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Recuerdos de mi abuela
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LA HABANA, enero - Mi abuela me contaba que hace mucho, pero mucho tiempo  atrás, pasaba un hombre por las calles del barrio vendiendo frutas y maní  tosta´o. Junto a su carromato el sujeto iba de barrio en barrio cantando el  pregón, removiendo la alegría de la chiquillada de la cuadra.
Mi bisabuela me hablaba con frecuencia de su viaje a Filipinas en el primer  barco de vapor que atravesó el Pacífico, que luego tomó el mismo barco y  arribó a las costas cubanas. Decía que vio tanto movimiento de carruajes y  tanta vida en el puerto habanero que decidió quedarse para siempre.
Mi tatarabuela me contó cómo fue que llegó la corriente eléctrica a su  pueblo. Para tal ocasión la fiesta fue apoteósica. El bombillo instalado en  el centro del parque era acariciado por las miradas incrédulas de aquellos  aldeanos asturianos. Al fin llegó la hora. ¡Flash! La luz, y con ella la  algarabía, la música, la misa y también la mesa bien dispuesta. Dice que  nunca más el bombillo se apagó. Cuando ella tuvo hijos, los llevó a ver el  bombillo al museo que, alumbrado con potentes luces de neón, aún se conserva.
Todo esto lo conté ayer a unos chicos del barrio, en medio del vigésimo  quinto apagón del mes. Yo me sentía feliz por recordar tiempos pasados, ellos  encantados de oír anécdotas con cierto sabor mágico, mientras mi madre, con  mala cara, recogía agua del piso por causa del descongelamiento del  refrigerador. Todo esto acontecía alumbrados sólo por una vela, que fue la  que llevó mi abuela en su primera comunión y que milagrosamente no se gasta.
Cuando todo esto pase pondré esa vela en una urna de cristal, y la haremos  iluminar con grandes reflectores de cine, para que así todos vean la vela que  un día, a diferencia del bombillo de mi tatarabuela, sí se apagó para siempre.

Pedro Crespo, Grupo Decoro

15 de enero de 2001

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