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      Cuando era pequeño y visitaba a mi abuela en el barrio La Victoria en La Habana, a la hora de la salida para cualquier lugar acompañado de mis primos, ella siempre nos decía ; no pasen por tal calle, ni por esta otra, ni por aquella, cuando le preguntábamos por qué?, ella siempre nos respondía, que era porque en esas calles, andaban sueltas algunas mujeres de la vida. Pasaron muchos años y mi abuela falleció, pero en la mente se me quedaron gravadas para siempre, aquellas palabras que usaba cuando quería referirse a las putas.  
     Años mas tarde y siendo muy joven, comencé a recorrer el mundo y comprobé que eran muy pocos los lugares donde no existían las llamadas mujeres de la vida. Un dia cualquiera del año 1978, llegué a islas Canarias procedente de las islas de Sao Tomé y Principe, me dirigí a un bar en lo que llaman Las Palmas Vieja, para entregar unas cartas a su dueña y luego decidí quedarme a tomarme unas cervezas. Tenía dinero para hacerlo porque contrabandeaba y robaba, siempre traté de ser honrado y honesto, pero desafortunadamente en el país que vivía bajo el régimen que tanto defienden estos dos objetos a los que les escribo esta nota, no robar era de idiotas, allí cada cual roba lo que puede y esta acción se considera un mérito. 
    Estando en la barra se acerca una mujer y me pregunta si yo la invitaba a una cerveza, era una mujer de la vida y por cada invitación que le hiciera ella se ganaría un porciento. Hacia diez meses que estaba cumpliendo la estúpida Misión Internacionalista en Angola y no conocía a mi hija con varios meses de nacida, necesitaba hablar con alguien y desahogar un poco todo lo que llevaba dentro, no vacilé un segundo en aceptar su propuesta. Aquel dia coincidimos en el lugar y el tiempo exacto, dos seres con las mismas necesidades de comunicación, la conversación duró varias horas y tocamos todos los temas. Allí olvidé por primera vez que estaba ante la presencia de una mujer de la vida, a las que injustamente siempre había rechazado involuntariamente, conversábamos como buenos amigos de toda una vida y expontáneamente la obsequié con los halagos que a toda mujer le gusta recibir de un hombre, no escatimé piropos que ella recibía muy gustosa Cuando llegué al punto que debía dolerle, el de su oficio, ella me lo explicaba con una mezcla de dolor y orgullo, la comprendí y sin embargo, aquella mujer no me inspiró lástima, compasión ni tristeza, todo lo contrario, el primer sentimiento que experimenté fué la admiración ante tanta sinceridad.  

     A partir de ese momento aprendí a respetar a esas mujeres porque comprendí que todas no eran iguales, esa por lo menos, era vendedora de placeres pero de todo su ser brotaba amor, en cada palabra que pronunciaba. Los motivos por los que se metió en la prostitución son muchos y harían muy extensa esta nota. 

 
 
                 Esteban