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 EL REINO DE OGOCHI
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  Existió desde siempre, de cuando terminaron aquellos grandes diluvios, que apagaron el fuego en la tierra, con nubes y agua que trajo de otros sistemas, nadie sabe su origen, pero un día llegaron y cayeron en formas de tormentas que duraron siglos, hasta que se apagaron todas las llamas y siguió lloviendo, hasta que se llenaron los huecos de la tierra.
  Ogochi formó los mares con su agua y luego la regó con un poco de sal, para diferenciarla de la que había quedado atrapada entre las rocas, la tierra y las montañas, otro poco la dejó flotando, para cuando la tierra tuviera sed y ésta alimentara también los manantiales, y ellos crecieran para convertirse en arroyos, que unidos todos en sus caminos, llegaran a ser grandes, lo suficiente, para formar los ríos. Todo lo había previsto en su reino, que el río alimentara los mares y que las nubes se nutrieran de ellos, fue un mundo maravilloso el creado por Ogochi.
  Cuando todo se hubo enfriado, trajo peces para habitar esos mares, plantas para poblar la tierra y formar bosques, pero luego, la encontró muy vacía, entonces, distribuyó en todo su reino animales, que se alimentaron de los frutos que muy pronto dieron sus árboles. Pasado un tiempo, su reino estuvo muy aburrido y quiso llenarlo de otras criaturas, tal vez cometió un error pero así lo determinó e hizo, siempre cumplía con su voluntad, para eso era un gran Señor.
  Esas criaturas creadas por él, deberían ser hermosas, diferenciarse entre ellas, creando así una gran atracción entre ambas para garantizar la reproducción, los diseñó parecido a los animales, para que luego fueran eternos, hembras y machos, pero éstos, dotados con inteligencia, entonces, los distribuyó por muchas partes de la tierra, donde abundaba la comida y la caza, para esto, no faltaban los animales. Ogochi se sentía orgulloso de su obra y aquellas criaturas pronto comprendieron y se reproducían como las mariposas que volaban muy cerca del suelo, hasta que formaron grandes comunidades, que vivían sin organización, fue entonces, cuando se dio a la tarea de guiarles su camino, para que no chocaran entre ellos. 
  Un día, se le aparecía a su elegido y se le presentaba como el padre, pero, como el padre supremo, el creador de la tierra y de ellos, así, sus hijos debían reunirse con su pueblo, para contarles el mensaje que Ogochi había enviado para estos, con sus hijos se encontraría después, para oír las inquietudes de sus ciervos, sus súplicas y también los lamentos.
  Una tarde, en la cima de una montaña elegida para reunirse con uno de sus hijos, llegó Omori con una solicitud de su pueblo, que oyó con mucha atención, decían; <<Que si él tenía los poderes que describía su hijo, si había sido el creador de la tierra y los mares, muy bien podía separarlos del valle donde vivían otras tribus, porque aquellas, se estaban convirtiendo en peligrosas, muy guerreras y en sus festividades, ofrendaban vidas humanas a otros Dioses y por esas razones su gente temía.>> Se indignó mucho ante lo que estaba oyendo y descargó sobre esas tribus una tormenta de rayos y ensordecedores truenos, como aviso que solo existía un solo Dios, pero aún así, complació la petición de Omori, advirtiéndole, que en lo adelante, debía ser informado de todas las anormalidades.
  Del gran continente apartó varios pedazos, que colocó apartadas en el mar y las llamó islas, las pobló cual paraíso, donde abundaban las frutas, las aves de hermosos colores y bello cantar, sus mares estaban enriquecidos de peces, de todos tamaños y eliminó de esas tierras todo animal dañino, apartando de la mente de sus gentes, todo lo que pudiera hacerles mal. Así vivieron durante mucho tiempo, sin trabajar, tomando los alimentos de las plantas, los peces que abundaron no solamente en el mar, se podían encontrar en los ríos y los lagos, se amaron en una dulce paz, hasta que fueron creciendo y cada cual fundó su propio pueblo.
  Una mañana y según contaron ellos, vieron en el horizonte muy cerca de donde salía el astro que les daba luz y calor, la llegada de algo nuevo y extraño. Nunca imaginaron, que detrás de aquella línea donde se unen el mar y el cielo pudieran existir vidas, de la que Omori no les había hablado, él tampoco lo sabía y aquellas figuras fueron creciendo, y en la medida que lo hacían, se acercaban a sus costas, donde la curiosidad los tuvo sembrados.
  En pequeñas chalanas desembarcaron hombres muy raros, tenían barbas y una vestimenta que nunca comprendieron Omori y su pueblo, el encuentro fue mudo, como lo eran sus perros, quienes mostraban su enojo enseñando la dentadura, y la alegría, moviendo el último tramo de su cuerpo. Así, en silencio permanecieron esos extraños seres de un color diferente al de ellos, así permanecían también Omori y su gente, que apenas cubrían la desnudez de sus cuerpos. Luego, después de estudiarse mutuamente, ambas partes partieron a su encuentro, los recién llegados, y los nobles y pacíficos habitantes de aquel lugar tan bello. Aquellos llegaron exhaustos, lo reflejaban en los rostros asombrados, descargaron cosas que los nativos no conocían y clavaron en la tierra unos palos cruzados, hincaron sus rodillas ante la mirada atónita de los anfitriones, para más tarde, dirigir la vista al cielo. Ellos, la gente de Omori, también miró, los observaban sin comprender, hasta que el principal de ellos, comenzó a emitir sonidos extraños mientras abría los brazos. La gente estupefacta hacía lo mismo, menos Omori, quien tenía el poder de entender a la gente por la mirada, eso se lo había enseñado su Señor, no le gustó la de aquellos seres extraños.
  Cordiales y amistosos, sanos y sin maldad, la gente salió corriendo a brindarles una hospitalaria bienvenida, trajeron cuanta fruta encontraron en sus caneyes, carnes, pescado y mucha agua, que aquellos visitantes degustaron furiosamente, mientras el Cacique no les apartaba la vista, observando que la de los recién llegados, muy pronto se dirigieron a las tetas desnudas de sus mujeres. Saciada el hambre de siglos, comenzaron  a sacar de sus equipajes cosas muy raras, que nunca, la gente de su tribu había visto, todos exclamaban su asombro con sonidos guturales y los visitantes lo disfrutaban, era, como si encontraran ante la presencia de salvajes, no se equivocaban, reían, lo hacían de ambas partes, pero, el asombro mayor surgió, cuando aquellos extraños seres, de un olor extravagante como su vestimenta, sacaron un espejito y mostraron a los de la tribu, aquellos, no podían atrapar los gritos que producía, ver en un pedacito de algo nuevo para ellos, el rostro de una persona, pero no solo eso, que se moviera, hiciera gestos, que se riera, de la misma forma que lo hacían quienes la poseían en esos momentos. Fueron pasando de mano en mano, ante la curiosa observación de los visitantes, más tarde, cuando creyeron oportuno, propusieron trueques de aquellos pedacitos extraños, por los objetos brillantes que los nativos tenían en sus cuellos, la mayoría de ellos miraron a Omori interrogantes, éste, con un solo movimiento de sus cejas, desaprobó el cambio, pero a sus espaldas, otros nativos violaron las leyes de la tribu, las ordenanzas que Dios les señalara, cuando las tierras fueron separadas del continente, desobedecieron, por un sentimiento desconocido hasta ese presente, fue entonces, cuando nació el deseo de poseer, que más tarde se hizo incontrolable y se transformó en ambición.
  Omori se apartó de aquella loca festividad y se dirigió al monte muy preocupado, quería consultar con el señor todo lo que había observado, le preocupaba la paz de su pueblo, que fuera a perderse la pureza de los sentimientos y que el odio naciera entre su gente, por ello, sentado junto a una gran roca, meditó por mucho tiempo antes de llamar a su padre, la duda y el desconsuelo inundaron desde ese día su corazón.
-¡OH Padre poderoso!, Tu que fuiste nuestro creador, escucha estas súplicas de un hijo invadido por las dudas, muéstrame el camino por donde conducir a mis hermanos.- Dijo con voz temblorosa, temiendo provocar el enojo de su Dios.
-¡Hablad Omori! ¿Qué pena te acongoja hijo?- Le contestó el padre, sin que Omori pudiera haberlo visto.
-Han llegado gente extraña a ese paraíso que nos regalaste, muy distintas a nosotros, con miradas esquivas y maliciosas que no me gustan para nada, fueron bien recibidos por mi gente, quienes no poseen el don de la maldad en su mente y aquellas figuras de las que hablo, les han comprado la atención con cosas que no tienen valor.-
-Debes tener mucho cuidado, los he visto llegar por donde el sol levanta su vuelo diario, vienen de la tierra de Helión, que está habitada desde hace muchos años, son corruptos, viciosos y sus tierras han conocido el espanto de las guerras, ¿qué desea tu gente?, ¿qué pudieran desear? Los aparté del continente y les construí un paraíso, han sido nobles y buenos, mansos corderos fácil de guiar, ¿por qué estás preocupado Omori?
- Por poco y mucho señor, porque observo un nuevo sentimiento que hasta hoy fue desconocido, el deseo de tener algo, me temo, si eso que sienten por esas cosas que los extraños les mostraron, arrancó con esa intensidad en el primer contacto, puede convertirse en maligno y dividir a nuestro pueblo. Me pidieron permiso para cambiar sus adornos por algo que llaman espejitos.-
-¿Qué desean ver en esos espejos?-
-Quieren ver sus rostros.
-Pero le he dado para ello los ríos, los lagos, hasta los charcos cuando ha llovido.-
-Ellos creen que en los espejos se ven mejores y más exactos.-
-Son ciegos tus hombres, cuando se miran en mis ríos, cuando el agua tiene movimientos, ¿no perciben la alegría en sus rostros?-
-Deben ser ciegos mi señor.-
-Entonces parte veloz hacia ellos y dile que le prohíbo esos cambios, que les ordeno vivir como lo han estado haciendo.-
- Cumpliré humildemente lo que ordenas mi señor.- Después de bendecirlo, ambos se separaron y Omori corrió montaña abajo para reunirse con su pueblo.
  Llegó muy tarde, muchos no tenían sus prendas que les colgaran del cuello, corrían entre grupos para mostrarse dentro de un pedacito de algo que llevaban en sus manos, algunos andaban tambaleantes en sus marchas, con los ojos desorbitados y un raro olor que salía de sus bocas, tal vez, desde las entrañas. La gente se comportaba como nunca habían sido, se podían oír grandes y locas carcajadas, bailaban de alegría por los productos adquiridos y las mujeres compartían esa lujuria. Muchas salieron del monte con algunos de esos hombres, ante la mirada risueña de sus ebrios maridos y cuando Omori trataba de hablarles, nadie escuchó, era como si no existiera o nunca existió. Aquella loca orgía duró varios días, tantos como les duraba la borrachera, mientras las chalanas de los hombres iba y venía constantemente de las naves, descargando otras mercancías.
  Omori, ante el temor de perder su pueblo, subió de nuevo al monte para consultar a su padre, iba muy nervioso ante lo que había observado y sintió miedo provocar del Señor su enfado.
-¡OH Señor nuestro creador! Atiende los ruegos de éste fiel servidor.- Expresó con lágrimas en los ojos.
-No tienes por qué llorar Omori, lo he observado todo.-
-No sé que decirte mi Señor, ¿qué puedo hacer para evitar que el dolor y la desgracia se apodere de mi pueblo?-
- Baja nuevamente y trata de convencerlos, dile; que traten de evitar mi enojo, si no te oyen ellos, estás a tiempo de salvar a otros, parte a visitar otras tribus y ponlos al tanto de lo que está ocurriendo, es todo lo que se me ocurre por el momento.-
-Partiré sin demora y cumpliré tus deseos.- Después de la acostumbrada bendición, Omori regresó a su pueblo, allí, nadie lo escuchó, era como si una fuerza maligna cambiara de momento los sentimientos de ellos, entonces, en la oscuridad de la noche partió lejos, hasta donde habían marchado otros hermanos y así durante días, sin descansar, avisó a todos de los males que se avecinaban.
  Cuando hubo cumplida su misión, ya su gente estaba totalmente perdida, muchos continuaban aquella loca lujuria, entregaban a las hijas por bebida u otro artículo raro que ellos no tenían, alguien, de aquella corrupta masa de hombres, delató a Omori a cambio de un trago, siendo apresado por varios de aquellos hombres, quienes lo condenaron por rebelde. Se hizo una gran fogata y en el medio de ésta colocaron al Cacique con vida, y le dieron fuego delante de su gente, nadie protestó, nadie hizo nada, todos miraban, quizás, sus pupilas dilatadas no les permitían disfrutar aquel horrible espectáculo, tal vez algunos cortaron leña para esa fogata, entonces, con la cabeza erguida y su mirada recorriendo todas las caras, Omori fue quemado, sin que se escuchara un solo lamento de sus labios.
  Aquel crimen provocó la ira de Ogochi, quien envió rayos y centellas, agua para apagar las 
llamas que devoraban el cuerpo de su hijo, pero fue tarde, sus cenizas se regaron por toda la tierra, de la misma manera que el castigo de su padre, para que la gente aprendiera. Cuando se les pasó la borrachera, algunos se miraron en sus espejitos y comprobaron que de sus ojos salían gotas, lo que nunca ocurrió cuando se miraron en el río.
  Ogochi preso de la soberbia expresó, para que todos lo oyeran; <<A partir de hoy serán débiles, contraerán las enfermedades que trajeron los hombres de la tierra de Helión, para las cuales no estarán preparadas sus cuerpos, sus cuerpos serán también débiles para el trabajo y la pelea, no sabrán defender a sus mujeres y serán usadas por extraños, ellas cambiarán sus cuerpos por espejos, aunque pasen muchos años, y lo harán por comida, que a partir de hoy escasearan en mi reino, porque contaminaré los ríos y los mares, para que los peces abandonen sus hogares, le seguirán las aves, porque con mis rayos quemaré los bosques y ellas no tendrán donde hacer los nidos, se irán muriendo y desapareciendo todos los animales. En las noches pasarán frío, no tendrán para alumbrarse, menos aún para calentarse y el aire se hará irrespirable.
  Se mirarán toda la vida en espejitos como quisieron, por espejos venderán a sus hermanos, y en esos espejos, solo mirarán un rostro de dos que poseerán, pero el otro lo llevarán muy dentro, ese solamente se podrá observar en los ríos, pero no podrán hacerlo por estar contaminados, por eso, vivirán con el falso por mucho tiempo, reirán cuando se les queme el alma, pasarán los siglos y nadie les creerá porque son falsas sus palabras, como falso el rostro que muestran a otros pueblos.
  Llegarán hombres de Helión y otros pueblos, para comprar a la gente, que estará sometida por hambre, solo escaparán de este embrujo, los que logren dejar la isla, no será tarea fácil porque sembraré el mar de tiburones, aún así, después de perecer muchos, hablarán y contarán sus verdades, estarán repletas de dolor, del dolor de varias generaciones, pero nadie les creerá, los vecinos serán morbosos, actuarán sin piedad y disfrutarán con vuestras penas, pagará mucha gente por esos pecados que cometieron, gente que no han nacido aún, gente que no sabe de mi existencia, para los que nunca existí ni existiré, porque solo creerán en lo que vean sus ojos, pero a ellos los haré ciegos, para que no puedan ver más allá de sus realidades, los haré sordos, para que no escuchen el dolor ajeno, flacos de mente para que no recuerden nada y se les borren los recuerdos a un segundo de distancia, por eso, cuando dejen de existir, será como si nunca existieron, después de haber vivido dominados por el reino de la maldad.
  Pasarán muchos hombres que ustedes elegirán de Caciques, todos se presentarán como buenos y les creerán, porque los haré tontos, entonces, serán despiadados con ustedes porque así lo merecieron, robarán, matarán, arruinarán sus pueblos y nunca harán nada, cuando lo hagan, será para colocar a otro que hará lo mismo, ustedes aplaudirán por un tiempo, hasta que se cansen de él, pero a éste, lo sustituirá otro más implacable porque el terreno es fértil y lo será mientras dure mi maldición. En la medida que pase el tiempo, en esa medida tendrán más miedo, perderán las esperanzas, desaparecerá la fe en el hombre, apelarán a mil Dioses, desde aquellos que llegaron con los hombres de Helión, hasta otros más nuevos, serán timados entonces, porque solo existe uno aunque le pongan distintos nombres.>>
 Todos oyeron aquellas palabras cargadas de la rabia que produjo la actuación del pueblo y temieron, temblaron de espanto y como por encanto adquirieron la sobriedad que se había esfumado, reinó el silencio.
  Los hombres de Helión fueron implacables, cuando se cansaron  de aquella comedia, violaron a cuanta mujer quedaba virgen del cuerpo, la gente se enfermaba y moría, las espaldas conocieron la furia del látigo que sonaba y doblaba las rodillas, no lograron nada en sus intentos por hacerlos trabajar y emprendieron una larga marcha, donde acabaron con todo, hasta que no quedó nada de aquella raza que perteneció al pueblo de Omori, entonces, partieron de nuevo y llegaron cargados con otros seres de piel más oscura, los traían encadenados, estos se adaptaron y se quedaron para siempre, trajeron unos Dioses sin rostros, a los que rezaban a golpes de tambores, pero aquellos eran sordos, no por gusto, sus hijos fueron secuestrados.
  Pasaron los siglos y todos se mezclaron, blancos y negros, después llegaron chinos, cada cual con sus Dioses, y en aquella tierra se oraba, un día a uno u otro, pero todos eran sordos, hasta que desde el reino de Helión, llegaron ideas nuevas y nadie creyó mas en ellos, todos o casi todos se habían vuelto ateos, entonces, Ogochi desencadenó toda su furia contra estos nuevos nativos, que para poder subsistir lo cambiaban todo por espejos, mientras sus vecinos disfrutaban despiadadamente del dolor ajeno.

                 Tiene que ser una maldición. 
 

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2-9-2000.