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CUBA: TENER VEINTE AÑOS PARA SIEMPRE
Fotos de Grégoire Korganow, texto de Antonio José Ponte. Estas fotografías pertenecen al libro Avoir 20 ans à La Havane (Tener veinte años en La Habana), de Grégoire Korganow y Jean Springer, Editions Alternatives, colección Croissance, París, 1998.
Por horror al vacío o por pura alegría vital, los veinteañeros cubanos viven el momento presente con intensidad.
 
Una tarde en La Habana, por no hablar de una tarde en ciudades cubanas como Matanzas o Pinar del Río, convence de inmediato de que el tiempo no camina. El pasado se pierde fácilmente de vista, no hay pasado. El futuro no acaba de llegar y se está dentro de un presente fijo. Así pues, cumplir veinte años en Cuba es tener veinte años para siempre. Puede tratarse de un hermoso don o de una maldición refinada, cada veintiañero sabrá cómo tomarlo.
A los veinte años puede sentirse más que nunca la inmensidad del tiempo. Pues en la juventud abundan las expectativas y enseguida comienzan a verse traicionadas. Una, dos, tres o cuatro ilusiones dejan de sustentarse y ya se tomarán las restantes ilusiones por inútiles. La impaciencia hará considerar con el mismo cariz a todo lo venidero. Y no se ha aprendido aún el arte adulto de disimular el aburrimiento.
Preguntar a cualquier joven cubano acerca del futuro, acerca de su destino (para ser más impertinentes), equivale a preguntar por una dirección en la ciudad equivocada. Tendrá que respondernos que no ha oído hablar de él, dirá que no existe o, en el caso de los más avisados, hará notar que futuro sólo existe en otra parte, y no allí.
Tener veinte años es querer estar en otro sitio, lejos. Tal vez ocurra así para la mayoría de los veintiañeros del mundo, lo es con seguridad para los jóvenes de Cuba. La capital, las ciudades de provincia, los pueblos resultan demasiado llenos y vacíos a la vez, llenos de cosas que no significan nada. Se tiene edad perfecta para un mundo nuevo, y el de alrededor ha sido repasado ya por otros, por generaciones anteriores.
No parece existir posibilidad alguna de fundación cuando un país se encuentra al fin de su historia. (Las revoluciones alcanzan el poder para garantizar el inmovilismo de un gobierno; se justifica tal inmovilismo con el pretexto de que ha habido ya suficientes cambios en la historia del país.)
Ser joven inclina a la búsqueda de un espacio que ninguna generación mayor haya echado a perder, un espacio preferentemente desconocido para esas generaciones. Un lugar que no puedan tergiversar con sus recomendaciones. Quien se harta en provincias tiene aún La Habana por delante, quien se harta en La Habana deseará estar fuera del país. (Luego, cuando el regreso muchas veces se ha vuelto imposible, se querrá estar en La Habana, en aquella ciudad de provincias, aquel pueblo...) Las razones de tal nomadismo son en parte biológicas y en parte políticas. Es decir, totalmente biológicas, totalmente políticas, si se reconoce que toda nuestra biología de humanos se ha vuelto política.

Escaramuzas en la inmovilidad
El gobierno cubano ha sabido muchas veces canalizar en su provecho este deseo de escapar. La participación en contiendas militares de otros países, el servicio militar obligatorio, las escuelas en el campo, las movilizaciones juveniles, explotan la aventura de huir de casa de los padres. Son cruzadas de niños, escaramuzas en la inmovilidad.
El joven que fabrica una balsa y sale furtivamente del país, el que espera tener suerte en la lotería migratoria del gobierno norteamericano, el que se prostituye para encontrar un extranjero que lo ayude a salir, aspiran en verdad al viaje. Para quien vive dentro de un presente detenido, la mejor de las opciones es aquella que congestiona el instante, lo contagia de actividad, lo repleta hasta que cae y da paso al instante siguiente. A esto puede llamársele alegría de vivir u horror al vacío. Y de ambas cosas está llena la juventud cubana.
Un experimento social como la revolución de 1959, que durante años ha procurado burlar las más indispensables leyes económicas y condena al ascetismo como pensamiento y a la pobreza como práctica, tiene por fuerza que generar veintiañeros más ávidos que de costumbre. Tener veinte años en Cuba es pensar continuamente en dinero. Y un país donde los sueldos se pagan en moneda nacional y la vida sólo puede vivirse en moneda extranjera, ¿qué está recomendando sino la fuga?
Puede objetarse que la educación que se imparte a esa juventud conseguirá cambiar las cosas para ella. Pero los discursos de los maestros no aluden a la realidad, no pueden aludirla. Como toda educación, la de estos jóvenes enseña a aspirar, a pretender, a alcanzar. Verbos imposibles en un tiempo que no transcurre, en una atmósfera al vacío. Si acaso los prepara bien, los prepara para vivir lejos, afuera.
Al final, la ecuación se reduce a carencias por una parte, y a dinero y belleza por la otra. Y es alrededor de los veinte años cuando se descubre esto y su descubrimiento es para siempre, no abandonará al ser humano hasta la desmemoria y la muerte. En Cuba se descubre algo más hacia esa misma edad: la incapacidad de manejar la propia vida, de tratar de igualar los dos términos de la ecuación. Se descubre la falta de lo que, incluso mucho antes de los veinte, se considera libertad.

 
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Una novia en casa de sus padres justo antes de casarse. En Cuba, el número de divorcios es muy elevado y no es extraño que un cubano se case tres o cuatro veces en la vida.
 
 
Una fábrica de procesamiento de caña de azúcar, en la región de Cienfuegos (centro de Cuba). Antes de su desaparición, la Unión Soviética compraba a un precio preferencial casi la mitad de la cosecha cubana de azúcar, que rondaba los siete millones de toneladas anuales. En 1998, la zafra azucarera cayó a 3,2 millones de toneladas.
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photo Cosecha de tabaco en la región de Pinar del Río, en el extremo occidental de la isla. En 1998, Cuba produjo más de 160 millones de habanos y exportó hacia un centenar de países. Estados Unidos, principal cliente de Cuba antes de la Revolución, mantiene un embargo comercial que incluye estos famosos cigarros.

  
 
Cortadores de caña de azúcar en la región de Santiago (sur de Cuba). Desde los tiempos de la trata de esclavos africanos, el azúcar, como la población cubana, es blanca, tostada o morena, escribieron los poetas.
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Un libro de fotos sobre la juventud en Cuba Una “escuela del campo” en la región de Pinar del Río (oeste de la isla). A partir de los doce años, los niños acuden a estas escuelas dos meses por año para hacer “un servicio social en la agricultura”.
 
 
Un domingo de playa en Santiago de Cuba.
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Jóvenes en la Universidad de La Habana. En 1995, 12,7% de los jóvenes cubanos ingresaron en la Universidad, frente al 20,1% que lo hicieron en 1985. Todos los niños cubanos acuden a la escuela primaria, y el 94% de ellos completan el quinto grado. Tres cuartas partes de los jóvenes de entre 12 y 17 años están escolarizados. Entre los adultos, la tasa de analfabetismo es sumamente baja (4,3%).
 
 
Un rockero ensaya en La Habana. Los cubanos de todas las edades son muy aficionados a la música. Salsa, timba, guaracha, mambo, rumba, trova, danzón, bolero y cha-cha-cha son algunos de sus ritmos preferidos.
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photo Una joven pareja de cubanos y su hijito.

La tierra más hermosa
 
 
Cuba
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Cuando, en 1492, Cristóbal Colón desembarcó en Cuba dejó escrito en su Diario de Navegación que había arribado a “la tierra más hermosa vista por ojos humanos”. Hoy, esta isla de 110.860 km2 (la mayor de las Antillas), tiene una población cercana a los 11 millones de habitantes, de los que algo más de la mitad son mulatos, y uno de cada cinco vive en La Habana.
Desde el triunfo de la Revolución de 1959, Cuba es un Estado comunista gobernado por Fidel Castro Ruz, que, además de Jefe del Estado, es presidente del Consejo de Estado, del Consejo de Ministros, primer secretario del Partido Comunista Cubano (Pcc, partido único) y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Educación y medicina para todos son desde hace 40 años dos de los pilares de la Revolución, al punto que la isla registra un índice de alfabetización sólo superado en América Latina por Argentina y Uruguay, y una esperanza de vida (76,1 años) superior a la de todos los demás países de la región.
Actualmente, varios cientos de médicos cubanos prestan servicios en el extranjero, una práctica que comenzó poco después del triunfo de la Revolución y tuvo su momento de esplendor entre 1975 y 1989. 
A principios de los años 90, la desaparición del bloque comunista sumió a Cuba en una grave crisis económica. Según el gobierno cubano, el pnb de la isla cayó 35% entre 1989 y 1993. A partir de ese año comenzó a recuperarse (+2,5% en 1995, +7,8% en 1996 y +2,5% en 1997). Según cifras de la división de estadísticas de las Naciones Unidas, el pnb cubano per cápita era de 1.983 dólares en 1995.
Para hacer frente a la crisis, Fidel Castro abrió cautelosamente la isla al capital extranjero, permitió la libre circulación del dólar entre la población e impulsó el turismo, fenómenos que han propiciado la aparición de problemas sociales que estaban desterrados o tenían una baja incidencia en la isla, como la prostitución y la delincuencia.
En el plano político, perdura el sistema de partido único, los medios independientes no pueden desarrollarse, las organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos denuncian la situación de los disidentes. Se calcula que un millón de cubanos viven en el exilio.

Nuevas voces

Nacido en Matanzas (a unos cien kilómetros al este de La Habana), el poeta y novelista Antonio José Ponte se instaló en 1980 en la capital cubana, donde realizó estudios universitarios. Obtuvo el diploma de ingeniero hidráulico y ejerció esa profesión durante cinco años. 
Fue galardonado en dos oportunidades con el Premio Nacional de la Crítica en Cuba: en 1991 por Poesía 1982-1989, publicado por la editorial Letras Cubanas de La Habana, y en 1995 por su libro Un seguidor de Montaigne mira La Habana, publicado por la Editorial Vigía de Matanzas. También en 1995 obtuvo la beca de creación de la Fundación Alejo Carpentier de La Habana. Su primera obra, Trece poemas, fue publicada en 1988 por la editorial del Ministerio de la Cultura de Cuba.
En 1997 publicó el libro Asiento en las ruinas (La Habana, Letras Cubanas) y un relato, Corazón de Skitalietz. Su última obra, Las comidas profundas, fue publicada en español en 1997 por la editorial francesa Deleatur de la ciudad de Angers. Difícil de clasificar (no es ni un relato, ni un ensayo, ni una novela), este texto erudito y elegante evoca la historia de la comida así como las relaciones entre el hombre y la alimentación. 
El Parlamento Internacional de Escritores de Estrasburgo acaba de concederle una beca de un año en Porto, Portugal, para que pueda dedicarse a escribir una novela. Desde allí sigue colaborando con las revistas cubanas La Gaceta de Cuba, Unión (la revista de la Uneac, Unión de Escritores y Artistas Cubanos), Casa de las Américas y Letras Cubanas.
A los 34 años, Antonio José Ponte forma parte de una nueva pléyade de poetas y escritores de la isla, junto a Alessandra Molina, Leonardo Padura, Abilio Estévez, Rolando Menéndez Plasencia, Daniel Díaz Mantilla e Ismael González, entre muchos otros.