Lunes 6 noviembre 2000 - Nº 1648
|
OPINIÓN
|
||||||||
JESÚS DÍAZ A Lourdes Gil
Las víctimas se igualan en el sufrimiento como los victimarios
se igualan en el crimen. Los grandes poetas, por su parte, tienen en común
el valor imperecedero de descubrir y fijar el sentido de una época
a través de la música de sus palabras, que el tiempo termina
secretamente por convertir en palabras de todos. Y Heberto Padilla fue
en primerísimo lugar un poeta extraordinario, el más importante
poeta civil que ha habido en Cuba en cuarenta años de dictadura
castrista; todos los demás hechos notables de su vida, incluso aquellos
que conforman el famoso caso Padilla, estuvieron determinados por
esa condición escencial, a menudo oculta tras el escándalo
político.
Tradicionalmente, la poesía cubana había encontrado sus
modelos en el marco de la lengua española -que, a partir de Martí,
Darío y Casal, incluye también a Hispanoamérica-,
y de la francesa. Padilla conocía bien estos tesoros, pero buscó
sus referencias en lo que calificó como "la austera literatura en
lengua inglesa, tan hostil al lujo de la nuestra". En el prólogo
a la edición conmemorativa de su libro esencial, Fuera del juego
(Ediciones Universal, Miami, 1998), Padilla identificó a sus maestros
-W.H. Auden, R. Lowel y T.S. Eliot-, y nos dijo: "Luis Cernuda fue el poeta
español que más a fondo estudió la diferencia entre
la poesía inglesa y la española, al referirse a la tendencia
hispánica que él describía como 'falacia de lo patético'.
Todavía en Cuba prevalecía la idea de Valery de que la poesía
es 'un idioma dentro de un idioma', con lo que se remite a la poesía
a un lenguaje propio y exquisito. Yo pensaba, como T.S. Eliot, que la poesía
'nunca debe apartarse por completo del idioma de los intercambios comunes,
de modo que cuando un lector vea un poema diga así hablaría
yo si pudiera hablar en poesía".
Era su alternativa ante la aventura metafísica o mística
y el rechazo de algunos poetas cubanos por la historia, punto de partida
que ya está presente en cierta medida en El justo tiempo humano
(La Habana, 1961), y que alcanza su plenitud en el ya citado Fuera del
juego, cuya edición príncipe se realizó en La
Habana en 1968 y que, a mi juicio, constituye el poemario más significativo
y revelador de los muchos que en diversas latitudes y lenguas provocó
el terremoto social conocido como "revolución cubana". Además
de su genio y de su formación anglosajona, Padilla trajo a este
libro un conocimiento excepcional de la tragedia provocada por la dictadura
comunista en Rusia, que tantas resonancias tenía y tiene en Cuba.
La segunda parte de Fuera del juego se titula 'El abedul de hierro',
y hay en ella estremecedores poemas rusos como 'Canción de
la Torre Spáskaya', 'Canto de las nodrizas', o 'Los enamorados del
bosque Izmailovo'.
En aquel entonces, 1968, cuando muchos, yo entre ellos, estábamos
fascinados por la utopía cubana, ciegos a la realidad dictatorial
que ya se enmascaraba tras ella, Heberto Padilla vio y cantó en
Fuera
del juego: "Protégete de los vacilantes, / porque un día
sabrán lo que no quieren. / Protégete de los balbucientes,
/ de Juan-el-gago, Pedro-el-mudo, / porque descubrirán un día
su voz fuerte. / Protégete de los tímidos y los apabullados,
/ porque un día dejarán de ponerse de pie cuando entres",
en un poema que se atrevió a llamar, nada menos, 'Para escribir
en el álbum de un tirano'.
Era demasiado para la soberbia de Fidel Castro. Aquel libro, que incluía
también, por ejemplo, poemas titulados 'El hombre al margen', 'Bajorrelieve
para los condenados', 'Cantan los nuevos césares' y 'También
los humillados', ganó el Premio Julián del Casal de la Unión
Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en 1968, y cayó
como una bomba en las tranquilas aguas laudatorias de la cultura cubana
de entonces. El poeta cubano exilado en España Manuel Díaz
Martínez, miembro del jurado que otorgó el premio, ha contado
en 'El caso Padilla: crimen y castigo' (revista Encuentro de la Cultura
Cubana, número 4/5), las enormes presiones que el Estado ejerció
para que la distinción fuera concedida a otro libro. Pero el tribunal,
formado por intelectuales tan prestigiosos como José Lezama Lima,
José Z. Tallet, J.M. Cohen, César Calvo y el propio Díaz
Martínez, se mantuvo en sus trece, y Fuera del juego fue
premiado y publicado, aunque con un prólogo siniestro escrito por
José Antonio Portuondo a nombre de la UNEAC.
Este acontecimiento fue un verdadero parteaguas en la historia de la
revolución cubana y dio origen al famoso caso Padilla, al
que no puedo referirme en detalle en este obituario. Baste consignar que
sus antecedentes se encuentran en una polémica sostenida por Padilla
con la redacción del magazine cultural El Caimán
Barbudo en la época en que yo lo dirigía. Padilla tuvo
razón y nosotros estuvimos equivocados, pero publicamos sus textos,
pese a todo, y por eso nos echaron. Este despido no fue nada comparado
con lo que le tocó sufrir a él, al visionario, que tiempo
después del premio a Fuera del juego fue encarcelado por
el castrismo, como si la historia diera cumplimiento a su 'Poética'
incluida en aquel libro premonitorio: "Di la verdad. / Di, al menos, tu
verdad. / Y después, / deja que cualquier cosa ocurra: / que te
rompan la página querida, / que te tumben a pedradas la puerta,
/ que la gente / se amontone delante de tu cuerpo / como si fueras / un
prodigio o un muerto".
Así se amontonaron delante de Padilla quienes asistieron a su
feroz autocrítica en la sede de la UNEAC después de su excarcelación,
y que él mismo recuerda en el prólogo a la ya citada edición
conmemorativa de Fuera del juego como: "... Una ceremonia de astucia
en que repetía de memoria un texto previamente redactado en prisión
por los mismos oficiales de la Seguridad, y que se suponía que yo
dirigiera al Gobierno revolucionario. Al repetirlo de memoria, trataba
de eliminar toda traza de improvisación y toda figura de delito,
mostrándome como un malagradecido con el jefe de Estado". Los tres
actos de este verdadero auto sacramental -Libro, Cárcel, Autoinculpación-
constituyen el núcleo del caso Padilla, que desnudó
a la dictadura cubana y determinó que una buena parte de la intelectualidad
occidental rompiera públicamente con ella. En efecto, Juan Goytisolo,
Alberto Moravia, Octavio Paz, Jean Paul Sartre, Federico Fellini, Mario
Vargas Llosa, Susan Sontag, Simone de Beauvoir y otros 72 escritores y
artistas condenaron abiertamente los métodos represivos del castrismo.
Algunas culturas, los griegos, los aymaras, equiparaban el exilio a
la pena de muerte; poco después de los acontecimientos descritos,
Heberto Padilla partió al exilio, donde ha muerto. Fuera de Cuba
publicó una novela, En mi jardín pastan los héroes;
un libro de recuerdos, La mala memoria, y varios excelentes libros
de poemas, Provocaciones, El hombre junto al mar, Un puente, una casa
de piedra. Pero Fuera del juego y el escándalo provocado
por éste lo siguieron persiguiendo hasta el extremo de que llegó
a calificar dicho libro como "... mi dogal inmediato, mi estigma".
Me pregunto por qué Heberto Padilla no disfrutó entonces, ni disfruta aún hoy, del lugar cimero que por méritos propios le corresponde entre los más grandes poetas de la lengua española en este fin de siglo. Anoto una hipótesis de respuesta: las repercusiones políticas de su "caso" fueron tan grandes que opacaron su obra; y la complicidad abierta o encubierta que todavía hoy genera el castrismo en muchas esferas de poder operó y opera en contra suya. No obstante, estoy convencido de que el tiempo pondrá las cosas en su sitio, de que la poesía de Heberto Padilla es en sí misma la respuesta a su aterradora pregunta: "Y de nosotros ¿qué quedará, / atravesados como estamos por una historia en marcha, / sintiendo más devoradoramente cada día / que el acto de vivir y el de escribir se nos confunden?".
Jesús Díaz es escritor cubano exiliado en Madrid, donde dirige la revista Encuentro de la Cultura Cubana y prepara el diario digital cubaencuentro.com. |
© Copyright DIARIO EL
PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid
digital@elpais.es | publicidad@elpais.es |