En La Habana
LOS REYES de España ponen hoy pie en la última tierra
iberoamericana que les quedaba por pisar: Cuba. Su presencia en el marco
multilateral de la IX Cumbre Iberoamericana va a convertirse en esa visita
casi de Estado que no han podido realizar con anterioridad, fundamentalmente
porque Castro no la ha propiciado y el Gobierno de Aznar ha cometido errores
en su política con Cuba que el dictador cubano ha sabido aprovechar.
Pero, en su significado, la presencia de los Reyes en La Habana va más
allá de tal o cual Gobierno y de un castrismo que un día
no lejano se derrumbará como un castillo de naipes. Es un nuevo
encuentro entre tierras tan afines y con tantos vínculos humanos
como España y Cuba.
Con sus declaraciones previas y la detención de disidentes, Castro
ha estado insolente, incluso insultante, a pesar de ser un anfitrión
que recibe a huéspedes que venían esforzándose desde
hace años para que esta cumbre se celebrase en La Habana. Castro
no ha contribuido a crear un buen ambiente para esta reunión. Tal
vez el astuto dictador caribeño pretenda así desactivar eventuales
protestas durante la cumbre. Una vez que comience, es previsible que agasaje
a sus huéspedes, y en particular al Rey, pero también que
aproveche esa plataforma para reafirmarse en sus trasnochadas convicciones;
y en su poder.
Castro y su régimen se han quedado anclados en un pasado que
ha desaparecido. Llegaron al grito de "Los de arriba, abajo; los de abajo,
arriba, y los de en medio, al carajo". Pero el sistema y su comandante
se han quedado petrificados, ajenos a la evidencia de que el mundo ha entrado,
tras la caída del muro, en una nueva era. De no ser una isla cuyo
aislamiento se ha visto reforzado por el absurdo embargo comercial de EE
UU -que ahora Clinton se plantea suavizar- y de otras medidas penalizadoras,
el vendaval que derribó el muro podría haber acabado con
el castrismo.
Pero no. Diez años después, el régimen se ha recuperado.
Incluso la economía, en un país en el que la prioridad de
cada uno es buscarse la vida, ha recobrado cierta vitalidad. El castrismo,
con su antinordismo, la resistencia de un pequeño frente
al gigante estadounidense, sigue gozando de fuertes simpatías en
buena parte de América Latina, a pesar de ser un régimen
opresor. Pero el castrismo difícilmente sobrevivirá a su
fundador, y de esa constatación debe partir cualquier política.
Es lo que Aznar no entendió cuando pretendió cortar con la
Cuba de Castro para luego convertirse en el más ardiente defensor
de la celebración de esta cumbre en La Habana.
Poco a poco, estas cumbres, aunque no tomen decisiones operativas, van
entrando en los temas esenciales, e incluso van a ganar cierta continuidad,
estructura y memoria histórica con la creación de una Secretaría
de Cooperación Iberoamericana, previsiblemente con sede en Madrid.
Se van sustentando sobre nuevas realidades, desde el crecimiento de Internet
y la importancia que ha de tomar el español en la nueva comunicación
hasta el hecho de que España sea ahora el primer inversor en América
Latina. Que cinco jefes de Estado no acudan a La Habana no deslucirá
la ocasión. Se trata de tres presidentes enemistados con Castro
-los de Nicaragua, El Salvador y Costa Rica- y otros dos en funciones,
los de Argentina y Chile, en protesta por la posición española
en el caso Pinochet.
La cumbre debe hacer un llamamiento para que las instituciones internacionales
frenen la especulación financiera, uno de los males principales
de la globalización. La economía y sus efectos sociales son
cuestión adecuada para tratar en este foro iberoamericano, dado
que América Latina es el continente con mayor desigualdad social,
además de corrupción, lo que produce aventurerismos como
el de Chávez, por muy "educable" que les parezca a algunos.
¿Contribuirá esta cumbre a la evolución de Cuba?
Probablemente poco, como poco ha contribuido a abrir espacios de libertad
-salvo alguno, angosto, para la propia Iglesia católica- la histórica
visita del Papa en enero de 1998. Todos estos movimientos deben ser vistos
desde la altura de la preparación del poscastrismo y de la necesidad
de tener que tratar entretanto con Castro, lo que no impide que los mandatarios
presentes aprovechen la ocasión para demostrar -como está
previsto que lo haga Aznar- un apoyo a los disidentes, palabra que
casi había caído en el olvido tras la caída del comunismo
en Europa del Este. Aunque esta IX Cumbre Iberoamericana no es sólo
Castro, es sobre todo Castro. Pues esta vez lo importante es que los asistentes
se reúnan en La Habana, hablen de Cuba y con los cubanos. Con todos. |