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Jueves, 18 de noviembre de 1999
EL PAPEL DEL GOBIERNO ESPAÑOL EN LA HABANA, A EXAMEN
MARISA CRUZ
En la cuerda floja cubana
El Gobierno lo ha pasado mal en Cuba, pero al término del viaje,
la delegación
española aseguraba estar muy satisfecha con los resultados y
volvieron a España
pensando que han conseguido guardar el equilibrio en la cuerda floja
que les
tendió Castro. Habrá que esperar y ver. Lo que suceda
en los próximos días con
los disidentes que se entrevistaron con Aznar y lo que acontezca en
la siempre
complicada relación diplomática hispanocubana, serán
las claves para hacer el
balance definitivo.
El viaje de los Reyes y del presidente del Gobierno a La Habana ha
levantado
dolor de cabeza en La Moncloa desde hace meses. En Presidencia lo habían
planeado con todo detalle. Aseguran haber medido los tiempos, las palabras,
los
gestos con toda intención. Nada de lo que ha sucedido estos
días en La Habana
ha sido obra del azar.
Desde el primer mensaje lanzado por el presidente en Tegucigalpa, horas
antes
de viajar a la isla -«si no hubiera podido reunirme con los disidentes
no
acudiría a la Cumbre»-, pasando por sus palabras, ya en
La Habana -«siento que
Cuba es España y España, Cuba»-, hasta el duro
mensaje transmitido por su
portavoz, a punto de finalizar la Cumbre -«nos ratificamos en
que no se dan las
condiciones para que los Reyes viajen de forma oficial a la isla»-,
y, por fin,
las palabras de esperanza y el llamamiento a la reconciliación
y a la
democracia de Don Juan Carlos, todo estaba preparado al milímetro.
Durante la estancia del Rey y del presidente en La Habana, se han sucedido
las
reuniones, hasta altas horas de la madrugada, de los miembros más
destacados de
la delegación española (Piqué, Zarzalejos, Matutes,
el propio Aznar, Martín
Marín...) para planificar los mensajes y el tono que se quería
ir dando. El
propio Aznar lo reconocía: «He dormido muy poco».
Al ministro de Exteriores, Abel Matutes, le fue encargado lidiar con
las
delegaciones de Chile y de Argentina para frenar cualquier intento
de que la
Cumbre condenara a España por el proceso abierto a Augusto Pinochet;
al
ministro portavoz, Josep Piqué, le tocó el cometido de
lanzar los mensajes más
duros contra el régimen castrista, a fin de evitar que el presidente
tuviera
que repetirlos en persona; Aznar se responsabilizaría de todo
ante Castro. Y,
finalmente, Don Juan Carlos, al que se reservó el papel conciliador
propio de
su rango, sin olvidar que también él debía apostar,
como lo hizo, por la
apertura, la democratización y la reconciliación generosa
del país.
http://www.el-mundo.es/diario/1999/11/18/internacional/18N0054.html
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