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 Los toros
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  Después de enterrar a Canelo su perro fiel, con la solemnidad que el animal merecía, Venancio le colocó una pequeña cruz encima de la tumba, que excavara a solo unos metros de la casa. Estaba deprimido, se consideraba culpable por la muerte de su animal, de no haberse ajumado, el pobre Canelo estuviera aún vivo. La soledad acababa cada día con su existencia y esta situación lo llevaba ahora más rápido, a querer ahogar sus penas con la bebida. Alcohol que él mismo se preparaba con la ayuda de un alambique de construcción casera, sabía a rayos esa bebida, pero al menos, enjumaba y eso era lo importante, además, después del primer trago, el viejo le encontraba sabor al mejor ron del mundo, no sabía como sería éste, pero se lo imaginaba. Agarró el pico y la pala después de haberse persignado, algo que le surgió inesperadamente, no se acordaba desde cuando no lo hacía, ni cual era la imagen de los curas, pero hizo esa señal como le había enseñado su abuela, luego, con pasos lentos se dirigió de nuevo a su casa y tiró las herramientas a la entrada del portal, ahora muy sucio. De mala gana empujó la puerta principal, entró, pero comprobó que no tenía nada que hacer dentro de ella, entonces sacó un taburete, que inclinó sobre uno de los horcones de la puerta, como hacía desde siempre, y se sentó a pensar, esa era su única compañía.
  Frente a él, el espacio de tierra que fuera un hermoso jardín, donde su mujer gastaba parte del día cuidando con esmero las flores, mientras los niños retozaban a su alrededor, los mejores tiempos de su vida, pensaba todos los días. Pero ella se marchó hace muchos años, debe estar esperándolo en el cielo, siempre pensaba lo mismo. Su hija creció tanto, que en la medida que lo hacía, Venancio veía llegar el final de su familia, un día de esos, cuando ya tenía las teticas abultadas, se enamoró de uno de esos cortadores de caña que trae el gobierno, y hasta el sol de hoy. Se fue a vivir para La Habana, él no sabe dónde queda eso, porque nunca salió de aquellas tierras, y la mayor distancia que recorrió en toda su vida, era la transitada por esas guardarrayas hasta el batey del central azucarero. Su hija solo venía de Pascua a San Juan, cuando  necesitaba comida, decía que no soportaba cagar en las letrinas, ni los mosquitos, ni alumbrarse con faroles. Parece que había nacido Reina, se decía con insistencia Venancio, abrumado por el dolor que produce el olvido.
  Sus otros dos hijos, eran par de haraganes  a los que nunca les gustó la tierra, aquellos nacieron para las fiestas, las mujeres y el ron, pero de doblar el lomo ni se hable, eran vagos, esto no se lo mandaba a decir con nadie. Un día, se apareció uno de esos tipos a los que llaman activistas, se pasó tres horas hablándoles de villas y castillas, hasta que convenció a los muchachos para llevárselos a La Habana, aquellos guajiros fueron enrolados en barcos, y hasta el sol de hoy. Hace muchos años que partieron Hirán y Wenceslao, él no recuerda por qué razón les puso esos nombres, solo se acuerda habérselos puesto, porque nadie en la comarca los llevaba. Después se enteró por boca de uno que visitó la capital, que ambos estaban en un barco que se hundió frente a las Islas Canarias, mas tarde, se apendejaron y no salieron a navegar más, pero siguen en el giro de la marina, solo que ahora, trabajando en el puerto de La Habana. Algunas veces se aparecen con algunos marinos que vienen a comprar comida y luego se largan de nuevo, no soportan el polvo de estos caminos, ni el olor a miel que viene del central en tiempo de zafra, ni el canto de los gallos, ni el olor de los animales, llegan perfumados y con ropa extranjera, ahora reniegan ser del campo.
  Venancio se pasaba varias horas del día sentado en esa posición, mirando hacia la guardarraya, tratando de ver pasar a alguien que rompiera esa paz, que solo se disfruta en el campo, pero hacía varios años que ese camino había sido abandonado, hoy podía verse como crecía la yerba en medio de él en algunos tramos, desde que construyeron la cooperativa, con unos edificios de cinco plantas, que él comparaba con unos palomares. Allí vivían ahora los guajiros, aquellos que entregaron sus tierras dejándose marear por babosadas, ahora, no descansaban tratando de arrastrarlo a él en esa aventura, pero el viejo decía que él no era comemierda, nunca abandonaría esas tierras que fueron de sus abuelos y tatarabuelos, bastante lo jodieron que se la redujeron a solo dos caballerías, allí estaba, como si fuera un oasis en medio de aquellos sembrados de caña, eso le jodía a los del gobierno, querían tenerlo todo, meterlo a vivir en esos edificios de palomas, y ponerlo a trabajar bajo las ordenes de un jefe. ¡Conmigo no va eso compay!, se decía a menudo mientras hablaba solo o con uno de sus animales. Mi jefe soy yo, me mando yo, y mando pal carajo a quién me joda un poco, esas eran casi siempre sus palabras, cuando alguno de los activistas de la cooperativa se le acercaba.
  Desde tiempos inmemorables, junto a la casa existía una parte del terreno sembrado de árboles frutales, nunca le faltó el mango de distintas variedades, aguacates, guayaba, chirimoyas, guanábanas, plátanos de fruta y de cocina, caimitos, anones, papayas, mamey colorao y de Santo Domingo, sapotes y un árbol enorme de mamoncillos, esa hermosa y refrescante arboleda tenía más de cincuenta años, ella sola le representaba a Venancio una buena entrada de dinero, toda su finca estaba cercada por árboles de marañón, algunos vecinos usaron para tirar sus cercas Almácigos, pero sus abuelos prefirieron el marañón alegando que por lo menos le daba de comer a los pájaros y algunos roedores, abundaban tanto las frutas en esos tiempos, que nadie se fijaba en ellos, rara esta fruta que tiene la semilla fuera del cuerpo, pensó muchas veces. Allí estaban todavía, pero las cercas de sus vecinos fueron derribadas, y sus terrenos utilizados para sembrar caña, ahora tienen que salir a comprar frutas y viandas. Esa era una de las cosas que más molestaba a Venancio, ver a un guajiro comprando cosas que antes le arrancaba a la tierra, que se jodan, pensaba con frecuencia, quién los mandó a ser tan burros y haraganes.
  La casa era bastante grande para él solo, después de la muerte de Clotilde no quiso volver a comprometerse, siempre pensó que eso le podría acarrear problemas en caso de separación, con el lío de las leyes nuevas y la división de los bienes, al carajo con las mujeres se decía, el día que tenga ganas de templar me enjumo y le meto mano a la yegua, así se decía siempre y así lo hacía. En definitiva, cuando éramos vejigos, así resolvíamos nuestros problemas, y cuando no era la yegua de papá, lo mismo agarrábamos una chiva que una puerca, se reía cuando pensaba estas cosas. Desde entonces se mantuvo solo y se desahogaba con su yegua. A veces pasaban los días y Venancio no recorría toda la casa, era más el tiempo que se pasaba en el portal, sentado en su viejo taburete  inclinado al lado de la puerta, mientras Canelo se acomodaba a sus pies, pero solo cuando no lo observaba borracho, de verdad que era inteligente ese perro, se decía en medio del dolor por haberlo perdido.
  El último cuarto de la casa era el que tenía dispuesto para almacén, allí escondía las viandas y el café que tenía para vender a la gente de La Habana. El espectáculo era deprimente a todo lo largo de ella, se notaba la ausencia de las manos de una mujer desde hacía más de un siglo, todo estaba sucio, asqueroso, el olor viciado dentro de esa vivienda era putrefacto, las ventanas nunca se abrían y cuanta tela estuviera a la vista, era del color de la tierra. Detrás, había un cuarto independiente dedicado a las herramientas y medios de labranza, frente a éste había un pozo artesanal, al lado una especie de trapiche muy antiguo, que usaban para sacarle el jugo a la caña y hacer café cuando no tenían azúcar a mano, diez metros detrás del pozo y el trapiche, se encontraba la letrina, después una parcela dedicada a sus animales. Venancio nunca tenía a las aves de corral encerradas, eso no se usaba en el campo, las gallinas dormían encaramadas en los árboles y cuando deseaban poner un huevo, lo hacían en las camas de Hirán o en la de Wenceslao, él lo encontraba muy bueno de parte de esas gallinas, así le ahorraban el trabajo de estar recorriendo el campo en busca de sus nidos. Nunca tuvo muchos animales, siempre sintió preferencia por la tierra, se hizo de ellos, cuando los guajiros se unieron a la cooperativa, los adquirió a precio de ganga, y eso que dicen que los guajiros son brutos. Su primera adquisición fue un buey muy lento, algo vago y jabao de color, no dudó en ponerle el nombre de su hijo mayor, reunía todas las características de éste, por eso lo bautizó con el nombre de Hirán. Otro de los desesperados cooperativistas llegó un día necesitado por dinero, en una de sus manos tenía enlazada a una vaquita, algo flaca pero tetona, Venancio supuso que le daría bastante leche y se la compró en el acto, le puso el nombre de su hija, entonces, desde el primer día la vaquita se llamó Caridad. Unas semanas más tarde, otros de esos tontos llegó con un joven torete, jabao también de color y muy saludable, igualito que su hijo menor, por esa razón lo nombró Wenceslao. No era por burla que lo hacía, era por el amor que sentía por ellos, acompañado de ese deseo de padre por tenerlos presente, de esta forma se acordaba diariamente de su familia, aunque ellos no se acordaran del pobre viejo.
  La parcela donde Venancio tenía sus animales, se encontraba separada solamente por una cerca de una granja, construida recientemente por el gobierno, todavía no había entrado en funcionamiento, los guajiros de la zona corrían la voz de que aquello sería, para albergar a toros especiales traídos del extranjero. Sus animales pastaban tranquilamente por ese campo, sin trabajar, solo comiendo. Uno de esos días aburridos y silenciosos, sus animales se arrimaron a la parte más cercana a aquella granja, donde existía una pequeña elevación, mientras sus miradas no se apartaban de los vecinos.
- ¡Ave María purísima! ¡Que clase de animal! ¡Eso sí que es un toro!- Exclamó alarmada Caridad al ver descender de una enorme rastra, una decena de hermosos animales corpulentos, de bella pelambre, de un tamaño que no lo había visto antes.
- ¿Cuál es tu putería Cary?- Preguntó Wenceslao indignado.
-Ninguna putería, no podrás negar que esos animales son bellos, tu no puedes compararte con ninguno de ellos.- Respondió algo enojada.
- ¿Qué tienen ellos que no tenga yo?-
- Vamos Wenceslao, a la legua se nota la diferencia, ¿No ves que son extranjeros?-
- No veo cual diferencia.-
- ¿Eres bobo o te quieres hacer?-
 - Chica, allí veo a un toro con cuatro patas, dos tarros, una morronga y dos huevos como los míos.- Contestó con vulgaridad y enojo.
- De verdad que no hay peor ciego que el que no quiere ver, allí veo a un toro bien comido, con su piel impecablemente linda, de gran tamaño, que debe tener una buena morronga y que viaja en transporte de primera clase, no como unos comemierdas que yo conozco, que solo andan a pie.-
- Oye Cary, te acepto algunas cosas, pero no lo de comemierda.-
- ¡Coño caballeros! ¿Van a pasarse toda la vida discutiendo?- Intervino Hirán que hasta el momento observaba en silencio.
- No es eso Hirán, es que este bicho no quiere reconocer, que aquellos toros extranjeros están mejores que él.- Se apresuró a contestar Caridad.
- ¡Chica! Pero no es para que te expreses así, tu no sabes la vida que habrán tenido ellos, no la puedes comparar con la de nosotros.-
- Por lo que haya sido, sus apariencias son mejores.-
- Pero no debes afirmar sobre nada que no conozcas.-
- Mira Hirán, yo no sé nada, hablo de lo que estoy viendo, ese toro está para que se lo coman vivo, no se puede comparar con Wenceslao, ¡míralo!, flaco, descojonao, lleno de arañazos por estar brincando cercas por comerse un plantón de yerbas, puedes compararlos con aquellas bestias?-
- ¡Chica! Lo tuyo es putería, no entiendo que teniendo marido, tengas que fijarte en otros animales.- Replicó Wenceslao cada vez más furioso.
- Hay papito! Eso de marido habrá que verlo, llevo meses esperando. ¡Además! ¿Quién sabe? A lo mejor y me llevan pal extranjero.-
- ¡Pal extranjero! Nunca he oído nada más idiota, jajajaja.- Terminó con sarcasmo Wenceslao.
  En el portal de la casa seguía sentado Venancio sin cambiar de posición, era increíble el aguante que tenía para soportar durante horas sin que le molestara, parecía que era yoga, no-solo eso, el viejo ingería pocos alimentos durante el día, no porque les faltara, el problema es que era vago para la cocina, la comida no era su gran preocupación, muchas veces se tragaba los huevos crudos y recién puesto por las gallinas encima de las camas de sus hijos. Pensaba el viejo, eso era lo que hacía con más frecuencia durante el día, antes de jumarse con la caída de la tarde, allí nada sucedía. Siempre inclinado en el taburete y con el ala del sombrero cubriéndole los ojos, pero con los oídos muy atentos.
- ¿Que pasó compay? Lo veo cabizbajo, como si le hubiera sucedido algo.- Dijo un guajiro que se aproximó  a la casa, llegando por la casi intransitable guardarraya.
- Pues ná compay, aquí me tiene algo acongojao.-
- Enhorabuena Venancio.-
- Saludos Cipriano.-
- Compay, no te veo muy bien, ¿tienes algún problema?-
- Ná importante, solo que acabo de enterrar al Canelo.-
- ¿No puee haberse muerto de viejo?-
- ¿Y cómo va a morirse de viejo el condenao, con solo cinco años?-
- Ya me extrañaba Venancio, ¿qué le pasó entonces?-
- ¿Qué le va  a pasar Cipriano? Murió de muerte natural.-
- Carijo Venancio, de verdad que no te entiendo, no es normal que un perro se muera a los cinco años.-
- Pero si es normal que se muera envenenao en estos tiempos, por eso te dije que murió de muerte natural.-
- ¿Qué lo envenenaron me dijiste?-
- Como lo oyes, le tiraron unos pedazos de carne envenená y lo jodieron.-
- ¡Ave María purísima Venancio! ¿No me dijiste que Canelo estaba enseñao para que no aceptara comida de nadie?-
- ¡Mierdas! Eso pensé yo, pero el asunto es que Canelo solo había comido malanga, boniatos, yucas, maíz y todas las pendejadas que comemos en el campo, pero nunca había probado la carne roja, ni yo mismo me acordaba como era, si no la llego a ver esta mañana, todavía en el patio quedaban tres trozos que me hubieran envenenado a mí también.-
- ¡Carajo! Pues hasta yo muero en esa compay, como ni me acuerdo de la última vez que la comí, pero bueno, estaba escrito que se fuera, no por eso tenemos que acongojarnos, ahora a buscarse otro perro y que la vida continue.-
- No sé ni que decirte compay, cada día me cierran más el cerco y al final veo, que voy a perder mis tierras.-
- ¿Tanto así?-
- ¿Y qué cree, que lo envenenaron solo pa joderlo?-
- No sé ná, solo te pregunto.-
- ¡Mira pa`llá!-
- ¿Pa`llá, pa donde?-
- ¡Coño pal tractor!-
- Ahí está, ¿no?-
- ¡Claro que ahí está! 
-¿No te das cuenta que le han robado las ruedas?- Aquella frase la terminó de decir con mucho sentimiento, faltó muy poco para que se le escaparan unas lágrimas, no era para menos, ese era el único sobreviviente de aquellos tractores, que se habían cambiado por los prisioneros de Playa Girón, y que le fuera entregado en esa época, en la cual, el gobierno hacía lo imposible por ganarse las simpatías del pueblo. De americano ya no le quedaba nada, era todo un injerto de piezas rusas adaptadas, pero al menos funcionaba y con él, no-solo araba la tierra, sirvió en muchas ocasiones para ayudar a los vecinos, en las mudadas y hasta de ambulancia cuando había algún enfermo. Toda la gente de esos campos lo conocía muy bien, nadie se atrevería a hacerle semejante daño a Venancio.
-De verdad compay, me da mucha pena lo que te han hecho. ¿Ahora cómo te la vas a arreglar?-
                        - No tengo la menor idea Cipriano.- 
 - Compay, yo no quiero meterme en tus asuntos, pero la verdá es que ya estás un poco viejo pa estal viviendo solo, ¿Polqué no entregas too esto y te unes a la cooperativa?-
- Polque estas tierras fueron de mis antepasados y yo he sudao mucho en ellas, pa que ahora vengan unos guebones y se hagan dueños de ellas.-
- Pero a la corta o a la larga, si no la trabajas, te la pueden quital.-
- Ya he pensao too eso.-
- Yo creo que la mejol solución es, venir a vivil con nosotros en los edificios.-
- Mal rayos te parta Cipriano, no vuelva a mencionar esa cosa, ¿No sé como pueden vivir en esos palomares?-
-No quise ofenderte, solo pienso que aquí te aburres compay, allá too los días sucede algo nuevo, hasta nos divertimos un poco.-
- No sé compay a qué le llamarán diversión hoy en día.-
-Puee toos los días hay razón pa alegralse un poco, aunque no lo creas.-
- No sé, pero veo muy difícil encontrarle alegría a toas estas tragedias.-
- Vamos compay, que tu no sabes lo que sucede en esos palomares, hay pa reilse, te lo digo yo. Imagínate que vayas bajando desde el quinto piso con un balde en busca de agua, y que a mitad del camino venga subiendo Anastasio con una ternera para su apaltamento.-
- ¿Cómo así?-
- Como lo oyes, Anastasio está criando su ternera dentro de la casa compay.-
- Pol los mil demonios Cipriano. ¿Eso está pelmitido compay?-
- No lo está Venancio, pero la gente no quiere deshacerse de sus animalitos, yo quisiera que un día subieras a la azotea.-
- ¿Y eso que es?-
- Así le llaman al techo que está encima de mi apaltamento.-
-¿Qué hay a esas alturas?-
- Pues hay mucho, allí toiticos han fabricao jaulas para crial pollos, puelcos, chivas, de too.-
- Ya me imagino, la peste a mielda debe ser del carijo, y toavía me invitas a unirme a esa basura de cooperativa.-
- Tu sabes que lo digo polque estás muy solitario en estas tierras, si hoy te envenenaron a Canelo, mañana la pueen agarrar contigo.-
- Es mucha veldad compay, pero de toas maneras me quedo.-
- Sabes, se me ocurre una cosa.-
- ¿Qué cosa compay?-
- Que tu tienes la solución del traltolcito en tus manos.-
- ¿Qué quieres decil?-
- No sé cual es tu opinión, yo solo soy un guajiro bruto, pero si tienes dos animales, bien puees preparal una yunta de bueyes. ¿Qué te parece?-
- Pue mira Cipriano, que no eres tan burro como todos piensan, a la verdá, es que esa es una solución, pero me da mucha pena hacerle eso al torete, yo lo que tenía pensao era dejarlo pa crial, ya le falta poco para que sea un toro y se monte a la Caridad.-
- ¿Y de qué carijo te silve eso Venancio? No te das cuenta que no puedes disponel de tus animales, a cada rato no viene un inspectol del gobielno, pa vel si lo tienes vivo.-
- Tienes razón compay, ¡fíjate!, yo pensé siempre que eras más burro, ná, me dejé lleval pol los chismes de la gente.-
- Así es a veces Venancio, pero de verdá que no le encuentro lógica a estal criando un animal que nunca es tuyo, ¿na má pa comel?, no Venancio, jódele los huevos a ese toro y ponlo a trabajal si quieres conserval la tierra Compay.-
-Mejol lo voy a pensal bien Cipriano, polque de verdá, tengo lástima hacerle eso al torete.-
- Bueno compay, esa es tu tragedia, en estos días vuelvo a pasal pol aquí y me cuentas que piensas hacel.-
- Ta bien Cipriano, ahí te cuento.-
- Ven acá, ¿tienes alguna vianda que me vendas?-
- Ya ves que pol esa mielda yo no quiero ilme pa la coperativa.-
- ¿Tienes o no tienes compay?-
- ¡Ya va!, ¡ya va!, nunca tienes paciencia.-
- Es que siempre andas con la misma cantaleta.-
- En el último cualto compay, ve allá y silvete una lata de las viandas, una lata na má, no te la des de vivo.-
- ¿Qué pasa, despué de viejo vas a andar con desconfianza?-
- Na de eso, solamente jodedera.-
  Cipriano se sirvió la vianda que necesitaba y después partió con su saco al hombro en dirección a la cooperativa, la tarde fue cayendo y con ella desaparecieron los últimos rayos del sol. Venancio continuó en la misma posición hasta que se le pasó el mal estado de ánimo, después, agarró una botella vacía y se dirigió hasta el último cuarto para llenarla, se sentó nuevamente en el portal y se dio el primer buche, ese era el más malo, casi siempre botaba la mitad del contenido de su boca en el suelo, ese era el momento en el cual Canelo se apartaba del amo, ya sabía que estaba al comenzar la función de ese día, nunca pudo predecir cual sería la reacción del viejo esa noche. Estaba sereno, pero extrañaba la presencia de su fiel amigo, por eso, después que se bebió de un tirón la mitad de la botella y comenzó a sentirse viajando por las nubes, agarró el lazo y partió a la parcela donde estaban los animales en busca de su yegua, nada mejor para combatir la depresión que un buen acto sexual, pensó mientras caminaba entre la maleza.
  Ni el canto de los gallos acompañados del cacarear de las gallinas en las mañanas, despertaban a Venancio de su borrachera diaria, luego cada animal partía a luchar su sustento, los gallos se calmaban después de haber pisado a sus hembras, en ese mundo todo se resumía a pisar, no existían diferencias muy grandes entre los animales y los hombres, era como si todos hubieran sido condenados a solo eso, pisar.
  Caridad se dirigió a la pequeña elevación, donde se podía divisar sin dificultad la granja vecina, quizás movida por la curiosidad o tal vez atraída por la corpulencia de sus nuevos vecinos, lo cierto es, que su vista no se apartaba un solo minuto de aquella granja. Siendo aproximadamente las nueve de la mañana, vio como un vaquero conducía de un lazo a un enorme toro, en un área pequeña lo obligaba a caminar en círculos muy cerrados, luego entraba a ese animal y volvía a salir con otro. Para ella, cada vez que aparecía uno nuevo lo encontraba más hermoso motivos suficientes para permanecer abstraída en el mismo lugar. Sin darse cuenta del tiempo que llevaba allí, se le acercó Wenceslao movido por los celos.
- ¿Hasta cuando vas a estar aquí?- Ella se asustó, como si la hubieran sorprendido cometiendo un gran delito.
-Solo miro, ¿es que te preocupa eso?- Contestó de forma desafiante.
- No, en realidad no me preocupa, pero como veo que pierdes tanto tiempo tirada aquí.-
- Ese es mi problema.- Contestó con desgano ante la actitud controladora de Wenceslao, ambos no se dieron cuenta entonces, que mientras intercambiaban ese pequeño y frío diálogo, hasta ellos se aproximaba uno de aquellos toros extranjeros.
- Hola! Muy buenas días a todas.- saludó el recién llegado.
- ¡Vaya! Eramos pobres y parió catana.- Dijo Wenceslao algo molesto y celoso.
- Buenas amigo, ¿de donde eres?- Preguntó Cary con mucha curiosidad, más que eso, movida por el deseo de saberlo todo como cada vaca cubana.
- Yo ser tora de Canadá, que venir a montar vacas cubanas, porque los toros en este país no sirven.- Contestó el recién llegado.
- ¡Oye cojones! Mira a ver como hablas, porque brinco esta cerca y te parto un tarro.- 
Intervino enfurecido Wenceslao.
- Parece mentira que te comportes de una forma tan incivilizada.- Replicó Caridad.
- Me interesa tres pepinos lo que tu entiendas, el asunto es, que no le acepto a este comemierda, que llegue ofendiendo.-
- Yo creo que exageras, el problema es que a lo mejor, no sabe hablar bien el idioma.-
- Chica, si no sabe que aprenda y si no lo hace, es mejor que no hable.-
- ¿Parece que la amiga tora cubana está enojada?- Preguntó con inocencia el recién llegado.
- Chico, tora será tu madre.- Respondió aún más enojado Wenceslao.
- ¿Por qué no cierras la bemba pedazo de salvaje?- Intervino Caridad
- No sé por cuál razón estar enojada la tora cubana.-
- Es mejor que lo ignores, esas son las cosas del subdesarrollo, lo que pasa es que están tan descojonaos, que no comen, ni dejan comer, eso es todo.-
- Ahora entender un poco, pero yo no tener la culpa de lo que les pasa, yo decir lo que me dijeron antes de salir de Canadá, que en este país las toras no servir para montar.-
- ¡Carajo!, si sigues insistiendo, acabo de brincar la cerca y partirte un tarro.- Intervino Wenceslao sin abandonar la bravuconería.
- No le hagas caso, ¿cómo te llamas?- Preguntó Caridad tratando de aliviar la situación.
- Yo llamarme George y venir de Montreal.-
- ¿ Y te tratan bien en ese lugar?- Preguntó señalando en dirección a la granja estatal.
- Nos tratan muy bien, la alimentación es excelente, nuestras naves tienen aire acondicionado y música indirecta, tenemos unas vaqueras que son muy serviciales.-
- Mira George, yo creo que viene uno de esos vaqueros por ti.-
- Sí, esa ser la vaquera que me atiende, creo que lo mejor es retirarme, así podré venir a saludarlos con un poco de frecuencia.-
- Bueno George, yo estoy encantadísima de conocerte y espero que se repita tu visita.-
- ¡Puta!- Fue lo único que dijo Wenceslao ante la coquetería de su amiga.
- ¿Qué decir la tora cubana?-
- Ni le hagas caso muchacho, eso es cosa de impotencia.-
- No me queda más remedio que partir.- Diciendo esto, giró sobre sus ancas y se dirigió hacia la granja, a mitad del camino se encontró con el vaquero, quién le pasó suavemente un lazo por el pescuezo. Atrás, quedaba aquella flaca vaquita cubana suspirando ante las protestas de su amigo.
- Cada día que pasa me desilusionas mas.- Dijo Wenceslao algo herido en su amor propio.
- No veo el motivo, de alguna manera hay que salir de este subdesarrollo, ¿puedes comparar la vida de ese gran toro con la de nosotros?-
- Imposible, pero en la vida hay que tener un poco de dignidad.-
- Chico, de verdad no sé si te estás volviendo loco, olvídate de esas teorías y aprende a vivir, en la vida hay que saber vivir, como lo hacen esos toros, del lado de acá de esta cerca, todo es muy difícil.-
- Creo que no vale la pena discutir contigo.-
- Sí, es mejor que lo dejes así.- Después de ese encuentro, ambos tomaron por su lado y se fueron a pastar. Venancio se levantó a las diez de la mañana, su cabeza aún conservaba la resaca de la borrachera de la noche anterior, generalmente no se acordaba de nada. Del pozo sacó un cubo de agua y metió las manos dentro de éste, comprobó que estaba muy fría, solo se pasó las manos húmedas por la cara, no se acordaba que tiempo hacía que no se bañaba, olía igual que un caballo y era que el olor de la yegua no lo abandonaba. Después se dirigió hasta una mata de naranjas que había en su arboleda, esto lo repetía cada mañana, allí de pie junto al árbol, sacaba su afilado cuchillo para pelar unas cinco frutas, que chupaba con deseos para apagar el fuego, que aquella extraña bebida le dejaba en las entrañas, minutos más tarde, se dirigía hasta la cocina, donde colaba un poco de café, eso no podía faltarle cada día, era parte de su desayuno desde tiempos de los abuelos, en que le daban la tercera colada, pero que él disfrutaba mucho, mojándola con un pedazo de pan viejo.
  Como las tierras las tenía límpias de maleza, solo empleaba algunas horas para recorrerlas, antes lo hacía con el tractor, ahora, no le quedaba más remedio que ensillar a la yegua, por eso partió rumbo a la parcela, con el lazo que ésta ya conocía, pero asombrada, porque nunca a esa hora, el viejo Venancio la había usado para desahogar su animal instinto. Como hacía mucho tiempo que no la montaban, ese día, sintió al amo más pesado que nunca y se resistió un poco a iniciar la marcha, pero las espuelas de Venancio la hizo regresar al presente, corriendo veloz por toda aquella vieja guardarraya.
  Ese día por la tarde, serían alrededor de las cuatro, Wenceslao se tiró a descanzar en la cumbre de la lomita de su parcela, con la vista puesta fija en la granja vecina, ciego por el celo que sintió desde el primer momento, por aquel hermoso toro. Así, reciclando parte de la yerba que había comido durante el día y perdido en sus pensamientos, el torete pudo observar, cuando un vaquero llevaba remolcada por una cuerda, a una vaquita que no movía las patas, aquello le pareció tan anormal, que se levantó del suelo para observarlo mejor. Aquel hombre empujaba a la supuesta vaca por sus ancas y ella giraba sin mover ninguna parte del cuerpo.- ¡Qué rara está esa vaquita!- Pensaba sin quitarle la vista. – Está inmóvil, tal vez sea por miedo.- Se decía, mientras ella continuaba así, en la misma posición que la había dejado el vaquero. Minutos más tarde, trajeron a un hermoso toro, era robusto, de paso majestuoso, a la legua se notaba que tenía clase, entonces, cuando vió a aquella hermosa y coqueta vaquita  delante de él, emprendió una rápida carrera hacia ella, arrrastrando en esa loca y desenfrenada marcha a su vaquero. Al lado de la vaquita había otro hombre parado con una vata blanca, que se podía distinguir desde varios kilómetros de distancia, el tipo tenía en las manos un objeto que parecía un tubo, y ambas manos protegidas por unos guantes. No se movía de su sitio, solo que no le quitaba la vista a aquel toro que venía avanzando amenazadoramente. Wenceslao continuaba asombrado sin perderse un detalle de aquel raro e inusual espectáculo, de pronto, vió como el toro se paraba en dos patas detrás de la vaquita inmovil, lanzó un fuerte mugido y de la parte  de su panza, salió algo parecido a un sable pero de color algo naranja, entonces, el tipo de la bata blanca agarró con destreza aquella cosa que se parecía un sable, y con rapidez lo metió dentro del tubo que tenía en la mano derecha. Fue una acción rápida, después de eso, el toro marchó detrás del vaquero muy calmado, como si le hubieran dado un sedante. Uno y otro toro pasaron por encima de aquella pobre vaquita, uno y otro sable fueron metidos dentro de aquel tubo, aquello le produjo risa a Wenceslao, lo había comprendido todo rápidamente. La vaca no era una vaca, era algo así como una muñeca y los toros eran unos pajisos, jajajajajaja, no dejó de reir cada vez en un tono más alto, aquella alocada risa, atrajo la atención de sus amigos, quienes a todo galope se dirigieron al montículo.
-¿Qué te pasa Wenceslao, te has vuelto loco?- Preguntó Hirán alarmado.
-¿Qué le ha sucedido a este loco, serán los celos que sufre?- Intervino Caridad.
-¿Qué loco ni qué celos? Mierda solo eso, son unos enfermos.-
-¿De qué estás hablando?- Insistió Hirán.
- Parece que delira, yo creo que debe salir del sol por un rato.- Recomendó la vaquita.
- Nada de eso es necesario señores, tengo que reirme y a mucho gusto, de los hermosos toros que tenemos de vecinos y de la incauta vaca que tenemos en nuestra finca.-
- Si lo deseas, nos puedes explicar algo.- Sugirió Hirán sin salir de su asombro.
- Por supuesto que les explicaré, ¡miren para allá!.- Cuando hubo de dar la orden, todas las miradas se concentraron en las operaciones llevadas a cabo entre los vaqueros y el tipo de la bata blanca.
 - No comprendo nada.- Dijo Caridad.
- Claro que no querrás comprender, nunca te ha gustado dar el brazo a torcer, pero lo que estás viendo es algo bien ridículo y morboso, son los toros que tanto admiras, los extranjeros, los bellos y hermosos, ¿no te das cuenta que son unos enfermos?-
-¿Por qué le tienes tanto odio?- Preguntó Hirán.
- No amigo mío, no es odio, sencillamente, uno de esos tipos nos dijo; que venía de no se sabe donde a montar las vaquitas cubanas, porque nosotros no sabíamos hacerlo, pero resulta que son unos pajisos de mierda ¿Es que no lo estás viendo?-
- No podemos acusarlos injustamente, quizás ellos no saben lo que está ocurriendo.- Trató de justificar Caridad.
- Vamos, vamos nena, no trates de justificar lo que no se puede, ¿acaso estás ciega?, no todo lo que viene del extranjero es bueno.
- Yo me voy, no estoy para oír sandeces.- Terminando de decir eso, Cary tomó el camino por donde había llegado minutos antes.
- Compadre yo también voy echando, tu sabes que esas cosas a mí, ni me van ni me vienen.- Dijo Hirán, como recordándole su condición de buey.
  Después de su recorrido por las tierras y algo de la comarca, Venancio llegó acalorado, el sol había sido implacable ese día y fue directo al pozo dde donde sacó un cubo de agua bebiendo directamente de él, luego arrojó el resto en lo que fuera una pequeña palangana y dio de beber a su yegua, así, en lo que ella saciaba su sed, Venancio le quitaba los arreos, para luego darle una dulce palmada en las ancas, ella marchó tranquila a pastar, mientras el guajiro se dirigió al portal, sacó nuevamente el taburete que inclinó como era habitual y comenzó a abanicarse con su sombrero de yarey. Cuando se sintió un poco más fresco, se lo colocó inclinado sobre la frente y a los pocos minutos roncaba uno de sus ya gastados sueños. 
  La tarde se hizo presente en lo que duró aquella siesta y los pasos de alguien llegando por la guardarraya lo despertaron. Solo cuando aquellos pasos estaban a unos metros del portal, Venancio levantó el ala de su sombrero y comprobó que era su amigo Cipriano, le extrañó un poco la visita de éste a esa hora, pero de aquel guajiro cualquier cosa era de esperar.
- Enhorabuena Compay.- Saludó el recién llegado.
- Lo mismo Cipriano, ¿qué te trae por aquí a estas horas?-
- Pues fíjate que he conseguido unos palos y quería preguntarte si al fin te has decidido a capar al torete, porque sirven para preparar el cepo.-
- No Compay, en realidad no había pensao en eso, pero puedes dar por seguro que así será, lo haré con el dolor de mi alma, pero no me queda otro remedio.-
- Está bien tomaá esa desición, estoy seguro de que si no lo haces, cuando esos cabrones vean que no trabajas la tierra, harán too lo posible por quitártela.-
- No solo eso, dispué me puse a analizar, que para qué rayos quiero a los animales, sin en definitiva ellos no son míos.-
- Eso mismito te decía, no hay que esperar tanto Venancio, aplástale los guevos a ese cabrón toro y que se ponga a trabajar.-
- Así mismo Cipriano, igualito a como nos lo aplastaron a nojotros.-
- Y bien, ¿cuándo le metemos mano?-
- Mañana mismo si Dios quiere compay, empiezas a prepararlo too.-
- Muy bien, mañana preparo los palos y los traigo, hace falta que vayas por ellos con la carreta, mientras, tírala con el buey, los palos son livianos. Verás que dispué de curao tendrás una mágnifica yunta.-
- Mañana a primera hora voy por ellos, no te preocupes.-
- Venancio, necesito un poco de café.-
- Pasa al cuarto y agárralo, pero que no se te vaya la mano compay.-
- Ta bien, ta bien, siempre con lo mismo.-
    Después que se retiró Cipriano, Venancio sintió que el estómago se le pegaba al espinazo y se dispuso a hervir un poco de vianda, en eso lo sorprendió la noche, ese silencio que solo era roto por el canto de los grillos, las ranas y una que otra ave nocturna, a las diez de la noche apagó la chismosa y así vestido se tumbó sobre la sucia cama.
  Los gallos como siempre, eran quienes lo despertaban, antes cantaban los de su patio y esos cantos eran respondidos por los de la comarca, algunos ladridos de perros se sentían a esas horas de la mañana, eran los de aquellos que partían con sus amos a las faenas del campo, hoy solo cantaban desde sus patios, no se encontraban respuestas a esos cantos desafiantes y los gallos se aburrían de hacerlo, ya su perro no ladraba y extrañaba verlo menear la cola, con el sol afuera, y después que el gallo terminaba de pisar a sus gallinas, cada uno tomaba su rumbo en busca de su comida, entonces solo se escuchaban los rugidos de los motores de camiones en la granja vecina. Venancio partió hacia el montículo, donde desde hacía varios días observaba a sus animales, se extrañaba por esa maña que tenían desde un tiempo para acá, la mayor parte de éste se los podía observar en esa pequeña loma, pero a él nada le importaba los asuntos y gustos de sus animales. Enlazó al buey y cuando lo tuvo cerca de él, lo agarró por la argolla que tenía pasada por el narigón, así lo condujo hasta cerca de la casa y lo enyuntó a la vieja carreta, que no se usaba desde tiempos inmemoriables, cuando estuvo listo, buscó una vara que tenía en la punta un agujón y con ella pinchó el trasero del sorprendido buey, que nunca había trabajado. Hirán protestó, pero como respuesta, recibió otro pinchazo que lo hizo andar con la velocidad del tractor.
- Así es mejol condenao, vas a saber lo que es trabajal como nojotros.- Hirán no comprendía el idioma de los hombres, pero no le gustaba el sabor de aquellos pinchazos, por eso no redujo la velocidad en todo el trayecto hasta la cooperativa.
  En la lomita continuaba Wenceslao, desde el espectáculo del día anterior, no se perdía cada detalle sucedido en la granja vecina, al poco rato se le arrimó con mucha cautela Caridad, quién desde los primeros indicios de celos por parte del torete, comenzó a temerle.
- ¿Has visto algo nuevo? Preguntó con la dulzura que muchas veces fingen con profesionalidad las del sexo opuesto.
- Por el momento nada, solo que se llevaron a la vaquita artificial y ahora están armando unos palos.- Contestó con desgano.
- Bueno, parece que ahora se preparan para otra función, porque según veo, han comenzado a traer vacas.-
- Eso parece, qué raro está todo esto.- Dijo el torito mientras se levantaba de su cómoda posición para observar mejor.
- ¡Carajo! ¿Qué hacen con aquella infeliz?- Preguntó asustada viendo como era conducida una de sus hermanas hasta lo que parecía un cepo y la reducían a la inmovilidad, luego que le pasaran una madera sobre la cabeza.
- ¡Coño! Cuántas cosas misteriosas suceden en la granja de los vecinos, ¿le irán a cortar la cabeza?-
- ¡Santos cielos Wenceslao! ¿Qué cosas se te ocurren?-
- Las normales ante tantas cosas inauditas, ¡mira!, salió otra vez el tipo de la bata blanca.- Terminando de decir eso, pudieron observar como aquel individuo se puso un largo guante en la mano derecha, mano que introdujo en el ano de la vaca, mientras con la izquierda le introducía una larga varilla, pero desde aquella distancia no pudieron comprobar por donde.
- Que asco, me horrorizan estas cosas de los hombres, tienen la mente enferma.- Dijo Cary con mucho desaliento.
- Ja,,ja, ja- Wenceslao cayó de nuevo en un ataque de risas mientras se revolcaba por todo el suelo. – así que toros enormes, hermosos, de linda pelambre, extranjeros, ja, ja, ja, cuanto lo siento querida, debo imaginar la desilusión que tienes que sentir en estos momentos.-
- No veo el motivo para tanta risa, ellos no tienen la culpa de lo que les está sucediendo, sencillamente han sido engañados y las vacas, son otras pobres víctimas, es mas, me largo al carajo.- Enojada partió ante la burla de su pretendiente.
  Poco rato después llegaron Venancio y Cipriano con la carreta cargada de palos, el guajiro soltó a la bestia para que pastara en su pedazo de monte, mientras ambos guajiros se enfrascaban en la ardua tarea de armar algo que se aproximara a un cepo también. Hirán partió directo a la lomita para conversar con su amigo.
- Hola Wences, ¿tienes algo nuevo?-
- Casi nada, mira para allá.-
- Dios mío que asco, esa gente son unas deprabadas.-
- Así es la vida mi hermano, pero tal vez a las vaquitas le gusten lo que les hacen, no hemos hablado con ninguna de ellas.-
- Tienes razón, ¿quién sabe?-
- ¿A donde fuiste hoy?-
- No me digas nada, hasta la cooperativa jalando esa cabrona carreta, que pesa miles de toneladas.-
- Que extraño, ultimamente están sucediendo cosas muy raras en estos contornos.-
- Ya lo creo, ahora Venancio llegó con un amigo y varios palos encima de la carreta.-
- ¿Para que serán?-
- No lo sé, pero ya están trabajando, bueno, me parece que ya se acabó la función de las vacas, así que me voy a comer algo.-
- Me voy contigo, no pinto nada estando solo en esta loma.- Ambos amigos se retiraron de su punto de observación, pero atraídos por el ruído de los martillazos y el serrucho, dirigieron sus pasos hasta cerca de la casa de Venancio.
- ¡Carajo!- Exclamó Wenceslao sin emitir otra palabra y poniéndose muy nervioso de repente, ante el asombro de su amigo que nunca lo había observado en ese estado.
- ¿Qué te pasa Wences, por qué tan nervioso?-
- ¡Ay mi madre! Ni te puedes imaginar lo que estoy pensando.-
- Si no me lo dices, no lo comprenderé.-
- ¿Ves aquella armazón de palos que están preparando?-
- Si, ¿qué pasa con eso?-
- Pues es idéntica a la que construyeron los vecinos, chico, donde metieron a las vacas para meterles el brazo por el culo.- Hirán lo observó detenidamente.
- Tienes razón, pero no tiene sentido lo que piensas, tal vez será para otro uso.-
-¡Vámonos de aquí! Estas cosas me están poniendo muy mal. Se marcharon a pastar y en sus labores se unieron a la vaca Caridad y a la yegua. Por otro lado, ambos guajiros trabajaron duro durante todo el día, hasta que vieron concluida su obra. Como era ya usual en los animales, a las cuatro de la tarde y cuando el sol comenzaba a disminuir sus ardientes rayos, se dirigieron al montículo, todos tenían sus miradas puestas en la finca vecina, como esperando que sucediera algo nuevo. Pocos minutos después vieron como se les acercaba el toro canadiense de días atrás, Caridad comenzó a mover la cola con exagerado entusiasmo y esto molestó a Wenceslao.
- Chica, no comprendo esa putería, después de saber lo deprabados que son toda esta gente.- Comentó enojado el torete.
- No estoy en ninguna putería, es sencillamente hospitalidad con el amigo, él no tiene culpa de nada.-
- Siempre buscando una cabrona justificación.- En esos momentos George estuvo lo suficentemente cerca y les dirigió un amistoso saludo, mientras movía tambien su cola en respuesta a la sorda bienvenida de la vaquita vecina.
- Mucho buenas tardes amigas.-
- Serás burro, cuándo aprenderás a hablar correctamente.- Fue el recibimiento de Wenceslao.
- No le hagas caso amigo, los celos lo ponen de mal humor, muy buenas tardes.- Intervino Hirán, mientras Caridad era presa del miedo.
- Amiga tora no tener razón para estar celoso, nosotras tener muchas vacas cubanas en esta finca.-
- ¡Qué clase de infeliz eres, así que muchas vaquitas eh!.- Respondió con ironía y molestia.
- Como oir tora cubana, nosotras tener muchas vaquitas para escoger, no necesitar de tu vaquita amigo.-
- Mira bobo, no me acuerdo de donde eres, pero lo único que puedo decirte es que son unos imbéciles, de vaquita cubana nada, mucha paja es lo que le hacen a ustedes, mucha paja.-
- No comprender que decir la tora cubana.-
- No dice nada, solo pelea, pero no le hagas caso, porque todos los de aquí no somos como él.- Intervino Cary muy molesta por las descortesías de Wenceslao.
- Ya ver, yo comprender que no caer bien a tora cubana.-
- ¡Toro coño! Toro, macho, varón, masculino y si no sabes hablar es mejor que no abras la bemba.-
- Es mejor que lo ignores George, no hay remedio que lo haga regresar a la realidad cuando se enoja, ¿Cómo te ha ido en tu nuevo hogar?- Preguntó Hirán presa de la curiosidad.
- Muy bien amiga tora, las naves están muy límpias, la comida es exquisita y el trato de los hombres es muy bueno.-
- Eres dichoso, yo no te puedo decir lo mismo.- Contestó con un poco de tristeza.
- ¿Es que tener problemas?- Preguntó con mucha curiosidad.
- Problemas son los que se sobran, hoy mismo tuve que trabajar y de alimentos exquisitos, nada.-
- No creer amiga tora, nosotros no saber que es trabajar, ¿qué les dan de comida?-
- Creo que estás en un error, aquí no nos dan nada, solo esto que ves a nuestro alrededor.-
- ¿Solo eso comer ustedes?-
- Esto que puedes ver y ahora la situación no está tan mala, hay que estar aquí cuando hay sequías, que generalmente es todo el año, qué digo el año, es toda la vida, al menos desde que nací, sin embargo, parece que para los extranjeros la cosa es mejor.-
- De verdad que lo lamento, pero esa yerba seca no la comemos allá de donde vengo.-
- ¡Ven acá! ¿Las vacas cubanas comen lo mismo que ustedes?- Preguntó Cary.
- No amiga vaquita, yo oirlas a ellas decir que tienen que lucharla, de verdad no comprender muchas cosas de esta tierra.-
- Ni las comprenderás, porque luchar es muchas cosas y para vivir hay que luchar.-
- ¡Mira! Allá llevan a la vaquita cubana.- Gritó con ironía Wences, mientras señalaba en dirección a la granja.
- ¿De cual vaca hablar tora cubana?-
- De la que usan para las pajas, pedazo de burro extranjero.-
- No le hagas caso yo te explicaré, el asunto es; que aquella vaca que puedes observar ahora no es tal, es una vaca falsa que utilizan para que ustedes traten de montar, entonces, en esos momentos un hombre de bata blanca les agarra el bicho y eso es todo, no sabemos lo que pasa después, pero en ningún momento ustedes tienen contacto con nuestras vaquitas.-
- No poder creer, eso es enfermo lo que decir, nosotras ser engañadas antes de venir.-
- Lo puedes comprobar cuando pases cerca de ella, es como si fuera una muñeca, no se mueve y por allí han desfilado todos tus compañeros.-
- Yo comprobar y si es real lo que dicen, yo no montar muñeca.- Mientras terminaba de decir esto, uno de los vaqueros de la granja se aproximó al entretenido grupo, y pasó suavemente una cuerda alrededor del cuello de George, que sin hacer resistencia se dejó conducir, mientras se despedía de sus amigos. Al pasar junto a la réplica de la vaca se detuvo y la observó minuciosamente, no le bastó con ello y se aproximó a ella para olfatearla, después, lentamente y cabizbajo, siguió al hombre encargado de su custodia.
  Los animales continuaron en su punto de observación, mientras el sol iba desapareciendo en el horizonte de cañas, todo era igual, la vida era un círculo vicioso, la noche sucedía a los días, las lechusas se encargaban de los cantos cuando todo estaba oscuro, luego eran relevadas por los gallos y así días tras días, todos los años, toda la vida, sin que nada cambiara en esos campos, hasta los animales se aburrían. Se marchaban los jóvenes y los viejos desaparecían, después el vacío, reinaba el silencio que nunca había existido.
  Venancio y Cipriano se dedicaron a beber después de la faena, celebraron la culminación de su obra, en esa tierra todo es motivo de celebración, siempre se está de fiesta, no porque estén alegres, solamente se rie por fuera, pero hay que buscar un pretexto para beber y si es posible debe ser diario, esa es la única manera de olvidar las penas, luego, cuando se está bien borracho hay que procurar un hueco, para meter eso que se lleva entre las patas y nos recuerde que somos machos. Así es la vida allí, así será por muchos años, hasta que no lleguen otras generaciones.
  Borrachos los dos, acordaron continuar con sus propósitos al día siguiente, Cipriano se marchó dando tumbos por la vieja guardarraya, Venancio, lazo en mano fue en busca de su amada, luego, con su olor a caballo se acostó.
  Cantaron todos los animales anunciando la mañana, como lo hacían siempre, pero el guajiro no se despertaba, sucedía lo mismo cada vez que se emborrachaba. Sus animales tomaban el camino diario para buscar su sustento, luego al mediodía, con un aliento de mil demonios se levantaba Venancio y sus primeros pasos los dirigía como siempre hizo, hasta el pozo, de donde sacaba un cubo de agua para enjuagarse la pestilente boca, se sacaba el rabo y meaba en cualquier dirección, miraba hacia toda su finca y se encaminaba hasta la cocina para preparar su buchito de café.
  Cipriano llegó a las doce y media, cuando Venancio lo esperaba sentado en su inclinado taburete, la resaca de la borrachera la cargaba consigo, pero aún así, llegó a cumplir su palabra.
- Buenas compay.-
- Casi buenas noches Cipriano.-
- Por tu cara no parece haberte levantado muy temprano.-
- Bueno, manos a la obra y después celebramos.-
- ¡Vamos por el torete compay!-
- No se hable mas.- Diciéndo esto, Venancio agarró el lazo que tenía tirado en el piso del portal y le dio a Cipriano la vara con el agujón, ambos se encaminaron hacia la parcela de pastoreo de sus animales y no fue difícil divisar a los mismos. Lentamente y para no espantarlos, Venancio se aproximó lo suficiente, hasta que le fue posible pasarle el lazo a Wenceslao, sorprendido y asustado por la cara que mostraba su amo, hizo resistencia, trató de safarse, brincaba, mugía, pero en la medida que lo hacía, sentía como aquella cuerda le apretaba el pescuezo y lo asfixiaba, a cada intento por librarse, el guajiro tiraba de la cuerda con mucha más fuerza y lo dominaba, luego oyo decir algunas palabras, pero él no comprendía el idioma de los humanos.
- ¡Pínchalo Cipriano! ¡Pincha a este hijoeputa pa`que aprenda! ¡Pínchalo carijo!- Cipriano salió de su mutismo y obedeció la orden, dirigió con fuerza la vara hasta el trasero de Wenceslao y la lanzó con fuerza. Se oyó un fuerte mugido a la vez que daba un enorme salto, el torete vió las estrellas en medio de su asombro ante la actitud agresiva de su dueño, luego sucedieron más pinchazos, hasta que decidió calmarse un poco y estos disminuyeron, echó a caminar detrás de Venancio mansamente ante la mirada de asombro de todos sus compañeros, quienes nunca comprendieron los motivos para tanta violencia.
  Cuando Wenceslao comprobó, que se dirigían directamente a la construcción hecha el día anterior, su rebeldía se hizo presente, su orgullo estaba herido y aquello fue suficiente, para que Venancio arremetiera de nuevo contra el torete.
- Coño Venancio esto no puede ser, yo soy macho, creo que estás equivocado, eso es para las vacas y no para mí, no me jodas viejo que yo no soy un toro maricón......- Así sucedieron incontables súplicas por parte del torete, pero Venancio no comprendía el idioma de los animales y los pinchazos aumentaron ante la resistencia del macho. 
Tanto lo pinchó Cipriano que la sangre le corría por ambas bandas, hasta que lo doblegaron, de la misma manera que se hace con los más bravos y así entró en aquella especie de cepo, que tenía además cuatro horcones clavados en la tierra, a la misma distancia de sus patas, las cuales fueron a ellos amarrados hasta dejarlo inmóvil, ante las miradas de sus amigos, cómplices irracionales. Cuando lo creyeron listo, Cipriano colocó un tronco debajo de los testículos de Wenceslao, acomodándolos sobre este, al tiempo que agarraba una maceta de madera y los golpeaba con todas las fuerzas que dieron su mano derecha. El dolor producido por aquel inesperado golpe fue acompañado de un grito de dolor, que fue escuchado por los pocos animales vecinos en aquel territorio, se paralizaron todas las actividades y las orejas se orientaron a una sola dirección, donde se creía que asesinaban a un hermano. El golpe  se repitió, pero el mugido doloroso fue más fuerte, hasta que Wences perdió el conocimiento y cayó derribado sobre su propio peso, el hecho de tener sus cuatro patas amarradas a las estacas lo mantuvo en pie y así lo dejaron desmayado, pero parado. Luego, después de aquel criminal y humano acto hubo concluido, Venancio y Cipriano se acomodaron en el portal a celebrar su obra, la obra de la vida, donde debía definirse entre las dos felicidades, la de los hombres o la de los animales, ahora ellos eran los felices. Los otros animales sintieron miedo y se alejaron de las proximidades de la casa, todos recibieron la noche en silencio, mientras en el viejo portal, aquellos hombres revivían algo de su pasado. Borrachos se despidieron, el torete seuía allí amarrado.
  En la mañana y todo adolorido, Wenceslao fue liberado en la parcela nuevamente, su primera acción fue, aproximarse a su viejo compañero para desahogar sus penas, ese día la vaquita amaneció en celos y se le arrimaba provocativamente, mientras el torete la esquivaba, para ella eso era algo incomprensible, Hirán lo entendía todo, a duras penas podía andar su joven amigo aún así lo acompañó en sus penas. Siendo el medioddía y estando todos reunidos en el pequeño montecito de la parcela, vieron como eran conducidos los toros hasta la vaca artificial, todos la montaban con gusto en lo que el tipo de la bata blanca les agarraba con suma destreza la verga, esa operación la repitió una y otra vez sin dificultad, hasta que llegó el turno de George, éste, se resistió con la bravura de los toros de aquellas grandes sabanas canadienses, llegado el momento, aquel vaquero se cansó de insistir y el de la bata blanca le hizo una seña para que lo dejara libre. Todo ocurrió ante la mirada sorprendida de sus amigos vecinos, después, con pausadoss pasos, el gran toro extranjero se dirigió muy orgulloso hasta ellos.
- Yo no participar en esa aberrada acción, yo no estar enferma.- Dijo como saludo.
- Ya te vimos George, nosotros sabemos que hay gente que nos visitan que tienen vergüenza.- Contestó Hirán para darle la bienvenida.
- ¿Qué pasarle a la amiga tora cubana? La veo cabizbaja.-
- Tu no sabes nada de lo que pasa en esta tierra.- Contestó Caridad.
- ¿Ser tan grave el problema?-
- Más de lo que te imaginas George.- Intervino Hirán.
- ¿No pueden contármelo?- Todos se miraron a los ojos como pidiéndose autorización. Tenían miedo hablar con los extranjeros, no sabían por cual razón, pero siempre sucedió así en aquella tierra. 
- Mira! Te contaré, pero con la promesa de que lo mantendrás en secreto, tienes que prometerlo.- Expresó Cary con mucho miedo.
- Lo prometo, pero por favor, terminen de contar.-
- El asunto es que desde ayer Wenceslao dejó de ser macho.-
- ¿Cómo ser eso? Nadie dejar de ser macho de la noche a la mañana.-
- En este país todo es posible, desde ayer, él dejó de serlo como yo.-
- El caso es que le trituraron los huevos George.- Añadió Caridad.
- ¡Santos cielos! Eso no oirlo nunca.-
- Pues aquí es muy común hacerlo.-
- Ahora no sirve para nada.- Dijo Caridad con un poco de sorna.
- No deberías hablar así, porque yo sirvo para algo.- Reclamó Hirán.
- Para nada sirven estos dos George, solo para trabajar, como la mayoría de este país y hasta en eso no son muy buenos.- Continuó hablando de una manera más ofensiva la vaquita.-
- Yo nunca oir hablar de semejante salvajismo en mi tierra, no comprender por qué hacerse esto en la isla.-
- Lo entenderás con el tiempo, cuando veas que las máquinas se rompen y no tengan para trabajar, entonces, solo lo harán los bueyes, que así es como nos llaman desde que nos joden los huevos.- Terminando de decir esto, el toro vio como se aproximaba su vaquero y se despidió de sus amigos. Ese día pastaron tranquilamente, nada nuevo ocurrió en ambos lados.
  A la mañana siguiente, Venancio se dirigió a la parcela con la cuerda en la mano, todos los animales se mostraban más jíbaros desde los acontecimientos sucedidos, nunca perdió la paciencia aquel guajiro y cuando menos se lo esperaba Wenceslao, se vio nuevamente con el lazo en el pescuezo. El guajiro lo condujo hasta las cercanías de la casa y más tarde fue por Hirán, éste era mucho más dócil y se dejó conducir con facilidad.
  Hora más tarde ambos bueyes se encontraban enyuntados a un viejo arado, que Venancio se propuso probar mientras los enseñaba a trabajar, muchos fueron los pinchazos recibidos durante aquella dura faena, el guajiro se encabronaba constantemente y era suficiente para que los pinchara con más deseos, ambos protestaban, pero de nada servëa todo aquello, ninguno de los dos eran comprendidos por su dueño. Cuando pasaron cerca de la finca vecina, vieron como su amigo el canadiense era montado en un camión del gobierno, no hubo lugar para la despedida, para todos, la vida se había convertido en un infierno.
  Pasados tres días, Venancio no salió de su casa, la borrachera había durado más de lo normal, Cipriano lo descubrió cuando ya era cadaver y se declaró heredero universal de sus pocas porquerías, movió su cadáver en la cama para revisar debajo del colchón, donde encontraríaa unos fajos de billetes que pronto decomisó. ¡Qué carajo! Se dijo, si no los agarro yo, se los enfundan los de la policía, luego echó en una funda algunas cosas sin importancia y partió rumbo a la cooperativa, para avisarle al administrador del descubrimiento, hasta que pasadas unas cuatro horas, todas las autoridades se presentaron en aquella vieja casona, sonrientes, triunfantes.
  Unas semanas después de la muerte de Venancio desapareció la cerca de marañón, se perdió la arboleda y los pájaros no tenían donde anidar, de la vieja casona no quedó ni la cimentación, no había rastro de la guardarraya, las pocas aves que tenía tiraron para el monte y lo poco que había de éste, fue sembrado de caña. Nadie sabe a donde fue a parar su cadáver, sus bueyes trabajaron hasta la muerte tirando carretas de caña para el central azucarero, allí los acompañó el toro canadiense. 
Los hijos se enteraron de la pérdida del padre muchos meses después, cuando fueron a comprar comida, pero ya no había nada para vender, ni para la gente de la ciudad, ni para los guajiros de la cooperativa, alas vacas siguieron metiéndoles el brazo por el ano, hasta que se cansaron de aquella operación, las vacas escasearon y la leche la racionaron a los niños, solo se la entregaban hasta cumplidos los siete años.
 
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2-4-2000.