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EL ENCUENTRO 

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La pesadilla había terminado hacía muy poco tiempo, tampoco fue de los primeros en regresar, de no haber sido por la insistencia de sus hijos él permanecería muy tranquilo en su nueva tierra, envejeciendo, esperando el final con la tranquilidad del que no guarda rencores ni dolor dentro de su pecho. Siempre lo prefirió así, para el viejo Fermín su tierra sería las paladas que le echaran a la hora de tapar el hueco, nunca le interesó que fuera en la conchinchina, total, siempre se decía, para qué tratar de rescatar viejos recuerdos, de qué servirán luego que se ha gastado la vida.

Sus hijos persistían tanto que molestaban, ellos no comprendían que el viejo no deseaba viajar con el tiempo, prefería que todo se quedara tal y como lo conservaba en su memoria, hasta que uno de esos días de tanto acoso al que también se sumaron los nietos, aceptó el reto y regalo que le brindaran, así llegó hasta nosotros.

Al bajarse del auto Fermín permaneció unos minutos observando el desolador panorama, no reconoció de pronto los edificios que con tanta angustia había construido, no eran gran cosa, pensó en esos instantes, al menos, recién pintados eran hermosos, los ojos se le aguaron. Del color azul y blanco que fueran pintados no quedaba rastro alguno, desaparecieron para siempre aquellas líneas horizontales que les daban la vuelta, todo era gris ante sus ojos, dando la ligera impresión de encontrarse ante una extensión de la calle. Los edificios mostraban con descaro las uniones de todos los paneles de sus fachadas, aparecían como las costillas de un animal muy flaco y casi muerto. Las ventanas eran distintas, unas de hierro, otras de cristal, solo algunas eran persianas con tablas sueltas, pintadas de mil colores y formando un arco iris para disfrutar en el infierno, ninguno era alegre, todo parecía indicar que cada cual resolvió los problemas como pudo, a su manera, a la usanza de aquellos tiempos borrados a partir de esos momentos, se rompió toda la armonía de su exterior, no será muy sencillo reconstruir todo esto, pensó, mientras su mirada recorría unos tres ciento sesenta grados, qué triste color, parece que todo ha muerto.

El jardín era un desastre, la basura vivía tranquilamente a la par de sus vecinos, le vino a la mente aquellos tiempos de sus vacaciones, que dedicara a sembrar algunas planticas alrededor de su balcón, la pequeña palmita que habían sembrado cuando la construcción del edificio, era una verdadera palma que sobrepasaba el quinto piso, suerte la de ella en empinarse y escapar de la miseria, no paraba de pensar ahora. Miró hacia los otros edificios y los encontró en igualdad de condiciones, todos competían por estar peor. La calle nunca fue reparada y los pequeños baches dejados cuando su partida eran verdaderas piscinas, sintió mucha pena en esos minutos que permaneció parado, sobre esa tierra donde vivió sus últimos años en la isla, la última escala de aquella agonía. La gente estaba recogida esa tarde y le extrañó, bueno, ¿de qué puedo extrañarme ahora?, no son la misma gente, pensó.

Un mulato flaco y enjuto, luciendo una escasa barba con baches sin vellos salió del apartamento de una vecina con una lata de basura, andaba descalzo y no pudo comprender lo que dijo a alguien detrás de la puerta, lo reconoció pero no quiso decirle nada para comprobar si aún se acordaba de él. Era Nano, el mudito hijo de Chichi, pasó por su lado dirigiéndole una inquisidora mirada y Fermín permaneció como estaba para no llamar su atención. Nano no había perdido la costumbre de andar descalzo, solo los resistía media hora, la planta de sus pies eran tan duras como el carapacho de un carey, por lo menos lo eran así hace cuarenta años, hoy deben ser blindados, al llegarle este recuerdo a la mente sonrió. Observó como vertía el contenido de aquella destartalada lata en un latón de iguales condiciones o peor, todo parecía indicar que apenas pasaba el camión de la basura y los vecinos le daban fuego en su sitio, luego, regresó sobre sus pasos y se dirigió nuevamente a su apartamento, lo hizo casi corriendo. La algarabía que formó dentro de su hogar pudo escucharse en el jardín, entonces, su madre abrió la puerta del balcón, no fue una operación muy sencilla hacerlo y tuvo que ser auxiliada por otra mujer, debe ser una de sus hijas pensó Fermín, todo el marco de la puerta se encontraba devorada por el comején. Una vez en su pequeño balcón le bastó una mirada para reconocerlo, mostró los pocos dientes que conservaba y contrastaban con la negrura de su piel, entonces, se oyó un grito que estremeció todo el edificio, los demás vecinos se apresuraron a asomarse en sus balcones como hacían hace cuatro décadas.<<< ¡Fermín!?>>>

El impacto recibido en el corazón del pobre viejo fue dramático, todos lo recordaban y a él le costaba trabajo reconocerlos, los de su edad eran ancianitos prematuros, arrugados y secos como las pasas, blancos en cana. Los muchachitos que dejara eran adultos y mostraban con orgullo su descendencia, algunos sobrepasaban los diez años y lo miraban con mucha curiosidad. Fermín le dirigió una mirada a cada uno de ellos y con las manos los saludaba, se pararon en el balcón también algunos que nunca les había simpatizado, en ellos adivinó unas muecas parecidas a las de Mona Lisa, no supo si reían. Todo sucedía en fracciones de minutos, el tiempo suficiente para formar un escándalo en su barrio, en ese aspecto no habían cambiado. Cada vecino lo invitaba a que llegara hasta su apartamento y el viejo les prometía que lo haría más tarde, deseaba de todo corazón llegar hasta el cuarto piso, allí vivían sus verdaderos amigos, ellos no gritaban como los demás vecinos, lloraban de la emoción por ese encuentro inesperado y fue cuando Fermín decidió encaminarse hasta su escalera por la acera que lo llevaba desde la misma calle, cuando dio unos pasos dirigió involuntariamente su mirada hasta la esquina del edificio, y vio aparecer la figurita de un anciano que andaba con el peso de todos sus años cargados en la espalda, su andar era extremadamente lento y se ayudaba de un bastón artesanal, sabe Dios de qué palo, pensó en esos instantes, aquella figura llamó su atención. Se condolió de su estado físico, jorobado, mal vestido y tal vez muy mal alimentado, un pie tenía que pedirle permiso al otro para dar un paso, caminaba sin levantar la cabeza y gran parte de su rostro era cubierto por la visera de una gorra de los yanquis de New York, toda su ropa se encontraba sucia y raída, los zapatos mostraban el color de la piel recién curtida, Fermín sintió piedad por aquel viejito y recordó a todos aquellos de la tierra que lo adoptó, era una gran diferencia, allí ser viejo era un lujo, aquí al parecer no dejaba de ser un castigo y por tal razón se solidarizó muy pronto con él, sin saber quien era, sin cruzar una palabra, sin ver el rostro de aquel fantasma que vagaba.

A solo un metro de distancia aquel viejito levantó la mirada y Fermín recibió de aquellos ojos un indiscutible destello de odio, de ese odio que no se apaga nunca y no se olvida aunque existan siglos de distancia, entonces lo recordó, su memoria retrocedió milagrosamente unos cuarenta años y lo vio joven, arrogante, intransigente, extremista. En esos momentos le llegaron millones de pensamientos a la memoria y se acordó de su exilio, de los jóvenes muertos en ese mar que tenía ahora al alcance de sus ojos, de todos los sueños desvanecidos de muchos muchachos por culpa de aquel canalla que moriría como siempre vivió, odiando y despreciando la vida misma.

Involuntariamente y respondiendo a un llamado inexplicable de su conciencia, Fermín le dio una fuerte patada en el culo a aquel viejo, en el suelo cayeron separados el viejo, gorra y bastón, todos miraron en silencio, ese silencio de segundos eternos, después, se oyó un aplauso. -Dios mío perdónanos, nos hemos convertido en animales.- Dijo Fermín mirando al cielo. -Es lo que siempre han buscado.-

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
23-4-2001.