deseaba acostarme con ellas, no costaba nada, cuando le pregunté
por cuál razón, me respondió que así se lo
habían orientado, pero no me quiso decir quien. No dejé de
llamar un día a casa de Marianela y eso me desesperaba porque el
tiempo se iba corriendo, además, la carga que recibiríamos
allí era muy poca.
Un día nos invitaron a ir de visita hasta el pueblo de
San Felipe en el Estado de Yaracuy y hasta allá me tuve que llevar
a mi nana, a Correa le llamó la atención esa pegadera del
tipo con nosotros, y más o menos a mi modo, tuve que decirle algo
de lo que había para que se tranquilizara, porque el negro estaba
a punto de decirle que nadie lo había invitado a salir con nosotros.
Yo tenía otra lista de teléfonos de amigos, incluyendo la
del Ingeniero en petróleos y no me dio la real gana de llamarlos,
para no darle el gusto a mi nana de informar a su superior. Una de esas
noches, se me ocurrió la idea de aceptar una invitación que
me hiciera uno de los dos telegrafistas, Enriquito y yo habíamos
compartido en ese buque en los viajes que había dado como estudiante,
pues me fui con él a beberme unas cervezas en la playa, y cuando
se dieron cuenta de mi ausencia, me dijo Correa que se formó un
silencioso corre-corre en mi búsqueda, me imagino la descarga que
tienen que haberle echado a mi nana, porque cuando regresamos al buque
me estaba esperando en la escala real, y me llevó al camarote del
Capitán de la Seguridad donde me dieron mi correspondiente tirón
de orejas para refrescarme la memoria.
Unas dos horas antes de la salida del barco, me llegué
con la nana hasta las oficinas de Melgarejo y le pedí que me dejara
hacer una llamada a Caracas, ese día sentí cuando levantaron
el auricular y su inconfundible voz diciendo hola.
-Marianela, ¿cómo estás?-
-Mi amor, ¿dónde te encuentras?-
-Estoy en Puerto Cabello.-
-Bueno, espérame que salgo para allá enseguida.-
-Mi cielo no lo hagas, no te dará tiempo de llegar porque el
barco zarpa dentro de una hora para Surinam.- Recibí primero un
intranquilo silencio, después su conocido llanto, apenas pudimos
hablar y me explicó que se encontraba de vacaciones en la isla Margarita,
que hacía solo unos minutos entraron a la casa, pero solo le entendía
a medias la mitad de las cosas que me decía ahogada en el llanto.
Al oír de nuevo su voz nació de pronto y con más fuerza
aquella pasión que sintiera por ella, creo sin temor a equivocarme,
que si se le hubiera ocurrido pedirme que desertara, yo me encontraría
en estos momentos viviendo en Venezuela, aunque me acusaran luego de traidor
a la Patria, en mi interior yo sabía que no traicionaría
a nadie, y que si me quedaba en ese país lo hacía solamente
por amor.
Solo Dios sabe por cual motivo nos separó aquellos días
que eran decisivos en mi vida, tal vez, quiso ahorrarme la vergüenza
de llevar el cargo de conciencia por haber abandonado a mi hijo, quizás,
quiso mantenerme unido a mi joven esposa en aquellos difíciles momentos,
solo Dios sabe todo esto. Partí nuevamente con una herida recién
abierta, en el puente me mostraba taciturno y esquivo, no deseaba hablar
con nadie, una semana después disfrutaba de la compañía
de mi hijo y hasta hoy puedo decir con orgullo, que tengo una hermosa y
muy unida familia.
He hablado de Marianela, su madre, hermanas, padre, sin mencionar
nombres ni apellidos, todos los tengo guardados en mi memoria, su dirección,
su casa, todo lo conservo con la misma frescura que las viví hace
veintiséis años. No hago mención de ellas porque no
es mi intención causarle el más mínimo problemas a
estas queridas personas. Marianela debe ser hoy una honorable mujer y ejemplar
esposa, la madre más tierna y dulce entre las madres, debe ser adorable
porque eso se sabe desde temprano. Yo sé perfectamente que las piedras
rodando se encuentran, el Internet tiene un poder incalculable, y por esa
razón he escrito estas líneas para ella, si alguien de los
que la leen la conoce, hágaselo llegar, dígale que estas
son las cenizas de aquel fuego que consumió nuestros corazones,
y que si en algo nunca le mentí, eso lo escribí en mi gorra.
................................... Marianela se marchó sin que
me diera cuenta, caí en un profundo sueño cuando disfrutaba
su compañía, sentía sus manos sobre mis cabellos y
un beso que debió ser el de despedida................... Estiré
el brazo para apagar la alarma del despertador, siempre me quedo rezagado
unos minutos más, yo sé que el reloj se encuentra adelantado
unos minutos, por eso lo hago, pero un día me fallaron los cálculos
y me quedé dormido, llegué tarde al trabajo. Despacio y evitando
hacer ruidos me levanté, allí estaba mi esposa, es encantadora
a pesar de que ya han pasado muchos años desde nuestra boda, no
quería que se despertara porque ella llega muy tarde de su trabajo..................
En el baño, mientras me lavaba la boca y la cara, observé
mis arrugas, no son tantas pero aumentarán poco a poco, mi cabello
es cada día menos coposo y el negro le cede el paso al plateado,
pronto seré abuelo pienso, este sueño se demoró veintiséis
años en llegar a mi cama, si tengo que esperar nuevamente el mismo
tiempo para volver a disfrutar de esto tan dulce, es posible que ya no
me encuentre entre los vivos, ese será mi más preciado equipaje
para ese viaje sin regreso...........
................ Todavía no comprendo que relación guarda
con nuestras vidas, aquel edificio viejo, el parque sucio y el río
de aguas negras............... Antes de que se me olvide, díganle
también, que si existe otra vida iré todos los días
por la Cota Mil y esperaré por ella.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
18-11-2000.
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