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 La perversión del lenguaje

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La epopeya y la épica revolucionaria de los primeros años ha degenerado en una disputa de solar.

En sus primeros años la ideología castrista propuso la imagen de una sociedad mejor pero futura.

Lo peor es que el argumento no sale de la imaginación de un autor sino de los expedientes policiales, la mentira y la represión. La ideología ya no aspira a ser doctrina; se limita a ser distracción a la fuerza.

La deformación del lenguaje se producía de dos formas. La abstracción servía como un medio para despersonalizar y tergiversar las palabras. Se hablaba de la ``liquidación'' de la explotación, el ``ajusticiamiento'' de los traidores y la ``recuperación'' de las propiedades del ``pueblo''. Al mismo tiempo, se deshumanizaba a los opositores: ``gusanos'', ``escoria'' y ``parásitos'' en Cuba; ``perros rabiosos del capitalismo'' en China y ``vampiros'', ``bastardos'' y ``piojos'' en la desaparecida Unión Soviética.

El golpe más formidable ocurrió con la crisis que culminó en el puente marítimo Mariel-Cayo Hueso, cuando miles que eran niños en 1959 o nacidos después de esta fecha, y trabajadores carentes de propiedades, decidieron o se vieron forzados a abandonar el país. Ello obligó al gobierno a recurrir a una difamación menos política y más vulgar. El ataque frontal a los ``enemigos de clase'' se sustituyó por las vejaciones y los epítetos. Las palabras más repetidas fueron ``prostitutas'', ``homosexuales'' y ``proxenetas'' (claro que en sus versiones más crudas).

Ahora la técnica ha cambiado. No se ataca al exilio en general y mucho menos al gobierno del presidente Bill Clinton y a la sociedad norteamericana. Se habla de ``la mafia de Miami'' en un intento desesperado por limitar el ataque a una ciudad y a un sector de la comunidad. La falta de argumentos ideológicos ha llevado a los ataques personales, más soeces pero más limitados. Este enfoque responde a un argumento de peso, o mejor de dólares: la economía de la isla depende en gran medida de las remesas que se envían desde Miami; pero al mismo tiempo reconoce la fuerza económica y política de un sector del exilio.

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 La perversión del lenguaje

La campaña de propaganda sobre el caso de Elián desarrollada por la prensa gubernamental cubana ejemplifica la decadencia ideológica de un régimen agonizante. Los recursos utilizados son viejos: el insulto y la vejación como arma; la divulgación de mentiras que en ocasiones se apoyan en elementos aislados de verdad pero que en su totalidad presentan un panorama falso; la visión desplazada que deforma la perspectiva de conjunto y la demonización del enemigo. Sólo que ahora están reducidos a sus elementos más simples. En sus primeros años la ideología castrista propuso la imagen de una sociedad mejor pero futura. El discurso de ataque político estaba dirigido fundamentalmente contra varios grupos. La personalidad del enemigo se diluía en su supuesta permanencia a una clase social. El terror apuntaba hacia el exterminio o la segregación. El método no era nuevo. De forma similar y diversa el comunismo y el fascismo habían empleado el mismo recurso, y con anterioridad los imperios coloniales y esclavistas, aunque con distintos argumentos.

La deformación del lenguaje se producía de dos formas. La abstracción servía como un medio para despersonalizar y tergiversar las palabras. Se hablaba de la ``liquidación'' de la explotación, el ``ajusticiamiento'' de los traidores y la ``recuperación'' de las propiedades del ``pueblo''. Al mismo tiempo, se deshumanizaba a los opositores: ``gusanos'', ``escoria'' y ``parásitos'' en Cuba; ``perros rabiosos del capitalismo'' en China y ``vampiros'', ``bastardos'' y ``piojos'' en la desaparecida Unión Soviética.

Gracias a estos recursos, el lenguaje ideológico del castrismo nace deforme por naturaleza. Al mismo tiempo, comienza a deteriorarse casi desde su origen. Paradójicamente, dos factores contradictorios contribuyeron a ello: el fracaso en la concretización de su modelo ideal y los éxitos en la exclusión de sus enemigos tradicionales. Por años se prefirió ignorar a los disidentes, catalogar como ``vicios del pasado'' todos los intentos de crítica e identificar con la ``sociedad anterior'' a quienes se oponían al sistema. La permanencia en el poder fue erosionando esos argumentos. El golpe más formidable ocurrió con la crisis que culminó en el puente marítimo Mariel-Cayo Hueso, cuando miles que eran niños en 1959 o nacidos después de esta fecha, y trabajadores carentes de propiedades, decidieron o se vieron forzados a abandonar el país. Ello obligó al gobierno a recurrir a una difamación menos política y más vulgar. El ataque frontal a los ``enemigos de clase'' se sustituyó por las vejaciones y los epítetos. Las palabras más repetidas fueron ``prostitutas'', ``homosexuales'' y ``proxenetas'' (claro que en sus versiones más crudas).

La crisis del Mariel no modificó en cambio que la caracterización continuara recurriendo a la generalización. Bajo la palabra ``escoria'' se catalogó a todos, pese a que en muchos casos las diferencias superaban a las semejanzas.

Ahora la técnica ha cambiado. No se ataca al exilio en general y mucho menos al gobierno del presidente Bill Clinton y a la sociedad norteamericana. Se habla de ``la mafia de Miami'' en un intento desesperado por limitar el ataque a una ciudad y a un sector de la comunidad. La falta de argumentos ideológicos ha llevado a los ataques personales, más soeces pero más limitados. Este enfoque responde a un argumento de peso, o mejor de dólares: la economía de la isla depende en gran medida de las remesas que se envían desde Miami; pero al mismo tiempo reconoce la fuerza económica y política de un sector del exilio. Ya no se habla de ``títeres del imperialismo'', sino de recalcitrantes que se enfrentan al gobierno norteamericano. De continuar este reconocimiento implícito, Castro se juega el todo por el todo con una carta peligrosa: hasta ahora había tratado de minimizar los conflictos internos mediante una confrontación Cuba-Estados Unidos, pero en este caso es un pugilato entre Miami y La Habana. El destino de un niño convertido en una confrontación de fuerzas cuyos resultados podrían extenderse al poscastrismo.

El cambio en la deformación del lenguaje, que lleva a la personificación de las agresiones verbales hacia el exilio, tiene su equivalente en el tratamiento dramático de la situación. La epopeya y la épica revolucionaria de los primeros años ha degenerado en una disputa de solar. La tragedia de Elián ha sido convertida en melodrama de intrigas y mentiras, desprovista de humanidad y pudor. El naufragio de los balseros se reduce a descripciones propias de la denominada ``cultura de la pobreza'': hombres abusadores y alcoholizados que golpean a sus mujeres; relaciones familiares fundamentadas en la violencia; prostitución y robo. Al final sólo queda el lenguaje de una novela que no llega al rosa, que se pierde en el gris y la suciedad, donde las intenciones valen más que los hechos, que se repiten a diario en anécdotas más o menos escabrosas. Lo peor es que el argumento no sale de la imaginación de un autor sino de los expedientes policiales, la mentira y la represión. La ideología ya no aspira a ser doctrina; se limita a ser distracción a la fuerza.

No conozco a ningún policía --los detectives, como Dashiell Hammett, no cuentan-- que sea un buen escritor de novelas, ni siquiera de telenovelas, y Fidel Castro no es una excepción. En vez de dedicarse a elaborar sus memorias, ha convertido a la isla en el escenario de un cuento sucio lleno de error y miseria. Como buen policía, al ser incapaz de entretener obliga a todos a seguir la trama. Pero lo peor es que no es Félix B. Cagnet y los cubanos no saben cuándo se va a morir, como don Rafael del Junco.

ALEJANDRO ARMENGOL

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Publicado el miércoles, 16 de febrero de 2000 en El Nuevo Herald