Disidentes
EDUARDO HARO TECGLEN
Disentir es un acto no solamente noble para quien lo ejerce, a veces
con riesgo grave, sino una postura necesaria en cualquier organización
de la sociedad: podemos complacernos de que la condena a los disidentes
cubanos haya sido leve y pueda, incluso, franquearles una libertad provisional,
pero la razón era suya (fuera cual fuera su doctrina: su razón,
su derecho de disentir) y cualquier condena es injusta y se vuelve contra
quien los encarcela y juzga. Sólo algunos gobiernos y todas las
iglesias mantienen la verdad como un absoluto, y la frase bárbara
de monseñor Carles, "una cosa es la realidad y otra es la verdad",
muestra esa filosofía: puede todo mejorar o empeorar, pero no hay
más que una verdad a la que hay que servir, y ésa es la suya.
Podía haberla dicho Fidel Castro; de hecho, la dice. La conquista
mental más notable de este siglo es la de la desaparición
de la verdad: de los dogmas, de los axiomas. Todos somos disidentes: todos
debemos creer en lo contrario de todo, incluso de lo que creemos, y así
ayudaremos a que el orden no sea único, ni la ley absoluta. Yo dudo
incluso de la realidad, desde la idea de que es tan compleja y tan casual
que no se puede definir. "Dos y dos son cuatro hasta nueva orden", decía
uno de los grandes disidentes de nuestro tiempo, Einstein. Y ya la palabra
"orden" me parece poco digna de él.
La grandeza de Fidel Castro fue la de ser disidente, y la de alzarse
contra el orden absoluto, lo indiscutible, lo dictado: lo que se afirmaba
a sí mismo con el silencio y la muerte. La servidumbre de Castro
es la de haber formado parte, después, del vicio del poder: no permitir
la disidencia. Se le fueron por esa vía no sólo los damnificados
por la revolución -el enemigo-, sino muchos compañeros revolucionarios:
se marcharon o se suicidaron. Ha petrificado su régimen. Sabemos
que a esta petrificación se llega por la fuerza del enemigo, como
pasó en Rusia a partir de los bloqueos, las líneas defensivas,
los cuerpos expedicionarios: el régimen se convirtió en una
fortaleza y sus habitantes en unos soldados disciplinados. Sin embargo,
Castro no analizó ese ejemplo. O no pudo hacerlo nunca. Quizá
los chinos están, con otra medida del tiempo, aceptando las disidencias.
Pero también son un ejemplo de cómo se destruye un ideal:
convirtiéndolo en aquello contra lo que luchó. |