De las orígenes al siglo 16


 
Epoca precolonial
Según parece, antes de la llegada de los españoles la isla de Cuba había sido ocupada, al menos, en tres ocasiones. La etnia más antigua era la de los guanajatabeye, originarios, posiblemente, del sur de los actuales Estados Unidos, de la península de Florida, aunque otras opiniones apuntan a Yucatán o a América del Sur, a través del arco de las Antillas, como posibles rutas de los primeros hombres que poblaron Cuba. Los integrantes de esta cultura, en el momento de la llegada de los españoles, se concentraban a fines del siglo XV en la península de Guanacahibes. El instrumento más característico de estos pobladores era la concha o caracol, que constituía también su principal alimento. Utilizaban, no obstante, algunas piedras sin tallar, como morteros y toscos objetos de madera. No construían viviendas y vivían en cuevas y abrigos naturales, ya que para conseguir su alimento practicaban el nomadismo. Ignoramos todo aquello que hace referencia a sus practicas religiosas, aunque sus cementerios o caneye presentaban la característica de colocar los cadáveres estirados o cubiertos de capas de caracoles, lo cual hace suponer la existencia de algún tipo de ritual funerario.

Posteriormente a los guanajatabeye llegaron los ciboneye o siboneye, cazadores y recolectores más avanzados que los anteriores, quienes procedían, según todos los indicios, de la región del Orinoco. Los principales instrumentos eran las hachas talladas, las vasijas de madera y las lascas de sílex cortante. Estos indígenas vivían también en cavernas, aunque existieron algunos que habitaron chozas muy rudimentarias. Poco se sabe de su lenguaje, distinto del hablado por otros aborígenes antillanos, ni de su estructura social. Los objetos que caracterizan la cultura siboney se han encontrado en terrenos fértiles, lo cual ha hecho suponer a los especialistas que practicaron algún tipo de agricultura; entre estos objetos escasea la concha, pero hay restos de tortugas, peces, aves y moluscos, lo cual demuestra que su alimentación era más variada que la de los guanajatabeye. A esta cultura corresponden como instrumentos característicos unas bolas de piedra (esferolitos) y una especie de dagas, también en piedra (gladiolitos), las cuales están generalmente construidas con piedras de poca dureza.

Tras las huellas de los siboneye arribaron los taíno, de la etnia arahuaca, también procedentes del Orinoco, que pasaron desde América del Sur a través del arco de las Antillas menores y llegaron poco después a las grandes islas. Estos últimos dominaban ciertas formas de agricultura, pues conocían y practicaban el cultivo de la yuca, del tabaco, del maíz, del boniato y del algodón, realizando sus taras agrícolas con el auxilio de un palo puntiagudo llamado coa. Esta alimentación se completaba con la caza de jutías, tortugas, aves, moluscos y también con la carne de iguanas. Eran expertos en la pesca, para cuya práctica utilizaban redes. Aunque entre los utensilios aparecen la concha y la piedra, lo más característico de la cultura taína son los objetos de barro, ya que era completamente alfarera. Sus creencias se basaban en los poderes mágicos del sacerdote o behique para hablar con los muertos, conocer los designios del cemí (o poder sobrenatural) y adivinar el porvenir. Para la ceremonia, el behique hacía uso de la práctica de la cohoba, que consistía en absorber polvo de tabaco por la nariz, lo cual ejecutaban todos los asistentes comenzando por el cacique; cuando todos se embriagaban, el behique, en éxtasis, contestaba preguntas sobre las aspiraciones o necesidades que tuvieran el resto de los asistentes. El culto a los antepasados era una tradición arraigada entre los taínos y a ellos dedicaban sus areitos, siendo los ídolos representaciones de esos antepasados. Adoraban también los fenómenos naturales que rodeaban su vida diaria, como el sol, la luna, la lluvia, el trueno, etc. Las costumbres funerarias consistían en enterrar a sus muertos en terraplenes de tierras y caracoles, en lugares altos, con las piernas dobladas hacia el pecho, y en la tumba depositaban numerosas vasijas de barro, posiblemente con comida. La sociedad taína estaba dividida en grupos, y en cada uno de ellos había un cacique que actuaba como jefe, aunque su autoridad estaba mermada por la figura del sacerdote. Por debajo del cacique estaban los nitaíno, grupo de ancianos que formaban el consejo, y aquellos que ocupaban el plano más inferior eran los que se dedicaban a los trabajos agrícolas, que recibían el nombre de naboría. También existía una forma rudimentaria de comercio basado en el trueque, ya que por parte de algunos cacicazgos se acumulaban ciertos excedentes que podían servir para alimentar un incipiente intercambio entre unos grupos y otros.

Época de las exploraciones y llegada de los europeos

Aunque Cristóbal Colón recaló en sus dos primeros viajes al continente americano en la isla de Cuba (el 28 de octubre de 1492, reconociendo la costa desde Puerto Padre hasta Maisí, y en 1494, año en que recorrió la costa hasta Guantánamo), la ocupación real del territorio tuvo lugar con la llegada de Diego Velázquez el año 1510. Procedía éste de Santo Domingo, donde era uno de los vecinos más ricos. Con él llegaron Hernán Cortés y un aspirante a encomendero, el fraile Bartolomé de Las Casas. Tras someter a los indios, Velázquez fundó el emplazamiento de Baracoa en 1512 y, posteriormente, hasta 1515, Bayamo, Santiago, Puerto Príncipe, Trinidad, Sancti Spíritus y La Habana. Esta última cambió en 1529 su emplazamiento de forma definitiva, trasladándose desde la costa meridional, donde se había situado en un primer momento, al lugar que ocupa en la actualidad. Al carecer de metales preciosos, cuando se hubo agotado la fuerza indígena y se descubrió México casi todos los españoles abandonaron la isla. El proceso fue parecido al que había acaecido en La Española, aunque aún más acentuado, ya que, al contrario que en aquélla, no se localizó en Cuba ninguna Audiencia que le hubiera dado un carácter político y administrativo relevante. Todo parecía apuntar hacia un despoblamiento absoluto. Sin embargo, la situación estratégica de Cuba y del puerto de La Habana evitó el abandono total.

Efectivamente, situada en la entrada del golfo de México y en la embocadura meridional del estrecho de Florida, por donde discurre la corriente del Golfo hacia el centro del Atlántico, La Habana fue la estación de reunión y apoyo de las dos flotas que efectuaban el comercio con las Indias: la de Veracruz y la de Portobelo. Ambas permanecían largas semanas en La Habana antes de proceder al retorno hacia Sevilla. El abastecimiento de los galeones permitió un gran esplendor económico, y su puerto, uno de los más seguros del Caribe, se vio tempranamente colmado de flotas militares y comerciales, de ahí el rumbo inicial que tomó su economía en aquellos primeros tiempos (siglo XVII), en los que llegó a poseer el más famoso astillero del Nuevo Mundo. La otra fuente de riqueza era la exportación de corambres y construcciones navales.

Simultáneamente al tráfico de la plaza comercial de La Habana, algunos campos de la isla se cultivaban con caña, se talaban montes de caoba y se criaba ganado para exportar los cueros. Estos renglones no fueron comparables con el primero, pero permitieron sentar las bases de la economía de plantación de siglos posteriores. Y es que la periferia de La Habana alcanzó la plenitud gracias a los cultivos señalados y a las vegas de tabaco, recibiendo el producto de éstas últimas como timbre de indiscutible calidad el nombre de la ciudad (habano). El conflicto creado por el monopolio y la fijación de precios a esta mercancía en los albores del siglo XVII produjo luchas de intereses entre las autoridades peninsulares y la isla, que tuvieron a la ciudad y sus comarcas vecinas por escenario. Desde los primeros días, el enfrentamiento de los intereses políticos y económicos españoles con las potencias europeas determinó que, como otras villas, La Habana se viera incendiada y destruida por corsarios y piratas (1538 y 1955). Para defenderla de estas amenazas se edificaron castillos, murallas y torres. En junio de 1762, al término de la Guerra de los Siete Años, la escuadra inglesa al mando de Sir George Poccock desembarcaba y conquistaba la ciudad de La Habana. Los nuevos dominadores inundaron pronto el mercado local con esclavos y útiles para producir azúcar. Con estos nuevos elementos, los hacendados criollos y españoles recibieron el estímulo adecuado para iniciar el cultivo a gran escala de la caña. Algunos autores niegan que fuera la ocupación inglesa la causa, y apuntan, en cambio, hacia las medidas liberalizadoras decretadas en la época de Carlos III. Fuera como fuere, lo cierto es que Cuba era distinta después de 1762. Atemorizados ante la competencia que surgía, los hacendados ingleses de las Pequeñas Antillas y de Jamaica presionaron ante el Parlamento de Londres, y así, en el Tratado de París de 1763 se acordó la devolución de Cuba a España. A cambio, ésta perdía La Florida y ganaba La Luisiana.

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