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 LA GUAGUA

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  Una guagua es una enorme caja rectangular y por lo general metálica que descansa sobre seis ruedas, casi siempre cuatro detrás y dos en la parte delantera que sirven para doblar. Tiene mucha semejanza con una jaula aunque no lo es, posee unas ventanillas que algunas veces van provistas de cristales y otras veces no. Las ventanillas tienen sus usos exclusivos, sirven para que la gente disfrute el panorama exterior cuando viaja dentro de ellas, para que se sirvan del aire que alimenta su interior cuando viajan en un clima asfixiante, para que la gente que va sentada se burle de la gente que no puede abordar la guagua en determinada parada, para que los que se encuentran sentados se hagan los guillados y no le ofrezcan el asiento a una mujer embarazada, para que los ladrones le arrebaten una cadena de oro del cuello a uno de los viajantes, sirven también para que le roben la gorra a cualquier pasajero sentado en lo que arranca la guagua, en fin, sirven también para dedicarle un piropo a una de esas mujeres con un desarrollo fenomenal de sus glúteos o simplemente para gritar groserías. Sus usos han cambiado con los tiempos y actualmente el más importante es, que la ventana sirve también para entrar en la guagua.

 Antiguamente tenían dos puertas de donde colgaban como guirnaldas multicolores pantalones y sayas, luego los colores se redujeron y aumentaron otra puerta, pero la guirnalda se mantenía. Las guaguas que fueron de producción nacional, contaban con un sistema de regadío interior en tiempos de lluvia para complacer a los pocos viajeros que transportaban plantas, en su defecto y en tiempos de sequía, poseían unos enormes agujeros en el piso que mantenían en contacto al viajero con la tierra. Las personas que se encontraban muy cercanos a los guardafangos, disfrutaban de una justa y agradable cuota de polvo. En no pocas oportunidades había que sortear los huecos experimentados en el piso, de la misma manera que los soldados las minas durante la guerra, por tal razón nuestra gente se encuentra en óptimas condiciones combativas.

 Las guaguas tenían infinidad de usos independientes al principal para la que fueron concebidas, por ejemplo, podía considerarse como un centro de trabajo, a ellas asistían diariamente los “carteristas” para realizar sus faenas. Muy bien podía interpretarse como un centro de satisfacción sexual, no olvidemos a nuestros destacados “jamoneros”. La guagua era usada como un centro de recreación, no podemos pasar por alto aquella época donde comenzaron a distribuirse los radios rusos Zelena y VEF por méritos laborales. Cada quién abordaba una de nuestras guaguas exhibiendo aquellos radios (novedad del tiempo), con diferentes emisoras sintonizadas a todo volumen y el ganador era aquel que tuviera las pilas más nuevas. Solo se observaba coincidencia a la hora del programa “Nocturno”. La guagua le rompía el luto a cualquiera.

  Una guagua va conducida generalmente por una persona sin nombre y a la que todos conocen por guagüero, antiguamente eran seres conocidos y algunos admirados por la población, basta recordar a los que realizaban sus recorridos en horarios matutinos. Muchos trabajadores les llevaban su buchito de café en pomitos de los empleados para envasar benadrilina en ausencia de termos (artículo de lujo durante muchos años). Recuerdo a uno guagüero del reparto Párraga al que todos conocían como “bigote”, poseía un aspecto agresivo tremendo por las dimensiones de su bigote y sin embargo era una persona muy servicial y social con los pasajeros.

 Por razones inexplicables que surgieron con el sistema de la “dictadura del proletariado”, aquellos guagüeros se fueron convirtiendo en enemigos acérrimos del pueblo, impusieron sus reglas incomprensibles para los que llevaban horas haciendo sus colas en las paradas, como aquella de llevar en el asiento detrás del suyo a “jevas” excluidas de hacer colas, parar donde les diera la gana, romper las guaguas donde les conviniera y hasta ofender al pasaje. Aquellos seres carentes de nombres propios rompieron todos los records mundiales de personas a los que les mentaran la madre en pocas horas, por lo general y de acuerdo al criterio popular, todos eran hijos de mujeres que dedicaron su vida al negocio de la prostitución. El “Camello” es una aberración clonizada de aquello que una vez se llamó guagua, por lo tanto, el camellero debe ser mucho peor que el guagüero por ley natural de la vida.

 En el caso de las guaguas con servicio interprovincial son otros cantares, pero guaguas al fin y al cabo tienen sus historias y guagüeros. Aquí el guagüero solía usar una camisa blanca y una corbatica que lo distinguía del algo vulgar conductor de nuestros barrios. Un buen guagüero interprovincial para darse a respetar, debía poseer una buena jeva como querida en cualquiera de los pueblos donde realizaba sus viajes. En términos generales, el primer asiento era el trono de aquella hembra y o en su defecto de la próxima víctima a conquistar. No por poseer corbatica los guagüeros interprovinciales se distinguieron mucho de nuestros queridos chóferes del barrio.

 Los viajes interprovinciales tenían también sus encantos. Me vi en innumerables oportunidades a realizar esos viajes hacia diferentes puertos del país. Para los marinos significaban en oportunidades un sacrificio, casi siempre nos bajábamos en todas las terminales y no nos separábamos del espacio dedicado al equipaje para evitar que nos robaran. Como nuestras maletas y maletines eran de procedencia extranjera eran el blanco de muchos rateros. En lo personal siempre preferí viajar con un maletín llevando el mínimo indispensable de ropa, pero, hubo situaciones que me obligaron a cargar con todo. Cuando viajaba con un maletín tampoco lo colocaba en el porta equipaje que existe encima de cada asiento, por lo general trataba de acomodarlo en el piso aunque fuera incómodo y de noche me lo ataba con una cuerda a la pierna. Una situación muy común durante muchos años lo fue; que la policía detuviera un ómnibus al azar y realizara un sondeo en busca de paquetes con café, en ese caso, los propietarios colocaban los paquetes en medio del pasillo y luego no aparecía el dueño de la carga. La policía se los llevaba y sabe Dios cuál era su posterior destino.

 Como quiera que sea, viajar en una guagua constituye uno de los placeres más grandes que pueda tener una persona, si está deseosa de encontrarse en contacto directo con el mundo que le rodea, porque una guagua es la suma de todos los mundos guardados en su interior. Es uno de los pocos sitios donde no existe diferencia de clases, solo por los intervalos de tiempo que dura un viaje, es una guagua, el lugar donde comparten parte de su destino, seres de las más elevadas culturas con el simple obrero o tal vez con una prostituta. El roce accidental o intencional de dos cuerpos separados solamente por el grueso de dos telas, allí no es condenable y fuera de ella es pecaminoso y hasta peligroso. Dentro de una guagua surgen amistades espontáneas con duraciones muy cortas, unas veces se extienden más allá de sus fronteras. Es un sitio muy seleccionado para las conquistas amorosas cuando existe coincidencia de horarios. Se disfruta de las jaranas inoportunas, dicharachos de moda, grandes peleas provocadas por un simple empujón, intercambios de miradas provocativas que en oportunidades desvisten a una buena hembra. Viajando en una guagua se miran decenas de rostros que ocultan el verdadero mundo interior de cada persona, se respiran todo tipo de olores y hasta se intercambian nuestros sudores. El mundo de una guagua es misterioso, porque desaparece tan pronto se baja la escalerilla y se regresa al contacto con el verdadero, el de las desilusiones, esperanzas, sueños, ambiciones, tristeza que muchos prefieren no compartir y alegrías que guardamos con espantoso egoísmo.

 Los viajes en estas enormes jaulas contaminantes es una experiencia a la que nunca he renunciado, hablar de todos los casos insólitos que uno vivió en ellas roza los límites de la credibilidad y obligarían a dedicarles un libro.

 Viajando en una ruta 31 desde Santiago de Las Vegas hacia La Víbora y a la altura de la calzada de Bejucal, se siente un fuerte mal olor. Las miradas acusadoras de varios pasajeros, se dirigieron inmediatamente a un pobre viejo que viajaba parado en la parte delantera del mismo. El hombre al darse cuenta de la situación comenzó a protestar alegando que él no se había tirado ningún “peo”. Los jodedores la emprendieron contra aquel pobre hombre, y al parecer, se proponían realizar el resto del viaje a costa de él. Entre broma y broma se consumía gran parte del viaje y la peste no desaparecía. Recuerdo que aquella guagua era una Pegaso de las que fueron compradas a España. Cuando nadie lo esperaba el chofer detuvo el ómnibus y se bajó, todos seguíamos sus movimientos con atención y nos mantenía atado a su figura, el hecho de que en ningún momento se dirigiera a revisar los neumáticos para comprobar si estaba ponchado, algo muy normal en nuestro país, donde los chóferes hacían esa inspección dándole patadas a las gomas, como si poseyeran en sus pies equipos especiales para ello. El tipo recorría con minuciosa observación la cuneta en busca de algo que no comprendíamos. De buenas a primeras con alegría reflejada en su rostro, recogió un palito y abordó nuevamente la guagua mientras permanecíamos víctima de la intriga en todo su recorrido. Luego, con aquel palito se inclinó muy cerca de su asiento y comenzó a empujar un mojoncito de unos diez centímetros de largo por dos de diámetros, lo hacía con la maestría de un jugador de golf tratando de llevarlo hacia la escalerilla de la guagua. Los que se encontraban cerca del lugar nos iban narrando todos los acontecimientos de aquella maniobra deportiva hasta que finalmente y frente a la puerta de la guagua, el hombre le dio el golpe final y aquel sólido mojoncito cayó en la cuneta. Los que se encontraban cerca de él le brindaron un fuerte aplauso que luego contagió a toda la guagua.

-¡Cojones! Llevo treinta años de chofer y esta es la primera vez que me sucede algo como esto.- La gente se echó a reír con ganas, mientras el pobre viejito al que habían culpado por el peo tomó las riendas del asunto.

-Y todavía me estaban echando la culpa a mí, esa fue una mujer porque los hombres no pueden cagar sin orinar al mismo tiempo.- Las risotadas continuaron y los jodedores seguían echándole leña al fuego hasta el paradero de La Víbora.

 

Inventario interprovincial.

 

Viaje de Cienfuegos- La Habana.

 

 Recuerdo que llegamos a esa ciudad a bordo del buque “Jiguaní”, procedentes de Montreal en plena celebración carnavalesca. Cabe destacar que el carnaval es una festividad a la que acuden muchos seres carentes de recursos, creo que es la única fiesta a la que pueden asistir la mayoría de los trabajadores a lo largo de todo un año. Cada pueblo o provincia lo celebra acorde a sus tradiciones, en algunas ciudades son realizados durante una semana continua, tiempo durante el cual se sobre cumplen las metas de accidentes automovilísticos por causa del consumo de alcohol.

 En fin, luego de arribar a Cienfuegos liberaron a un tercio de la tripulación de franco y cada cual partió a sus ciudades de origen. La mayoría de aquel grupo éramos de La Habana y nos dirigimos hacia la terminal de ómnibus. Se encontraba atestada de personas que pernoctaban en el suelo como gitanos, muchas de ellas acompañadas de niños. El tiempo de nuestro franco era limitadísimo y de nuestro regreso dependía la salida de los tripulantes que quedaron a bordo. El ambiente reinante en aquella terminal, no nos ofrecía garantías algunas de poder partir esa noche hacia La Habana, pero como todos sabemos, el que hizo la ley también hizo la trampa. Cuba se encontraba sumida en una grave crisis económica (¿cuándo no?). La población solo disponía de los cigarros que ofrecían por la libreta de racionamiento (algo increíble en un país que siempre fue exportador de tabaco), se podía observar a ciudadanos recogiendo colillas en la calle y aprovechándonos de esa situación (nada anormal en un país donde todos se aprovechan de la necesidad ajena y la explotan a su beneficio)

Uno de los tripulantes se encargó de hacer una “vaquita” (colecta) donde cada uno de los integrantes aportó dos cajetillas de “Populares”, al final de aquella vaquita teníamos unas 30 cajetillas de cigarros en un cartucho. Con ese material el más cara de guante de todos nosotros fue a negociar con el jefe de tráfico de aquella terminal.

 Minutos antes de la venta de los pasajes para el ómnibus que saldría a las ocho o nueve de la noche, aquel jefe se  subió a una de las pocas mesas allí disponible para dirigir un discurso al público.

-¡Atiendan acá compañeros!- Manifestó el individuo con la autoridad que emana de todo “dirigente” (aunque sea de asuntos sin importancia). Todos abandonaron sus improvisadas camas de losas y se dirigieron a la tribuna donde rodearon al espontáneo líder. Cuando hubo reinado el orden y el silencio, con la maestría que caracteriza a todos esos descarados continuó.

-Yo sé que muchos de ustedes se encuentran desesperados por partir hacia sus ciudades, pero nos encontramos ante un gran problema. En estos momentos ha arribado a nuestro puerto un buque procedente de una misión internacionalista, quince de sus tripulantes tiene que viajar hacia La Habana para poder regresar con tiempo y relevar a sus compañeros, por lo tanto, la oferta de pasajes se verá afectada a la población.- Se oyeron prontas protestas de parte de aquel desesperado público y la reacción de aquel brillante dirigente opacó todo intento de insubordinación. -¡Oigan muy bien! Ustedes se encuentran en esta ciudad por la celebración de los carnavales, mientras esos compañeros se encontraban jugándose la vida en una misión internacionalista, cualquier manifestación en contra de la decisión tomada por nuestra dirección, será interpretada como un acto de contrarrevolución.- Reinó el silencio y después de aquella concentración partimos hacia el Prado cienfueguero a disfrutar de unas buenas “percas” de laguer.

 Alrededor de la una o dos de la madrugada de aquel día llegamos a la terminal de ómnibus de La Habana, el servicio de transporte urbano se encontraba casi paralizado por las festividades y era imposible tomar una guagua con equipaje. No tuve otra opción que hacer la cola para tomar un taxi que se dirigiera a Luyanó. Las esperanzas de llegar a la casa eran remotas y nos sorprendían los primeros claros de la mañana. Sentado sobre el equipaje por falta de asientos y de muy mal humor por la demora, que ya sobrepasaba el tiempo empleado en el viaje desde Cienfuegos, llega un viejo y me pregunta;

-Compañero, ¿para donde va usted?- Sin levantarme lo miré de arriba-abajo y le respondí a secas.

-Yo voy para mi casa.- Aquel viejo dio un salto por mi respuesta y retrocedió dos pasos adquiriendo una posición de guardia como la de los boxeadores en una pelea.

-¡Chico! Tú eres un comemierda, ¿qué carajo me interesa que vayas para tu casa o a una posada?, ¡mira, es más!, sale pa fuera que te voy a descojonar.- No le quitaba la vista a aquel viejo fuera de fonda y le dije a los que se encontraban cerca de mí.

-¡Caballeros! Llévense a ese viejo de mierda antes de que le de una patada en el culo y lo descojone todo.- La gente colaboró enseguida. Ese día llegué a la casa como a las ocho de la mañana.

 

Viaje de La Habana-Nuevitas.

 

El barco llevaba más de un mes esperando por unas toneladas de azúcar con destino a Canadá, nos encontrábamos atracados en el muelle de Pastelillo y ante la demora decidieron darle franco a una parte de la tripulación. En esa época Nuevitas era un pueblo en estado de sitio, no porque fuera establecido por medidas dictadas por el gobierno. Sus pobladores adoptaron una actitud de auto encierro a partir de las ocho de la noche, ante el aumento de los asaltos y violaciones producidos por el personal dedicado a la construcción de las plantas de fertilizantes y la termoeléctrica, casi todos eran palestinos.

 El viaje de Nuevitas-Habana y viceversa toma unas doce horas en ómnibus. Llegué a la capital en horas tempranas de la mañana y a eso de las diez recibí una llamada desde el barco solicitándome regresar, porque las operaciones de carga habían continuado y se esperaba salir al día siguiente. En ese tiempo existían dos salidas para ese pueblo y hacia la capital del país, una en la mañana y la otra en horas de la noche. Nosotros teníamos una boleta de viaje que nos daba prioridad sobre otro viajero de la lista de espera o fallos, por tal razón me puse de acuerdo con uno de los oficiales del barco para encontrarnos en la terminal esa noche.

 Como norma general de la época que les narro, en ningún sitio existía la posibilidad de llevarse un bocado al estómago. No fueron pocas las oportunidades en las que atravesé la isla desde Santiago de Cuba hasta La Habana con el estómago vacío. Todas esas anormales circunstancias nos preparaban física y psicológicamente para la guerra, por tal razón, adoptamos costumbres que solo eran vistas en películas del Este, viajábamos acompañados de jabitas en todo momento y cuando los viajes eran largos, procurábamos cargar algo de comer y beber, poco nos faltó para viajar con un tibor portátil, ante la imposibilidad de encontrar un baño en nuestros recorridos.

 Ese día y como ya se había convertido en una tradición, mi esposa me preparó un pan con bistec (hablo de esa dulce época de nuestras vidas donde existían unos animales de cuatro patas llamados reses). La esposa de aquel Oficial le había preparado también un pan con algo, unas veces eran con “sorpresa” y otras con “intriga’, el asunto era tener algo que nos cayera en el estómago cuando las tripas comenzaban a protestar. Partimos sin ninguna dificultad a las once de la noche de la terminal de ómnibus de La Habana en una guagua repleta de un pasaje varonil. Casi todos los asientos poseían en el respaldar del asiento anterior una especie de compartimiento donde colocar revistas u otros pequeños paquetes, allí coloqué cuidadosamente mi cartuchito con el pan con bistec y una botellita de agua para ayudar a bajarlo, solo tenía que esperar a que las tripas me sonaran para devorarlo. Aproximadamente a las tres de la mañana mi estómago funcionó como un despertador y mi mano se dirigió con automática precisión, hasta la funda donde había guardado mi bocadito. Que desilusión sufrí al comprobar que aquella bolsita fabricada de una malla elástica se encontraba vacía, la ira invadió todo mi ser empujado por los reclamos de mi estómago y de verdad, no pude contenerme dando rienda suelta a un idioma que muy bien conocen en el patio, así y en medio del pasillo, comencé a desahogar mi rabia.

-Me cago en la madre del hijoputa que se comió mi pan con bistec.- Grité a viva voz para que todos me sintieran.

-¡Oiga compañero! Que está manifestando palabras obscenas.- Oí desde uno de los asientos traseros.

- ¡Oye tú, compañero la pinga, pa que lo sepas!- Le contesté mientras Puig trataba de llevarme nuevamente hacia el asiento jalándome por una pata del pantalón.

-Pero mire camarada.......- Intentó de intervenir otro y no le di tiempo a completar su expresión.

-¡Camarada ni cojones! Esta guagua está llena de ladrones.- Casi todos se despertaron y convirtieron aquello en bonche, el chofer paró la guagua y encendió las luces del pasillo.

-¿Caballeros que pasó aquí?.- Preguntó el que venía descansando mientras el otro continuaba en el asiento junto al timón y seguía todos los movimientos por el espejo retrovisor.

-Nada compadre, que he traido un pan con bistec y un hijo de la gran puta de los que van para Nuevitas me lo ha robado.- Le contesté.

-Coño compañeros, parece mentira que a estas alturas sucedan estas cosas.- Manifestó el chofer con seriedad. Todos los canallas se echaron a reír y pocos minutos después el viaje continuó. Puig me brindó la mitad de su pan y los pasajeros se volvieron a dormir.

 

Viaje de Cárdenas-La Habana.-

 

Ese viaje partí de madrugada para la capital, cosas raras de la vida fue encontrar la terminal de ómnibus casi vacía y me alegré en el alma. Mientras esperaba por la guagua que venía de Isabela de Sagua, me dediqué a enamorar a una chamaca muy simpática que llevaba el mismo destino que yo. La chiquita estaba bastante simpática, el doble para un hombre que acababa de arribar de varios meses de viaje y el triple si ese hombre es joven. El caso es que ya antes de llegar el ómnibus nos encontrábamos muy acaramelados. Gracias a Dios la guagua arribó casi vacía también y el asiento que ocupamos, no se encontraba a la vista inoportuna de esa gente que se opone a las cosas que hacen los jóvenes.

 Una vez sentados continuamos en nuestro tranque hasta que ambas calderas estuvieron a punto de estallar, entonces, se me ocurrió la maravillosa idea de hacer el amor en una guagua viajando. De verdad que ignoro si algunos de los que leen estas líneas ha tenido una experiencia como esta, no deseo tampoco ser un promotor de este acto, ni intento convertir las guaguas en unas vulgares posadas, ya por desgracia bastantes usos ajenos al que fueron diseñadas se les ha dado. Pero bueno, el que pueda hacerlo comprobará que no les miento y es una aventura inolvidable. Para estas cosas se requiere ser joven, los viejos son muy medidos y en la medida que pasan los años nos volvemos santurrones, yo diría que zorros e hipócritas. A veces me dejo llevar por la compasión cuando veo algún viejito arrastrando los pies y me pongo a pensar, ¡coño!, no puede ser posible que estas cosas sean obra nuestra, si hasta los romanos realizaban grandes bacanales. En fin, culpemos a los jóvenes entonces, pero esas locuras son muy ricas y a las jevas les gustan aunque se las den de muy decentes y finas. Lo que no cuadra en el patio son los tipos giles o zonzos.

 Coincidió de que ese día estaba pasando un frente frío y yo llevé mi abrigo largo (prenda no necesaria en la isla donde el frío sopla solo en horas de la madrugada), pues bien, cuando uno se encuentre muy caliente y con un abrigo capaz de cubrirlos a los dos (si se llevara una frazadita es mucho mejor) se cubren ambos cuerpos. Le baja el pantalón a la muchacha (si tiene minifaldas la operación es más sencilla porque solo tiene que quitarle el blumer), el hombre se baja los pantalones hasta la rodilla (se supone que está oculto por el abrigo). Si la muchacha está sentada en la ventanilla la pone a mirar y contar todas las luces que pasan durante el recorrido de la guagua, si por el contrario se encuentra en la banda del pasillo, le ordena mirar quien viene. No hace falta describir la penetración porque ambos cuerpos se unen como un imán, no se pueden realizar muchos movimientos para no llamar la atención de los viajeros que se encuentren cerca de la posición del combate, y sobre todas las cosas, debe realizarse con toda la discreción y silencio posible (evitar gemidos, gritos, solicitudes inoportunas como ¡dámela papito o mamasita!, etc.) Para las personas que padecen de eyaculación precoz, esa experiencia les alargará el momento del coito porque cuando más entusiasmados se encuentren aparecerá la iluminación de un caserío, un inoportuno bache, el inesperado frenazo, etc, que provocarán la salida inesperada del miembro de su cueva. El final será premiado con un dulce espasmo que los hará pensar que toda la guagua se enteró de sus actos, pero no lo crean, todos continuarán durmiendo y solo los delatará el olor a esperma (no olvide tener un pañuelo a mano), única dificultad que podrán encontrar los jóvenes de hoy.

 

Viaje Bahía Honda-La Habana.-

 

Hace solo unos minutos hablaba con mi inseparable amigo Eduardo Ríos Pérez por teléfono, hoy se encuentra en Miami y ambos estudiamos juntos para Oficiales de la marina mercante cubana, compartimos aquella experiencia de ser profesores de Navegación en la Academia Naval del Mariel, en fin, fuimos y somos grandes amigos. Nos reímos mucho con esta ocurrencia de él en aquel pueblo.

 Me encontraba yo de segundo Oficial de la motonave “Renato Guitart” y había cuadrado presentar un problema familiar, que provocara mi desenrolo para darle mi puesto a otro amigo de ambos llamado Jorge Marcos Joan (alias Cebolla y hoy fallecido). En esa oportunidad invité a Ríos a que fuera conmigo hasta Bahía Honda para que me ayudara en la operación de la entrega del cargo. No solo eso, lo entusiasmé diciéndole que en aquel pueblo se encontraban liberados el ajo y la salsa Vita Nova, algo regulado por la libreta de abastecimiento en toda la isla, no le mentía. Bueno, Ríos aceptó porque una vez me había llevado con un cuento parecido hasta el puerto de Santa Lucía en Pinar del Río. Nuestras esposas entusiasmadas por aquello del ajo y la salsa nos dieron dinero suficiente para una buena compra (hay que tener en cuenta que éramos jodedores, pero en términos generales les dábamos el dinero del mes, si antes no agarrábamos una de las nuestras).

 Toda la entrega transcurrió dentro de los parámetros que pudieran considerarse normales para la época, al día siguiente, nos dirigimos hasta una playita en el bote salvavidas del barco porque no llegaban guaguas al nuevo puerto. Hasta la llegada nuestra a aquella playita todo marchaba de acuerdo a nuestros planes, pero, al atracar en un pequeño muellecito comenzó a llover y no tuvimos otra opción que esperar en un barcito que allí existía. ¡Qué les cuento! A los pocos minutos de nuestra arribada comenzó un “disparo de laguer” en aquel barcito, muy bien recibido por nosotros (gente dada a la cerveza, ron, aguardiente, mofuco, alcohol de 90, walfarina, etc.), la cerveza era una bebida muy fina y no desaprovechamos la oportunidad. Comenzamos a beber en aquel solitario lugar y acompañados por una agradable turbonada tropical. Nos bebimos el dinero que siempre nos acompañó en escasas oportunidades, luego continuamos con el ofrecido por nuestras esposas para comprar ajo y salsa Vita Nova. Cuando ya no había nada por consumir seguimos con el pago del pasaje, de verdad que cuando uno tiene cuatro tragos encima le da lo mismo chicha que limoná, nada tiene importancia, ni nada se toma en serio, el asunto es vivir el momento y en esa estábamos como buenos cubanos. Al final solo nos quedaba un menudo para montar en la aspirina que nos llevaría hasta el pueblo de Bahía Honda, eso si, éramos felices, estábamos alegres y nos cagábamos entre risas del ajo, del Vita Nova, del pasaje y hasta del cuñadito que yo llevé conmigo para que viera por primera vez un barco, era un chamaco pero como le empujamos dos o tres cervezas se encontraba feliz también.

 Escampó y nos montamos en una aspirina (no olvidemos que el precio del pasaje era solo de 5 centavos), bueno, nos quedaron algunos centavitos en los bolsillos pero insuficientes para viajar hasta La Habana. Al llegar a Bahía Honda vimos un ómnibus interprovincial parqueado y en espera de pasaje para partir hacia La Habana, Ríos era un loco en estado normal, con cuatro tragos atravesados en su camino era peor.

-Nagüito ( su palabra preferida o monono), tenemos que pirarnos en esta rufa.- Me dijo y se lo tomé como una broma.

-Compadre tú estás loco, no hay varos para eso.- Le contesté tranquilamente.

-Nagüito te digo que nos piramos en esa rufa, confía en mí que me mando una jeta de salir.-

-Asere, ¿qué número de espanto vas a soplar en este pueblo?-

-Nada compadre, tu sabes que este país está lleno de patriotas, voy a pasar el cepillo dentro de la guagua en nombre del internacionalismo.-

-¡Coño! Está dura esa, tú sabes que la gente no es comemierda.-

 

-Oiga compadre a cualquiera le venden gato por liebre en este país, tu verás.- Ríos se subió en aquella guagua con su uniforme y charreteras, con su gruesa y quebrada voz se paró en medio del pasillo y dijo lo siguiente;

-¡Compañeros atiendan acá! Hace solo unas horas nuestro barco arribó de cumplir una misión internacionalista en Angola, dentro de pocas horas debemos partir de nuevo y como el tiempo es tan corto no nos han pagado, necesitamos la colaboración de ustedes para viajar hasta La Habana y de paso ayudar a un pobre recluta que viene con nosotros (ese era mi cuñadito).- Ríos era un cabrón de la calle y no se había equivocado, terminando sus palabras surgió una patriota que alzó una mano con diez pesos, luego la imitaron otros pasajeros. Ríos le pasó el cepillo a toda la guagua y lo vi descender con la mano llena de dinero hasta la casilla donde vendían los pasajes, después subió y dio otra arenga.

-¡Atiendan acá compañeros! Han sobrado cuatro pesos de la colecta y como la compañera aportó diez.- Dijo señalando a la más patriota.- Creo que es justo se le devuelva a ella el sobrante, muchas gracias compañeros (nunca debe faltar esa palabra para darle toque de patriotismo a cualquier acción) Todos nos dirigimos hasta el último asiento donde dormimos plácidamente el efecto de aquellas cervezas, luego, nos despertamos en la capital. Al llegar a la casa tenía olor a cerveza (cualidad que posee la fabricada en Cuba, tienen más fijador que cualquier perfume francés). Mi esposa supo de antemano que los ajos y la salsa Vita Nova se habían ido al carajo.

 

Viaje de Santiago de Cuba a La Habana.

 La terminal estaba perra, no cabía un nagüito mas con la intención de viajar a la capital. Ahora me viene a la mente aquel refrán de los orientales, ellos decían; “Oriente es la cuna de la revolución”, pero agregaban, “Si, pero al niño se lo llevaron para La Habana”. La situación nunca mejoró en aquella ciudad y los obligaba a emigrar, hasta el extremo de que para muchos no importaba si era para Pinar del Río o Isla de Pinos, aquellos palestinos no llegaron a México porque los frenó el Canal de Yucatán.

  Ese día estaba tan mala la cosa que de nada nos sirvieron las boletas preferenciales ni los sobornos, en esa ciudad había que tener mucho cuidado con esto, en ese aspecto los chivas daban al pecho y había que cuidarse. Afortunadamente pude abordar la guagua, yo fui el último pasajero en hacerlo. Cuando lo hice pude divisar un solo asiento vacío que supuse era el mío, al final del ómnibus y donde existían cinco asientos se encontraba el del medio esperándome. Hacia allí me dirigí sin ningún tipo de protesta. A mitad del trayecto me sentía contento con mi suerte porque en uno de mis lados viajaría una hermosa mulatica. Tenía una blusa de nylon amarilla que mostraba en todas sus dimensiones unos hermosos senos, era de aquellas chamacas delgadas con un cuerpo refinado que enloquecen a cualquiera.

-¿Para dónde tú vas?- Pregunté una vez acomodado el trasero y con la seguridad de encontrarme a punto de partir, ya el chofer había arrancado el motor situado debajo de mi fondillo y el “otro” se dedicaba a comprobar las boletas de viaje.

-¿Por qué me tuteas si no nos conocemos?- Respondió la rica mulatica, muy buena señal, pensé. Por lo general los pollos que no desean ningún tipo de relación te viran la espalda.

-Chica, yo creo que de nada te servirá tanto orgullo, con esa blusita que llevas puesta cuando pongan el aire acondicionado (en aquellos años muchas guaguas interprovinciales poseían aire acondicionado que duraban lo mismo que un merengue en la puerta de un colegio) vas a pasar un frío tremendo y el que se dará lija soy yo.- Le dije riéndome.

-Parece que eres rápido.-

-No es que lo sea, yo sé lo que es pasar frío en una guagua. Mucho gusto, me llamo Esteban y me imagino que te hayan bautizado de niña.- Diciéndole esto le ofrecí mi mano, ella sonrió y pude establecer mi primer contacto con una tierna y tibia mano. Después que el “otro” comprobó nuestras boletas fue a sentarse en el trono que tenía disponible, no me fijé si viajaba alguna jeva a su lado y tampoco me preocupó, yo estaba para lo mío, aquella linda y rica mulatica. No creo que hayan transcurrido sesenta minutos cuando en medio del viaje y disfrutando de la oscuridad del ómnibus, favorecido por parte del trayecto a la salida de Santiago de Cuba, la mulatica y yo nos encontrábamos muy ocupados en el repaso de la respiración boca-boca, ella era enfermera del hospital Calixto García en La Habana, pero tenía a toda su familia en Santiago. Cuando nos hallábamos muy concentrados en ese intercambio de aire, lengua y saliva, en medio de un mundo que solo era nuestro, el de los jóvenes locos. La guagua tomó una curva muy cerrada, sentí un fortísimo golpe en la cabeza y lo primero que me llegó a la mente fue, la presencia del padre de aquella mulatica, su marido o en su defecto cualquier pariente que se encontrara allí y reaccionara de esa manera para protegerla. Ella se asustó mucho también, sin embargo, no sucedió nada de lo que habíamos pensado. En el momento de aquel dulce y ardiente intercambio de lenguas, nos cayó encima una caja cargada al parecer de viandas, que arrojé en un gesto indescriptible de valentía hacia el medio del pasillo. Luego uno de los viejos cabrones que viajaban lo recogió y acomodó nuevamente.

 Cuando llegamos a Bayamo nos dirigimos al baño, no existía otra opción y además, podíamos considerarnos afortunados de que todavía funcionaran. Cuando terminé de hacer mis necesidades abordé nuevamente la guagua, no hacía falta que la esperara a la salida del baño porque nos encontrábamos a solo unos metros de la puerta. El chofer abordó nuevamente después de cumplir con el absurdo protocolo de informar que no tenía espacio disponible para nuevos pasajeros, gracias a Dios han mejorado los servicios telefónicos y no dudo que dentro de poco utilicen los servicios de  Internet entre las estaciones, para que así los chóferes no tengan que comer tanta mierda y le ahorren tiempo al pasaje. El tipo arrancó la guagua y sin comprobar los pasajeros que tenía abordo se dispuso a partir. Gracias a una mujer (cualidad que poseen todos los cubanos de estar atentos a los movimientos de sus vecinos) se dio cuenta que faltaba aquella muchacha y le gritó al chofer.

-¡Oiga compañero! Falta la esposa del compañero que se encuentra en el último asiento.- ¡Coñó! Pensé de pronto, esto está bueno porque esa vieja me ha casado en esta guagua. De verdad que a los cubanos no se les escapa una y si son los viejos, peores. Nada, la mulatica subió muy tranquila, se le observaba feliz sin saber que a partir de aquel momento era mi esposa.

 Gastamos todo el viaje hasta la capital entre apretones, cuando la oscuridad nos lo permitió hubo su pedazo de teta al aire, teta que escapó fácilmente al encierro de aquella débil tela de nylon y a unos ajustadores traidores.

 Llegando a Matanza aquella chamaca comenzó a hablarme de la dirección de mi Empresa y sentí un poco de temor en complicarme la vida. En realidad siempre mantuve ese criterio popular que decía; “El que tenga tienda que la atienda y el que no que la venda”, yo fui muy cuidadoso de mi hogar  aunque mi esposa suponía que no era un ángel.

 Antes de llegar a mi barrio sentí unos pasos muy extraños alrededor de mi cabeza, fue una experiencia nunca vivida y me alarmé. Ya había olvidado los calentones del viaje y los consiguientes dolores de huevos. Ese constante trasiego entre mis cabellos me tuvo asustado, no puedo entender por cual razón no las sentí en la guagua, debe haber sido por las calenturas.

-¡No te me acerques coño!- Le dije a mi esposa al cruzar el umbral de la puerta, ella se asustó por mi extraña actitud.

-Revisa el botiquín para ver si hay Benzoato de Bencilo.-Ni ella misma sabía qué era lo que yo le ordenaba, mi esposa tendría entonces unos 15 ó 16 años. Yo sabía de la existencia de esa medicina en nuestro botiquín porque mis hermanos lo compraban contra los piojos, ladillas y la sarna de la que cualquiera era víctima en Cuba. Afortunadamente tenían un pomo mediado, le pedí que trajera una palangana con agua, vertí el resto de aquel frasco con un líquido parecido a la creolina e inclinado sobre ella, comencé a mojarme toda la cabeza. Le solicité un peine y sin dejar de mojarme el cabello lo recorrí por toda mi cabellera desde la nuca a la frente. Cuando hube de repetir esa operación varias veces, pude distinguir los cadáveres de cuatro piojos en el fondo de aquella blanca palangana.

 

Viaje de Antillas-La Habana.-

 Una noche y después de tantos días en Antillas me preguntaron, ¿quieres irte de franco para La Habana? Yo era un loco amante de mi ciudad aunque joven al fin y al cabo puteara en toda la isla, mi esposa era joven y estaba enamorado de ella. Hoy sigo enamorado de ella a pesar de los años transcurridos desde 1969.

 Hablé con el mayordomo del barco y éste me preparó un bocadito, me dio un jugo y llené un pomo de benadrilina con café para el viaje. Cuando llegué a la terminal de Antillas ya había partido la guagua de La Habana. La única opción que tenía era viajar hasta Holguín y de allí continuar hasta la capital. No dudé en aceptar el reto, me monté en una guagua checa llena de huecos por todos lados, viajamos repletos de polvo hasta Holguín pero confieso que la travesía no fue tan mala, el ómnibus iba casi vacío por su horario, eran altas horas de la noche.

 Había un poco de frío en aquella oportunidad que aproveché para bajar con un abrigo grande, no lo hice teniendo en cuenta la aventura de Cárdenas. El problema era que los cigarros escaseaban en la isla y a nosotros nos tenían prohibido sacar más de ocho cajetillas a la calle. Después el 8 se convirtió en un número fatal para los marinos (el 8 es el muerto en la charada) Bueno, hasta desertar podíamos declarar 8 jabones, 8 pares de zapatos, 8 blumers, 8 pares de media y 8 de todo menos equipos eléctricos que debíamos declarar y anotaban en una libretica que poseo conmigo.

 En los bolsillos de aquel abrigo bajé un cartón de 24 cajetillas de cigarros cotizadas a $20 pesos cada una. No lo hice con la intención de venderlas porque en ese tiempo yo era parte del “Hombre Nuevo”. A mitad de aquel largo viaje me comí el bocadito y lo bajé con el jugo, solo me quedaba el pomito de benadrilina con café para llegar hasta La Habana. En Holguín no tuve dificultades para abordar la guagua, solo que a mi lado viajaría una vieja con una jaba de yute cargada hasta los mameyes. El resto de la noche me la pasé durmiendo con la cabeza recostada a la ventanilla. En horas de la mañana me di un traguito de aquel frío y amargo café para prender un cigarrillo, lo hacía con la exactitud milimétrica del que trata de sobrevivir en un desierto. Unas dos horas después repetí la operación, esta vez muy observada por mi compañera de viajes. Cuando me dispuse a beber el tercer traguito de aquel pomito que ya iba por la mitad, aquella anciana señora me pidió un cigarro. Con toda la tranquilidad del mundo metí la mano en cualquiera de sus bolsillos y le ofrecí una cajetilla. Ella la abrió y extrajo un cigarro, al devolvérmela le dije que se quedara con la cajetilla y la vieja me preguntó si yo estaba loco.

-No señora, pierda el cuidado que no estoy loco y quédese con la cajetilla de cigarros, yo sé lo que es fumar y créame que tengo cigarros conmigo.- La viejita me miró aún con una mezcla de asombro incomprensible, habrá pensado estar sentada con un extraterrestre, pensé yo.

-Mire joven, yo lo veo mojándose la boca con el contenido de ese pomito antes de fumarse un cigarro. Para serle sincera, yo vivo en Matanza y mis hijas me han llenado esa jaba de alimentos para realizar el viaje, es imposible que yo me coma todo eso, así que si usted lo desea puede servirse si penas porque yo no tengo gota de hambre.- Miré la jaba situada junto a sus piernas y el alma me vino al cuerpo porque estaba al desmayarme de la debilidad. Le tomé la palabra a la vieja y cuando terminaba de comer algo ella sacaba otra cosa, no me puse bravo. Pasé un viaje muy entretenido con aquella señora y mientras la guagua recorría el malecón matancero ella me indicó cual era su casa.

-Allí vivo, el día que el barco llegue por este puerto puede llegar para que comparta conmigo y mi esposo, estoy segura de que se divertirán haciendo cuentos.- Pocos minutos después, ella desembarcaba en la terminal de Matanza mientras yo le brindaba un fuerte apretón de manos.

 

Viaje de New York-Montreal.-

 

 Si continúo con las historias de los sucesos ocurridos en las guaguas cubanas no tendría para cuando acabar. Esa noche mi cuñado me dejó a la entrada del edificio del Port Authority, creo que así se llama la terminal de ómnibus de New York. Le pedí que me dejara allí porque en esa área no es fácil encontrar parqueo. Me dirigí al buró de la Grey Hound donde hice una colita que me recordó viejos tiempos. El movimiento era lento, detrás del largo mostrador habían varias empleadas negras (no utilizo otras palabras porque atentan contra nuestro idioma). Aquellas negras de pronunciadas protuberancias labiales (que algunas mujeres pretenden alcanzar con el uso de siliconas por considerar  sensuales) eran de muy negra lentitud en sus movimientos y esos efectos se reflejaban en el avance de la cola (me recordaban mucho a un país que yo conocía y casi había olvidado). Gente parada frente a esa especie de mostrador que cambiaba frecuentemente la posición del pie donde recaía el peso de sus cuerpos. Con esa negra lentitud alcancé ganar uno de esos mostradores, si me encontrara viviendo en una isla que yo conozco lo encontraría todo normal, pero, padezco del defecto de vivir en una tierra donde reina la eficiencia en los servicios y aquello me encabronaba.

 Logré vencer el primer obstáculo pero no recordaba donde se tomaba el bus hacia Montreal, en mi camino me encontré con un individuo de negra tez y apariencia, el tiro de su pantalón llegaba a sus tobillos. Tenía audífonos puestos y una camisa que lo delataban como trabajador de una compañía que laboraba en esa terminal. Barría con oscura lentitud y lo hacía rítmicamente, su mundo era muy reducido, una escoba, una palita y unos audífonos de donde se desprendía un cablecito que se perdía en su fondillo. Para el tipo no existía nada ajeno a ese mundo y me vi obligado a tocarle el hombro para hacerle una pregunta. Se quitó de mala gana lo que bloqueaba la entrada de cualquier palabra a sus oídos, pude percibir música rapera pero aquel detalle no me llamó la atención. Le pregunté en mi defectuoso inglés donde tomar el ómnibus para partir hacia Montreal desde esa estación africana y me contestó algo;

-Yeapmengodowntwofloorsmoreandasktherebecauseimnotsurewhereyoumosttakethebusmen- ¡Coño me cagué al oír a aquel negro marciano!

-Thankyoumenylatuyaporsiacaso.- Le contesté en el mismo ritmo rapero que escapaba de sus audífonos. Como ya había estado allí en dos oportunidades anteriores bajé por la escalera de aquella terminal africana. Fui hasta un recoveco que me recordaba el viaje anterior y allí le pregunté a otro negro. Me imagino la discriminación racial existente en esa ciudad, más del 80% de los ineficientes empleados de esa terminal son descendientes de los antiguos esclavos africanos y no crean que estas líneas vayan cargadas de racismo, hay blancos y blancos de la misma manera que existen negros y negros. De lo que estoy muy seguro es, que tengo cinco hermanos negros capaces de hacer con más dinamismo, el trabajo de cincuenta de los que me encontré en esa terminal.

Por fin logré abordar la guagua hacia Montreal conducida por un negro más eficiente que los anteriores. Iba a full de pasaje y a mi lado se sentó un diminuto chino. A los pocos minutos de haber salido de esa maravillosa ciudad, aquel asiático se quedó dormido y comenzó a roncar. Sus ronquidos no me molestaban en lo absoluto, algo me obligó a sacar un pañuelo perfumado y no fue una situación parecida a la del viaje de Cárdenas a La Habana. Me tapé la nariz con él porque lo que tenía sentado a mi lado era un dragón con una letrina desbordada, aquel infeliz tenía una peste a mierda en la boca que nadie puede imaginarse. Por suerte se bajó en la ciudad de Albany y continué solo hasta Montreal. El resto del viaje lo realicé sin contratiempos, mientras viajaba en el metro de Montreal todo fue divino, al salir los huevos se me montaron en la nuca, existían 20 grados bajo cero y no llevaba calzoncillos enguatados.

 

 
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
25-12-2001.