La complejidad cubana
RAÚL MORODO
La IX Cumbre Iberoamericana, celebrada recientemente en La Habana, no
puede decirse que haya sido un éxito, pero tampoco un fracaso: la
ambivalencia va constituyendo la tónica general de estos foros,
y difícilmente podrá ser de otra manera. No hay que olvidar,
entre otras cosas, que en ellas participan los países latinoamericanos,
dos europeos (España y Portugal) y sin la presencia directa de Estados
Unidos: mucha diversidad y mirada atenta. Con todo, ha habido un avance
significativo: institucionalizar la sede en Madrid y que, al parecer, dirigirá
una personalidad mexicana con experiencia.
El tema central de la conferencia fue sobre la globalización
que no provocó mucho entusiasmo, ni polémicas vivas -lo que
también es frecuente- y la declaración final concertó
acuerdos, manteniendo la doctrina general sobre democracia, pluralismo
y derechos humanos. El proceso a Pinochet estuvo ensombreciendo los preparativos
de esta cumbre, y al menos como pretexto, la ausencia de algunos países
y, tal vez, por ello, la cuestión de la extraterritorialidad fue
resuelta con facilidad. Pero lo que centralizó la atención
política y mediática sigue siendo Fidel Castro y su régimen.
Cumbre y Fidel Castro, en efecto, son ya inseparables como problema:
con verde-oliva o traje civil cruzado, Castro ve pasando presidentes y
él se mantiene. El caso cubano atrae siempre atención periodística,
se moviliza la diplomacia norteamericana desde fuera y repercute, en una
u otra medida, en las políticas nacionales. Al realizarse la cumbre
este año en La Habana, a estos factores conocidos se añadía
otro conflictivo: la disidencia interna cubana. Y, en este sentido, la
cumbre fue muy positiva: presidentes y primeros ministros pudieron reunirse
con sectores de la emergente oposición política y recibir,
de esta manera, información plural. De alguna manera, con esta actitud
-por supuesto, negociada con las autoridades cubanas- no se legaliza la
oposición o disidencia, pero sí introduce una cierta legitimación:
paso importante y estratégicamente operativo. Dada la complejidad
del sistema político cubano, la ilegalidad se desliza hacia una
a-legalidad: nombres hasta ahora conocidos sólo en círculos
reducidos adquieren relevancia, proyección internacional, protección
indirecta y quedan ya fijados para eventuales conversaciones o contactos
Gobierno-oposición. Desde luego, la a-legalidad no produce un status
jurídico, ni seguridad, pero abre caminos, desbloquea y da también
ilusiones. En este largo proceso, de avances y retrocesos, en donde desarrollo
económico y evolución política son piedras de toque,
todo aquello que facilite encuentros y disuelva dogmatismos excluyentes
ayuda para el entendimiento pleno cara al futuro.
Por muchas razones, históricas y sentimentales, el caso cubano
ha tenido siempre especial significación e interés en España,
antes incluso de que fuera un tema político polémico: por
haber sido nuestra última colonia, que motiva nuestra catarsis del
98; por haber tenido una muy numerosa emigración, que siguió
reforzando lazos fuertes de nostalgia, afecto y mitificación: así,
quien no ha tenido un padre en Cuba (Franco, Fraga, Tierno, Suárez)
ha tenido un hermano o un abuelo (Ortega y Gasset, Aznar), y, en fin, la
valoración romántica de la Revolución, con sus jóvenes
líderes (Fidel-Che), durante décadas, tuvo en nuestro país,
más en que ninguno otro europeo, una repercusión generalizada
y no sólo en la izquierda. Sin duda, nuevas creencias globales y
nuevos hechos políticos devalúan los escenarios anteriores,
datos que a ciertos dirigentes cubanos les cuesta admitir o, al menos,
reconocer públicamente. Sin duda, la ausencia de las libertades
se ve como algo negativo, que debía superarse y evolucionar; pero
también el acoso norteamericano, con un embargo con recuerdos napoleónicos,
se percibe en todo el continente latinoamericano y en Europa como algo
contraproducente para una evolución pacífica.
Al margen del anecdotario (fichas y corbatas, paseos polémicos
y chaquetas al aire), infantilmente elevadas a categorías, lo cierto
es que nuestras relaciones bilaterales (Cuba/España) han empeorado:
los márgenes de maniobra se reducen y la cuestión está
en saber si hay una voluntad política de mantener esta línea
o de revisar posiciones. Es decir, si el caso cubano se considera ya cerrado
(fin de juego, adaptación a la política norteamericana) o,
por el contrario, si, dada la singularidad española y la complejidad
cubana, cabe un replanteamiento con política propia y autónoma.
Ante todo, hay que partir de la base de que, frente a simplificaciones
ideológicas o simpatías/antipatías personales o partidistas,
el caso cubano tiene unas constantes (complejidad, especificidad, permanencia)
muy a tener en cuenta. Y a ello hay que añadir algo ya dicho: la
especial relación con España, al margen de regímenes
o gobiernos. El general Franco, poco sospechoso de izquierdista, con motivo
de un grave incidente diplomático, le dijo a su ministro de Exteriores
de entonces: "Castiella, tome las medidas necesarias, pero no se rompe
con Cuba". Y, en aquel momento, las presiones norteamericanas eran mayores
que ahora y hay que admitir que, en una democracia, la flexibilidad es
más propia a su naturaleza que en una dictadura. La estrategia presión/apoyo,
con un finalismo claro (la evolución) parece el único viable.
Con dos dirigentes opositores, del interior y del exilio, Elizardo Sánchez
y Alberto Montaner, que poseen lucidez, coraje y tesón, he discutido
mucho -por separado- la complejidad del sistema y las estrategias de salida
y, en gran medida, salvando el lenguaje, que tiene que ser diferente, he
visto más coincidencias que discrepancias.
Varios son los problemas que configuran esta complejidad cubana: entre
otros, la personalidad carismática de Fidel Castro y el sistema
político que encarna; la incidencia plural de Estados Unidos; las
polémicas encontradas sobre reforma/ruptura del actual régimen,
y, en fin, en todo este puzzle, el papel que puede jugar España.
Fidel Castro es la referencia obligada y fija del régimen: Fundador
y Conductor del Estado y Mito y Patriarca de la Revolución. El marxismo
de Fidel es predominantemente instrumental: válido en la medida
en que facilitó y consolidó la concentración y socialización
del poder personal. Hay mucho también de socialismo utópico
y de Gran Padre Superior que cuida y ordena. Pero hoy, sin olvidar el utopismo,
el realismo se impone y Martí sustituye a Marx/Lenin y los planteamientos
desarrollistas, con algunos éxitos últimos, avanzan. En lo
que Fidel Castro mantendrá como constante será su nacionalismo
irredento: como un criollo tardío, el antinorteamericanismo no es
coyuntural, sino histórico e ideológico: el enemigo siempre
presente. Por el contrario, España es su compensación mítica:
la historia de Cuba es parte de la historia de España, lamentablemente
mal diseñada y peor ejecutada. Siempre pensé, por ello, que
los Reyes españoles, no sólo antes de esta última
cumbre, sino ya en décadas pasadas, deberían haber visitado
Cuba de forma oficial: separar gobiernos (políticas coyunturales)
de Estado (historia y futuro).
Si el amigo ideológico ha desaparecido (URSS), amigo político
y económico, el enemigo tradicional -y muy cerca- permanece con
su embargo. La economía cubana, en un mundo globalizado, busca salidas
no fáciles y, a veces, forzadamente contradictorias, combinando
racionalización y desnaturalización del régimen: la
coherencia del mercado lleva a otras conclusiones económicas y políticas.
Y en esta complejidad, el mercado, realidad y pretexto, lo encarna todo.
El constante conflicto cubano-norteamericano, históricamente explicable,
tiene una paradoja que dificulta salir de la actual endogamia inmovilista.
A saber: que el régimen cubano y el sistema estadounidense son,
al mismo tiempo, enemigos irreconciliables y aliados objetivos, en relación
a intereses diversos. La beligerancia política y económica
norteamericana provoca y, en cierto modo, legitima una actitud nacionalista
e independentista más acusada, obteniendo así apoyos internacionales
en América y en Europa. Por otra parte, a Estados Unidos, el actual
statu quo cubano podría favorecer sus intereses cara al futuro.
Es decir, en algunos sectores se entiende que una transición rápida
a la democracia pluralista en Cuba es un riesgo por el no-control político
del proceso y, sobre todo, porque -en la hipótesis de una degradación
mayor-, a medio plazo, la absorción de la economía cubana
por la norteamericana sería más lógica. Naturalmente,
la exclusión europea y española sería natural. La
dolarización semilegal existente hoy preanuncia la dolarización
real del futuro: reconvertir a Cuba en zona de expansión normal
norteamericana o, para algunos más radicalizados, en algo aproximado
a un nuevo Estado libre asociado, en donde la emigración/exilio
jugaría su papel.
La resolución o el camino a la resolución del caso cubano
remite a su evolución o cambio, sea mediante una reforma gradual
o una ruptura. Son ya cuatro décadas de régimen y múltiples
proyectos se han diseñado desde fuera (invasión, golpe militar
palaciego, aislamiento) y, también, desde dentro, con sectores moderados
del exilio (evolución, gradualismo, presión). Por su parte,
las tesis oficialistas no aceptan la transición -palabra tabú-
y se instalan en una triple actitud: resistir políticamente, contemporizar
económicamente y controlar policialmente. La minoría dirigente
cubana -culta y preparada, con políticos inteligentes de hoy y de
futuro, como, entre otros, Ricardo Alarcón- es, desde luego, consciente
de que las cosas han cambiado en el mundo, pero las señales del
cambio las dará Fidel Castro: la racionalización se vincula
a la mitificación. Más sencillamente: contra Fidel Castro
no hay transición, sin él no hay evolución. Como señalé
en otro lugar, así planteado el caso cubano, llegamos a una aporía:
Aquiles nunca alcanzará la tortuga.
La situación será, pues, insoluble si se mantiene la bilateralidad
beligerante Cuba/EE UU. Washington y gran parte del exilio opinan que en
las intenciones de Fidel no está la de cambiar, sino sólo
ganar tiempo. La Habana piensa que realizando cambios políticos
sustanciales el deslizamiento del país a la anarquía y enfrentamiento
son inevitables. Ambos planteamientos son razonables y, al mismo tiempo,
interesados. El embargo no es, desde luego, operativo para facilitar una
evolución gradual, pero sí satisface presiones fundamentalistas
y confía, con ello, un control de futuro. No es tampoco coherente
ser demócrata flexible en China y demócrata puritano en Cuba,
pero entre la lógica democrática y la lógica del mercado,
a veces, incluso contradictoriamente, predomina la segunda.
La perspectiva europea, y sobre todo española, debería
acentuar una línea metodológica y política distinta:
de forma concreta, introducir la multilateralidad, aparcando la constante
bilateralidad EE UU/Cuba. Las mediaciones latinoamericanas (cumbres y otros
foros), europeas (UE) y, además, por nuestra singularidad, la española,
podrían ayudar a un desbloqueo político y económico:
salir de la confusión y entrar en la evolución. Las presiones,
en este orden de cosas, tienen dos direcciones: hacia EE UU (levantamiento
del embargo) y hacia Cuba (flexibilización y liberalización).
Y, dentro de este complejo mundo cubano, con una personalización
permanente de poder político, con peligro de bunkerizaciones internas,
con la actitud estéril norteamericana, las mediaciones, en el marco
de la multilateralidad, son, hoy por hoy, el camino que vaya abriendo ventanas
y puertas. Y España, por supuesto, conjugando además una
política de Estado y de Gobierno, pero más política
de Estado.
Raúl Morodo es catedrático
de Derecho Constitucional en la Universidad Complutense de Madrid. |