Una
tarde en La Habana, por no hablar de una tarde en ciudades cubanas como
Matanzas o Pinar del Río, convence de inmediato de que el tiempo
no camina. El pasado se pierde fácilmente de vista, no hay pasado.
El futuro no acaba de llegar y se está dentro de un presente fijo.
Así pues, cumplir veinte años en Cuba es tener veinte años
para siempre. Puede tratarse de un hermoso don o de una maldición
refinada, cada veintiañero sabrá cómo tomarlo.
A los veinte
años puede sentirse más que nunca la inmensidad del tiempo.
Pues en la juventud abundan las expectativas y enseguida comienzan a verse
traicionadas. Una, dos, tres o cuatro ilusiones dejan de sustentarse y
ya se tomarán las restantes ilusiones por inútiles. La impaciencia
hará considerar con el mismo cariz a todo lo venidero. Y no se ha
aprendido aún el arte adulto de disimular el aburrimiento.
Preguntar a
cualquier joven cubano acerca del futuro, acerca de su destino (para ser
más impertinentes), equivale a preguntar por una dirección
en la ciudad equivocada. Tendrá que respondernos que no ha oído
hablar de él, dirá que no existe o, en el caso de los más
avisados, hará notar que futuro sólo existe en otra parte,
y no allí.
Tener veinte
años es querer estar en otro sitio, lejos. Tal vez ocurra así
para la mayoría de los veintiañeros del mundo, lo es con
seguridad para los jóvenes de Cuba. La capital, las ciudades de
provincia, los pueblos resultan demasiado llenos y vacíos a la vez,
llenos de cosas que no significan nada. Se tiene edad perfecta para un
mundo nuevo, y el de alrededor ha sido repasado ya por otros, por generaciones
anteriores.
No parece existir
posibilidad alguna de fundación cuando un país se encuentra
al fin de su historia. (Las revoluciones alcanzan el poder para garantizar
el inmovilismo de un gobierno; se justifica tal inmovilismo con el pretexto
de que ha habido ya suficientes cambios en la historia del país.)
Ser joven inclina
a la búsqueda de un espacio que ninguna generación mayor
haya echado a perder, un espacio preferentemente desconocido para esas
generaciones. Un lugar que no puedan tergiversar con sus recomendaciones.
Quien se harta en provincias tiene aún La Habana por delante, quien
se harta en La Habana deseará estar fuera del país. (Luego,
cuando el regreso muchas veces se ha vuelto imposible, se querrá
estar en La Habana, en aquella ciudad de provincias, aquel pueblo...) Las
razones de tal nomadismo son en parte biológicas y en parte políticas.
Es decir, totalmente biológicas, totalmente políticas, si
se reconoce que toda nuestra biología de humanos se ha vuelto política.
Escaramuzas en la inmovilidad
El gobierno
cubano ha sabido muchas veces canalizar en su provecho este deseo de escapar.
La participación en contiendas militares de otros países,
el servicio militar obligatorio, las escuelas en el campo, las movilizaciones
juveniles, explotan la aventura de huir de casa de los padres. Son cruzadas
de niños, escaramuzas en la inmovilidad.
El joven que
fabrica una balsa y sale furtivamente del país, el que espera tener
suerte en la lotería migratoria del gobierno norteamericano, el
que se prostituye para encontrar un extranjero que lo ayude a salir, aspiran
en verdad al viaje. Para quien vive dentro de un presente detenido, la
mejor de las opciones es aquella que congestiona el instante, lo contagia
de actividad, lo repleta hasta que cae y da paso al instante siguiente.
A esto puede llamársele alegría de vivir u horror al vacío.
Y de ambas cosas está llena la juventud cubana.
Un experimento
social como la revolución de 1959, que durante años ha procurado
burlar las más indispensables leyes económicas y condena
al ascetismo como pensamiento y a la pobreza como práctica, tiene
por fuerza que generar veintiañeros más ávidos que
de costumbre. Tener veinte años en Cuba es pensar continuamente
en dinero. Y un país donde los sueldos se pagan en moneda nacional
y la vida sólo puede vivirse en moneda extranjera, ¿qué
está recomendando sino la fuga?
Puede objetarse
que la educación que se imparte a esa juventud conseguirá
cambiar las cosas para ella. Pero los discursos de los maestros no aluden
a la realidad, no pueden aludirla. Como toda educación, la de estos
jóvenes enseña a aspirar, a pretender, a alcanzar. Verbos
imposibles en un tiempo que no transcurre, en una atmósfera al vacío.
Si acaso los prepara bien, los prepara para vivir lejos, afuera.
Al final, la
ecuación se reduce a carencias por una parte, y a dinero y belleza
por la otra. Y es alrededor de los veinte años cuando se descubre
esto y su descubrimiento es para siempre, no abandonará al ser humano
hasta la desmemoria y la muerte. En Cuba se descubre algo más hacia
esa misma edad: la incapacidad de manejar la propia vida, de tratar de
igualar los dos términos de la ecuación. Se descubre la falta
de lo que, incluso mucho antes de los veinte, se considera libertad. |
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Una novia en casa
de sus padres justo antes de casarse. En Cuba, el número de divorcios
es muy elevado y no es extraño que un cubano se case tres o cuatro
veces en la vida. |
Una fábrica
de procesamiento de caña de azúcar, en la región de
Cienfuegos (centro de Cuba). Antes de su desaparición, la Unión
Soviética compraba a un precio preferencial casi la mitad de la
cosecha cubana de azúcar, que rondaba los siete millones de toneladas
anuales. En 1998, la zafra azucarera cayó a 3,2 millones de toneladas.
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Cosecha de tabaco
en la región de Pinar del Río, en el extremo occidental de
la isla. En 1998, Cuba produjo más de 160 millones de habanos y
exportó hacia un centenar de países. Estados Unidos, principal
cliente de Cuba antes de la Revolución, mantiene un embargo comercial
que incluye estos famosos cigarros. |
Cortadores de caña
de azúcar en la región de Santiago (sur de Cuba). Desde los
tiempos de la trata de esclavos africanos, el azúcar, como la población
cubana, es blanca, tostada o morena, escribieron los poetas.
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Una “escuela del
campo” en la región de Pinar del Río (oeste de la isla).
A partir de los doce años, los niños acuden a estas escuelas
dos meses por año para hacer “un servicio social en la agricultura”. |
Un domingo de playa
en Santiago de Cuba.
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Jóvenes en
la Universidad de La Habana. En 1995, 12,7% de los jóvenes cubanos
ingresaron en la Universidad, frente al 20,1% que lo hicieron en 1985.
Todos los niños cubanos acuden a la escuela primaria, y el 94% de
ellos completan el quinto grado. Tres cuartas partes de los jóvenes
de entre 12 y 17 años están escolarizados. Entre los adultos,
la tasa de analfabetismo es sumamente baja (4,3%). |
Un rockero ensaya
en La Habana. Los cubanos de todas las edades son muy aficionados a la
música. Salsa, timba, guaracha, mambo, rumba, trova, danzón,
bolero y cha-cha-cha son algunos de sus ritmos preferidos.
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Una joven pareja
de cubanos y su hijito. |
La
tierra más hermosa
Cuba
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Cuando, en 1492, Cristóbal Colón
desembarcó en Cuba dejó escrito en su Diario de Navegación
que había arribado a “la tierra más hermosa vista por ojos
humanos”. Hoy, esta isla de 110.860 km2 (la mayor de las Antillas), tiene
una población cercana a los 11 millones de habitantes, de los que
algo más de la mitad son mulatos, y uno de cada cinco vive en La
Habana.
Desde el triunfo de la Revolución
de 1959, Cuba es un Estado comunista gobernado por Fidel Castro Ruz, que,
además de Jefe del Estado, es presidente del Consejo de Estado,
del Consejo de Ministros, primer secretario del Partido Comunista Cubano
(Pcc, partido único) y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.
Educación y medicina para todos son desde hace 40 años dos
de los pilares de la Revolución, al punto que la isla registra un
índice de alfabetización sólo superado en América
Latina por Argentina y Uruguay, y una esperanza de vida (76,1 años)
superior a la de todos los demás países de la región.
Actualmente, varios cientos de
médicos cubanos prestan servicios en el extranjero, una práctica
que comenzó poco después del triunfo de la Revolución
y tuvo su momento de esplendor entre 1975 y 1989.
A principios de los años
90, la desaparición del bloque comunista sumió a Cuba en
una grave crisis económica. Según el gobierno cubano, el
pnb de la isla cayó 35% entre 1989 y 1993. A partir de ese año
comenzó a recuperarse (+2,5% en 1995, +7,8% en 1996 y +2,5% en 1997).
Según cifras de la división de estadísticas de las
Naciones Unidas, el pnb cubano per cápita era de 1.983 dólares
en 1995.
Para hacer frente a la crisis,
Fidel Castro abrió cautelosamente la isla al capital extranjero,
permitió la libre circulación del dólar entre la población
e impulsó el turismo, fenómenos que han propiciado la aparición
de problemas sociales que estaban desterrados o tenían una baja
incidencia en la isla, como la prostitución y la delincuencia.
En el plano político, perdura
el sistema de partido único, los medios independientes no pueden
desarrollarse, las organizaciones internacionales de defensa de los derechos
humanos denuncian la situación de los disidentes. Se calcula que
un millón de cubanos viven en el exilio. |
Nuevas voces
Nacido en Matanzas (a unos cien
kilómetros al este de La Habana), el poeta y novelista Antonio José
Ponte se instaló en 1980 en la capital cubana, donde realizó
estudios universitarios. Obtuvo el diploma de ingeniero hidráulico
y ejerció esa profesión durante cinco años.
Fue galardonado en dos oportunidades
con el Premio Nacional de la Crítica en Cuba: en 1991 por Poesía
1982-1989, publicado por la editorial Letras Cubanas de La Habana, y en
1995 por su libro Un seguidor de Montaigne mira La Habana, publicado por
la Editorial Vigía de Matanzas. También en 1995 obtuvo la
beca de creación de la Fundación Alejo Carpentier de La Habana.
Su primera obra, Trece poemas, fue publicada en 1988 por la editorial del
Ministerio de la Cultura de Cuba.
En 1997 publicó el libro
Asiento en las ruinas (La Habana, Letras Cubanas) y un relato, Corazón
de Skitalietz. Su última obra, Las comidas profundas, fue publicada
en español en 1997 por la editorial francesa Deleatur de la ciudad
de Angers. Difícil de clasificar (no es ni un relato, ni un ensayo,
ni una novela), este texto erudito y elegante evoca la historia de la comida
así como las relaciones entre el hombre y la alimentación.
El Parlamento Internacional de
Escritores de Estrasburgo acaba de concederle una beca de un año
en Porto, Portugal, para que pueda dedicarse a escribir una novela. Desde
allí sigue colaborando con las revistas cubanas La Gaceta de Cuba,
Unión (la revista de la Uneac, Unión de Escritores y Artistas
Cubanos), Casa de las Américas y Letras Cubanas.
A los 34 años, Antonio José
Ponte forma parte de una nueva pléyade de poetas y escritores de
la isla, junto a Alessandra Molina, Leonardo Padura, Abilio Estévez,
Rolando Menéndez Plasencia, Daniel Díaz Mantilla e Ismael
González, entre muchos otros. |
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