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Hacía
años que nos botaron de allí, nadie sabe las razones y tampoco se preguntaba,
no es sencillo preguntar en un lugar donde no existan las respuestas. Motivos no
habían, no entraban turistas a la isla en ese tiempo y siempre permanecía vacía.
Nosotros abordábamos las lanchas que nos distribuían por los barcos en la
casilla de pasajeros de la aduana, allí también nos esperaban nuestros
familiares cuando regresábamos de cada viaje, cómodos, sentados, con aire
acondicionado y lo más importante, bajo techo. Pero
un día todo se jodió y nos largaron a la calle, tal vez por un decreto, una
disposición, una orientación, nadie sabe. Eso sí, todos nos quedamos callados
como buenos carneros, como lo que siempre fuimos a partir de esas fechas. Nadie
preguntó y todos aceptamos. Fuimos
a parar al muelle Sierra Maestra Nr.3 sur, al lado de la casita que servía de
Control Sanitario Internacional, justo al lado del muelle de Luz de donde partían
las lanchas de pasaje para el pueblo de Regla. Al principio existía ley seca, aún
así, nuestras familias debían esperar de cuatro a seis horas por nosotros
mientras realizaban los tortuosos sondeos en busca de algo. Muchas veces
arribamos y ellos estaban allí esperando por nosotros bajo la lluvia y de
madrugada. En
la medida que caían los mangos, nuestra colonial avenida del puerto era
adornada por decenas de cajas, grandes, chicas, inmensas, voluminosas, altas,
pesadas, etc. Llegaron a formar un largo jardín desde la Lonja del Comercio
hasta la terminal de trenes, hermosas cajas de madera blanca que sustituían a
las flores o árboles, sin pasar mucho tiempo su color cambiaba a cenizo y por
último a negro, ese era el color preferido de nuestra ciudad, sus calles sus
paredes, monumentos y hasta el cuello de nuestras camisas era siempre negro,
como el humo de las guaguas o el polvo levantado por el viento, negra se
convertiría nuestras vidas y ya los mangos desaparecieron. En
todo ese tiempo fueron cambiando las cosas, apareció la cerveza y los
borrachos, con ellos también las putas callejeras y de poco valor, las sucias y
desdentadas con sus chancletas chinas de meter el dedo, irresistible aliento etílico
como su vocabulario. Frente al muelle se encontraban tres bares, cada uno de
ellos compitiendo por ser el peor, albergando en su interior lo peor de La
Habana Vieja. En
las mañanas coincidíamos varias tripulaciones de buques fondeados, toda una
tragedia, la mayor parte de las veces las lanchas no llegaban a tiempo y la
gente se hacinaba con la larga espera bajo el sol. La solución era sencilla, un
gran vaso de cerveza de pipa y luego otro si la demora continuaba. Millones de
horas de trabajo se perdieron en esa gracia y nada pasaba, nunca pasó nada. Con
ella coincidí en muchas oportunidades en ese muelle después de este viaje,
siempre yo le decía lo mismo; << Coño Margarita, antes de morirme quiero
templar contigo.>> Ella solo se reía y me mandaba pal carajo, era así de
sencilla. Yo nunca terminaba allí, me gustaba atacar a fondo y lo mío no era
broma; << Margarita, tú debes tener el bollo horizontal o con musiquita,
yo quiero que me enseñes eso que vuelve loco a tantos hombres.>> Ella me
mentaba la madre y se reía. Margarita
era una camarera de nuestros buques, medio temba y nada atractiva, era mulatica
clara de oriente, chiquitica de estatura, creo que me daba al pecho solamente y
usando tacones, desculada y cuando la veías de frente daba la impresión de que
se le había escapado el caballo, era zamba. Tal vez ahí era donde guardaba su
secreto, me refiero a la curvatura de sus piernas. Muy puta, pero eso sí, era
una puta sincera, ella era Margarita con ella adentro y con ella afuera. No era
como muchas que cuando la tenían dentro eran mamasitas, y cuando la sacabas era
una “compañero”, por eso me gustaba la cabrona también. Luego, cuando se
daba dos tragos se volvía hasta descarada, un día me dijo así; <<Oye
Second, ya mis hijos son grandes, están hechos y derechos, por eso, lo que me
queda de vida es pa templar y gozar.>> ¡Coño! Nunca me la pude echar. Estuvo
conmigo en otro barco y ella andaba empatada con el Sobrecargo, la vieja siempre
buscaba acomodarse algo y sabía que estaba en la mata de la curda y la jama.
Pues en ese barco iba un grupo de agregados de máquinas y cubierta, jóvenes
todos y locos por meterle mano a Margarita. Hicieron una apuesta entre los dos
equipos para ver quien se la tiraba primero, ahora no recuerdo quien fue el
ganador, si cubierta o máquinas. La cosa es que unos de ellos se dedicaron a
entretener al Sobrecargo y a emborracharlo hasta que lo lograron. En el pasillo
exterior de la cubierta de maestranza colocaron cuatro cajas de cerveza, encima
de ellas una puerta de madera suelta y pusieron sobre ella una colchoneta. Me
contaron al siguiente día que organizaron una colita y se la bailaron todos,
eran seis u ocho en total. Yo imaginé que habrían matado a la pobre mulatica,
pero nada de eso, por la mañana puso el comedor para el desayuno con mucha
normalidad, me le quedé mirando para ver si cojeaba algo y no observé señal
alguna de molestias. Es una bárbara esa vieja, comenté para mis adentros, un
verdadero banco de semen portátil, como les cuento, no daba señales ni de
ardentía y eso me mantuvo todo el tiempo intrigado. Yo
relevé al Segundo Oficial de apellido Coto, era un muchacho trigueño y
bastante fuerte, muy sociable de trato, y me entregó lo correspondiente al
cargo con mucha organización. Ese fue el penúltimo barco de Coto, en el
siguiente desapareció en aguas del Pacífico próximas a México. Solo él sabe
que le sucedió y guarda su secreto en las profundidades del océano, las
investigaciones no llegaron al final de camino alguno. Se habló de alcohol, la
posibilidad de una vagina por el medio, el diario de navegación con hojas
arrancadas, no hubo respuestas, solo el silencio hasta que fue olvidado. El
Primer Oficial era un negro que había estudiado conmigo, coño tengo que
mencionarlo, porque siento tremenda satisfacción cuando hablo de todos esos
hijos de puta. Wilfredo Tamayo sembró pautas y estableció distancias desde que
me enrolaron en el buque, lo hizo desde el instante que me presenté en su
camarote con el enrolo y me llamó Segundo. Aquello me asombró un poco porque
la gente de nuestro curso no comía tanta mierda con eso de la jerarquía, y los
que hacían uso de ellas eran los más burros. Le acepté el reto, ya había oído
hablar bien mal de él. Nuestro
primer encontronazo ocurrió en el mismo puerto de Matanzas donde nos encontrábamos
cargando. Me había pasado toda la madrugada de guardia y como a eso de las
nueve de la mañana, mandó a su perrito faldero con el mensaje de que me
presentara en su camarote luego de tumbarme la puerta. Cuando abrí le dije a su
perrito que le dijera al amo que me cagaba en su madre y si tenía cojones
bajara a tocarme la puerta. Siempre tuve por norma mantener en mi camarote un
buen trozo de hierro y un buen cuchillo para casos de emergencia. Su perrito,
quien era un agregado de cubierta de la promoción 19 llamado Agustín, muy
servicial el muchacho, tanto que nunca dudé le lavara los calzoncillos a su amo
y los blumers a Margarita, salió con mi telegrama y no recibí respuesta. Recuerdo
que antes de la salida del buque y en medio de las inspecciones que se
realizaban en aquellos tiempos de cólera, un maquinista de apellido Cruz le
muestra a uno de los inspectores sanitarios, una colección de mojoncitos de
ratas encima de su cama, condones, toallitas sanitarias, restos de comida que
incluían jabones mordidos por los roedores, botellas de cerveza de rata,
ceniceros cargados de cigarrillos y tabacos de ratas, etc. Asombrosa colección
expuesta por aquel maquinista que temía ser un día secuestrado por aquellos
animales. Pa qué fue aquello, por poco acusan al gordo de ser agente de la CIA,
todo parece indicar que las ratas eran militantes del partido y agentes de la
seguridad del estado. Se cagaron en la noticia y se limpiaron con el telegrama,
salimos con todas ellas a viaje y Cruz con el antecedente de una delación. Cuando
terminaba mis guardias a las cuatro de la mañana y como era costumbre en casi
todos los barcos donde navegué, la guardia saliente encendía la cocina y le
preparaba varias cosas a los cocineros, oportunidad que aprovechábamos para
desayunar algo. Antes de entrar a la cocina nosotros hacíamos bastante ruido,
hubo momentos que contamos encima del fogón unas veinticinco ratas, y lo más
curioso, cuando ellas son numerosas se envalentonan y atacan, son como las
brigadas de acción rápida, no fueron pocas las veces en las que nos partieron
para arriba. Todas las noches sentíamos sus pasos por todo el falso techo, las
celebraciones de grandes bacanales y hasta los duelos a muerte entre ellas, llegó
el momento que nos acostumbramos a su inevitable presencia, pero sentimos miedo
a ser mordidos embarcados en nuestros profundos sueños. Aquel
estúpido de Tamayo apenas cruzaba palabras conmigo durante el viaje, solo las
necesarias en los cambios de guardia, en navegación no podía hacerme un cuento
porque ya yo había sido profesor en la academia naval, tampoco considero que en
nada referente a la carrera. Su actitud dividió a los agregados de cubierta en
dos bandos, con él se encontraba su perrito fiel y conmigo el resto que sumaban
unos cuatro. Durante toda la navegación hasta Argelia, yo sentía todas las
celebraciones que se hacían en su camarote, quedaba exactamente encima del mío
y aquellas fiestas eran diarias, es de suponer que con la bebida que le
correspondía a la tripulación. Por tal razón mi equipo se organizó y
comenzaron a realizar decomisos en la gambuza del buque. Argelia
es un castigo para cualquier marino, no solo ese país, creo que todos los que
practican la religión musulmana. Lo peor de todo es que no existió viaje donde
no permaneciéramos menos de un mes, este no fue una excepción y para más
desgracia nos tocó descargar en tres de sus puertos, Argel, Orán y Mostaganem.
Así, mermando cada día los víveres y casi comenzando la primavera salimos con
rumbo a Bulgaria o Rumanía, no puedo recordar exactamente pero era un puerto
del Mar Negro. Desde
que largamos los cabos la máquina principal no funcionaba bien, los marinos nos
acostumbramos a todos los sonidos de la misma manera que, el propietario de un
auto es capaz de detectar cuando existen problemas, todo se vuelve
armoniosamente monótono y el sonido de una simple piqueta sobre cubierta nos
puede despertar. Paramos en varias oportunidades y volvíamos a arrancar con
despacio avante, puse el asiento del puente al lado del radar y solo me
levantaba para responder al telégrafo cuando solicitaban una parada. Las costas
argelinas son profundas y altas, fáciles de navegar e identificar por el radar,
ya las conocía también y me daba tranquilidad el hecho de que era precisamente
yo el que preparara todas las derrotas. Los
timoneles tenían la costumbre de cambiar sus guardias por acuerdo que ellos
solos hacían, en esos momentos tenía en el puente a un mulato gordo de Guantánamo,
es una pena que no recuerde ahora su nombre, muy conversador, pero nada de
confiar aquel camaján. Cuando ya habíamos sobrepasado la mitad de la guardia y
en uno de esos intentos por arrancar la máquina, sentimos una explosión que
estremeció a todo el buque. Llamé por teléfono al departamento y nadie
contestaba, salí al exterior por la banda de estribor y observé una densa
humareda saliendo por la lumbrera situada a popa de la chimenea. Las lumbreras
eran unos enormes ventanales horizontales dispuestos para darle entrada de luz
al departamento y a la vez permitir el escape de gases que se producen por todos
los equipos. Aquellas ventanas por sus dimensiones y peso no podían ser
levantadas por varios hombres, para ello disponían de hidráulicos accionados
desde el interior de máquinas. Contaba además con unas rejillas protectoras
para evitar que persona alguna pudiera caer desde esa altura, esas muy bien
pudieran sobrepasar las doscientas libras de peso. En barcos modernos noté la
ausencia de esas lumbreras, que sirvieran también para introducir piezas al
departamento con la ayuda de grúas. El
Capitán subió a los tres minutos de la explosión y le manifesté que haría
un recorrido para evaluar la situación, él asumió la guardia del puente en mi
ausencia. Al bajar pasé por el camarote del Primer Oficial, junto a su puerta
se encontraba colgada la llave del cuarto de CO2 y me la eché en el bolsillo.
Lo hice para evitar que el pánico empujara a cualquier tripulante a cometer un
error y disparara el gas, esa acción le había costado la vida a tres marinos
durante el incendio del buque “El Jigüe” en el astillero de Hong Kong.
Continué en mi descenso hasta llegar al departamento de máquinas, al abrir la
puerta que daba acceso por la cubierta principal, una ardiente bocanada de humo
negro abrazó todo mi rostro, las llamas sobrepasaban la cubierta de las culatas
del motor principal. Cerré inmediatamente esa puerta y me dirigí a la banda
contraria, al doblar por el pasillo de babor, me encuentro a un electricista
llamado Vicente junto a la puerta que daba acceso al exterior, tenía su chaleco
salvavidas puesto y se disponía a salir en ese momento, cuando lo agarro por el
hombro y le pregunto; << ¿A dónde cojones tú vas?>> El tipo
temblaba y trataba de desprenderse de mí, una fría masa de aire acompañada de
gotas de mar se introdujeron de pronto por aquella puerta. << Abandono de
buque, abandono de buque.>> Era todo lo que alcanzaba a responderme en
medio de una crisis de temblores y pánico. Ese era su primer viaje a bordo de
nuestros buques y era lógica su reacción, lo agarré por el cuello y le di dos
bofetadas. << Aquí no hay abandono de buque maricón, quítese el chaleco
y ayude a su gente a apagar el fuego.>> Fue todo lo que se me ocurrió
decirle en aquel momento. Debo agradecerle a Dios que el hombre reaccionara
positivamente, se calmó y se incorporó a una fila de tripulantes que iban
pasando los extintores de la superestructura para la máquina. Es
una verdadera pena que no recuerde el nombre del Segundo Maquinista, es un negro
no muy prieto de unos seis pies de estatura, flaco como una vara de pescar,
sencillo, tranquilo, muy joven aún y su esposa había tenido gemelas o las tuvo
en ese viaje. Cuando logré entrar al departamento me detuve a observarlo unos
segundos mientras evaluaba la situación, y me asombró su serenidad y
ecuanimidad a la hora de impartir las órdenes. Creo que él y solo él fue el
que salvó al buque de una tragedia mayor, porque el Jefe de Máquinas era un
ruso invadido por el miedo y cuyo color, se transformó en un pálido enfermizo
durante todo el tiempo que duró el combate contra el incendio. La
avería fue enorme e irreparable a bordo, el carter de la máquina principal había
explotado por la banda de babor y por sus orificios podía entrar un hombre
caminando cómodamente. La honda expansiva chocó contra el casco del buque y se
dividió en dos, una se dirigió al fondo del departamento levantando todas sus
cubiertas de acero y lanzando al aire a quienes se encontraban sobre ellas. La
otra se dirigió hacia arriba y desprendió las tapas de las lumbreras de los
hidráulicos lanzándolas a la banda contraria. Las rejillas de protección que
eran atornilladas, cayeron a cinco metros de la lumbrera sobre la cubierta de
botes. Yo regresé al puente informándole todos los detalles al Capitán Cordoví,
cuando tomé posición por el radar nos encontrábamos separados de la costa a
unas diez millas de ella y a cinco del faro situado al oeste de la entrada de
Argel. Encendí las luces de buque sin gobierno y abandoné la guardia sin
llenar el diario de navegación hasta que se hicieran las conclusiones. Quedamos
a merced del viento y la corriente que nos arrastraba hacia el este.
Cuando me levanté casi al mediodía, nos encontrábamos fondeados a solo
unas millas de una playa al este y muy cerca de la boca de entrada a Argel. En
horas de mi guardia se abarloa una embarcación de la marina argelina que
inspeccionó la máquina y se retiró con unas botellas de ron. Solo nos quedaba
esperar por las decisiones que tomaran en La Habana. Dos
días después y mientras consumíamos las guardias viendo pasar buques de este
a oeste y viceversa, La Habana nos informa que el buque 30 de Noviembre nos
remolcaría hasta Barcelona donde evaluarían los daños y realizaríamos
reparaciones. Ese dichoso día llegó y el buque fondeó a una milla de
nosotros, bajaron su bote y les preparamos nuestra escala real. Con los
binoculares identifiqué a Manuel Balsa, era un socio que estudió con nosotros,
se encontraba de Primer Oficial en aquel buque y vivía la onda de misterioso.
Manolito había pertenecido al MININT y nunca pudo desprenderse de esa rara
enfermedad. Cuando subió a bordo le hice un pase de Tamayo y subió al camarote
del Capitán, estuvo por allá unos veinte minutos y al bajar me dijo; <<
Dale flaco, vámonos en la lancha.>> Le pregunté por la historia y me
contestó que le había dicho a Cordoví que un agente de la inteligencia quería
entrevistarse en su buque conmigo. Con esos truenos todos se cagaban en Cuba, me
fui con Manolito en su lancha a beber en el camarote del Capitán Yero hasta que
nos cansamos. Debo hacer un paréntesis aquí, Carlos Yero era el cuñado de
Rogelio Acevedo, cayó preso cuando el gran escándalo de ese buque donde casi
toda su tripulación fue conducida a prisión por contrabando. Escapó junto a
los que mantuvieron una actitud varonil y rechazaron los cargos imputados, volvió
a caer preso en otra oportunidad por un escándalo en Canarias y libró
nuevamente. Estando yo en el exilio me entero de que a Yero fueron a buscarlo
preso al puerto de Matanzas, y durante el viaje a La Habana hubo un accidente
donde el único muerto fue él. Dicen amigos de la flota que la seguridad del
estado filmó a todos los que fueron a su velorio, esto no lo puedo afirmar,
solo unas palabras para decir que no era mala persona, pero arrastraba consigo a
toda una banda de pendejos de la que nunca me confié, y eso se lo manifesté a
Manolito la primera vez que cayó preso. Cuando
me cansé de beber regresé a mi buque con
un maletín lleno de botellas de ron, se había levantado una fuerte marejada y
no fue muy fácil embarcar. Dejé mi carga misteriosa en el camarote y partí a
realizar la maniobra en la proa. Ya teníamos el cable de remolque hecho firme a
la cadena del ancla, la tarea ahora era hacerle llegar ese pesadísimo cable al
otro buque. Yo debía lanzar desde la proa un cohete lanza cabo, o sea un cohete
que llevaría una guía de nylon o soga fina muy fuerte y liviana. A esa guía
le ataríamos un cabo o soga de una pulgada de mena o circunferencia, con ese
cabo enviaríamos uno de los usados por nosotros en las maniobras, y atado
finalmente a él, enviaríamos el cable de remolque que sería necesario cobrar
con los winches del otro buque. Cuando
estoy en la proa, un timonel me trae la escopeta lanza cabos y observo que todos
los cohetes se encontraban vencidos. Le pido a los marinos que se alejaran de mi
posición y lanzo el primero con el ángulo indicado en dirección al otro
buque, la fuerza del viento elevó la guía y cayó fuera de su estructura.
Preparé enseguida el segundo y lo lancé, el cohete dio contra una grúa y se
elevó, la guía fue a dar en el mar también. Yero hizo una maniobra temeraria
para acercar su buque al nuestro, no creo que la haya realizado en estado de
sobriedad, su proa llegó a aproximarse a la nuestra unos cinco metros y ordené
a los marinos retirarse hacia la banda contraria, por puro nerviosismo no les
entregamos los cabos en las manos a ellos, con el walky-talky les pedí a sus
tripulantes que se mantuvieran agachados cuando vieran partir el cohete, y lancé
el tercero a ras con la cubierta de ellos, fue el que llevaron hasta la popa y
logramos enviarle el cable después de trasiego planificado con anterioridad. En
Barcelona nos recibieron unos potentes remolcadores que nos llevaron hasta el
astillero, al día siguiente salí a la calle con Yero y Manolito, grande debió
haber sido la borrachera cuando no supe diferenciar entre un travestís y una
mujer, ellos gozaron conmigo pero no me dejaron llegar a un final del que luego
pudiera arrepentirme. Se marcharon, no sin antes pasar con Manolito por una
farmacia donde ellos compraban el polvo con el que preparaban en Cuba el tinte
de pelo para mujer. Luego y cada vez que arribaba algún barco cubano, llegaba
siempre uno que otro marino orientado por él para que yo lo guiara hasta
aquella farmacia. En pago recibía una que otra invitación a comer o beber. Mientras
esto sucedía, la máquina del buque era desarmada como una casita construida
con piezas de dominó. A solo tres días de nuestro arribo llegaron tres
personajes “misteriosos” que sometieron a todos los marinos del departamento
de máquinas a agotadores interrogatorios. Amablemente nos pidieron que si deseábamos
enviar cartas a Cuba se las entregáramos y yo caí como un comemierda, nunca
llegaron. Pasamos
tres meses de agonía o castigo en Barcelona, recuerdo que al llegar salí con
Cañolo el Tercer Oficial a beber y gasté toda mi plata, no se imaginen que era
mucha, creo que no sobrepasaban los cuarenta dólares. Lo hice porque llevaba
conmigo un billete del banco Hispanoamericano del 1898, no recuerdo el valor
pero pensé que era rico con aquella reliquia. ¡Mierdas! A pocos días de estar
en aquella ciudad visité casas numismáticas, y comprobé que el cabrón
billete no valía más de trescientas pesetas. Ni me animé a venderlo, no sé
qué rayos hice con él, era grande el encabronamiento que tenía. Uno
de esos días de eterno aburrimiento y hambre a bordo, porque debo decirles que
si pasé hambre en mi vida de marino, una parte de ella la sufrí estando
atracado en Barcelona. No llegaba el dinero para comprar comida y el del pago se
demoraba, pues uno de esos días llegó el buque Sandino y mi amigo Cebolla de
Primer Oficial, fui a visitarlo con el viejo Cañolo y en una noche nos bebimos
entre cuatro una caja de brandy. Cañolo se vomitó en el camarote del Tercer
Oficial y cuando se sintió bien, casi al amanecer regresamos a nuestro buque,
en ese retorno el que se encontraba borracho como una uva era yo. No recordaba
nada de lo ocurrido durante ese regreso. Al
siguiente día Cañolo me invitó a salir, él tenía unas pesetas y las gastó
conmigo en un bar. A nuestro regreso, se encontraban en horario de merienda los
trabajadores del astillero, enseguida se dirigieron a nosotros. -¡Almirante!
Venga a beberse una cervecita con nosotros.- Yo me asombré ante tanta
amabilidad y me le quedé mirando a Cañolo. -A
mí no me mires ni cojones porque la cosa es contigo, ¿sabes por qué te dicen
Almirante?- No alcanzaba a comprender absolutamente nada. -La
verdad es que me desayuno con esto.- -Pues
mira que no, te dicen así porque anoche descargaste parte de la borrachera con
ellos, les preguntaste si conocían Cristóbal Colón y allí no terminaste, les
dijiste que era un tipo que había llegado a Cuba en tres barcos cargados de
españoles mamalones. La verdad es que no sé como no te mandaron a la mierda.-
Yo lo oía con atención y no daba crédito a su historia. -¡Jodé
hombre! No te hagas de rogar y llega a beber una cervecita.- Dijo uno de ellos y
desviamos nuestros pasos hasta el grupo. -Caballeros,
espero sepan disculparme por lo de anoche......- No me dejaron continuar
mientras uno de ellos abría dos cervezas. -No
jodás Almirante, eso pasa en las mejores familias, muy buena que la tenías
anoche y parece que hoy también cargaste las baterías.- Todos reímos y
conversamos durante un rato hasta que ellos regresaron a sus faenas. Luego y al
pasar los días, todos me saludaban como el Almirante y aquella voz corrió al
turno de día. En
todo aquel tiempo y por las compras realizadas, que incluyó la asignación de
pintura para el año, Tamayo recibió unas cinco cajas de brandy de las cuales
no ofreció una sola botella a sus subordinados, era un camello egoísta
bebiendo y no se le podía reclamar nada, así eran las reglas del juego
entonces, estaba prohibido aceptar regalos pero no conocí a un solo Capitán u
Oficial que las rechazara, tampoco se les podía cuestionar porque la mayoría
de ellos eran militantes. Muchas veces no eran tales los regalos, solo el
producto de negociaciones fraudulentas en las que yo mismo caí a finales de mi
estancia en la flota. No
recuerdo qué rayos yo hacía ese día en el alerón del puente, tuve que haber
estado revisando los equipos, me imagino. Se me acerca Cordoví y me manifiesta
que desde aquellos instantes yo era el Primer Oficial del buque. -¿A
qué se debe tal decisión?- Le pregunté algo sorprendido. -El
problema es que Tamayo le cayó a trompadas a Margarita y le ha desfigurado todo
el rostro.- -Coño,
de verdad que es un hijoputa, hay que ser abusador para darle a esa vieja con el
cuerpazo que tiene ese maricón, ¿por qué le dio?- -Dicen
que ella le estaba pegando los tarros con el chino engrasador.- -Aún
así no veo razones para golpearla de esa manera, además, él es un tipo casado
y con par de gemelas, ¿no?- -Tú
sabes como es eso, si no te es inconveniente hace falta que lo dejes en su
camarote.- -No
te preocupes, ni me va ni me viene el asunto del camarote.- -Bueno,
cuando tengas un chance dile que te vaya entregando la documentación, que Cañolo
asuma de Segundo Oficial y ascenderemos a uno de los agregados a Tercero, ¿qué
te parece Agustín?- -Ese
es el que menos debe ser ascendido, goza de la antipatía de toda la tripulación.- -Bueno,
luego me dices quien es el ideal.- Nos
retiramos y fui a conversar con Cañolo sobre el asunto, ya parte de la
tripulación estaba enterada de los acontecimientos y Margarita no puso el
comedor durante tres días, yo fui a visitarla a su camarote y tenía el rostro
lleno de hematomas. La voz se corrió entre los trabajadores del astillero y
cada vez que me cruzaba con algunos de ellos me decían lo mismo. <<
!Enhorabuena Almirante! Y ahora a partirle los cojones a ese hijo de la gran
puta.>> La
tripulación comenzó a inquitarse cuando vio que pasaban los días y yo no me
mudaba de camarote, algunos fueron mucho más allá de esa inquietud y me decían
pendejo, cuando yo les preguntaba las razones me decían tranquilamente que, por
permitir a ese maricón continuar en el camarote y que si yo no exigía el cargo
en su totalidad, ellos no me respetarían como Primer Oficial, ante aquella
situación me senté a conversar con Cordoví nuevamente. -Mire
Capitán, la gente está pidiendo sangre y esa no es mi culpa, ellos no aceptan
cargos a medias.- -¿A
qué te refieres?- -La
gente quiere sanción completa, si Tamayo ha sido sancionado, debe ser con todas
las de la ley, tiene que abandonar el camarote y todo lo concerniente al cargo.
Creo que él se lo buscó con el odio sembrado en este tiempo.- -Bueno,
si la cosa es así baja ahora mismo, dile que recoja todas sus pertenencias y se
mude, no hay más nada que hablar de este asunto.- Al salir de su oficina toqué
en la puerta del camarote y entré sin que me invitara. -Busca
a tu agregado y que te ayude a recoger tus pertenencias, dentro de una hora
tienes que abandonar este camarote.- -¿Hasta
dónde me quieren llevar? ¿El Capitán no habló contigo?- -Nadie
te quiere llevar a ningún lado, tú fuiste el que llegaste a donde deseabas
llegar, el Capitán habló conmigo pero la tripulación quiere sangre, así que
recoge inmediatamente tus cosas.- Nunca había visto la cara de un individuo
prepotente, autoritario y arrogante como la de él totalmente derrotado, allí
lo dejé llorando como una puta cualquiera y no sentí ninguna compasión por él.
La gente lo celebró como una victoria, no podían ocultar su sed de venganza,
me imagino que así deban actuar cuando exista un cambio de régimen en la isla. Llegó
el buque XI Festival y Margarita fue enviada a La Habana, no iba sancionada,
pero se actuaba en contra de ella como si lo estuviera. Muy bien pudieron mandar
a Tamayo en ese buque para la isla, en definitiva, su presencia a bordo no era
imprescindible, pero aquello fue una maniobra para ganar tiempo y dejar que la
situación se enfriara, luego, la sanción contra el militante que hubo de
cometer un error sería más blanda. Si en su lugar hubiera sido otro Oficial
sin militancia, no se le llamaría error y sería enviado a la isla en calidad
de preso. Los
trabajos fueron finalizando hasta que nos hicimos nuevamente a la mar, nos
asignaron como puertos de carga Tarragona y Bilbao. Nuestra gambuza se
encontraba prácticamente en cero y no llegaba dinero para la compra de víveres.
La agencia de los estibadores nos envió seis cajas de brandy, tres para el
Capitán y otras tres para mí. De las mías le repartí a parte de la tripulación,
o sea, a los marinos de cubierta y cámaras. Del resto siempre mantenía alguna
botella abierta para brindarle a mis subordinados, la gente se observaba mucho más
contenta, no era por los simples tragos que en ocasiones yo compartía con
ellos, a toda hora la puerta de mi camarote se encontraba abierta y nadie temía
entrar en él. En
Bilbao coincidimos con el buque Guantánamo, era una joyita de barco recién
construido en Rumanía (hace unos años desapareció con toda su tripulación y
solo hubo un sobreviviente, a los familiares les compraron su silencio con
especias.) Hice unas negociaciones con el Capitán de aquel barco y les cambié
pintura por comida, increíble, pero muy cierto. Durante todas las operaciones
de carga del buque, Tamayo no se ofreció para darme asesoramiento alguno, yo
tampoco se la solicitaría, durante mis horas de fondeo y navegaciones dediqué
parte de ese tiempo al estudio de la estabilidad, ahora comenzaba a recoger sus
frutos y felizmente el buque fue cargado hasta el tope sin problemas. En ese
tiempo de carga me llegaron cinco cajas más de brandy de diferentes marcas, le
volví a repartir a toda la tripulación, bueno, debo aclarar que excluí a
Tamayo en ambas oportunidades. Partimos de regreso a la isla y él no iría
montando guardias en el puente, es de suponer que en la pre-nómina aparecería
todo el tiempo sin trabajar reportado para que fuera descontado. Unos días
antes de arribar a la isla se presenta a mi camarote. -Yo
quería hablar contigo.- Me dijo y no lo invité a sentarse. -¿Qué
tienes que decirme?- -Coño,
nosotros estudiamos juntos........- No lo dejé terminar. -Así
que ahora me vienes con esa de que estudiamos juntos, ¿porqué no lo pensaste
mejor antes de hacerme todas las hijaputadas que me hiciste?- Hubo una pausa de
silencio. -Yo
me he enterado que has recibido bastante bebida y no me has regalado ni una sola
botella.- No pude ocultar mi desprecio al oír aquello. -Mira,
me han regalado como siete cajas de bebida, le he repartido a toda la tripulación
y todavía me queda una caja de Carlos III para llevarme a mi casa. Si yo te
invitara a un trago, trata de no aceptarlo porque le echaré cianuro para
envenenarte. Y para que lo sepas, en cuanto llegue el barco a La Habana puedes
retirar tus pertenencias e irte al carajo, no estás contemplado en ninguna
lista de guardia y debes entregar el camarote inmediatamente, por lo pronto
puedes retirarte porque no me interesa hablar contigo. Entramos
por La Habana y me ocupé que se cumpliera lo que le había mencionado a este
miserable, Margarita pasó en varias ocasiones por el buque, ella seguía siendo
una contenta, una puta sincera, la misma cuando la tenía adentro, la misma
cuando la tenía afuera. Al verla sentí algo de alegría por ella y no pude
contener lo que siempre tenía a flor de boca para ella. << Margarita
cojones, antes de morirme quiero templar contigo.>> La muy puta se reía,
me tiraba un beso y me mentaba la madre, luego la veía partir con sus paticas
zambas y siempre me llegaba a la mente aquella obsesionada intriga. << Tal
vez en esas curvas radica todo su misterio, es probable que lo tenga horizontal
o con musiquita, pero algo especial debe tener esta viejita que vuelve loco a
los hombres.>> Aquel
hombre al que detuve cuando en medio del pánico intentaba abandonar el buque,
resultó ser un vecino de la cuadra de mi mamá en Luyanó, es probable que se
le haya olvidado aquel incidente que le salvó la vida, así ocurre la mayor
parte de las veces, la gente y su mala memoria, bueno, no puedo ocultar que a mí
me sucede lo mismo. Ahora
que recuerdo aquella explosión, debo confesar que se cometió una negligencia
de mi parte como oficial de guardia en aquel momento, nunca toqué Zafarrancho
de Incendio”, el buque era de superestructura a la mitad de su eslora, pero en
la popa poseía un alcázar con bastantes camarotes y un salón, allí dormía
parte de la tripulación y no se enteraron que esa noche pudimos haber
naufragado.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
20-10-2002.
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