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 El ultrajante silencio

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París -- Hace dos años fui jurado en la sección Documentaires et Faits de Societés del Festival de Biarritz. Entre las obras había una que estremecía por la crueldad de los hechos que denunciaba; niñas de diferentes nacionalidades hablaban a cámara sobre su modo de vida, sus sueños, sus miedos, las humillaciones, y las esperanzas; las entrevistas habían sido filmadas en los países de cada una de ellas. No había cubanas. Llegó el momento de las niñas africanas y los testimonios se centraban en el tema de la ablación, ilustrado con imágenes desgarradoras. Jamás olvidaré tres instantes: la cuchilla mohosa de afeitar estirpando el clítoris de una niña de nueve años, no de un tajo, pues la cuchilla apenas tenía filo, sino serruchando la carne en una tortura interminable. El riachuelo de sangre dibujó el dolor en el polvo de la calle, a la vista de todos. El rostro con la expresión de la muerte en la mirada; días después, mientras la misma niña caminaba trabajosamente con las piernas escarranchadas, y un mosquero seguía la infección provocada en su sexo, el brillo de sus ojos se había opacado y su expresión era de sumisión, como la de un animal torturado que empieza a comprender el camino de la domesticación.Y luego el silencio, el ultrajante silencio. Menos mal que se está hablando continuamente de esta mutilación espantosa que se lleva a cabo sin ningún tipo de justificación. Ojalá que estos hechos no desaparezcan en el maratón de horrores diarios que nos entrega la información; mientras no se elimine el abuso habrá que seguir vociferando. Hallo inconcebible que en pleno desarrollo humano, intelectual, y científico del siglo XXI, todavía existan personas que asuman estos maltratos como purificaciones espirituales. Y lo peor es que se comenta que algunos africanos sesudos son capaces de condenar públicamente la ablación, y sin embargo a escondidas la practican contra sus propias hijas.

El silencio cómplice resulta uno de los más encarnizados asesinos.Otro asunto me viene dando vueltas desde que leí un artículo sobre las mujeres pedófilas, que las hay, pero no sé si es que se aborda menos el asunto por pudor, o por descaro. Una niña de cuatro años comenzó a dibujar personajes estrambóticos, una vulva monstruo que la succionaba. La maestra se inquietó, el psicólogo todavía más. Todo parecía indicar que la niña estaba siendo objeto de abusos sexuales por parte de una mujer. El psicólogo tomó todas las precauciones, incluidas la de tener en cuenta que la verdugo también podía ser la madre. En efecto, cada día la niña debía soportar tocamientos sexuales, y a su vez tocar y dar placer de diferentes maneras a su progenitora. No es un hecho aislado. Se intuye que la cantidad de mujeres pedófilas ha crecido en los últimos años y que no es demasiado poco en comparación con el fenómeno masculino. El horror es que, en muchos casos, la pedofilia femenina cuando abusa de los varones, es justificada por quienes la llevan a cabo, escudándose en la necesidad de educar a los hijos para futuras relaciones sexuales. Así, hay quienes explican que ellas masturban a sus chicos para que estos aprendan a hacerlo sin dañarse el sexo, o que les muestran cómo se hace el amor para que no hagan el ridículo luego con sus novias. Se ha demostrado que un número alarmante de las víctimas terminan suicidándose. Siempre me pareció raro que los medios de comunicación pusieran en el candelero a los hombres, y que jamás mencionaran --hasta hace muy poco-- casos de mujeres pedófilas. El porqué todavía lo ignoro, pero de que las hay, las hay. Y debemos hablar de ello. Nosotras sobre todo, porque nos concierne, porque son delitos mayores condenados por la ley, y ninguna vejación de tal magnitud debe ser silenciada y aprobada cómplicemente bajo el engaño de empleo de educación sexual al que las mujeres estamos autorizadas por ¡ser mujeres!

El tercer ultrajante silencio al que me voy a referir es al que se ha bordado con el hilo del acobardamiento en torno al niño Elián, quien hace más de un año perdió a su madre, Elizabet Brotons, en el Estrecho de la Muerte. ¿Olvidaron la historia? Elián salvó la vida gracias a los delfines y a dos pescadores americanos; vivió unos meses en la casa de sus familiares paternos de Miami, y fue arrancado violentamente a punta de ametralladora por los federales del seno de las personas a quienes su padre pidió que le cuidaran, para que luego ese mismo padre, manipulado por el dictador cubano, aceptara el ``rescate'' de su hijo a la fuerza del terror, en lugar de ir a buscarlo personalmente, y de hablar en forma civilizada con sus tíos y primos. Pues bien, he visto un documental realizado por la televisión oficial de la isla, conmemorando el primer aniversario del ``glorioso rescate de Elián''. Hacia el final del filme, el niño está parado en atención militar junto a otros de sus compañeros de aula, y le grita histérico un poema patriótico nacionalista a un busto en yeso de José Martí. Ya es otro niño, igual al pionero que alababa en un poema a Castro, y a quien por tamaña combatividad le regalaron un apartamento. Castro prometió que no utilizaría políticamente a Elián, y los bobos y los colaboracionistas se lo creyeron. ¡Si lo llegara a utilizar el niño estuviera bombardeando el mundo! Por dejarlo de utilizar, Elián hasta ha tenido que bailarle íntimamente a un presidente africano. Castro no pierde oportunidad de filmarse junto a él, no hay acto político en que su padre no participe entre los principales miembros vitalicios de la tribuna. Y cuidado el dictador esté cobrando para que los esnobistas pasen a admirar al mono de circo en que ha transformado al huérfano. Lo curioso es una vez más el ultrajante silencio; tanta alharaca que se armó cuando el niño estaba a salvo, y ahora que lo están destruyendo ni una sola organización de los derechos de la infancia ha movido el pequeño dedo. A mí que no me envíen carticas de disculpas. Mándenselas a Elizabet Brotons. Dirección exacta: el Estrecho de la Florida, ahí donde por huir del comunismo tantos cubanos han sido devorados por los tiburones o ahogados en el mar por las tropas militares castristas.

Zoé Valdés

26 de mayo de 2001