JUAN CARNERO |
Con
mucha desconfianza compró la entrada para la fiesta que le había recomendado
Juanita, él no creía que en el sótano de una iglesia pudiera reunirse el
ambiente que ella insistentemente describía. Pirindingo estaba saturado de
sermones, en su país eran el padre nuestro de cada día y por ello hacía
rechazo a cualquier intento de que le impusieran lo que tanto había consumido,
no se imaginaba sentado en esa iglesia oyendo ahora a un sacerdote. Aquella
mujer le dijo lo mismo que Juanita y pagó los $7.00 dólares por adelantado. La
iglesia se encuentra en la avenida Papineau y llegó bastante temprano, el salón
dispuesto en el sótano era amplísimo. A simple vista calculó que habrían
montadas unas treinta mesas y solo se encontraban ocupadas unas cuatro de ellas.
Después de entregar su ticket en la puerta, divisó una ventanilla que supuso
era la cocina y hacia allí dirigió sus pasos, justo a su lado existía un
mural anunciando el menú que ofrecían. Se inclinó un poco para solicitar una
cerveza y un tamal, lo atendió la mujer de ojos verdes que le había vendido la
entrada días anteriores y lo reconoció. Intercambiaron saludos y hoy la
encontraba mucho más atractiva. Con la cerveza y el tamal se dirigió a una
mesa de seis asientos y se sentó solo a oír la música que se encontraba en
esos momentos en un tono bastante bajo. Pocos minutos después llegó Juanita
acompañada de dos muchachos que él conocía, saludó a ambos y Juanita le dio
los dos besos acostumbrados, uno en cada cachete. Ella se sentó a su lado y
probó un pedazo del tamal, le encontró el mismo defecto que Pirindingo, estaba
dulce. En
la medida que pasaban los minutos el salón se iba llenando y mientras eso sucedía,
pudo comprobar que la cantidad de mujeres quintuplicaba la de los hombres. -¡Coño
Juanita! Esto se está poniendo bueno, hay más jebas que hombres.- Exclamó. -Te
lo dije compadre, el asunto es que esta fiesta es para recaudar fondos para una
organización que atiende a las mujeres.- Contestó ella. -Pues
mira, nunca me imaginé que una iglesia se prestara para fiestas donde se
incluye bebidas.- -¡Esto
es Francia mi amigo! Aquí los curas están a tono con la evolución de la
sociedad.- -Quién
lo iba a decir, la gente allá no tiene la más mínima idea de esto.- En eso
subieron el volumen de la música y algunas parejas arrancaron a bailar, los
muchachos continuaban en su colita para comprar la bebida. -Chico,
por qué no bailamos para ponerle sabor a esto.- Invitó ella. -Ta
bien, vamos a mover el esqueleto.- Respondió mientras se levantaba de su
asiento. En aquellos momentos sonaba un merengue pero no era violento. Ella
sola adoptó la posición que Pirindingo había observado en diferentes
discotecas, se colocó bien pegada a su cuerpo y las piernas de ambos cruzadas.
Desde los primeros segundos de baile se sintió excitado, la pelvis de ella
rozaba constantemente su muslo derecho. Como era verano y el calor similar al de
su país él llevaba una camisa de seda y ella un sencillo pullover. Podía
sentir también el roce de sus duros pezones debajo de sus tetillas porque
Juanita andaba sin ajustadores. Como la tenía atada firmemente por la cintura,
tuvo la impresión de que el cuerpo de ella se encontraba dividido en dos, de la
cintura para arriba permanecía inseparable al suyo y de la cintura para abajo
no podía describir que era lo que existía. El
baile de aquella mulatica era arrebatador y la erección fue inevitable, como
era un poco más bajita que él supuso que su pene daba exactamente debajo de su
ombligo. Ella lo sabía y le gustaba, de vez en cuando le llegaba el dulzor de
su aliento que comenzaba a ser un poco agitado, él trataba de disimular su
agitación, pero decidió soltar todo el aire reprimido en sus pulmones detrás
de su oreja. Juanita era una loca que disfrutaba todo aquello. Pirindingo
no sabe por cual de aquellas extrañas razones de la vida, le vino la imagen de
su abuela en esos momentos. La recuerda en su infancia mientras le decía a su
mamá <<Las mujeres tienen que ser bien putas con su marido, si no lo son,
llega otra más puta que ella y se lo tumba, además, las mujeres putas tienen más
suerte que las decentes, así que no te cohíbas a la hora de hacer todo lo que
tu marido te pida.>> Su madre solo escuchaba a la sabia vieja. Así
era Juanita, bien puta, putísima, pensó por enésima vez Pirindingo mientras
la mantenía firmemente amarrada por la cintura, la pelvis continuaba su loco
movimiento sobre su muslo y cuando terminó el merengue continuó una bachata y
sin darse cuenta ambos continuaron. Casi estaba a punto de venirse parado cuando
terminó la bachata. -Tú
sabes que la tengo que se me parte, así que tienes que ayudarme a ir hasta la
mesa para que la gente no se lleve el pase.- Le dijo al oído antes del final. -No
tienes lío, agárreme por la cintura y pégate bien a mi culo.- Le contestó
ella con descaro y mostrando los primeros síntomas de sudor en el rostro. Así
despacio y ayudados por la poca intensidad de la luz llegaron hasta la mesa,
ambos tomaron al mismo instante sus vasos de cerveza para calmar la calentura
que llevaban en sus cuerpos. Pirindingo prendió un cigarillo y con disimulo se
alumbró el muslo buscando huellas de humedad, siguió tranquilo sin darse
cuenta que habían llegado otros a la mesa. Aquella
mulatica lo volvía loco pero su madurez le aconsejaba siempre tener prudencia,
él sabía de la pata que cojeaba Juanita, un verdadero reverbero a la hora de
calentar a los hombres. Había sido testigo en varias oportunidades de las
proposiciones matrimoniales que le hicieran hombres alocados por su sensual
figurita. Nunca le preguntó como llegó a Canadá desde La Habana Vieja, hasta
aquí no llegaban las balsas y el resto se lo suponía, siempre mantuvo el
criterio de que una vagina bien utilizada abre muchas puertas. Hoy ella andaba
sola y tenía su apartamento que no dejaba de ser frecuentado por gente de todo
tipo, maricones, putas, tortilleras y sementales locos por penetrar su cajita
misteriosa. Un día le abrió la puerta a Pirindingo en una bata de casa
transparente y aquello lo arrebató definitivamente. Uno de los recién llegados
se acercó a saludar a Juanita y ella se lo presentó. -¡Mira!
Pa que conozca al socio, el llegó hace muy poco.- El tipo le extendió la mano
y él ofreció la suya por reciprocidad. -Mucho
gusto mi hermano, yo me llamo Juan.- -Mucho
gusto, yo soy Pirindingo.- -En
lo que ustedes dos se conocen yo me voy a bailar con Juanqui.- Dijo ella y salió
disparada para la pista con el muchacho. -¡Coño
compadre! No te ofendas pero primera vez que oigo ese nombre, ¿de dónde
viene?- -De
ningún lado mi hermano, salió de un solar en Santiago de Cuba.- -¿Cómo
es eso?- Preguntó el hombrecito doblemente intrigado y tomando el asiento de
Juanita. -Nada,
resulta que el viejo mío fue a estudiar a la URSS hace muchos años, estudió
no sé que mierda que luego en Cuba no tenía aplicación y entonces no tuvo
otra opción que meterse a traductor.- -Chico,
no veo la relación.- -Si
no me dejas terminar nunca comprenderás.- Diciendo esto se tomó una pausa para
ir a buscar cerveza, le preguntó a la gente si deseaban pero todos estaban
servidos y regresó con dos. -Muchas
gracias.- Le dijo Juan aceptando la invitación seguida del silencio para
continuar oyendo la interesante historia. -Pues
el viejo andaba parriba y pabajo con aquellos únicos turistas que llegaban a la
isla, me refiero a los bolos que casi siempre eran “vanguardias” en sus
trabajos. Casi todos vestían igual, los hombres con sandalias de modelos
parecidos o iguales, camisas de nylon blanca y pantalón oscuro, uno que otro
con un sombrerito y gafas plásticas. Las mujeres con vestidos anchos
multicolores casi transparentes, pañuelos que cubrían sus cabezas, zapatos de
tonos suaves y sin afeitar las piernas y los sobacos. El viejo había traído a
su novia de Rusia, bueno, quien dice novia puede entenderse mujer y esa es la
vieja mía. La metió en el solar donde vivía un primo llamado Piri, me imagino
que para la infeliz de mi madre el cambio tan brusco haya sido dramático, imagínate
llegar de Rusia a un lugar donde el baño era público, había que llenar
tanques de agua cuando ésta entraba, meterse las colas para comprar luz
brillante, la comida y todo lo que tú conoces. El viejo escapaba porque siempre
andaba de gira por la isla con los bolos, entonces en el barrio todo el mundo lo
conocía como “El Pirivoche” y al viejo le gustaba mucho, además, aquel
apodo lo acercaba tanto a su primo querido, que cuando mi madre cayó embarazada
pensó ponerme ese nombre. ¿Qué sucedió un día? Pues que el primo Piri para
llamar a uno de sus hijos a los cuales generalmente llamaba “chivos”, se le
ocurrió decirle Pirindingo y a mi mamá le gustó. Como se parecía algo a
Pirivoche y mantenía la raíz de Piri, le solicitó a mi padre ponerme ese
nombre porque era más caribeño. Al viejo, como le importaba un pedo como
carajo me llamaran, le dijo que si y aquí me tienes. -Bueno
y que pasó con el viejo después de la caída del bloque, me refiero a cuando
dejaron de entrar los rusos a Cuba.- -Lo
que le pasó a muchos, le dieron una patada por el culo y paró vendiendo maní
ilegalmente porque no sabía hacer nada, eso si, no le hablaras mal de la
revolución porque el tipo le encontraba una justificación a todo lo que pasaba
en la isla.- -¿Comecandela? -Peor,
el tipo era más comunista que Lenin.- -¿Y
qué fue de la vida de la vieja?- -¿La
vieja? Dijo un día que iba a ir a Rusia para ver a su madre que estaba enferma
y hasta hoy.- -Le
vendió el cajetín al viejo.- -Al
viejo solo no, ¿tú no me cuentas?- -¡Coñó!
Tremendo cuadro, porque ahora volaste también y el viejo quedó allá comiendo
piedras.- -No
seas bobo hombre, el viejo voló y me dejó embarcado también.- -¿Pero
no dices que era comunista?- -Eso
es pa los bobos, el viejo era un oportunista como la mayoría de los que llevan
el carnecito, el tipo se metió en la base de Guantánamo sin decirnos nada y
hasta el sol de hoy.- -Tremendo
hijoputa, disculpa si te ofendo.- -No
te preocupes que eso lo digo yo cada vez que me acuerdo de él.- Se llevó el
vaso a la boca para refrescar un poco la garganta y borrar en algo la amargura
de su pasado. -¿Y
a ti los viejos te explicaron algo de la razón por la que te pusieron Juan?- Lo
dijo para romper un poco el ambiente creado con su historia. -Si
pero nada especial, como mis abuelos eran españoles y a la isla la quisieron
bautizar con el nombre de Juana, fue suficiente motivo para que me pusieran ese
nombre.- -No
es feo, pero ya lo llevan millones de seres.- En eso llegó Juanita delante de
Juanqui, él caminaba agarrándola por la cintura y pegado a su culo, Pirindingo
conocía aquel paseo hasta la mesa y ahora pensaba que dentro de unos minutos,
el muchacho padecería del mismo dolor en los huevos que él sufría debido al
calentón. Juanita se llevó a Juan a bailar, mientras se dirigía a la pista
hurgaba con urgencia en su memoria, porque la figurita de aquel individuo le
resultaba familiar. La
gente se entusiasmaba con la música ayudados un poco por el alcohol y los
penosos perdían el miedo escénico. Juanita sacaba a bailar a cada uno de la
mesa y regresaban caminando de igual manera, todos detrás de su exquisito culo
y luego permanecían sin levantarse por más de media hora. Cuando terminó con
el último volvió a sacar a bailar a Pirindingo
y él partió gustoso a su nueva aventura. La tomó con ambas manos por
la cintura y ella solita se le pegó, estaban tocando un bolero muy suave y la
erección se repitió. La cabeza de Juanita daba nuevamente sobre su hombro
derecho y con las manos pudo comprobar que tenía toda la espalda mojada. Pronto
su mente la arrojaba en esas condiciones encima de una cama, luego regresaba a
la realidad del salón y no paraba de pensar en ella,<<Tiene que haberse
venido varias veces esta noche, no puede ser de piedra por muy puta profesional
que sea>> se decía constantemente. La
operación del regreso detrás del culo de Juanita se repitió nuevamente y
Pirindingo se prometió no bailar más con ella. Pocos minutos después de
sentarse y la mulatica partir hacia la pista con Juanelo, llegó la mujer de
ojos verdes hasta su mesa y les pidió a los que se encontraban sentados, que
hicieran el favor de bailar con las otras mujeres en el salón. No se habían
percatado de ello hasta esos instantes y todos recorrieron visualmente el salón.
Llegaron a la conclusión de que habían alrededor de diez mujeres por hombres.
La mesa que se encontraba a su lado tenía a ocho de ellas dispuestas a bailar,
las habían mulatas, chinas, latinas, rubias, gordas, flaquitas, bonitas, feas,
en fin, una amplia colección para satisfacer al más exigente de los machos.
Pirindingo se inclinó por una hermosa trigueña de rasgos andinos, resultó ser
una peruana y con ella debutó en aquella mesa, los restantes muchachos lo
imitaron. La mujer en cuestión bailaba muy bien la salsa, pero le faltaba el
salero de Juanita, mejor dicho, la putería de nuestra mulatica. El baile
transcurrió con toda normalidad y manteniendo ella en todo momento una
distancia al parecer de seguridad. Luego, todos fueron sacando a aquellas ávidas
mujeres hasta el final de la fiesta. Pirindingo
tomó un taxi hasta su apartamento para soñar tal vez con las calenturas de ese
día, el lunes todo se habría olvidado y la vida tomaría su cauce hasta la próxima
fiesta. No era difícil enterarse porque Juanita era la presidenta del comité
de embuyo, su vida era solo eso, una fiesta. Pirindingo
se consiguió un trabajo lavando platos en un restaurante español, no eran
muchas las horas que le ofrecían, pero algo era algo en aquellos duros momentos
que se experimentan en invierno. Los primeros tiempos transcurrieron sin
dificultad en aquella cocina, el cocinero era un tipo algo maduro pero de muy
buen carácter y la pasaban bien entre bromas sin darse cuenta del tiempo
transcurrido, hasta que sorpresivamente llegaba la hora de cerrar. Dos semanas
después Pirindingo se encontró con un nuevo cocinero, español también, algo
viejo y quien al llegarle más de dos solicitudes juntas se ponía nervioso. Un
fin de semana de aquellos pocos que trabajó en ese restaurante, se llenó a
tope y el cocinero era todo nervios, las cosas se le caían de las manos y la
comida le salía con mala presentación. En una oportunidad llegó hasta el
fregadero y lanzó al agua un sartén acabado de usar, el agua salpicó no solo
el delantal de Pirindingo, algunas gotas de agua enjabonada cubrieron parte de
su rostro. Siempre tuvo mucha paciencia y por eso contó hasta cien para evitar
problemas con aquel hombre. Cuando en su cuenta mental iba por cuarenta y
cuatro, el cocinero repitió el lanzamiento del segundo sartén dentro del
fregadero con mejor precisión que un jugador de básquet, salpicándolo
nuevamente, pero con la diferencia de que el rostro de Pirindingo se encontraba
adornado de varias pompas de jabón, suspendió el conteo y se dirigió hasta el
fogón, tocó al cocinero por el hombro y le dijo. -El próximo sartén que
tires en el fregadero te lo voy a romper en la cabeza, hijo de la gran puta.- El
tipo se puso más nervioso aún y aquel día fue un verdadero desastre.
Posterior a ese incidente todo transcurrió con normalidad, el viejo en
su fogón y Pirindingo en sus menesteres. Uno de esos días libres Juanita lo
llama para presentarle a una recién llegada que se llamaba Juana, aún se
encontraba en el hotel de la YMCA pero muy próxima a su salida. Esta mujer no
tenía el aspecto de una jinetera y Pirindingo le oyó contar tres versiones
distintas de su historia relacionada con su llegada a Montreal, también le decía
a la gente que era de barrios diferentes, en fin, ella se merece todo un capítulo
aparte. Dejándose llevar por los sentimientos y ese afán en ayudar a la gente
recién llegada, un día lo sorprende la visita de varios parientes de New
Jersey y Pirindingo tenía que trabajar. Preocupado en conservar aquel empleo
habló con el dueño del negocio y le dijo que necesitaba tres días libres, le
contó también que tenía a una persona que lo podía sustituir durante su
ausencia. El hombre aceptó gustoso y Pirindingo se lo comunicó a Juana, el
mismo día que llegaron sus familiares él la llevó personalmente hasta el
restaurante. Al
segundo día de estar trabajando por él, Juana le dice que tenía que ir en
horas de la mañana y aquello le extrañó mucho, nunca habían abierto el
negocio de día. Por esas cosas de la vida partió con rumbo al negocio en un
autobús después del de ella, se mantuvo en la parada observando hacia el gran
portón de entrada y dos horas después salían el dueño y Juana. Ese día le
comunicó la decisión del dueño en tomarla a ella y dejarlo vacante,
Pirindingo lo comprendió todo perfectamente y tomó las cosas con calma.
La vida continuó y otro día coincidió con muchos en una nueva fiesta,
allí se encontraba Juanita animando el ambiente. En medio de una apuesta con
otra mujer sobre la solidez de sus tetas, no tuvo reparos en sacarla delante de
un pequeño grupo que se encontraba en la sala, no mentía ella, eran par de
flechas divinas y apetitosas. Poco rato después llegó un mulato algo entrado
en años y Juanita los presentó. -Mucho
gusto compadre, mi nombre es Pirindingo.- Expresó mientras le extendía la
mano. -El
gusto es mío, yo me llamo Juan.- Contestó el individuo que le resultó
conocido y poco después se encontraban compartiendo en animada conversación.
No se sabe por cual razón siempre surgen las mismas preguntas en estos
encuentros. ¿Cómo llegaste?, ¿Cuándo llegaste?, ¿Eres residente o
refugiado?, ¿Te aceptaron?, ¿Dónde trabajas?, ¿Cuánto ganas?, en fin, todo
un cuestionario mucho más amplio tal vez que los exigidos por el gobierno. La
gente no podía desprenderse de esa extraña costumbre en querer saberlo todo y
a veces Pirindingo se sentía molesto por ese mal hábito. -En
estos momentos trabajo en una fábrica, ¿y tú?.- Respondió ante el acoso del
recién conocido. -Chico,
ahora estoy trabajando por la izquierda en la limpieza de un hotel cerca del
aeropuerto Dorval.- Respondió con mucho orgullo el mulato. -Me
imagino que trabajarás para unos colombianos.- -Efectivamente,
los jefes de esa compañía son de ese país.- Contestó Juan algo intrigado. -Es
bastante duro el trabajo allí, sinceramente te compadezco, no es fácil romper
a las doce de la noche con una aspiradora en la mano limpiando seis salones de
protocolo, un amplio pasillo, un gran salón de conferencias, un gran teatro,
todo eso entre dos personas solamente, luego bajar al lobby y por último hacer
el resumen en el bar y el restaurante de la planta baja. Si contaras las sillas
que tienes que mover y colocar en su sitio deben ser cientos.- -¡Coño!
¿Y como sabes todo eso porque me has dibujado al hotel sin equivocarte?-
Preguntó el mulato. -Compadre,
porque yo trabajé allí varios meses, lo hice cuando en esta ciudad apenas había
gente de nuestro país, ven acá, ¿cómo se las arreglan los viernes y sábados?- -¡Ufff!
Esos días son del carajo porque hay discoteca.- -Yo
sé que hay discoteca, bastante grande y sucia por cierto, me refiero a la
paga.- -Bueno,
allí pagan lo mismo todos los días, o sea.........- Cuando intentó explicarle
Pirindingo lo interrumpió. -No
hace falta que me expliques porque yo conozco perfectamente ese detalle, los
tipos te pagan de doce a seis de la mañana, sin embargo, los días que hay
discoteca se termina a las ocho y media o nueve de la mañana, ¿les pagan ese
tiempo?- -No
dejaste que yo terminara, el asunto es que solo pagan las seis horas.- -Si,
pero realmente trabajas ese día ocho o nueve, ¿ustedes no han reclamado ese
tiempo trabajado?- -Bueno........
Como explicaron que solo se pagaban las seis horas no hemos reclamado nada.- -¡Coño!
Pero no se puede ser tan carnero, no comprendes que ya los jodieron demasiado en
la isla para que venga un cabrón a chulearlos.- -Imagínate,
si nosotros no lo hacemos viene otro y lo hace.- -Pues
que venga otro y lo haga pero no se debe tener alma de esclavo, ¿para qué
carajo vinieron entonces a Canadá?, se supone que deseaban ser libres ¿no?- -Como
te dije, el problema es que nos hace falta la plata, tu comprenderás.- -Yo
no comprendo ni timbales, cuando le reclamé mi dinero a ese hijo de puta que
solo me debía $20. 00 dólares, me vino con ese cuentecito y le cacé la pelea,
¿sabes que hice?, ustedes toman el último autobús en el metro Leonel Groulx
con destino al aeropuerto, pues bien, me puse de acuerdo con el pana peruano que
trabajaba conmigo y una vez allí, le exigimos nuestra plata a uno de esos dos
canallas que son hermanos, como no la tenía en su poder regresamos por el mismo
camino que habíamos llegado y lo dejamos plantado. El tipo casi llora a esa
hora pero no dimos el brazo a torcer, compadre hay que desprenderse del miedo y
reclamar tus derechos, en este país se puede hacer.- -Si,
pero no olvides que estamos trabajando por la izquierda.- -Peor
para ellos, los multarán y luego tendrán que declararlos con un salario
superior a los once dólares la hora y no cinco como les pagan.- -Bueno,
si, pero tu sabes como es la cosa, el problema es que bla, bla, bla..........
– -Voy
a buscarme una cerveza.- Pirindingo se levantó indignado ante lo que acababa de
oír y dejó al hombre con la palabra en la boca. Siempre
fue un tipo luchador y por ello no le faltaron unos dólares en el bolsillo,
nunca temió emprender cualquier trabajo ni consideró denigrante realizarlo, en
definitiva (siempre se decía como consuelo) por hacer, en la isla tuvo que
limpiar hasta cloacas sin que le pagaran un centavo, todo por obra y gracia del
llamado “trabajo voluntario”. Para Pirindingo nada resultaba ser un
sacrificio, eso si, había que pagarle lo que estaba pactado, ni un centavo más
y ninguno menos porque entonces buscaba la manera de joder conforme lo jodieron. Siempre
disfrutaba con sus recuerdos y muchos, le sirvieron de estímulo para superar
todas las barreras que se le presentan a un recién llegado. Así un día, se
vio nuevamente bajo un sol abrazador en pleno campo de caña por allá por San
Nicolás de Bari, recuerda que muy cerca existía una fábrica de puré de
tomates. Había sido enviado a esos cortes ganando solamente $7.00 pesos al mes
por su condición de recluta del Servicio Militar. La gente de su Unidad, se
encontraba compartiendo el mismo campamento de los oficiales que pertenecían al
departamento jurídico del MINFAR. Pasa un guajiro a caballo y uno de los
reclutas le pregunta muy serio. -Oiga
Compay, ¿usted conoce a Juan?- El guajiro detuvo por unos instantes su aburrida
y monótona marcha a unos metros del recluta. -Juan,
Juan, Juan, ¿qué Juan es ese Compay? Respondió el guajiro sin bajarse del
lomo de su flaco potrenco. -¡Juan
Pinga Compay!- Le contestó el recluta y todos alrededor de él echaron a reír.
El guajiro le clavó las espuelas al animal y se marchó. Al día siguiente en
horas de la tarde improvisaron una Corte Militar en aquel campamento y el
recluta fue condenado a seis meses por aquella gracia. Se
rió entonces con aquel recuerdo, ya habían pasado varias semanas de la última
fiesta donde conoció al mulato Juan. Hacía solo unos días se enteró de que
uno de los que trabajaban en ese hotel, sentó de culo en el baño a uno de los
colombianos que lo explotaba de una sola trompada. Pirindingo reía y decía
para sí, << ¡Coño! Lo de Juan Pinga no era un cuento, el tipo existía
y había llegado a Montreal.>> Andando
y andando por decenas de lugares pidiendo trabajo, logró un día que lo
aceptaran en una fábrica de pastillas de frenos para autos, le dijeron que se
presentara a las once de la noche ante el jefe de turno. Era un libanés bonachón
llamado Tony, al menos así le decía todo el mundo. Cuando le preguntó cuándo
estaría dispuesto para comenzar, Pirindingo le dijo que al instante, siempre
viajaba con su mochila y en ella cargaba una merienda que pudiera soportarlo
cuando menos ocho horas de trabajo. Aquel libanés le dijo que le tenía
preparada una plaza de operador de drill pero que aún no estaba desocupada, por
ello tenía que mantenerlo en otro lugar por unos tres días y Pirindingo aceptó
sin reparos. Mientras se desplazaba por la fábrica observó que todos los
trabajadores eran negros y él sería el único blanco entre ellos, claro, sin
contar a Tony que no poseía rasgo alguno que lo distinguiera de él. Llegaron
hasta unas máquinas que nunca en su vida había visto, eran una especie de
prensas de donde salían unas piezas con la forma del molde que poseían, esa
era la primera fase en la fabricación de aquellas pastillas. Aquellas máquinas
eran alimentadas por unos enormes embudos, que daban exactamente a un pasadizo
desde donde eran alimentadas, serían unas siete prensas las que trabajaban en
ese momento. Tony le explicó la condición de Pirindingo a un enorme negro de
unos seis pies de estatura y luego se marchó a la pequeña oficina. El negro le
explicó cual sería su función, no era difícil, cuando la prensa bajaba y
descargaba aquellas piezas, había que retirar la bandeja y colocarla con mucho
cuidado en una paleta. Así se mantuvo durante un tiempo, mientras el negro se
dedicaba a conversar con uno de sus paisanos sin hacer absolutamente nada. Al
cabo de las dos horas paró todas las máquinas y le pidió que vertiera el
contenido de unos tanques plásticos, que habían sido colocados en el pasadizo
superior con un montacarga. Pirindingo subió y disciplinadamente cumplió
aquella orden, uno por uno fue vaciando cada pesado tanque en los embudos de las
máquinas, mientras era premiado por una desagradable nube negra que lo cubría
todo, al final de la primera ronda ya se encontraba del mismo color que los
otros trabajadores y mientras esto sucedía, el negro continuaba en su animada
conversación con su paisano. Cuando bajó continuó la operación de retirar
bandejas y colocarlas en las paletas. Unas
dos horas después se repetiría el ciclo de parar las máquinas y llenar los
embudos, Pirindingo subió de nuevo y se puso más negro aún, mientras el
operario de aquellas máquinas disfrutaba de unas vacaciones no programadas. De
vez en cuando pudo observar la burla que hacían los que se encontraban en el área
y aquello lo puso mal. Dos horas más tarde el negro volvió a parar las máquinas
y con el índice le señaló a Pirindingo la escalerilla para subir al pasadizo.
No subió esta vez, se le acercó al tipo e inclinando la cabeza para que le
viera bien el rostro le dijo: -Ahora
la que va a subir es la puta de tu madre negro maricón.- El tipo no solo se
sorprendió por aquel repentino cambio de actitud del novato, se asustó. -Mira
mi amigo, toma un descanso, siéntate, no te alteres.- Le dijo aquel cabrón
pero Pirindingo no se retractó y le repitió. -Como
lo oíste, la puta de tu madre es la que va a subir.- El negro con su mole de
carne le dio la espalda y subió por la escalerilla a llenar los embudos, más
tarde y atacado por la duda le preguntó. -Amigo,
¿de dónde eres tú?- -Yo
soy de La Habana y no te vayas a equivocar conmigo.- -Me
lo hubieras dicho amigo.- -Yo
no tengo que decirte nada.- -Descansa,
descansa.- Pirindingo se sentó nuevamente mientras hablaba consigo mismo, claro
que voy a descansar maricón. Los
negros no se equivocaron más y cuando el tiempo pasó algunos se convirtieron
en sus amigos. Tres meses después de su entrada en aquella horrible fábrica,
llegó Tony hasta su máquina acompañado de otro individuo, por el andar supuso
de lejos que era un paisano suyo y no se equivocó. -Mira,
aquí te presento a uno de tu tierra, explícale brevemente como funciona esto
aquí porque por el momento debe empezar por las prensas.- -Mucho
gusto compadre, yo me llamo Pirindingo.- -Encantado
mi hermano, mi nombre es Juan.- -Mira,
te van a mandar ahora para unas prensas que son del carajo, allí el trabajo es
fácil pero muy sucio. Hay un negrón de unos seis pies de estatura que va a
querer vacilarte, si no lo mandas para el coño de su madre desde el principio,
vas a tener que trabajar por él.- -Gracias
mi hermano por la luz.- Se marchó junto a Tony y desde lejos observaba como le
iba la noche al recién llegado. Viéndolo trabajar le vino a la mente la película
de Cantinflas llamada “Sube y Baja”, así se pasó toda la noche mientras el
negro conversaba con sus amigos. Pirindingo no le dijo más nada y al segundo día
no regresó más. Cansado
de aquel infierno abandonó ese trabajo por otro donde pagaban más, lo hizo a
sabiendas de que el trabajo cesaría a los tres meses pero era la única manera
de escapar y no perder el derecho a cobrar cuando quedara parado. Durante ese
tiempo sin trabajo se enteró de la llegada de nuevos compatriotas y propuso
organizarlos para ayudar a los recién llegados. Al principio hubo mucho
entusiasmo y rápidamente se incorporaron al grupo muchos de ellos, allí
estaban Juan, Juanelo, Juancho, Juanqui, Juanjo, Juani, Juanci, Juaniquín y
Juanita que nunca faltaba a ninguna fiesta, ella estaría presente donde
hubieran machos, esa era su vida. Desde la arrancada Pirindingo se sintió muy
molesto, no comprendía la actitud de muchos hombres que le solicitaban
mantenerse en el anonimato, no deseaban que sus nombres figuraran en papel
alguno, era como si estuvieran viviendo aún en la isla. Muchas veces pensó que
aquella gente llevaba pantalones pero no necesitaban usar calzoncillos, ¿para
qué?, se preguntaba con insistencia, no hay nada que guardar, esa era su
respuesta. Consiguió
trabajo en una fábrica de caramelos por medio de un hombre llamado Juan, en
realidad quién llevó a este individuo a aquella fábrica fue él, allí
llenaron la aplicación solicitando el empleo, pero el día que llamaron a
Pirindingo no se encontraba en la casa y por eso lo llamaron a él. Como quiera
que sea le estaba agradecido, porque un día el jefe de área le preguntó si
tenía algún amigo sin empleo y Juan se acordó de él. Juan
era un triste y siempre estaba deprimido, no tenía suerte para las mujeres y
todo lo que ganaba lo enviaba a su país donde tenía su esposa, bueno, una de
ellas o quizás la última. Todo parece indicar que nada la satisfacía y
aquello obligaba al pobre Juan a trabajar en dos lugares al mismo tiempo.
Pirindingo se sorprendía de aquella situación porque el hombre era de una
constitución física bastante deplorable, era de aquellos que no tenían la
obligación de agradecerle nada a la madre naturaleza, sin embargo, tal vez por
la ruinera de los años cuando se empataba con alguna mujer lo daba todo, todo
lo que no tenía a su alcance. Un
día se enteró de que aquella mujer le había pegado los tarros con el hijo de
un amigo, no solo eso, se vacilaba la plata que él le mandaba tan duramente
ganada. Aquello le provocó una profunda caída y cuando visitaba a Pirindingo,
solo lograba trasmitirle todo lo negativo que lo acompañaba. Apenas comía y
toda su ropa era comprada en las casas de segunda mano, uno de esos días que se
encontraba en el fondo del pozo, visitó a Pirindingo y le manifestó su intención
de tirarse debajo de un metro, éste no pudo soportar la soberbia y le dijo de
maricón palante mientras Juan lloraba como un niño. Se
empató con una árabe que no era musulmana, ni católica, ni protestante,
aquella vieja era otra vaciladora pero peor que Juanita. Un día organizó una
fiesta para conocer a los amigos de Juan y cuando se había tomado dos tragos
bailó esa danza de la cintura, muy parecida a la que usa Shakira en sus
musicales, pero nada que ver, era un tubo de mortadella moviendo lo que se suponía
era la cintura. Aquella vieja no tenía compasión con el pobre y desesperado
Juan, cada viaje al mercado representaba una cuenta superior a los doscientos dólares
y el pobre no tenía nada para merendar o comer en su trabajo. Peor aún, Juan
estaba obligado a llamar a aquella Faraona para saber si podía llegar a su
apartamento, lugar que por supuesto él había pintado en sus días libres para
complacerla. Pirindingo, que no tenía pelos en la lengua siempre le decía;
<<Men a las mujeres no se compran con dinero, no puedes ser tan carnero ,
tu sabes que en la isla te hubieran dado una patada en el culo, mira esto, esta
vieja es de casa del carajo y hace contigo lo mismo que hacen con los bobos en
la isla. Compadre a las mujeres les gustan los tipos cabrones, si eres
comemierda o cazuelero te joden a la corta o a la larga, dale por culo a esa
vieja vividora, yo creo que te resulta más barato visitar a una puta
semanalmente en la calle St. Catherine.>> Juan no respondía al momento,
luego prometía que la iba a dejar y así se mantenía dos o tres días, luego,
cuando la despensa disminuía en casa de la mora, ella lo llamaba y allí acudía
Juan a empujar con gusto el carrito del mercado, pero no de un mercado
cualquiera porque ella gustaba de los más caros. De verdad que era un triste o
comemierda. En
la fábrica de caramelos Pirindingo trabajaba llenando las paletas con las cajas
de los productos luego de ser selladas, era un trabajo que todos esquivaban y
debía ser rotativo pero a él no le interesaba, se sentía fuerte y lo
realizaba por horas. Un día terminó una paleta y todos los caminos para
sacarla se bloquearon, el jefe de producción le colocó otra a tres metros del
plato donde él las tomaba selladas y Pirindingo le manifestó que no cargaría
la paleta a esa distancia. Estuvo parada la línea de producción por largos
minutos y nadie se preocupó por ello, ni el jefe de producción insistió en su
empeño por considerar que el hombre tenía la razón. Media hora más tarde
Pirindingo vio con asombro como Juan colocaba una paleta a unos cinco metros de
distancia y se disponía a cargar las primeras cajas para llenarla. -¡Ven
acá compadre! ¿Tú estás con los indios o con los cowboys?- -¡Coño
mi hermano! ¿Por qué me dices esto?- -¡Cojones!
¿Cómo no te lo voy a decir si hace solo unos minutos que delante de ti, le
dije al jefe de producción que no llenaría la paleta a tres metros de
distancia y mira ahora donde la colocaste.- -No
te alteres mi hermano.- -¿Cómo
carajo no me voy a alterar? ¡Oye! No se puede ser tan carnero.- A
la semana siguiente de aquel acontecimiento, Juan deja una paleta atravesada en
el camino de un área, indiscutiblemente interrumpía el tráfico de la zona en
cuestión y desde allí salió un quebeco diciendo malas palabras en francés
que Pirindingo comprendió perfectamente, cuando las manifestaba la vista del
individuo estaban dirigida a su persona. Soltó la caja que estaba estibando en
aquel momento y le partió para arriba. -Tabernacle
es la puta de tu madre, hijo de puta.- Le dijo en español mientras el individuo
al percatarse de la violenta reacción del hombre se dio a la fuga. -Coño
compadre, no vayas a formar lío en la fábrica.- Casi le suplicó Juan. -¡Ven
acá compadre! ¿Por qué no le dijiste a ese maricón que tú fuiste el que
pusiste esa paleta atravesada? ¡Coño! Que clase de pendejo y carnero eres, no
te preocupes que cuando reciba mi cheque me voy a la mierda de aquí. Pirindingo
se dedicó a realizar trabajos particulares donde ganaba el doble de Juan por
semana, lo hacía ilegal y aquello no le gustaba porque deseaba integrarse a la
sociedad, por eso, no dejó de buscar un trabajo declarado legalmente. Pasaba
el tiempo y Pirindingo se sentía cada día más desengañado de su gente, se
apartó de ellos y no deseaba compartir aquellas fiestas donde Juanita era el
centro de atracción inalcanzable. Su familia llegó y ayudó a borrar la
nostalgia que en oportunidades sentía por encontrarse fuera de su ambiente, su
música, su comida, en fin su gente. Luego pensando se hacía muchas preguntas y
entre ellas solo resaltaba una, ¿mi gente? A esa gente él no los conocía eran
muy diferentes a los de su infancia y juventud, eran peores que los de su
adultez, no los conocía. Consiguió
por medio de un griego al que le realizara reparaciones en su casa, un empleo en
una fábrica de muebles, quedaba lejos de donde vivía, tan lejos que se
levantaba a las cuatro y media de la mañana. Gastaba más de una hora de viaje
para ir y dos al regreso por culpa del tráfico, aún así se sentía cómodo y
madrugar no era nuevo para él. Después de estar trabajando varios meses en
aquella fábrica lo llamó un día Juan, el mismo que trabajara en el hotel
cerca del aeropuerto. Le preguntó si estaban tomando gente en su trabajo y
Pirindingo le dio la dirección. Tuvo suerte el tipo y comenzó a trabajar al
segundo día de presentarse. Pudo comprobar que Juan tenía aún la candidez
infantil que distingue a los de su país cuando salen al extranjero, piensan que
todos los que lo rodean son hermanos porque así se lo hicieron creer,
Pirindingo estaba un poco más curado por las amargas experiencias que había
vivido y a partir de entonces se decía, <<Hermanos los que salieron de
una misma barriga y no todos.>> Pero la gente es así, se demoran hasta
siglos para reaccionar. Pirindingo
le cayó mal de gratis a uno de esos hermanos que decía ser evangelistas y
ocupaba el cargo de jefe de área en aquella fábrica. De esto advirtió a Juan
desde su llegada a la fábrica pero él hizo poco caso a sus palabras. Un día
Pirindingo recibió un cheque desde un sindicato, en el mismo le devolvían
parte de un dinero que los dueños de la fábrica le había robado. Como no sabía
los motivos de aquel cheque por una cantidad superior a los doscientos dólares,
le preguntó a uno que se suponía según la educación que recibiera fuera su
hermano y la reacción inmediata de éste fue delatarlo. Deben haber pensado que
Pirindingo era un agente secreto del sindicato o algo así, lo separaron de su
puesto de trabajo y lo enviaron al área donde el trabajo era más duro. No dijo
nada, no reclamó nada, no habló con nadie, tomó el teléfono y llamó al
sindicato. Acordaron una visita a su casa para una entrevista donde llenarían
un formulario sobre la reclamación en contra de aquella fábrica, entre las
preguntas que le hicieron se encontraban algunas de destacar. ¿Desea hacer la
reclamación anónimamente? ¿Está dispuesto a llevar el caso ante las cortes?
¿Desea acusar a una persona en específico? Pirindingo dio el nombre del jefe
de área, pidió que su nombre constara en la reclamación y mantuvo su
disposición a acudir a la corte en caso necesario. Al día siguiente lo sacaron
del área que luego fue considerada de castigo. Estas experiencias se las
trasmitió a Juan cuando arribó a la fábrica, sin embargo, de nada sirvió.
Pirindingo fue destinado a los trabajos más difíciles y duros dentro de su área
y nunca protestó. Juan en cambio cuando el trabajo era algo agotador faltaba al
trabajo y se aparecía con papeles del médico, nunca escatimaba amplias
sonrisas con los jefes y con los que todos sabían eran delatores de los
trabajadores. Pocos
meses después de su entrada hubo una gran arribazón de gente de la isla, en
menos de una semana llegaron a contarse más de quince Juanes, unos manifestaban
ser santeros, universitarios, pingueros, jineteros, marinos, maricones y hasta
uno que otro sospechosos de ser chivatones. En la misma medida que aparecieron
fueron borrándose del escenario, no soportaron trabajar ocho horas diarias a
pesar de ser jóvenes vigorosos. Todas las conversaciones de ellos giraban en
torno a un mismo tema, las discotecas, la curda, las Juanitas, las maquinitas de
juego, la iglesia para buscar comida y el cheque de la ayuda. Finalmente solo quedaron Juan y Pirindingo, Pirindingo y Juan, pero al final botaron a Juan por carnero, por no darse a su lugar, por no aprender o tener huevos para reclamar sus derechos, por ser flojo para trabajar, sencillamente por ser un pendejo. Pirindingo
continuó y todos lo respetaron porque él no hablaba tanto y se reía con la
persona que le placía sin distinguir rango. Hoy se encuentra apartado con su
familia y feliz, Juan paga una humillante visa para visitar su país, encima de
ello está contento y asiste a las fiestas que se dan en la embajada, colabora
para recaudar la basura que a todo el mundo le sobra en los garajes para su país,
que vive en la miseria y se acomoda a su papel de víctima y mendigo. Juanita se
fue de Montreal para Toronto y fue lo mejor que hizo, aquí solo funcionó como
un reverbero para calentar a hombres que usan pantalones y no necesitan
calzoncillos. Allá se empató con un tipo de billete que le paga viajes
constantes a La Habana Vieja, bien decía Pirindingo, una vagina bien usada abre
muchas puertas. Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
23-3-2002.
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