Cuba y el final de la guerra fría
JAVIER TUSELL
La llegada a La Habana del embajador español restablece una situación
de normalidad en las relaciones y pasa una página que habría
sido mejor que no hubiera sido escrita. A estas alturas no tiene demasiado
sentido cruzar reproches, pero bueno será establecer algún
punto de partida del que pocos van a discrepar. El actual régimen
cubano no pasa de ser una herencia ostentosa de un pasado que necesita
cambiar cuanto antes en beneficio de los propios cubanos. España
puede desempeñar en ello un papel de importancia, pero hasta el
momento, por una mezcla de sobrecarga ideológica y lógica
inexperiencia, la política seguida ha sido extremadamente incompetente,
de lo que cabe culpar mucho más a políticos que a diplomáticos.
De aquí hasta el final de este significativo año sería
bueno que cambiaran las cosas de forma sustancial.
Para lograrlo basta con extraer las enseñanzas de la Historia
inmediata que están al alcance de la mano de todo el mundo. Cuba
viene a ser el último resto de un mundo cuya desaparición
dicta las lecciones de cómo contribuir a ese proceso. Éstas,
además, figuran ya claramente en las memorias de los principales
personajes que participaron en ese apasionante periodo de la Historia humana.
Los secretarios de Estado norteamericanos, los embajadores en Washington
o Moscú e incluso el jefe de la CIA las han escrito y nos han iluminado
acerca de cómo comportarse si se desea un buen fin a esa aventura
apasionante
de una transición hacia la democracia. Uno de esos libros se inicia
con una cita de Isaiah Berlin que pone el acento en la responsabilidad
que nos corresponde: hay ocasiones en que la suerte, pero también
las acciones concretas de los individuos, son capaces de influir de manera
decisiva en el curso de la Historia.
¿Lecciones de esa transformación del mundo que tuvo lugar
en 1989-1991? Al menos cinco, que paso a enumerar:
1. Lo principal del proceso debe ser protagonizado por ellos
y no por nosotros. La perestroika era un conjunto de ideas bienintencionadas
pero la mayor parte muy confusas, sobre todo en el terreno económico.
Con todo, el protagonismo inicial de Gorbachov fue decisivo para el cambio
que se produjo hasta el derrumbamiento del comunismo. El papel fundamental
del mundo occidental residió en lo que hizo durante las cuatro décadas
precedentes. Consistió en el método recomendado por un diplomático
norteamericano, George Kennan, en 1947, y que fue seguido muy a menudo
con errores graves que llevaron a la histeria o a reacciones destempladas.
Se basaba en limitarse a «contener» a los soviéticos
en su propensión expansiva, no arriesgar una guerra mundial y esperar
a la transformación interna, por a muy largo plazo que pueda remitirse.
2.Iniciado un mínimo proceso de cambio, las políticas
mejores desde el exterior son las pragmáticas y moderadas, no las
declarativas y de confrontación. Una idea que debe ser descartada
de entrada es la de que Reagan fue el autor del final de la guerra fría.
Con sólo la política de éste, incluido el incremento
de gastos militares y el choque frontal de concepciones, nada hubiera cambiado,
sino que resulta probable que se hubiera radicalizado el enfrentamiento
entre las grandes potencias. Reagan fue un muy incompetente rector de la
política exterior, capaz de un consumo de colaboradores en puestos
decisivos y una ignorancia en las cuestiones controvertidas verdaderamente
asombrosos. De este modo resultó tan poco eficaz como el impredecible
y emotivo Carter. Sólo al final de su segundo mandato superó
sus errores de fondo, cuando la evolución de la otra parte le convenció
que podía iniciar una negociación y cuando empezó
a actuar con una mezcla de ingenuidad e imaginación. Pero el verdadero
protagonista occidental de la transición fue Bush: trabajador, moderado,
desconfiado en principio pero capaz de mostrarse amistoso luego, evitó
mediante declaraciones o actuaciones imprudentes que la transición
descarrilara en sus momentos decisivos.
3. Cuando se inicia el proceso es necesario que haya una política
por parte de quienes desean el cambio desde fuera, pero tan sólo
una. Una ocasión importante en la Historia del final de la guerra
fría fue cuando el secretario de Estado norteamericano James Baker,
que había estado en la Administración de Reagan y supo de
sus incoherencias y contradicciones, empezó por reunirse con la
oposición parlamentaria para definir una política conjunta.
Ésta se mantuvo a pesar de que las tentaciones de romperla fueron
repetidas e intensas. En ocasiones nacieron de juicios contradictorios
sobre un proceso muy complicado y que podía dar lugar a pesimismos.
Pero, como en la transición española, la exhibición
de optimismo y la discreción tuvieron mayor efecto que las declaraciones
torrenciales enarbolando principios de por sí obvios. Como ha escrito
el embajador soviético Dobrynin, la presión constante y dura
pero privada en materia de derechos humanos fue mucho más efectiva
que las airadas condenas cuando eran violados.
4. En un proceso de transición de la envergadura del que
tuvo lugar en la Unión Soviética es esencial un conocimiento
del otro lo más preciso y al día posible, si de verdad se
quiere contribuir al mismo. Lo que, en cambio, no tiene ni pies ni cabeza
es esperar al derrumbamiento con el peligro de que los cascotes caigan
sobre todos. Leyendo sobre esa etapa apasionante se descubren hechos sorprendentes.
Un régimen totalitario puede encerrar sectores que actúen
en contradicción respecto a otros -fueron los servicios secretos
los que llevaron a la invasión de Afganistán y no la dirección
política- y en él pueden producirse espectaculares cambios
de significación política: algunos de los asesores más
demócratas de Gorbachov habían sido los más reaccionarios
colaboradores de Chernenko. La proximidad al día a día es
fundamental porque los juicios apriorísticos resultan no sólo
errados, sino también peligrosos. El final de la guerra fría
testimonia que tanto «halcones» como «palomas»
eran otros tantos ejemplos de pájaros estúpidos: los segundos,
porque erraban sobre la naturaleza del régimen soviético,
y los primeros, porque se equivocaron por completo en los medios de producir
un cambio en él. Si por un momento se hubiera optado por una alternativa
que tenía su racionalidad (como es la de colaborar a la descomposición
interna en la conciencia de que eso debilitaba a un antiguo rival), el
resultado hubiera podido ser catastrófico.
5. A partir de un determinado momento, en el instante crucial, mientras
que arrecian las dificultades internas y de cara al exterior se lleva a
cabo un complicado minué en la relación de los dirigentes,
es esencial un cierto grado de conciencia de tarea común. Los intereses
de la política norteamericana -y los de la democracia rusa- llegaron
a triunfar porque, con suavidad y de forma sucesiva, Bush fue haciendo
que Gorbachov se sintiera en la obligación de pasar de las declaraciones
a los hechos. Su mayor éxito consistió en deslizar como cuestiones
susceptibles a ser tratadas algunas que ni de forma remota habían
pasado por la cabeza del líder soviético y eso acompañarlo
de gestos de amistad y de cordialidad, perfectamente justificados por otra
parte.
¿No se adivina en todas estas líneas una posible política
para la transición en Cuba? No tiene ningún sentido a estas
alturas el reproche respecto del pasado. Sí, en cambio, la rectificación
de cara al futuro. En la seguridad de que el final puede ser tan feliz
como en esa referencia histórica inmediata.
Javier Tusell es historiador. |