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 LOS MARINOS
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Escribir sobre Cuba como me he propuesto y no dedicarle unas líneas a los marinos, sería una gran injusticia, ellos son parte de esa Cuba a la que me refiero, hombres con los que compartí desde muy joven, el rudo trabajo de la cubierta, después, algunos de ellos lograron sobrevivir a la cacería de brujas y llegaron a ser mis subalternos, fueron muy pocos.
La apasionante vida del marino siempre ha estado vinculada al alcohol, las putas, el contrabando, el peligro, el hambre, las guerras, por estas y muchas más razones, la viví en toda su intensidad. Mis primeras lecciones las recibí de verdaderos hombres de mar, pero por encima de cualquier virtud o condición, en ellos se distinguían y hacían gala del uso de la palabra hombre, luego, las cosas fueron cambiando. Mi generación estuvo orientada a sustituir de la marina cubana a esos hombres de los que hablo, ellos molestaban por eso, por ser marinos con tradición y estar sus vidas vinculadas a todo lo antes expuesto. Aún así, los de mi generación se adaptaron fácilmente al trato con estos rudos hombres de mar, no existieron recelos ni desconfianza, ellos nos adiestraron bondadosamente en ese difícil arte, ignorando, que detrás de nuestra presencia se albergaba la traición.
Durante unos pocos años, se podía convivir en una casi perfecta armonía dentro de nuestros buques, éramos una pequeña familia flotante, eso, lo habíamos heredado de las generaciones pasadas, donde los hombres eran gente muy reservada en sus asuntos privados. Algo muy admirable de aquella gente, que nos trasmitieron y nosotros recibimos sin mucha dificultad, lo fue, el amor que ellos siempre sintieron por sus naves, no era para menos, un barco es nuestra casa, por eso, para el verdadero marino, cualquier avería que sufriera su nave era sentida por él mismo y cuando nos referíamos a nuestra nave, siempre decíamos;”Mi barco”. 
Un poco más tarde y siendo el Comandante Chaveco Ministro de Marina Mercante, se le ocurrió la brillante idea, de fortalecer las tripulaciones con personas de origen campesino, creyendo que de esta manera, purificaría aún más el ambiente dentro del ramo. Aquellos jóvenes eran conocidos como “Los Plataneros”, por haber permanecido trabajando en el plan plátano, antes de ingresar en la marina. Con su llegada, se rompieron muchas de las buenas costumbres, que siempre habían existido a bordo, eran simples, como aquella de dormir con la puerta del camarote abierta. Los viejos marinos no lo hacían por caprichos, sencillamente, porque en caso de una colisión o varadura, se podían desajustar las puertas y mamparos (paredes) del buque, quedando la persona atrapada. No se podía dormir con las puertas abiertas, porque se inició una etapa de robos nunca antes conocida, que fueron mucho más allá de los objetos personales, se robaba sin discriminación las propiedades del barco, la comida de sus tripulantes y luego este mal se extendió a países donde en otros tiempos, nuestros marinos gozaron de prestigio.
Pasando el tiempo, la marina fue el sitio de descanso de viejos combatientes del Ejército Rebelde, gente en general, que por su bajo nivel cultural, nunca llegaron a disfrutar las delicias del pastel que devora la alta jerarquía del gobierno, hombres frustrados que emplearon parte de su vida en esa lucha revolucionaria, y que para sacarlos de circulación, fueron depositados en este giro y así mantenerlos alejados e influyentes. Personas que continuaban siendo rebeldes y consideraban que aún permanecían en la Sierra, en muchos casos inútiles para el trabajo, pero contra los cuales no se podía ejercer medida disciplinaria alguna, por su status especial, la mayoría eran un verdadero estorbo a bordo de los barcos.
Por último, ingresaron en nuestra flota, militantes del Partido e hijitos de sus papás, todos con el solo afán de hacer pacotilla, ninguno de ellos impulsados por una sana vocación marina. En pocos años, las tripulaciones estaban compuestas en casi su totalidad, por militantes del Partido, cómo explicarse entonces, los altos índices de reincidencia en el contrabando, llegando hasta los últimos años de mi permanencia en el país, al tráfico de drogas, demostrado por el encauzamiento de varios miembros de la marina y militantes. Pero no-solo esto, la violencia se hizo presente en la medida que pasaba el tiempo, una camarera asesinada por un tripulante estando el barco en puerto polaco, puñaladas, Capitanes agredidos, barcos realizando recaladas forzosas para dejar heridos, etc.
En la medida que la sociedad se deshumanizaba, el marinero también sufría esos cambios, el contrabando que se realizaba, no era para satisfacer el apetito sexual como en otros tiempos, se hacía para lucrar y para lograrlo, se explotaba la necesidad y el dolor de todo un pueblo carente de lo esencial para poder vivir, por eso, hoy los veo  convertidos en infelices miserables y no siento la más mínima pena por ellos, gente que comieron de tu mano en tiempos duros, hoy te traicionan vilmente. Llegan ofreciéndote sus servicios para llevarle cosas a tu familia en Cuba, y esos mismos que un día se llamaron amigos te roban. Gente sin escrúpulos que son enviados por la Seguridad del Estado, con la finalidad de obtener información, gente a las que ayudaste en sus malos momentos y entregan tu correspondencia a los órganos de inteligencia, todo ello, porque se les permita seguir viajando, para seguir contrabandeando. Otros, se ofrecen como espías, ahí tenemos el caso de Alejandro Alonso capturado en Miami, no creo que este sea el único ni el más importante.
Como quiera que sea, quisiera guardar en mis recuerdos al marino tal y como es, para mí, ninguna de esta gente ha existido, son muy pocas las excepciones y no me equivoco cuando afirmo tal cosa, por gusto no pasé 24 años en la marina, iniciándome como el simple marinero y luego como Oficial, sin llegar nunca a Capitán, por mi condición de no haber sido militante de ese partido, que considero el nido de la gente más baja y despreciable de Cuba.
Hoy les traigo una selección de anécdotas de hechos sucedidos en esa dura vida, en muchos casos increíbles, cómicas, con personajes que se hicieron famosos a través de generaciones de marinos, por sus locuras, sus apodos y disparates. Muchos creerán inciertas estas narraciones, eso no me preocupa, en muchos casos me veo obligado a cambiar los nombres de los verdaderos intérpretes para protegerlos, en otros, los mantengo porque desafortunadamente han desaparecido, dejando solamente estos vagos recuerdos que quiero traer a estas páginas, como un simple y modesto homenaje a esos hombres que un día, compartimos el ruido de las piquetas sobre el óxido del acero, curtidos por el sol y el salitre del mar, nos repartimos entre todos el miedo de ser devorados por él, así como el hambre, el alcohol, las mujeres y los clientes de nuestros contrabandos, para todos ellos, el amor de este hermano.

EL MARICON

Todavía se conservaban frescas las huellas de la cacería, desatada contra los homosexuales en Cuba, hacía muy pocos años que la mayoría de ellos desfilaran por los campos de concentración de las llamadas UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), sin embargo esa guerra sin cuartel en contra de los maricones no había terminado, había que detectar también a los que lo llevaran oculto, ser maricón era sinónimo de contrarrevolucionario, por eso, el que lo fuera de esta manera, tenía que medir muy bien el timbre de su voz al hablar, como también sus gestos, siempre que se desarrollara dentro de un colectivo de hombres. En la marina ser maricón era imperdonable.
A principios de nuestro ingreso en la flota, fue llamado Manolo al seno del partido, el tipo era un guajiro bruto de Pinar del Río, creo que solo había dado dos viajes al extranjero. Allí le explican, las sospechas que el Partido tenía sobre la auténtica hombría de Robertico, y le piden, que por ser la persona más allegada a él, colaborara en un plan para definir de una vez y por todas esta embarazosa situación, para así tomar las medidas pertinentes.
Manolo, guajiro y burro al fin, aceptó la propuesta realizada por los secretarios del Partido a bordo, esta consistía, en que el guajiro sedujera al supuesto mariconcito en su camarote, y que transcurrido un tiempo, ellos entrarían en el mismo utilizando la llave maestra. Esa noche, obedeciendo los mandatos de su partido, le sacó conversación a Robertico, que poco a poco condujo por el camino deseado. Pero parece que Manolo no pudo soportar el grado de excitación que sintió ante su presa y cuando la puerta del camarote se abrió, lo encontraron haciendo el amor con el ahora confirmado mariconcito.
A la llegada del barco a puerto cubano, Robertico fue expulsado de la marina deshonrosamente. Por otra parte, Manolo fue llamado al seno del núcleo del partido, y allí se le informó, que causaba baja deshonrosa del mismo por bugarrón (pederasta activo) y también de la marina. Pero como él no era un tipo pendejo se defendió alegando:
- ¿Cómo carajo ustedes me van a pedir la cabeza ahora? Ustedes saben que yo estaba cumpliendo una misión del Partido.- Aquello provocó cierta duda entre los que estaban ajenos al pacto realizado, entonces, el secretario del Partido le respondió con energía.
- Sí, nosotros te encomendamos esa misión, pero nunca te orientamos que se la metieras.-

MURILLO, EL TIBURON Y EL CHECO 

Todavía en la década de los setenta, nuestros barcos transportaban una que otra vez a pasajeros, con múltiples destinos desde Cuba y hacia nuestro país, esto era debido a la escasa flota aérea que poseía Cubana de Aviación, para eso se utilizaban camarotes dispuestos para ellos y en oportunidades, el que tenía cada buque para uso exclusivo de su Armador. De esta transportación no escapaba ningún barco, por muy pequeño que fuera, así un día, tomamos en el puerto de Rotterdam, una familia checa compuesta por el matrimonio, la hermosa hija de unos quince años llamada Eva y el pequeño varón de unos doce años llamado Vlado. En esos tiempos, los barcos no poseían medios de entretenimiento, solo recuerdo que teníamos a bordo un proyector de películas de fabricación rusa, y para un viaje de ida y vuela, la Empresa nos entregaba unos cuatro filmes, casi siempre con las cintas partidas por las partes más interesantes, o sea, donde aparecía alguna mujer desnuda. En ese tramo de película, la tripulación le pedía al que la proyectaba, que parara y regresara la cinta de nuevo, así se repetía en tres o cuatro oportunidades, hasta que el calor del foco quemaba la cinta. Fuera de ese proyector, solo había un pequeño radio en el salón de tripulantes, que se oía muy mal en la medida que nos alejamos de tierra, entonces, la gente solo se dedicaba a jugar dominó.
Todas las tardes y mientras el tiempo lo permitía, nos sentábamos en la popa del barquito “Habana”, cada quién se acomodaba encima de las bitas, no había que caminar mucho porque quedaba justo detrás de la cocina, una vez allí, disfrutábamos de animadas tertulias dadas por los más veteranos, aquellos que considerábamos verdaderos lobos de mar, donde nos narraban sus inagotables historias, mas o menos lo que hago hoy. Esta familiar sobremesa realizada en el exterior, eran en sumo agradables y yo las consumía con mucho interés, uno de sus principales protagonistas lo fue siempre, el viejo electricista de apellido Murillo, supongo que por la edad deba haber fallecido hace mucho, ¿pero que pasó ese viaje?, sucedió algo que al viejo no le gustó mucho, le salió en el camino un competente, pero lo que más le jodía era que no fuera cubano, porque para hacer cuentos, para eso, hay que buscar a un cubano, de verdad que nunca paramos y hacemos diez cuentos a la misma vez.
Aquel imparable cuentista era el checo que viajaba de pasajero, el tipo hablaba español, era Ingeniero en Minas, trabajaba desde hacía muchos años en Cuba, se la conocía al dedillo, la recorrió por mar, tierra y aire, en fin, el tipo se la sabía todas, pero cuando nos hablaba, sentíamos en sus palabras, que se dirigía a un público integrado por indios. Hablaba cosas y temas muy interesantes, pero de verdad que aquello me molestaba y no digo como se encontraba el rostro de Murillo, cuando el tipo le quitaba la palabra y no lo dejaba hablar más.
Todos los días se repetía la misma escena y nosotros haciendo muy bien el papel de comemierdas, hasta que una tarde, el tema de la sobremesa fue de animales y el checo no ahorró palabras para destacarse como cazador de las selvas africanas. En uno de esos intermedios inoportunos para el checo, Murillo tomó la palabra y le comenzó a narrar esta historia.
- Bueno, la verdad es que nunca he cazado en África, ya que toda la vida he sido marinero, pero si supieras.......... Mira, yo tengo mi casa pegada al mar, siempre he amado al mar y por supuesto, me gusta mucho la pesca........ Qué te cuento, que una de esas mañanas me tiro en mi pequeño bote, que tengo amarrado al patio de la casa a pescar, con la esperanza de agarrar algún bicho bueno para comer. Me pasé todo el cabrón día con los sedales tirados por todos lados, solo cuando los iba a recoger, para regresar a la casa después del infructífero día....... Se me pega un tiburoncito, así de chiquitico.- Diciendo esto, le señala con las manos abiertas unos dos pies y el checo muy interesado en la continuación de la historia, aceptó comprenderlo con un leve movimiento de la cabeza. Entonces Murillo al recibir la señal continuó más emocionado, viendo que su habitual público lo seguía con atención.
- Pues aquel tiburoncito me inspiró lástima y me dije...... !Coño! De verdad que es un crimen matar a esta hermosa criatura....... ¿Qué hice?..... Llené una bañadera que tenía tirada en el patio con agua salada y allí metí al hermoso animal.- En esto paró de narrar como hacía normalmente para darle más interés al final del cuento, nosotros que conocíamos muy bien a Murillo, no nos atrevíamos a preguntarle nada, por temor a que nos jodiera con unas de sus salidas, pero el checo cayó en la trampa.
- ¿Y cómo hacías para mantenerlo vivo?- Preguntó el checo.
- Muy fácil, todos los días le echaba un poco de agua fresca.-
- Pero eso es una esclavitud, en el agua salada se consume más rápido el oxígeno.-
- Tienes razón, yo le cambiaba el agua con mucha frecuencia, hasta que un día me cansé de hacerlo.-
- ¿Entonces que hiciste?- Preguntó el checo rabiando de la curiosidad.
- Pues a partir de ese momento comencé a quitarle agua.-
- ¿Pues entonces el animalito tiene que haberse muerto? Dijo el checo con algo de sorpresa.
- Pues no, fíjate que no, el tipo se fue acostumbrando y así llegó el día en que lo dejé sin agua y hoy lo tengo amarrado en el patio, hasta ladra.- El checo al oír aquello se puso tan rojo, que yo pensé por un instante que le iba a dar un infarto, aquella noche fue la última que participó en la sobremesa con los indios y Murillo siguió deleitándonos nuevamente con sus cuentos.

LA MAGA

El barco “Jiguaní”, fue uno de esos que siempre se caracterizó por tener una muy buena tripulación, esto sucedió hasta que no fue invadido por militantes, de verdad que éramos algo así como una familia. Entre estos tripulantes se encontraba un maquinista muy famoso en la flota, en realidad su fama la traía desde su época de estudiante en la Academia Naval. Humberto era un tipo muy noble, hablaba ruso, de gafas por una miopía bastante desarrollada, tendría más de seis pies de estatura, de piel blanca, con el pelo negro y rizado. Pero su fama no se debía a su tamaño, ni a su carácter, él se hizo muy famoso a la hora de bañarse, después que los guardiamarinas descubrieron, que entre las piernas le colgaba un tareco de más de doce pulgadas, en estado de reposo. Esto trajo como consecuencia, que el hombre optara por bañarse en horas de la noche, para evitar la curiosidad y broma de sus compañeros de estudio, ante la longitud de aquello que llamaban manguera.
Cada vez que el barco entraba por puertos del interior del país, un tercio de la tripulación partía a sus casas de descanso, los restantes se mantenían a bordo para garantizar todas las operaciones. Para aliviar un poco la vida del marino, se autorizaba tener las esposas  de los tripulantes en estos puertos durante la permanencia de ellos atracados. Así un día, Humberto le pidió a su esposa que llegara hasta Cienfuegos, para poder estar juntos, aquello no asombró a nadie, la sorpresa se produjo cuando su mujer llegó y él se la fue presentando a los tripulantes. De verdad que se formó un gran alboroto entre todos, cada quién la saludó con mucha amabilidad como era normal entre familiares, pero al instante surgieron los comentarios sobre la mencionada mujer, es que los barcos son muy parecidos a cualquier solar de La Habana. Aquella muchacha no levantaba más de cuatro pies del suelo, escasamente llegaría a las cien libras de peso, era muy simpática y jovial, pero nada de eso le interesaba a la tripulación, la pregunta que surgió de manera espontánea y generalizada era; ¿cómo aquel pedacito de ser humano, podía dispararse la manguera de Humberto? Esa fue la pregunta de todo el día, pero allí no paró la cosa y la gente quería salir a toda costa de sus dudas.
Se hicieron apuestas entre todos, generalmente, lo que se jugaba la gente era una caja de cerveza o una botella de ron. Unos apostaban a que gritaría cuando Humberto se la metiera, muy pocos jugaban en contra, convirtiendo aquello en una gran jodedera, para salir de las dudas y cobrarse las apuestas, teníamos que esperar a la noche, entonces, los apostantes nos dividiríamos en dos grupos, que ocuparíamos los camarotes aledaños al de la pareja, con el compromiso de no hablar ni hacer ruidos. Así fue, desde ambos lados se podía escuchar todo lo que hablaban, hasta que llegaron a la cama, todo se podía captar perfectamente, el sonido que se producía cuando cambiaban de posición en la cama, los besos sonoros y luego los gemidos. Como no se escuchó ningún grito ni lamento hasta el mismísimo final del acto, todos nos miramos perplejos a los rostros y a una señal salimos en silencio para la cubierta, allí cada cual, que eran los menos, reclamaban el pago de su apuesta, entonces, uno del grupo en medio de su sorpresa, no pudo contener su estado de ánimo y expresó:
-¡Coño caballeros! Esto no tienen nombre, de verdad que todavía no lo creo, miren a esa chamaca con el tamaño de una bijirita, se ha metido la morronga de Humberto sin protestar, de verdad que es una “Maga”, se la tiene que haber desaparecido.- Todos nos echamos a reír de lo bueno y a partir de entonces, la tripulación comenzó a llamarla por ese nombre. Pasado varios meses de aquel incidente, Humberto se enteró por boca de un chismoso sobre lo acontecido, y permaneció irritado por un tiempo, luego, hombre noble al fin y al cabo, borró de su mente ese episodio y volvió a ser el mismo. 
Años más tarde y siendo yo Segundo Oficial en el buque “Topaz Island”, viajaba con nosotros una traductora muy sexy, de verdad que la chamaca me gustaba mucho y de vez en cuando le dejaba caer un piropo, hasta que un día me decidí enamorarla, en ese momento retrocedí con la potencia de mis máquinas, la muchacha en cuestión me dijo que era la prometida de Humberto, él se encontraba navegando en otro buque, y aquel repentino arrepentimiento no fue solamente por respeto a ambos, es que me puse a pensar. ¿Qué se le puede mostrar a esta hembra para que se asombre?

DESIDERIO Y TRUCUTU

Desiderio era el primer cocinero del Jiguaní, debe haber muerto pero lo recuerdo perfectamente, oriundo de la ciudad de Cienfuegos, muy flaco, bajito, de bigotes y con un par de gafas que parecían el parabrisas de un auto, eso sí, muy generoso. En la época que les narro andaría rondando los sesenta años y como sucedía siempre, cuando te cambiaban de barco, pasabas años sin encontrarte de nuevo con tus compañeros, podía suceder que mas nunca lo vieras, como me ocurrió con este viejo.
Trucutú era el segundo cocinero, desconozco el origen de su apodo pero supongo que sería por bruto, era mayor que Desiderio pero hacían una magnífica pareja en su trabajo, ambos se llevaban a las mil maravillas, tal parecía que eran hermanos. Años mas tarde, el Trucu, como le decíamos cariñosamente, navegaría conmigo en el barco “Renato Guitart”. Trucutú era un viejo solterón que navegaba desde hacía muchísimos años, decían las malas lenguas, que tenía una hija que bien sabía comérselo por las patas. Creo que no tenía domicilio en ningún lado, pues vivió siempre a bordo de los barcos, una cosa lo distinguía de los demás, eran los enormes huevos que se le marcaban debajo de los pantalones, creo que debido a una hernia que inexplicablemente nunca se operó. Tenía la costumbre de guardarse el dinero en una bolsita que acomodaba entre esos huevos, por eso, cuando se bañaba lo hacía tarde en la noche y cerraba el baño con pestillo, tarea repetida diariamente porque era muy aseado.
Resulta que en un viaje a Valparaíso en Chile, Desiderio cae enfermo de los riñones y es llevado al médico, el galeno le dice que no es nada grave y que debería tomar mucho líquido, le recomendó que bebiera vino para que lo ayudara a botar algunas piedrecitas, así hizo el viejo Desiderio. Saliendo de la consulta se llegó hasta un mercado y se compró dos garrafas del mencionado vino, en ese tiempo era muy barato, cada una de ellas costaba cincuenta escudos, que eran dos dólares al cambio. Esa noche, para comenzar las indicaciones del doctor, invitó al trucu a su camarote para beber con él, vaciaron la primera garrafa y cuando comenzaron la segunda, ya se encontraban totalmente ebrios, he de destacar que ninguno de los dos tenía a costumbre de beber.
Desiderio era militante del partido y sentía admiración por Fidel, así, en medio de su borrachera le pregunta a su compañero y amigo. -¿Trucu, tu sabes quién es el tipo más cojonudo de Cuba?- El viejo sin dudarlo se levanta de su asiento y con ambas manos se sujeta la gran pelota que guardaba entre las piernas y le respondió entre hipos.
- Coño Desi, eso no se pregunta, no lo ves, el tipo más cojonuo de Cuba soy yo.- Terminando de decir esto se sentó nuevamente, sin percatarse que Desiderio había montado en cólera ante su respuesta, quién sin darle mucho tiempo a reaccionar, agarró la silla del camarote y se la metió por la cabeza, después, los que estaban próximos al mencionado camarote, al sentir  ruidos anormales entraron e intervinieron para poder separar a los dos grandes amigos, que se encontraban envueltos en una batalla campal.
Al día siguiente, el Trucu preparó el desayuno como le correspondía, pero la tripulación lo miraba con justificado asombro, tenía un ojo amoratado, rasguños por el rostro y la cabeza partida, la gente le preguntaba sobre lo ocurrido, pero él solo respondía con monosílabos. Más tarde, Desiderio entró en la cocina para iniciar la preparación del almuerzo, pero lo hizo en similitud de condiciones que el Trucu, a las preguntas de la gente, respondía igual que su amigo.
Nadie le dio mucha importancia a aquello, hasta el día de la reunión de fin de viaje, parece que a Desiderio lo habían presionado por el partido a que hablara, y de esta manera fue que se supo la verdad, pero no se tomaron medidas disciplinarias con los viejos, a los cuales todos querían mucho. Ese día, en medio de la reunión paran al Trucu y le piden que hable sobre lo sucedido, nervioso y asustado, como queriendo proteger a su amigo expresó:
- Yo estaba en mi camarote cuando mi amigo el Desi, me invitó a tomar un vino que le había recomendado el médico, para curarlo de los riñones, allí estuve ayudándolo hasta altas horas de la noche, después no sé qué pasó, por la mañana me levanté todo destimbalado.-
La tripulación conocía la verdad y aquello provocó una fuerte risa en el salón, allí quedó la cosa y ambos viejos continuaron siendo grandes amigos. El Trucu por su parte, nunca dejó de esconder su dinero en el sitio preferido y años después de aquel incidente, no se había operado los huevos.

EL TIBURON

 

Yo tengo un hermano que es Capitán de la flota pesquera, nunca llegué a comprender su vocación por la pesca, debe haber sido la misma que la mía por los barcos mercantes, pero con la diferencia de que la calidad del personal entre ambas, era muy distante. Los barcos pesqueros estuvieron muchos años tripulados por delincuentes, eran terribles esas tripulaciones, robaban a diestra y siniestra, cometían todo tipo de delitos, tanto en los barcos como en los puertos donde se encontraran. Una vez llegaron a formar una ganga que fue bautizada con el nombre de “Los Corleones”, aquella pandilla hizo temblar a más de un español por los puertos donde ellos pasaban, llegaron a ser tan temibles, que se hizo necesario emplear a agentes de la seguridad cubana para regresarlos a Cuba. En estos tiempos el gobierno se hacía el de la vista gorda, porque de no pescar los delincuentes, nadie lo haría, ellos generalmente navegaban por poco tiempo, después regresaban a su vida delictiva. Para pescar en esos tiempos, solo lo hacían ellos y algunos que estaban medio locos, una persona normal no lo haría en estas especies de prisiones flotantes. Generalmente las campañas de pesca eran de seis meses, en aguas del Pacífico, Sur África, Terranova y todo el Atlántico sur, eran seis meses continuos en el mar sin llegar a tierra, pasando generalmente hambre y rodeados de un ambiente hostil y agresivo, que produjeron sus bien contadas víctimas. Su avituallamiento se hacía por medio de transbordadores, así como la correspondencia y los relevos de tripulantes. Eran mal abastecidos y como regla general, los relevos nunca llegaban completos, motivo por el cual, muchos de ellos tenían que verse obligados a doblar la campaña, porque no tenían la posibilidad de regresar.
Aunque la bebida estaba prohibida en los buques, cada quién se las arreglaba para llevar sus botellitas de ron, que luego compartían con sus amigos en los días de descanso. Cuenta mi hermano, que un día, un reducido grupo de amigos se reunió para beberse unas botellas y cuando el primero de ellos cayó borracho. Entre los restantes tomaron sus ropas, todas, incluyendo las del camarote y la fueron amarrando en apretados nudos, desde calcetines hasta las sábanas. Cuando el hombre despertó de su embriaguez, tuvo que gastar varias horas desenredando toda aquella maraña de trapos, pero no por ello se enojó y continuó como si nada hubiera sucedido. Pasó el tiempo, y en otra de las reuniones para beber de nuevo, al ver que el hombre no se había alterado para nada, le confesaron quién fue el de la maravillosa idea de amarrarle toda la ropa. Aún sabiéndolo, el tipo seguía compartiendo con ellos con toda naturalidad, pero ese día, quién cayó borracho fue el autor intelectual de los mencionados nudos. Lo llevaron para su camarote y lo acomodaron tranquilamente en su cama, después que cada cual se retiró a descansar la borrachera, el hombre al que le habían amarrado la ropa bajó hasta la nevera del barco, y sobre sus hombros cargó un enorme y pesado tiburón. Lo puso en el piso mientras acomodaba a su amigo boca arriba y con los brazos abiertos, cuando todo estuvo listo, acostó al bello animal entre los brazos de éste, como si fuera su pareja y terminó su obra, pasándole el brazo de este sobre la presa, quedando finalmente colocado, como si abrazara a su amada. Con toda la ecuanimidad del mundo se retiró a su camarote y no olvidó ponerle el seguro a la puerta. Esa madrugada, toda la tripulación fue despertada por los desesperados gritos de aquel marino solicitando auxilio, el hombre de los nudos no salió para nada, se rió y continuó su sueño mientras pensaba, “Donde hay desquite, no hay agravios”.
EL COJO

Yo no sé si en otros países será igual, pero en Cuba, la mayoría de los cojos son tremendos hijos de puta, me refiero a los que tienen problemas en una pierna o en ambas, no he conocido a muchos de ellos que sean buenos. La razón de que así sea la ignoro, pero es así. En mis años de Oficial tuve la desgracia de contar con tres de ellos como subordinados, uno se llamó Valdespino, murió por beber alcohol metílico, por este motivo murieron varios marinos y no solo ellos, en la isla este alcohol se cobró muchas víctimas durante la ley seca que reinó, después de la revolución cultural cubana a partir de los años 68. Mas tarde, en el barco “Otto Parellada”, tuve a otro cojo como pañolero, este desgraciado de nombre Regino, había navegado bajo mi mando en el buque “Aracelio Iglesias”, militante del partido, con un físico similar al de Enrique de Lagardere, se destacaba por su lengua, era uno de los peores delatores que he conocido en mi tiempo de Oficial, ladrón por excelencia, al que no quise expulsar de la marina cuando le detecté un faltante de pintura, en el pañol bajo su responsabilidad, no sé si por lástima o por asco, porque cada vez, que me veía obligado a tomar una medida contra uno de estos detestables personajes, pensaba mejor que ellos en sus familias, en todo mi tiempo como Oficial, la medida más severa que tomé contra ellos, fue, expulsándolos del barco.
En uno de los últimos barcos que navegué, tuve también el desagrado de encontrarme con otro cojo, de este cabrón no recuerdo el nombre y el muy sin vergüenza ocupaba la plaza de pañolero. Se destacaba de los otros, en que además de ser borracho, era un tarrúo, me refiero a esos tipos que les ponen los cuernos y aún sabiéndolo continúa con la mujer, como si tuvieran la consigna aquella que dice: “Es mejor comer bueno entre dos, que mierda uno solo”, de que los hay los hay y en la marina abundaban muchos de estos personajes, yo ví a muchas de sus esposas, ir a cobrar en la caja de pagos de la Empresa mientras ellos navegaban, y en la otra esquina reunirse con los queridos para disfrutar sus salarios.
La mujer de este cojo, era conocida por muchos tripulantes, que habían navegado con él en otros barcos. Era una mulata que rondaba los cuarenta años, todavía con esa edad, la tipa estaba muy buena, se notaba a la legua que ella había tenido sus quince. En varios momentos nos cruzamos en nuestro camino y me hice el bobo ante sus miradas provocativas.
Una noche muy tarde, yo tenía la norma de hacer un breve recorrido por el barco antes de irme a la cama, sobretodo cuando nos encontrábamos atracados en puertos cubanos. Esa noche, andando por esos pasillos donde vivían los tripulantes, siento una conversación que me resultó en extremo bastante extraña entre dos marineros.
- ¿Lo amarraste?- Preguntó uno en medio de su delatora borrachera, pero sin poder ocultar un poco de preocupación.
- Si compadre ya te dije que lo amarré a la cama.- Respondió su compañero de delito.
- Bueno, ¿pero cómo lo dejaste acostado?- Insistió el primero con un poco de nerviosismo.
- Coño compadre, no me jodas ahora con tantas preguntas, lo dejé acostado bocarriba, con las patas amarradas y las manos a cada lado de la cama.-
- Que va compay! Dale una vuelta, ponlo de lado, hasta que no hagas eso no le metemos caña al asunto.-
- ¿Chico y ahora ese numerito por qué?-
- Cojones, porque si al cojo en medio de la curda le viene un vómito, se puede ahogar.-
- ¡No jodas compadre!, eso solo le pasa a los niños.-
- Si pero le puede pasar a este cojo hijo de puta también, así que desamárralo y dale la vuelta, de lo contrario el asunto no camina.- Cuando terminó de decir eso, salí de la esquina desde donde estaba oyendo toda la conversación algo preocupado, y les pregunté que se proponían, ambos se pusieron muy nerviosos, pero al fin no les quedó otra alternativa que confesármelo todo. 
El cabecilla del asunto, quién dirigía toda aquella maniobra, había navegado con el cojo en otro barco y ahora, estaba repitiendo lo mismo que tenía acostumbrado hacer con él, primero lo emborrachaban hasta el tope, y después que lo dejaban bien amarrado, partían a templarse a la mujer de este, me contó que en oportunidades, la mulata se pasaba hasta cuatro tripulantes en una noche. Fui hasta el camarote donde tenían amarrado a la víctima, y me quedé allí hasta que lo colocaron de lado como había sugerido el más experto, después de eso, los vi entrar en el camarote donde su presa los estaría esperando y yo me marché a dormir tranquilo. Al siguiente día, todos se sentaban muy felices a desayunar en la misma mesa.
EL AHORCADO

Armando era un guajirito de esos, que habían engrosado las filas de la marina mercante, nunca en su puta vida había subido a uno de esos gigantes de acero, y sus primeros días a bordo los gastaba mirándolo todo, sin percatarse de que todos lo miraban a él, pero no con las mismas intenciones. Para la tripulación era uno más de la tonga de guajiros que habían llegado, pero lo más importante era, que ahora contaban con un novato para hacer de las suyas. En esos tiempos cada quién pagó su novatada, unos más caros que otros, pero pagadas al fin. 
Era muy sociable en el trato con sus compañeros de trabajo, y pronto se vio atraído por los barcos, muy pronto comprendió, que aquello era mejor que estar cortando caña u ordeñando vacas por las madrugadas. Mientras el barco se encontraba en puerto, la gente se mantenía distraía en el ir y venir a sus casas, nadie andaba en jodederas, eso se dejaba para las navegaciones y así poder soportar el largo tiempo viendo solamente cielo y agua. Todos los días a las cinco y media, Armando se acercaba hasta la cocina e intercambiaba algunas palabras con los cocineros y camareros, a esa hora es que comienzan los preparativos para montar las mesas, ya que el horario de comida es sagrado a bordo de los barcos, todos los días es a las seis de la tarde, rompiéndose esa costumbre solamente en casos justificados, como por ejemplo, una maniobra de entrada a puerto.
Una de esas tranquilas tardes, el cocinero le pidió de favor a Armando que se llegara a las neveras, para que subiera el postre y el agua fría para la comida, ya que el camarero brillaba por su ausencia. El guajirito muy complaciente, se sintió verdaderamente estimulado con aquella solicitud, la cual demostraba que ya se encontraba ganándose la confianza de la tripulación, así debió haber pensado, ya que a la gambuza y a las neveras, solo tenían acceso el personal que trabajaba en la cocina y los camareros, para todos los demás estaba prohibido. El mayordomo le entregó las llaves y le indicó en cual nevera podía encontrar lo solicitado. Muy orgulloso bajó por la escalera que conduce a la gambuza, la abrió y cerró tras de sí para dirigirse a las neveras, pero cual no sería su sorpresa, cuando descubre justo a sus espaldas, al camarero que debía poner el servicio del comedor a esa hora ahorcado. Las piernas le temblaron al ver el rostro amoratado de aquel tripulante balanceándose, con el vaivén de las olas, cuando tuvo un segundo de lucidez, arrancó corriendo escaleras arriba, mientras gritaba a todo pulmón que había un ahorcado, a nadie le interesó aquella noticia, todo el mundo continuó sus labores, mientras Armando devoraba los siete pisos que lo separaban desde la gambuza hasta el camarote del Capitán, a golpe limpio logró que este le abriera la puerta y penetró en su salón sin darle tiempo a que él lo autorizara, mientras pálido y con temblores, no paraba de repetir:
- ¡Hay un ahorcado coño! ¡Hay un ahorcado coño!- El capitán le ordenó que se sentara y de su refrigerador extrajo una botella de agua que le ofreció en un vaso, mientras le pedía que se calmara.
- Vamos tómate esa agua y relájate, después me cuentas.- El guajirito, que apenas podía sostener el vaso en sus manos bebió el agua que el Capitán le brindara, luego, extrajo de un armario una botella de ron y le sirvió en el mismo vaso. – Vamos hombre, tómate esto ahora.- El guajiro sin atinar que era lo que le estaban ofreciendo, se disparó de un solo trago la mitad del vaso de ron, respiró profundamente y expresó:
- Capitán, Arturo está horcado en la gambuza.-
- Coño, otra vez se ahorcó ese hijo de puta, voy a hablar con él cuando tenga tiempo.- En ese momento sonó la campanilla que avisaba que la mesa estaba servida.
- No te preocupes tanto Armando, un ahorcado más uno menos, esa es la vida, mejor no vamos a sufrir y bajemos a comer.- El guajiro seguía sin comprender nada, se había calmado un poco y bajó tras el Capitán, pero se separó de él para dirigirse al comedor de tripulantes, allí, con su filipina blanca se encontraba Arturo distribuyendo las fuentes, al entrar el guajiro solo se le ocurrió decirle.- Me cago en el coño de tu madre.- Las carcajadas de todos los tripulantes se oyeron en la mitad del Océano Pacifico.

MIRANDA

Miranda era un fornido negro, tenía un cuerpo parecido al de los superpesados del boxeo, musculoso y perfectamente formado, cualquiera se impresionaría ante la sola presencia de aquel negrón, cualquiera que no lo conociera como los que navegamos con él. Era como decimos en Cuba, de aquellos que no le tiran un hollejo de naranja a un chino, el tipo más inofensivo y noble que he conocido en la vida. Miranda era superviviente del derrumbe de aquel edificio que existió, frente a la estación de bomberos que hay al lado del muelle de Luz, en la avenida del puerto, me contó, que salió del edificio no sé por cual motivo, y que al estar cruzando la calle, el mismo se desplomó a sus espaldas, ese día enviudó.
Ocupaba la plaza de marinero de cubierta y hacía la guardia conmigo cuando yo era timonel, a Miranda le prohibí que tocara algún winche durante nuestros servicios, todo lo que él tocara estaba condenado a sufrir una avería, complicándome de esa forma las guardias. Hasta ahora no he conocido a un ser que sea más bruto que él, falleció hace unos años siendo joven y fuerte, y quisiera rendirle un pequeño tributo con estas líneas de su vida, porque todo lo que tenía de rebruto aquel negro, lo contenía de noble, a veces se comportaba como un niño grande, repetía todo lo que oía creyendo que esta bien, y por mucho que la gente lo molestó durante los viajes que dimos juntos, nunca vi a Miranda enojado y menos sentir rencor por nadie.
Estando fondeados en el puerto de Tokio en espera de atraque, nos encontrábamos realizando faenas de mantenimiento en uno de los pasillos del buque, allí, los trabajos siempre los realizábamos en medio de nuestras jodederas, formábamos un buen equipo de trabajo y la oficialidad confiaba en nosotros. (Luego de Oficial, nunca logré reunir a gente como la de aquellos tiempos). El negro se encontraba trabajando a solo unos pasos de mi puesto, entonces entre piquetazos, raquetazos y cepillo de alambre me dice:
- Oye flaco, los otros días vi unos discos de Ray Charles que me gustaron cuando los probaron, ¿tu sabes algo de ese tipo?-
- ¡Coño Miranda! ¿Quién no conoce a Ray Charles? Ese tipo es un bárbaro.- Respondí a secas para ganar tiempo y pensar lo que le iba a decir posteriormente.
- De verdad que lo conoces?-
- Coño, si no lo conociera, no te hablaría de él.-
- Te pregunto esto, porque sus discos valen unos diez dólares y no quiero perder mi dinero.-
- Compadre, cómo crees que te puedo embarcar, te digo que Ray Charles es un tipo durísimo, fíjate si es así, que combatió con el Almirante Nelson en la batalla de Trafalgar.-
- No jodas, si es así los compro.-
- De todas maneras antes de comprarlos, no pierdes nada con probarlos.- El negro asintió con la cabeza mientras me pidió que le hablara un poco más del tipo en cuestión, entonces, le hablé de los viajes de ambos en el Boeing privado del Almirante, etc. Después de esto no volvimos a hablar del asunto, y hasta se me habían olvidado esos detalles. Como a la semana de estar fondeados, atracamos de nuevo para recibir carga y en esos días los tripulantes, salíamos a la calle en nuestros horarios libres, para realizar nuestras compras, que casi siempre eran equipos electrodomésticos usados.
Varios días de navegación en el Pacífico fueron suficientes, para que en el comedor, Miranda hablara con orgullo de su nueva adquisición. Lo menos que podía imaginar era, que el negro repitiera con lujo de detalles, todos los disparates que yo le había contado de la historia del Almirante y su sociedad con Ray Charles. La gente se cagó de la risa con aquella cosa de Miranda, pero la sangre no llegó al río, él continuó muy orgulloso de su compra. Nos aburríamos grandemente durante esa travesía a través del Pacífico hasta Panamá, casi siempre nos consumía treinta días. Tiempo durante el cual se agotaban las provisiones y no faltaron los momentos en los que pasamos hambre, para soportar esta situación, solo nos quedaba una alternativa, joder y divertirnos un poco costara lo que costara, se nos ocurrían cosas estúpidas, pero esas resultaban. Así un buen día, todos los marineros de cubierta nos pusimos de acuerdo, en algo tan tonto como mirar a Miranda y sonreír un poco, eso era todo. Así ocurrió durante más de dos semanas que nos separaban hasta el Canal de Panamá, lo mirábamos y nos reíamos, Miranda se encabronaba y nos preguntaba por el motivo de nuestra risa, pero nadie contestaba. Así mantuvimos al negro intrigado durante todo ese tiempo, hasta que llegó el día de la reunión de fin de viaje, esa es una de los millares de reuniones en las cuales se participaba para comer mierdas, inflar globos y arreglar al mundo. El último punto de todas las reuniones organizadas en Cuba, se dedica al punto llamado “Asuntos generales”. Qué les cuento, ese día, al negro Miranda se le ocurre pedir la palabra para plantear muy serio lo siguiente:
- Compañero Miranda, ¿qué tiene para plantear?- Preguntó el Secretario del Partido, quién siempre presidía junto al del Sindicato, la Juventud y el Capitán las mencionadas asambleas.
- Bueno, mi planteamiento es el siguiente, yo deseo que el enfermero de abordo me realice un reconocimiento, y extienda un certificado donde se exprese que yo soy hombre.-
- Coño Miranda, pero ese planteamiento no tiene lugar en esta asamblea, nadie duda de tu hombría.- Le expresó el secretario del Partido.
- Ustedes no dudarán de ella, pero desde hace más de dos semanas, el personal de cubierta no me habla, cada vez que paso delante de ellos me miran y se echan a reír, así que por favor, yo necesito que el enfermero me reconozca y certifique, que salí de Cuba siendo hombre y regreso al país en la misma condición, yo no quiero tener ningún tipo de jodederas.- Ante aquella expresión del negro Miranda, el salón completo se cagó de la risa y se dio por terminada la asamblea.

EL BISTEC DEL PRACTICO

 No fueron pocas las veces, que después de atravesar la mayor parte del océano Pacifico, nos quedáramos a mitad del camino, prácticamente sin comida. Era muy raro realizar el regreso sin sufrir esa dificultad. Siempre faltaba algo para hacer el viaje feliz, unas veces era el café, entonces se guardaba una colada para cuando el barco llegara a Panamá y poder brindárselo al Práctico que nos cruzaría el canal, en oportunidades nos llegamos a quedar sin azúcar, es increíble, pero se usaba entonces para endulzar el café, el sirope de las latas de casco de toronjas y fue de esta manera, que se hizo muy famoso “El bistec del práctico”, generalmente, se guardaba en el refrigerador del Capitán para evitar cualquier intento de robo, luego, todos sufríamos con el olor cuando se estaba friendo, a esas alturas, solo nos quedaban en la gambuza latas de carne rusa.
Casi siempre, cuando arribábamos a Panamá, nos dedicábamos a pescar mientras el barco permanecía fondeado en espera de su turno para atravesar el canal, uno de esos viajes en el que nos encontrábamos desesperadamente hambrientos, el rey Neptuno o la Virgen de la Caridad del Cobre nuestra Patrona, viendo el miserable estado en el cual se encontraba nuestra gambuza y nuestros estómagos, colaboró milagrosamente con nosotros, aún sabiendo que éramos un barco de un país comunista, no cabía la menor duda de que recibíamos un mensaje de Dios, eso lo comprendí, sin ser creyente en esos momentos.
Estábamos varios con nuestros cordeles en mano pescando en la popa, estábamos tirando usando de carnada cualquier cosa, no recuerdo muy bien, porque la gambuza estaba como decimos nosotros, en cero. Quién les dice, que por esas cosas que solo sabe el Señor, pasa una tortuga que estaba comiendo demasiada mierda, y se enreda en mi sedal, así como lo oyen, sencillamente se enredó el nylon en sus aletas. Todos hicimos silencio y con la paciencia que solo tiene un hambriento, la fui acercando al buque, sin darle la oportunidad a que diera vueltas y se pudiera desenredar. Yo estaba consciente de que era una especie en peligro de extinción, pero estaba mucho más claro que ella, de que verdaderamente, quién corría el peligro de extinguirse era yo, y continué trayéndola con mucho amor y dulzura, creo que en ese momento me surgieron las palabras más amorosas de mi vida. Con la mirada, porque no hacía falta hablar para comprenderme, les indiqué a los que me acompañaban que bajaran la escala del buque, aquello era otro peligro, podían pensar que alguien deseaba desertar, era muy normal en esos tiempos, pero había tanta hambre en ese viaje, que al que lo hubiera intentado, los amigos lo acompañarían hasta la escala con su equipaje, nada de eso pensó la gente, yo creo que con el estómago vacío la gente no piensa mucho ni se alegra de nada, hay refranes que tienen mucha razón, como ese que dice, “barriga llena corazón contento”. Se arrió la escala hasta meterla en el agua, y allí se encontraba el comité de recepción para darle la bienvenida. La comemierda tortuga creyó todo lo que le prometí y se dejó arrastrar hasta ese lugar. La subieron suavemente, pero cuando cayó sobre cubierta, en cuestión de minutos solo se observaba el carapacho de ella, extremadamente limpio. Como yo fui el que la pescó, me reservé el derecho sobre los casi doscientos huevos que tenía en su interior, ese día, le ofrecimos al Práctico un exquisito manjar, le demostramos que nosotros los comunistas, teníamos lo mejor.

ELPIDIO

 Este era uno de esos guajiros, que llegaron a lavar la imagen falsa que siempre se tuvo de los marinos, de ellos hay cientos de anécdotas, pero desgraciadamente es muy difícil contarlas todas. Elpidio era un individuo sobre lo alto, alrededor de 1.80 m de estatura, flaco, cara enjuta, del color y pelo que solo tienen los indios de la India, de barba tupida, entradas que limitaban con la calvicie, y lo peor de todo, era de Pinar del río. No crean que la tengo agarrada con los pinareños, pero después que construyeron el cine con la concretera dentro, y pusieron una discoteca en los altos de una funeraria, se hicieron muy famosos, en realidad yo no tengo prueba de esto, son solamente los comentarios de la gente.
Atracando en el puerto de Cárdenas y siendo Tercer Oficial, se me presenta este individuo al que no conocía, ya que habían enrolado a varios tripulantes nuevos en el barco, y de La Habana a Cárdenas son escasamente tres horas de navegación, con mucho respeto me dice, que de parte del Primer Oficial, necesitaba le enviara el cabrestante para la proa con la finalidad de ayudar en la maniobra. Rápidamente me doy cuenta que le habían tomado el pelo, mientras daba instrucciones a los marineros, observé par de escandallos que se utilizaban en el uso de una sondaleza mecánica, eran un par de barras de plomo y acero sumamente pesadas y le dije, que en cuanto el Primer Oficial terminara con ellas, que por favor me las regresara. De la popa hasta la proa del barco, el hombre debía caminar unos 150 metros y tenía que pasar por delante de los tripulantes, que siempre se agrupaban en el portalón del buque, donde seguramente estaría el individuo que lo envió en esta faena. Cuando partió en dirección a la proa, llamé al Primer Oficial para ponerlo al corriente del asunto, este era un hombre serio que no entraba en esos relajos, pero no tenía otra alternativa que regresar al infeliz guajiro con su pesada carga. Nuevamente pasó frente a todos los hijos de putas que se encontraban en el portalón, posiblemente muy orgulloso de la misión que había cumplido en función de la maniobra de atraque. Nunca me enteré quién había sido el autor de aquella tomadura de pelos, semanas más tarde salimos a navegar rumbo a Japón y Elpidio iría ocupando la plaza de engrasador.
En varias de sus guardias en el departamento de máquinas, el maquinista lo pudo observar en varias oportunidades parado frente al purificador de combustible, partía a revisar su trabajo y al poco tiempo regresaba al mismo lugar, se paraba por unos minutos frente a los purificadores, los miraba con mucha atención, se rascaba a cabeza y después partía. En la quinta ocasión en la cual repitiera la misma acción, el maquinista se le acerca y le pregunta:
- ¿Elpidio, has notado alguna anormalidad en este equipo?-
- No en lo absoluto, yo creo que está funcionando perfectamente.-
- Chico te pregunto, porque te he visto parado en varias oportunidades junto a él.-
- No se preocupe Oficial, el problema es que estoy buscando por donde se le mete la ropa para lavar.-
- Elpidio, esta no es una lavadora, esto es un purificador de combustible cuya marca es Laval.-
A partir de ese momento, el hombre fue bautizado con un nombre que se le quedó por muchos años, él se llamaba Elpidio Díaz, la gente lo llamaba Elpidio Díaz de Laval.
PORTUARIA HABANA

Cuando empezamos a salir del subdesarrollo, no creo que se haya podido salir de él todavía, pero queda la satisfacción de que se hizo el intento. Pusieron a funcionar en el puerto de La Habana una estación de radio, para hacer llamadas telefónicas por medio del equipo de VHF, esas muchachitas eran de lo mas amables, tenían la paciencia de conectarte con la casa de un vecino, esperar a que llamaran a tu mujer, para después conectarte la llamada. El problema era que muy pocas personas tenían teléfonos en Cuba. No tengo la más mínima idea de cómo funcionaba aquello y quién pagaba esos servicios, porque de verdad nunca pagué un solo centavo de las cientos de llamadas que hice.
Siempre que arribábamos del extranjero era muy útil, desde el mismo buque le avisábamos a los familiares a la hora aproximada que entraríamos a puerto (casi siempre desconocida), así, mientras nos encontrábamos al pairo, frente al malecón habanero, por el puente desfilaban muchos tripulantes para llamar a sus casas y yo les daba las facilidades para hacerlo.
Llegamos de Europa a bordo del buque “Aracelio Iglesias” y después de confirmar que estaríamos afuera por unas cuantas horas, tomé el VHF y llamé a Portuaria Habana.
- Portuaria Habana, Aracelio que te llama.-
- Aracelio aquí Portuaria, adelante.- Coño, aquella voz femenina me sonó rarísima, entonces le cedí la oportunidad al contramaestre para que hablara con su esposa.
- Portuaria Habana, aquí Aracelio que te llama.-
- Si Aracelio, es Portuaria quien  responde, ¿en qué puedo servirle?-
- Mire, yo deseo hacer una llamada a Marianao.-
- Muy bien Aracelio, pasemos al canal 62.- Voy y le cambio de canal al VHF y rápidamente oigo la voz de la operadora, en eso, le paso el teléfono al contramaestre para que continúe con su gestión.
- Aracelio por favor deme el número del teléfono.-
- Mire es el 22-43-74, pregunte por Margarita.-  en ese momento se siente como marcaban los seis dígitos de los números dados y posteriormente, el timbre del teléfono, segundos después era descolgado y respondía una mujer.
- Oigo, ¿a quién desea?-
- Óigame, ¿quién habla?, deseo hablar con Margarita mi compañera.-
- Hola mi amor, es Margarita, ¿ya llegaste?-
- Oye, es que tienes la voz muy rara, casi ni la reconozco.- En esos momentos se oyen ruidos de interferencias.
- Chico, el problema es que estoy un poco afónica por la gripe que tengo.-
- Oye, ¿cómo está la niña?-
- Mira, de eso mejor hablamos cuando estés en casa, porque la niña se fue con el novio-
- ¿Coño, pero como es eso, si la niña solo tiene 14 años?-
- Así es la vida, se le calentó aquello que tu sabes y se fue de la casa.-
- Bueno, luego hablamos de eso, ¿cómo está la vieja?-
- Ella está muy bien, ahora se encuentra en la cola de la carnicería.- El tipo se puso rojo como un tomate y tiró con violencia el teléfono.
- Esto es una hijaputada coño, la vieja mía es paralítica.- Salió como un cohete del puente y yo por poco me orino de la risa. El asunto es que los walky-talkies de los barcos tienen los mismos canales del VHF, entonces el telegrafista del buque junto a otros oficiales, habían grabado en un cassette, los timbres de los teléfonos, interferencias, etc y fingían diferentes voces de mujer.
Sería interminable todas las narraciones, historias y anécdotas, de esta gente que aún jugándose la vida, muchos de ellos no perdían su buen carácter y los deseos de hacer maldades, eso es material para otro libro sobre el mar, solo quería no dejar de pasar por alto la existencia de estos seres, con los cuales compartí más de la mitad de mi vida en Cuba.



 

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
05-02-2000.