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Martes 
18 de diciembre 
de 2001

  

  

 
 
 
 
 

 

INTERNACIONAL
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 El comandante Guevara
 

 EDUARDO HARO TECGLEN

 

No tengo ninguna afición a los héroes, pero Ernesto Che Guevara ya desborda esa categoría y pertenece al paraíso civil de quienes se enfrentan con lo imposible y mueren en ello: el ardor porque no sea imposible lo que creen que es justo los eleva. Es un personaje de la nostalgia, de esta especie de museo impalpable donde están dispersos los Beatles, Marilyn, Lumumba, el Castro joven y Ho Chi Minh, y los modelos sin nombre ni rostro que se recortaban en un fondo de sol naciente defendiendo el derecho al desnudo y al propio cuerpo. Todo lo que estaba en la habitación de los hijos en las casas burguesas; y los primeros muertos por la droga, y la muchacha que colocaba claveles en los fusiles de la guardia nacional americana, y otra que hacía lo mismo años después en Portugal. Y los que encendían los mecheros en los conciertos de aquí y en los de allá, y los que aguantaban detrás de la barricada en el mayo de un año la llegada de los gendarmes sofocados. Más allá de su título de comandante, olvidado el de médico, Che Guevara creía en un mundo mejor.

Ahora en Leganés han colocado un busto de Ernesto Guevara, una reproducción de la fotografía que estuvo en la habitación de millones de estudiantes de todo el mundo, incluso de los que hoy se ríen cuando se acuerdan de sí mismos; y hasta de los que ocultan lo que fueron o en qué creyeron. Es barato: ha costado un millón de pesetas, que se han conseguido con la venta de unos bonos y de unas camisetas. Se ha inaugurado con 300 personas; algún que otro periódico lo publica en las páginas dedicadas a Madrid. No parece una noticia nacional. Un rojo nunca puede ser objeto de una buena noticia, y yo creo que Guevara, más que comunista, más que castrista, era un rojo con esa iluminación que podía tener alguien como Jesús, alias Nazareno, cuyo nacimiento celebramos hoy con la misma indiferencia hacia su testamento o testimonio, o con la seguridad de que ya no es más que el recuerdo traicionado de un recuerdo ligero y engañoso.

No me gusta el heroísmo militar, ni el que acometió el Che, si no lo contemplo como el heroísmo cívico. Puede que haya un cierto heroísmo cívico, hoy, en quien ha decidido poner el busto, y en los que lo pagaron.

(Está frente al estadio de Egaleo, un helenismo en Leganés. Egaleo: el monte de Atenas desde donde Jerjes vio hundirse su flota).

 
 
 
 

 

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