Paquito y Paquita |
Nunca
me gustó vivir dentro de la ciudad, menos todavía en una como La Habana, diseñada
con estrabismos al futuro, contaminada como
ciudad México, pero con la sola diferencia que respiraba por encontrarse al
lado del mar, al que no se cansaba de envenenar. Mientras
sus edificaciones majestuosas y agotadas por el abandono oficial, tenían que
acudir al auxilio de muletas para sostenerla en pie de guerra, antiguas
fortalezas se reían descaradamente de ella. Algunos restos de murallas
construidas por nuestros esclavos, se mantienen bufonamente erguidos ante las
nuevas construcciones. La
paseaba casi a diario cuando me encontraba en puerto habanero, la evitaba de
noche. La Habana Vieja era el nido de lo peor que arribaba a nuestra capital,
incubadora de delincuentes, hospital materno de la bolsa negra, cuerpo de
guardia de la prostitución barata por su proximidad al puerto, fábrica de
dobles rostros sin par. Por
una de esas cosas raras de nuestras vidas y con el propósito de descansar del
agua salada, caí en una microbrigada ubicada en la misma esquina de San Ignacio
y Jesús María. En esas condiciones que les narro ganaba el doble que un
ingeniero cubano, me sentía feliz nadando en la mierda. Nuestro
propósito era (hablo en tercera persona acorde a las normas vigentes) mi propósito
era vacilar un poco antes de hacerme a la mar de nuevo. Pues bien, la intención
colectiva era construir una edificación de cuatro pisos donde se incluyera el
consultorio del médico de la familia.
No creo tampoco que haya sido el pensamiento de los que estábamos allí, no
pensábamos, fuimos diseñados para obedecer y aquellos eran planes del Partido
de la región. Nuestro
campamento o albergue se encontraba a una cuadra de nosotros, allí tocaban algo
metálico que imitara el toque desafinado de la peor de las campanas existentes
en el mundo. No recuerdo que pedazo de metal utilizaban, pero se encontraba en
total armonía con el barrio o casbash. Ese día no tuve deseos de acudir al
llamado de la merienda, era demasiado caro caminar una cuadra por la oferta y
decidí subir al segundo nivel, hacía solo unos días que habíamos terminado
de fundir la placa, y recién comenzaban a tirarse las maestras para levantar
las paredes que continuarían aquel monumento a
la chabacanería. -¿Compadre
no fuiste a merendar?- Le pregunté a Gilberto, Gilbert para los socios, los
ambias culiñanes de estudios, para sus aseres que no tenían nada que ver con
raza o religión, pero que a él le salía de los huevos fuera así, nunca
concibió panales sin fronteras, los hay de avispas y de abejas, siempre me
dijo. Levantaba unas cuartas del piso, flaco, enjuto y arrugado como una pasita
de las que se habían perdido del mercado desde tiempos inmemoriables. Eso si,
Gilbert tenía un volumen de voz desproporcionada con su cuerpo, cuando la
alzaba metía miedo, lo hacía con suma frecuencia sin calcular que nunca
resistiría un soplido. La gente lo quería y se lo tiraba a bonche, a veces lo
provocábamos solo para reírnos un poco, era muy buen improvisador. -¡Cállate
coño! Paquito está templando.- Me respondió, mientras con el índice me
indicaba a una especie de tronera practicada en una de las paredes del edificio
vecino. Era espectacular aquella cirugía ilegal practicada en una pared, donde
nunca se hicieran cálculos de resistencia y menos de longevidad. Era un
simulacro de ventana o respiradero, tal vez una especie de cañonazo del tiempo
para darle acceso a un poco de aire menos contaminado por la ansiedad, oculta
por diplomas y medallitas. Tal vez para dejar escapar gemidos y sueños, allí
estaba ese hueco como herida sangrante de malas palabras, rústico, desnivelado,
descubriendo viejas piedras centenarias o milenarias quizás. Nadie se preocupó
de repellar sus costados, un arqueado alquitrabe que evitara la caída de otras
piedras y el edificio, para rematar aquella obra abstracta, habían colocado una
especie de prótesis rudimentaria que simulaba ser una ventana. Una ventana de
dos pisos como era normal verlas en toda la casbash, detrás de ella era fácil
descubrir la existencia de una barbacoa, solo los comemierdas turistas pasaban
inadvertidos ante ellas. -¿Estás
de mirahueco? Mira que siempre he pensado que eres un tipo serio.- Le dije para
buscarle la boca como siempre. -¡Qué
coño mirahueco ni un carajo! Te estoy diciendo que te calles para que no le
jodas el palo a Paquito.- Me respondió sin quitar la mirada del marco de la
tronera y volvió a señalar con el dedo índice, fue cuando me di cuenta que se
refería a dos gorriones. -Tas
enfermo compadre, mira que dedicarte a esto ahora, tas grave.- Le dije sin
quitar la mirada de aquella pareja de pajaritos. En esos momentos Paquito le decía
algo a su pareja, ella se erizaba y hacía unos rápidos movimientos casi telúricos,
él la miró por unos instantes y se lanzó a un nuevo ataque. Se le encaramó
aleteando y tratando de mantener su equilibrio la picaba en las plumitas de la
nuca. La pajarita muy complaciente echó su colita a un lado, tal vez la ayudó
el viento y pudimos ver por solo fracciones de segundos un puntito que tenía
que ser su culito. Con más precisión que Guillermo Tell, Paquito inclinó su
colita en busca de aquel dulce huequito, su colita estorbaba un poco, pero al
parecer dio en la diana y se bajó de su parejita para hablar un poco con ella. -Es
del carajo ser pájaro, mira que pasan trabajo para templar, esa cola molesta
mucho, deberían tenerla postiza.- -Pues
mira, que con la cola jodedora que dices, ya le ha echado cinco palos a
Paquita.- -No
jodas, ¿tanto tiempla ese pájaro?- -Eso
no es nada, ayer le echó quince palitos.- Tomé un bloque y lo acomodé al lado
de Gilbert para continuar el conteo. -Cuando
terminen deben tener el culo en candela, ¿qué comerá ese pájaro? -¡Cállate
y observa! Parece que la va a montar de nuevo.- Sentimos a alguien subiendo por
la escalera de madera. -Asere,
aquí les traigo unos metros comiquísimos, cinco varos cada uno, mírenlos
bien.- Era Juanito, un mulato que pertenecía a una microbrigada distante a una
cuadra de la nuestra. -Oye
Juan, vas a dejar a tu brigada sin herramientas asere.- Le dije bien bajito
mientras observaba la calidad de aquellos metros, eran made in China, plegables
y de aluminio. -¡Shiiiiiiiiiiiiii!
¡Sió cojones! Si van a estar dando muela bajen, le van a cortar el palo a
Paquito.- Juan se sorprendió por aquella inesperada reacción de Gilbert, se
asustó más bien y casi al oído me habló. -Asere,
¿Qué le pasa al consorte?- -Nada
Juan, el lío es que Paquito está templando, fíjate que ya va a echar el palo
número seis.- Le indiqué con el índice al marco de la ventana. -¿Seis
palos? ¿Qué coño jama ese pájaro?- Exclamó sorprendido. -Y
eso no es nada, ayer echó quince.-Le respondí sin quitar la vista de aquellos
dos animalitos, Juan tomó otro bloque y se sentó a mi lado. Todos guardamos
silencio mientras Paquito repetía el ritual del talle, Paquita que se erizaba,
Paquito que se le encaramaba y la picaba en la nuca, solo que esta vez Paquita
movió la colita en dirección contraria a la del palo anterior y no le vimos el
culito. -Asere,
¿tú no te has fachado unos binoculares del barco?- Me preguntó Gilbert en la
breve pausa que se tomaban los pajaritos. -Coño
Gilbert, ¿cómo me voy a poner en esa?, acuérdate que yo soy oficial.- -¿Y
qué? Yo también lo soy y facho como un caballo, todo el mundo facha y no lo
hagas para que veas, pereces.- -Si
lo quieren yo se los puedo conseguir.- Intervino Juan. -¿Conseguir
qué?- Le pregunté intrigado. -Los
binoculares para que le vean el bollito a Paquita, y bueno, tal vez se le peguen
algo más dentro de la ventana.- -¡No
jodas consorte! ¿Cómo vas a conseguir eso?- Le respondió Gilbert. -Aterriza
mi herma, estás en La Habana Vieja, hasta un cohete MX si quieres, pide por esa
boca.- Paquita comenzaba de nuevo con sus movimientos espasmódicos, abría sus
alitas y levantaba su colita dejando al descubierto su maravilloso huequito.
Paquito decía sus cosas, tal vez protestaba ante aquella exigente hembra.
Sentimos que alguien subía por la escalera. -Gilbert,
hace falta que te llegues por el Círculo, se han descolado varias cunitas y
cinco corrales, además, el baño está tupido de nuevo.- Era Margot, la
subdirectora de un Círculo Infantil que patillas había inaugurado hacía solo
unos meses, fue en esa etapa de su vida durante la cual, su descomposición
mental le diera por inaugurar un Círculo diariamente. Entonces todos sus
tracatranes se imponían metas, o mejor dicho, se las imponían a los
trabajadores, y las cosas se construían en tiempos records (en apariencias
solamente) pero a los pocos meses, digamos quizás semanas, comenzaban a flotar
todas las porquerías realizadas. En el caso de ese círculo situado en Jesús
María y media cuadra de San Ignacio yendo para la avenida del Puerto, todos los
días iban a jodernos por algún problema. Lo más risible de todo es que,
cuando el caballo fue a inaugurarlo, pintaron esas dos cuadras de la casbash
para engañar a la prensa e incautos extranjeros. -¡Shhhhhhhhhhhhh!
¡Cojones! ¿Será posible que en este país no dejen templar tranquilo ni a los
pájaros?- Paquito y Paquita miraron hacia Gilbert y movieron sus alitas, se
hizo un rotundo silencio. -¿Y
a éste qué coño le dio hoy?- Replicó Margot algo molesta. -Nada
Margocita, no te pongas brava, el lío es que aquellos gorriones están
templando, ahora van por el palo número siete, y dice Gilbert que ayer echaron
quince.- Le expliqué. -¡Ñoooó!
Pero ese no es un gorrión, es un caballo. Voy a tener que enviarles a mi marido
para que le muestren esto. ¿Qué carajo comerá ese animalito?- -¡Shhhhhhh
coño! Ahí va de nuevo.- Intervino Gilbert y todos guardamos silencio mientras
Paquito repetía su maniobra. Le brindé mi bloque a Margot y me mantuve
agachado hasta que terminara el palo, después me moví por otro. Sonó la
campana y continuamos en esa interesante observación. La escalera de madera se
movió de nuevo. -¡Arriba!
¡Cafecito caliente!- Era Anita, una flaca muy próxima a los seis pies de
estatura. Para ser blanca tenía el pelo tan ensortijado que se acercaba a negra
en ese aspecto, sin embargo, siempre le observaba el color de las encías cuando
reía o el color de las uñas, y nada la delataba con antecedentes africanos.
Anita estaba embarazada, mostraba con penas una barriga que sobrepasaba los
cuatro meses, aún así pertenecía a otra microbrigada que estaba ubicada a
media cuadra de la nuestra. No recuerdo a cual organismo pertenecía, solo que
ella misma tenía la seguridad de que sus posibilidades de obtener vivienda eran
remotas. Cuando le pregunté por el marido me respondió con pocas palabras,
Anita pertenecía a ese numeroso ejército de madres solteras y vivía hacinada
en un solar de esta casbash. No sé cuales eran sus atractivos, pero Anita me
gustaba mucho, aún con su barriga, debe haber sido por esto último, nunca había
tenido una aventura con una barrigona, temí estar enfermo. -¡Vaya
carajo! Éramos poco y parió catana, será posible que sigan jodiendo.- Dijo
Gilbert algo encabronado. -Si
quieren me voy pal carajo y se hacen el café en su casa.- Dijo Anita acompañando
esas palabras con la exagerada gracia que yo encontraba en ella. -No
te vayas flaca, reparte ya que se enfría.- Le dijo Margot. -De
repartir nada mija, este café tiene nombre y apellidos.- Respondió parca
Anita. -¿Cómo
se digiere eso?- Preguntó Juan. -Muy
fácil, ¿quién carajo les dijo que las micro dan café?, eso lo compran los
muchachos haciendo una vaquita.- Le dijo Anita mientras señalaba para Gilbert y
para mí. -Vamos
a mojarnos los labios para encender un Popular, pero no se acostumbren, en la
bodega venden los sobrecitos de café a tres pesos.- Anita fue sirviendo en las
únicas dos tacitas que cargaba y donde todos pegamos la bemba. -Tomen
esa agua de culo, pero no se muevan tanto ni hablen tan alto, no van a dejar
templar tranquilo a esos infelices.- Dijo Gilbert mientras sorbía con gusto
aquellas goticas de café. -¡Caballeros!
Me pueden explicar que le pasa al flaco hoy.- Expresó Anita preocupada. -Nada
vieja, el problema es que aquellos dos pajaritos están templando, ya han echado
siete palos y dice Gilbert que ayer fueron quince.- Explicó Margot en lo que yo
busqué un bloque para mí y otro para Anita, ya sabía que se quedaría. -¿Quince
palos? Ese gorrión es un salvaje.- Fue todo lo que soltó Anita. -Na,
va y es igualito al tipo que te llenó el tanque.- Bromeó Juan. -Ya
quisiera parecerse a ese pajarito, siempre anda alegando estar cansado, que si
las guardias, que si las reuniones, que si las marchas, que si la jama no está
pa eso. No mijo, me lo llenaron con un solo palo, dichosa esa gorriona. ¿Qué
comerá ese pajarito?- -¿Se
acabarán de callar?- Gilbert mostraba un bien marcado mal humor y todos nos
reunimos nuevamente en nuestro silencio. La escalera de madera sonó nuevamente
mientras Paquito y Paquita disfrutaban ahora su ya un poco más larga pausa. -¡Arriba
caballeros! Papas rellenas de sorpresa, calentitas.- Era Mongo con su
acostumbrada lata de galletas debajo del sobaco. En el bolsillo trasero de su
pantalón cargaba una libretita donde anotaba lo que fiaba, yo le pedí dos de
pescado, al menos no me podía engañar porque el pescado debe saber a pescado.
No sabían mal y costaban a veinte centavos cada una. Comenzaba el ritual que
antecede un palo y Gilbert se observaba cada vez más molesto. -Mongo,
vende tus papas pero trata de guardar silencio.- Le dije antes de oír explotar
a Gilbert. -¿Qué
volá, están de luto a caso?- Preguntó sorprendido. -No
es luto Mongo, es que esos gorriones están templando y van por el palo número
ocho, dice Gilbert que ayer echaron quince.- Le explicó Anita. -¡Quince
palos! De pinga, ese gorrión se manda mal, me quedo, me quedo, y si llega a
diez le regalo una papa rellena.- Respondió Mongo. -Pues
búscate un bloque y cierra el pico.- Le ordenó Gilbert. -¡Caballeros!
¿Por qué no organizamos una apuesta? Nos jugamos una caja de laguer, es
sencillo, los que apuestan a que llega a los quince palos y los que dicen que no
llegará. -Juan,
mejor sigue con los fachos compadre.- Le dijo Margot. -De
verdad que no hay ambiente en esta brigada de marineros.- Terminó de decir
cuando desde la calle se escuchaba un escándalo anormal y todos nos olvidamos
de los pajaritos. La gente gritaba y solo veíamos a un negrito corriendo a toda
la velocidad de sus piernas por San Ignacio, la información fue corriendo de
boca en boca con más eficiencia que los órganos de prensa del país. El
negrito venía en una bicicleta y se le tiró a la cartera que una turista
llevaba colgada en el hombro, parece ser que los tirantes de aquella cartera
eran de muy buena calidad, y el negrito no logró romperlas del tirón que le
dio. En esa desesperada maniobra perdió el equilibrio y cayó al suelo, la
gente le partió para arriba y el muchacho en su nerviosismo arrancó en una
veloz carrera dejando tras sí su bicicleta. Mal día para el chama, todos nos
sentimos conmovidos por el hecho. Regresamos nuevamente a nuestros puestos y la
escalera se movió de nuevo. -¡Caballeros!
Cigarros Populares de los buenos a varo la cajetilla.- Era Janet, una mulata
cincuentona y presidenta del cedeerre que estaba al lado del puesto de vianda.
En seguida saqué cinco pesos. -¿Podrán
hacer silencio en un solo puto día de sus vidas?- Protestó Gilbert. -¿Y
a éste que bicho lo picó?- Expresó Janet mientras me despachaba las cinco
cajas de Populares. -Nada
mija, estamos vacilando a esa pareja de gorriones templando, ahora van a echar
el palo número nueve, y eso no es nada, ayer echaron quince.- Le explicó Mongo
quien estaba sentado encima de la lata de galletas. -¿Quieres papas rellenas
Janet?- -No
mijo, en la casa estoy tirando algo mejor que eso.- Todos giramos nuestra vista
hacia ella y olvidamos a los pajaritos, solo Gilbert continuaba concentrado. -¿Qué
estás tirando?- Le pregunté en nombre de la colectividad. -Pan
con lechón a dos varos y laguer a tres.- Dijo Janet. -Voy
en esa mulata, ya falta poco para que toquen la campana del almuerzo, así que
me tienes en el uan.- -No
hay líos, alcanza para todos. ¿Dicen que ese pajarito ha echado hasta quince
palos? ¿Qué coño jama ese bicho? Mañana les mando a mi marido pa que le den
una lección.- Todos nos reímos mientras Paquita movía el culito con cierta
elegancia, se hizo silencio y Paquito la volvió a montar, ahora la pajarita
inclinaba su colita hacia la banda donde no podíamos verle el culito, la
escalera se movió nuevamente. -¡Caballeros!
¿No piensan pinchar hoy?- Era Salvador el jefe de la brigada. -¡Cállate
la boca y no jodas! Tú haces menos que nosotros.- Le respondió Gilbert y
aquella expresión lo paró en seco. -No
te mandes Gilbert, ¿en que onda andan ustedes aquí arriba?- Preguntó y
entonces Janet le explicó la importancia de aquella espontánea reunión,
Salvador fue hasta la pila e bloques y se acomodó en el grupo. No era mala
gente el jabao, lo suyo era vivir, pero dejaba que la gente se defendiera. Abajo
los fiñes chiflaban y rechiflaban, algunos nos asomamos al borde del techo, una
linda mulatita andaba con un bajaychupa mostrando sus dos tetas paradas como cañones
antiaéreos. La lycra que llevaba puesta solo alcanzaba la mitad de sus muslos,
muy ajustada, tanto, que se le marcaban hasta los poros de la piel, delante,
donde se unen las dos piernas, un provocador bulto. Dicen los chamas del barrio
que era una hernia. -No
puede ser que ese pájarito de mierda haya echado tantos palos, ¿de qué coño
se alimenta?- Preguntó Salvador mientras se oía el toque de la campana para el
almuerzo, el sol daba directamente sobre nuestras cabezas y Paquito se observaba
fatigado. La hembra no, ella seguía con sus provocadores movimientos, se
erizaba, abría sus alitas, levantaba la colita en una danza erótica mientras
le enseñaba el culito al pobre pajarito. Gilberto nos culpó a todos de aquella
repentina indiferencia, dice que era por la cabrona conversadera, ambos pájaros
salieron volando y el grupo se fue disolviendo. Yo fui con Gilbert para casa de
Janet por un pan con lechón y tres o cuatro cervezas. Juan no pudo vender sus
metros de mierda, Margot muy preocupada con su círculo infantil y los servicios
que se desbordaban. Anita con su linda pasita y aquella barrigona bajaba en cámara
lenta la escalera de madera. -Y
fíjate Margot, dile a todas esas putas que trabajan contigo, que cuando tengan
la regla no metan el kotex dentro del baño, porque la próxima vez lo va a
destupir la madre que las parió.- Fue la despedida de Gilbert. Pocos
días después, el pobre Paquito trabajaba como un animal para construir un
nido, lo hacía en un hueco existente entre el alquitrabe de la ventana y la
pared de aquella tronera. Ya no templaba ni Paquita le hacía gracia alguna,
cargaban con todo lo que encontraban en la casbash habanera, pedacitos de papel,
trapitos, hilachas de algodón, pedacitos de tela y una que otra yerbita
encontrada casualmente. Paquita
era feliz porque al final de tanto sacrificio tendría su hogar y el de sus
pichones hijos, Anita continuaría hacinándose en el solar junto a sus padres y
hermanos. En la casbash las cosas empeorarían, a solo unas cuadras de allí, el
historiador le daría unas vueltas una noche a una ceiba que existe en el
Templete, para gracia de los incautos extranjeros. Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
30-3-2003.
|