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La patronal castrista 
Indice de materias

 

 

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EL MUNDO 
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   OPINION 
Lunes, 22 de noviembre de 1999 
 

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GABRIEL ALBIAC 
 
 

 
 
 

Todo cuanto concierne a Cuba toma, en España, las máscaras de una esencial hipocresía. No es nuevo. Este reírle las gracias al dictador de La Habana nos viene de lejos. El franquismo no ocultó su simpatía hacia aquel déspota de facha pintoresca. Con barbas o lampiño, con uniforme verde oliva o bien de color caqui, con estrellas de general superlativo o de pluscuamperfecto comandante, todos los dictadores son iguales. Que el último de los sicarios del general Franco, el senil Fraga Iribarne, fuera arrebatado por la otoñal pasión del paranoide caribeño, es acerada normalidad: fascista ama a fascista. Que políticos sin esa carga de tiniebla y pasado coqueteen con el émulo de Tirano Banderas, quizá sea claro síntoma del desalmado anacronismo al cual llamamos política. 
Imágenes demasiado sonrientes de políticos españoles en La Habana. Pero, ¿de qué diablos se ríe esa gente, con la mano de un asesino estrechando su mano? Es como si tocar al último dinosaurio les disparara, incontenible, una libido primigenia: esa ancestral memoria del animal carnicero que, dice Freud, acecha siempre a los tan civilizados humanos. Todo verdugo es sacral. Tocar su mano, reírle las toscas gracias, es ser rozado por el perfume absoluto de la sangre. Hay a quienes emociona eso. 

Después están los otros. Los tipos fríos que nada buscan de emociones fuertes ni de baños de sangre a lo Condesa Bathory. Aquéllos a quienes sólo el dinero excita. Siempre que el dinero sea mucho y el acceso a él muy fácil. Falangistas y franquistas amaron la potestad castrista sobre vida y muerte: eso que hacía al Comandante igual a Dios. Nada tan a la medida de un fascista como este culto loco: Patria o Muerte. Algunos de ellos, con prisa disfrazados de demócratas, siguen atizando el culto. No son lo esencial, sin embargo. El peso del castrismo en España no recae ya ni en viejos falangistas, ni en arcaicos estalinianos (alguno fue las dos cosas, antes de reconvertirse en polanco-felipista). El castrismo hoy, en España, es la gran patronal turística: vanguardia revolucionaria contra la ley Helms-Burton. 

Es lo delirante de esta historia. Oligarcas hosteleros españoles (de ahí viene el ministro Matutes) se han apropiado, con perfecta cara dura, de las propiedades robadas por Castro a sus dueños legales. Se han beneficiado de una mano de obra desposeída del menor derecho laboral. Se han convertido en la guardia pretoriana del tirano a cuya sombra se enriquecen. Tienen, encima, el santo morro de presentar eso como humanitaria ayuda al pueblo cubano oprimido por el malvado yanqui: y, «al que levante la cabeza, duro con él, Fidel». 

Cuba. Una tiranía infame. Paraíso de empresarios españoles sin escrúpulos. Pero empresario sin escrúpulos es sólo un clamoroso pleonasmo. 
 

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