El
comandante Guevara
EDUARDO HARO
TECGLEN
No tengo ninguna afición a los héroes, pero Ernesto Che Guevara ya
desborda esa categoría y pertenece al paraíso civil de quienes se enfrentan
con lo imposible y mueren en ello: el ardor porque no sea imposible lo que creen
que es justo los eleva. Es un personaje de la nostalgia, de esta especie de
museo impalpable donde están dispersos los Beatles, Marilyn, Lumumba, el Castro
joven y Ho Chi Minh, y los modelos sin nombre ni rostro que se recortaban en un
fondo de sol naciente defendiendo el derecho al desnudo y al propio cuerpo. Todo
lo que estaba en la habitación de los hijos en las casas burguesas; y los
primeros muertos por la droga, y la muchacha que colocaba claveles en los
fusiles de la guardia nacional americana, y otra que hacía lo mismo años después
en Portugal. Y los que encendían los mecheros en los conciertos de aquí y en
los de allá, y los que aguantaban detrás de la barricada en el mayo de un año
la llegada de los gendarmes sofocados. Más allá de su título de comandante,
olvidado el de médico, Che Guevara creía en un mundo mejor.
Ahora en Leganés han colocado un busto de Ernesto Guevara, una reproducción
de la fotografía que estuvo en la habitación de millones de estudiantes de
todo el mundo, incluso de los que hoy se ríen cuando se acuerdan de sí mismos;
y hasta de los que ocultan lo que fueron o en qué creyeron. Es barato: ha
costado un millón de pesetas, que se han conseguido con la venta de unos bonos
y de unas camisetas. Se ha inaugurado con 300 personas; algún que otro periódico
lo publica en las páginas dedicadas a Madrid. No parece una noticia nacional.
Un rojo nunca puede ser objeto de una buena noticia, y yo creo que Guevara, más
que comunista, más que castrista, era un rojo con esa iluminación que podía
tener alguien como Jesús, alias Nazareno, cuyo nacimiento celebramos hoy
con la misma indiferencia hacia su testamento o testimonio, o con la seguridad
de que ya no es más que el recuerdo traicionado de un recuerdo ligero y engañoso.
No me gusta el heroísmo militar, ni el que acometió el Che, si no lo
contemplo como el heroísmo cívico. Puede que haya un cierto heroísmo cívico,
hoy, en quien ha decidido poner el busto, y en los que lo pagaron.
(Está frente al estadio de Egaleo, un helenismo en Leganés. Egaleo: el
monte de Atenas desde donde Jerjes vio hundirse su flota).
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