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La justicia, la compasión y un niño
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Siguiendo la severa interpretación de los antiguos romanos, hay quienes creen 
que el apasionamiento es enemigo de la justicia y que, como la muestran sus 
estatuas, la justicia está vendada ante los rasgos que pudieran inflamarle 
pasiones. Tal creencia es demasiado dura. El apasionamiento contra la 
injusticia no es negativo y la compasión es, o debería ser, parte esencial de 
la sentencia. De ahí que lo adecuado sea examinar meticulosamente los hechos y, 
si hay méritos, suavizar la sentencia. 
En el caso del niño cubano, que ha apasionado a miles de personas y provocado 
una agresiva actitud por parte de Fidel Castro, que ha politizado y 
distorsionado todo el proceso, el dato inicial del conflicto es la presencia 
del padre y su proclamado deseo de que su hijo vuelva a Cuba. Obviamente, si 
ésos fueran los únicos datos a considerar, la balanza jurídica se inclinaría 
hacia el padre. Pero resulta que, un aspecto asombrosamente ignorado por una 
gran parte de la prensa americana, el vínculo padre-hijo no es en sí mismo 
prueba decisiva. Si, por ejemplo, el progenitor resultara ser un traficante de 
drogas, el argumento filial se quebraría. Ningún tribunal ordenaría que el niño 
fuera entregado a ese padre. 

De donde resulta que la tradición jurídica, el histérico e histórico 
``ultimátum'' de Castro a Estados Unidos, y las organizadas manifestaciones 
populares en Cuba, hacen obligatorio extender el examen mucho más allá de la 
mera relación padre-hijo. Hay que investigar al padre y a la circunstancia 
social en que vive. Lo cual impone el ofrecerle todas las garantías para que 
venga a Miami y demuestre, a) su condición legal de padre, b) su cariño a ese 
hijo, de quien estaba distanciado por un doble matrimonio, c) que su voluntad 
de llevarse al niño responde a su criterio y no a la presión de un régimen 
totalitario y d) que el ambiente cubano es el más propicio para que el niño 
crezca en las mejores condiciones físicas y culturales. 

Fuera del cauce jurídico, los dos últimos puntos son los más difíciles de 
demostrar y, al mismo tiempo, los que más peso tienen en la tensa situación que 
ha creado el régimen cubano. La voluntad paternal de recoger al niño, por 
ejemplo, sería mucho más respetable si el señor viviera en un país democrático 
donde todo ciudadano puede expresar libremente sus opiniones sin sufrir 
presiones del gobierno o de nadie. Pero el régimen castrista es un régimen 
totalitario, donde todo se mide por la voluntad del jefe mximo y ese jefe todo 
lo sacrifica con tal de estar en primera plana en las noticias y dañar a 
Estados Unidos. Es natural entonces sospechar que el dictador que ha montado 
todo este escenario está forzando al padre a solicitar la vuelta del niño 
mientras él, violador de todos los derechos humanos, usa esa solicitud para 
seguir acusando de todo al gobierno americano. 

Pongamos otro ejemplo. Supongamos que Elián se queda en Estados Unidos y que, 
de aquí a un cierto tiempo, exprese su deseo de volver a Cuba. Casi seguro que 
lo lograría; nadie lo va, o lo puede, retener aquí contra su voluntad. Tornemos 
la moneda y teoricemos que el padre se lleva al chico a Cuba y, después de las 
paradas y los gritos de victoria del jefe máximo, al año o a los dos años, el 
joven exprese su talante de volver a Estados Unidos. Es lógico pensar que el 
gran jefe, tan meticuloso cuando se trata de preservar su deteriorada imagen, 
se negaría a autorizar un viaje que pondría de manifiesto la brutalidad de su 
régimen. En tal probable caso, ¿quién pudiera proteger a ese joven de la ira 
del vengativo y todopoderoso dictador que rige su país? 

Finalmente, sería bien aclarador preguntarle al padre si su decisión está 
basada en el cariño hacia su hijo o en presiones oficiales. Porque si de cariño 
se trata, si él está pensando en la felicidad de su hijo, bastaría recordarle 
lo que él sabe, que los niños en Cuba son educados, entrenados y explotados por 
el estado. Y que ese ámbito de prisión sin esperanzas fue lo que movilizó a la 
madre del niño, y a miles de madres y padres cubanos, a intentar una 
desesperada fuga hacia la libertad que le costó la vida. 

Si por décadas los alemanes del este sacrificaban sus vidas para que sus hijos 
cruzaran el muro de Berlín y crecieran libres, ¿qué cariño es ése que, en 
situación similar, sacrifica al hijo trayéndolo a la prisión cubana? Nunca se 
dio el caso de que la muerte de una madre cuando saltaba el muro de Berlín 
permitiera a un padre solicitar y conseguir que le devolvieran al hijo que ya 
estaba a salvo. Toda esta tragedia provocada por la tiranía de Castro mueve a 
dedicar un minuto de compasión a esa madre que todo lo dio por su hijo y varias 
horas de interrogante justicia a ese padre también atrapado por el terrible 
drama que vive Cuba. 

LUIS AGUILAR LEON

© El Nuevo Herald 

 
 
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Publicado el domingo, 12 de diciembre de 1999 en El Nuevo Herald 
 

 
 

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