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20 de mayo 
de 2002

  

  

 
 
 
 
 

 

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La efemérides

GUILLERMO CABRERA INFANTE

Guillermo Cabrera Infante es escritor cubano. © G. Cabrera Infante.

 

Nuestra efemérides se celebra el 20 de mayo, hoy. Hace cien años, el 20 de mayo de 1902, se inauguró la República de Cuba. La República, nuestra república, ha durado -a pesar de los hiatos más perversos-. Cuba, como la soñó José Martí, sí es una isla, o mejor un archipiélago, la llamada Isla Maravillosa, nunca se ha realizado, ni siquiera cumplido. La idea platónica de la república -que es en realidad idea de Sócrates, según Platón- es que se crea y como todo lo creado, se destruye. La idea socrática de que la degeneración del 'estado perfecto' y el 'hombre perfecto' (como quien dice el 'hombre nuevo') degenera en su peor estado: 'la tiranía y el tirano'. Platón introdujo en su diálogo La república, haciendo de Sócrates casi un muñeco que hablaba con la voz de su ventrílocuo. Pero la idea platónica es que el alma es inmortal. La naturaleza de esta vida inmortal la relata Platón y la culmina con una anécdota macabra. El hijo de Armenio, que después de estar muerto doce días regresa a la vida -para contar lo que vio en el otro mundo-.

Nosotros los cubanos, no sólo los que viven y han muerto en el exilio, sino los cubanos dentro de Cuba que han muerto y los que están muertos en vida como los zombies, podrán un día relatar lo que vieron -es decir, lo que sufrieron y penaron en esa otra vida que es la muerte-. Pero, afortunadamente, la isla, Cuba, está ahora ahí cuando se cumplen cien años de creada históricamente y estará ahí cuando la geografía, que es más determinante que la historia porque la historia, que algunos quieren escribir Historia, no es más que un libro llamado historia, mientras que la geografía condena a una suerte de eternidad y en último término a la Eternidad.

Fue precisamente Martí quien dijo, socrático, 'Del tirano di todo' para hacer de su frase un epigrama perfecto al decir 'di más'. Ahora que el tirano de Cuba renuncia (pero no denuncia) nos propone un monstruo político -Marxtí-. Pero Martí, suicida, no pudo ver la república ni hacer en la práctica sus teorías políticas, ese poeta que doblado en político comenzaba siempre sus discursos, con una frase que fue su divisa y su programa: 'Con todos y para el bien de todos'.

Otro poeta de otra isla en otro idioma, William Yeats, escribió un terrible dictamen y lo tituló El segundo advenimiento. El poema con este verso comienza casi, premonitorio de La Habana actual: 'Las cosas se caen a pedazos: el centro no soporta nada', y la descripción de tantos revoltosos profesionales: 'La misma anarquía anda suelta por el mundo', y hasta hace una alusión presciente al terrorismo: 'La marea roja de sangre se desborda y en / todas partes la ceremonia de la inocencia se ahoga ahora'. Para terminar con un juicio que es un veredicto: 'Los mejores no tienen convicciones / mientras los peores están llenos de una apasionada intensidad'. Después de estas revelaciones verdaderas, ¿qué mentiras?

Cuando era niño en Gibara, provincia de Oriente, una ciudad veraniega y orgullosa pero desgraciadamente situada, otra vez la geografía, a 40 kilómetros de Banes, donde nació Batista, y de Birán, donde nació Fidel Castro. A ese trío de pueblos se le ha llamado 'el triángulo de Bermuda de Cuba'. (Una salida ingeniosa de un periodista notable que vive, ¿dónde si no?, en el exilio de Miami). Pero cuando yo tenía seis o siete años oía decir, para alabar una ocasión festiva, 'es como un 20 de mayo'. Fue tiempo después que supe que la frase era una invención noble para celebrar el 20 de mayo, una fiesta fija para conmemorar la independencia de Cuba.

Pero Cuba no era una fiesta y abundaron los errores que cometen todas la repúblicas (también la república española) en que la democracia es un aire libre pero abundan las ráfagas mefíticas: el aire, entonces, se emponzoña. Y hubo promesas que luego se quebraron y una vida promisoria que vendría, como todas, desde detrás del arco iris. Lo que anunciaban no era la gloria, sino los tiempos terribles de las dictaduras y los caudillos que todavía los historiadores se apresuran a elogiar. 'Los cinco primeros años del gobierno (electo) de Machado fueron muy buenos'. Pero luego Machado trató de perpetuarse en el machadato y el principio de los años treinta, además de la crisis económica mundial, fueron años terribles de hambre y miseria y miedo. Machado fue depuesto y, la tragedia que se convierte en farsa húngara, salió huyendo de Cuba. Quedaron detrás no el gran criminal y su pandilla sin otro oficio que matar sino los rezagados a los que exterminaron como ratas con rabia.

Uno de esos rezagados aparece descrito con maestría literaria por primera vez en un cuento de Lino Novás Calvo, el más habanero de los escritores cubanos aunque había nacido en Galicia, La noche de Ramón Yendía, en que el perseguido es culpable sólo en su imaginación. ¿Paranoia? Es posible. Pero mi experiencia es que el delirio de persecución se cura sólo allí donde la persecución es un delirio: los primeros y los últimos años de Batista, Fidel Castro después de prometerlo todo en su lema fatal de 'Patria o muerte', para quedarse con la patria y repartir con todos y contra todos, para el mal común, la muerte: por fusilamiento, en las cárceles, por el hambre y la sed de libertad, porque, no se ha cansado de repetirlo y tratar de hacerlo creer a los convertidos, 'porque la revolución es generosa'.

Lo primero que hizo Castro fue suprimir la fiesta del 20 de mayo y sustituirla por efemérides y eslóganes de propaganda: el 26 de julio, el 1 de enero, donde siempre tronaba (el verbo cubano tronar, que quiere decir destruir física o políticamente, se ha hecho popular ahora) para amenazar o anunciar que la amenaza no era sólo inminente sino, como el socialismo, para todos. A pesar de ser alto y creerse un atleta magnífico (no hay quien lo contradiga, como nadie dijo nunca que Nerón era un mal músico -excepto, claro, Petronio, y ya sabemos de sobra lo que le ocurrió al autor de El satiricón, obligado a suicidarse como su última voluntad-) parecía muchas veces el enano de la venta profiriendo castigos -que muchas veces al bajarse de la ventana que era su tribuna, cumplía, como educado por los jesuitas que fue, religiosamente-. Luego explicaba sus crímenes, siempre post facto, es decir después de cometidos. Nunca le faltaba a nadie la culpa máxima creada por el Máximo Líder.

Una canción que cantaban los cubanos desde el principio de siglo decía: 'Aquí falta, señores, ay, una voz / de ese sinsonte cubano / de ese mártir hermano / que Martí se llamó'. El sinsonte es el ruiseñor cubano, pero desaparecido el sinsonte surgió el cernícalo. (O mejor todavía: el gavilán pollero). Vinieron el halcón y los buitres que siempre lo acompañan. Cuba ha vuelto a los orígenes y de una cultura esclavista durante la colonia ha llegado a ser ahora un cultivo esclavo. La palabra mayoral sigue significando lo mismo: 'Mayoral. -N. s. m.- En toda la Isla se aplica esta voz únicamente al hombre blanco encargado del gobierno... donde hay otros empleados blancos el Mayoral es superior a todos en la policía y gobierno del fundo... El signo que distingue el Mayoral es el cuero...'. (Diccionario Provincial de Voces y Frases Cubanas o Novísimo Pichardo por don Esteban Pichardo. La Habana, 1836).

Una conga republicana puesta al día cantaba y coreaba: 'Tumba la caña / y anda ligero. / Mira que ahí viene el Mayoral / sonando el cuero'. Una nota al pie corrige a Pichardo: '... este Vocabulario se escribió en plena esclavitud africana en Cuba y bajo el régimen político de los españoles, dueños absolutos de Cuba'. (Plus ça change, plus c'est la même chose. ¿De veras?). Dice la nota al pie más, mucho más: 'Ya los mayorales no usan cuero, aunque sí algunos llevan revólver a la cintura'. Yo no he visto, como el más intelectual de las réplicas de Blade Runner, cosas que ustedes no creen o no quieren creer. Pero he visto otras. He visto, por ejemplo, la verdad. Pero, como dice Aldous Huxley en Un mundo feliz, 'Grande es la verdad, pero todavía mejor, desde un punto de vista práctico, es el silencio de la verdad'. Como dice el replicant que nadie quería creer que había visto los rayos terribles en la oscuridad de la puerta de Tannhauser. Pero uno de esos momentos no se perderá en el tiempo 'como lágrimas en la lluvia' -y no es hora de morir sino de vivir para ver y oír y no callar-. He visto al mayor Mayoral en su silla central levantarse para hablar y volverse para quitarse el cinturón y la funda y poner su pistola sobre la tribuna como quien pone los cojones sobre la mesa para decir su axioma: 'Con la Revolución todo, contra la Revolución nada'. Pero hay otra versión, sin duda una perversión, que dice: 'Fue en 1988 cuando Fidel Castro se dio cuenta de que la Revolución es la Vultura... perdón, la Cultura'. (El que no esté de acuerdo que levante su cabeza). Solamente un año después fusilaba al general Ochoa con una culpa fabricada. Era sin duda el asesinato considerado como una obra de arte.

Un gran cubano, Leví Marrero, geógrafo, hombre de ciencia y decencia, dijo en un discurso que yo también oí de detrás de una mesa, en Miami, cómo Cuba se había recuperado de la devastación dejada detrás por las guerras de independencia donde murieron (fueron matados) los mejores y quedaron vivos, como en el asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba en 1953, los peores. Hubo una excepción. La del generalísimo Máximo Gómez, quien según el historiador Fernando Portuondo en su Historia de Cuba, 'cuando se negó resueltamente a figurar como candidato a la Presidencia' en las primeras elecciones de Cuba libre dijo: 'Los hombres de la guerrera y los de la paz' y señaló como candidato idóneo a Tomás Estrada Palma. Hay que aclarar que Máximo Gómez, que había nacido en Santo Domingo, recibió lo que él consideraba el más grande honor, al poder ser elegido presidente por una cláusula especial de la Constitución de 1901 que convertía en cubano a cualquier extranjero que hubiera servido diez años o más en las guerras de independencia. Es evidente que el verdadero general Máximo había aprendido la lección de Martí, a quien vio desde su caballo cómo se convirtió en mártir. Dijo el poeta del hombre que siempre asombró a otro poeta, Gabriela Mistral, '¿Cómo es que nació en Cuba un hombre que era una flor? Los cubanos son todo menos rosas', dijo Martí a Gómez en una carta: 'General, no se gobierna un país como se manda en un cuartel'.

La revolución, por supuesto, ha terminado. Murió, como un feto, al nacer. Desde ese momento del Máximo Oportunista el 17 de abril de 1961 cuando se declaró pública y estruendosamente socialista (o comunista: que ya gobernaban con seudónimo en toda Cuba y hasta sus dirigentes eran comisarios en activo de la guerrita conocida como la invasión de Bahía de Cochinos) ganó el poder absoluto pero perdió la revolución. Todo lo demás han sido escaramuzas, perdidas y ganadas. (O ganadas y perdidas como en Angola). Mefistófeles era, según el poeta isabelino Christopher Marlowe, más un mago que un ente diabólico, dado a los más diversos disfraces. Hemos visto en la televisión a los que eran en realidad dos viejos disfrazados con las vestimentas más teatrales. Cada uno cumplió su papel: Carter un mal actor que apenas disimula que su meta es la posteridad contemporánea del Premio Nobel de la Paz, casi como un escritor ansioso de ganar la lotería literaria; Fidel Castro, siempre un gran actor, esta vez interpretando diversos roles pero todos con igual ansiedad. Al antiguo lema favorito que repetían en todos los países todos los castristas unidos, Yankee go home, ahora se le ha añadido un ubicuo graffito a la moda: Yankee, please come back. Es un canto de amor donde había antes tanto odio -pero no menos desesperado-. La famosa ciudad hecha infame por castristas y neocastristas cuando repetían, todos, lo que decía Fidel Castro como si fueran esos escritores cubanos que son todos en realidad funcionarios del Estado -y ya se sabe quién es el Estado en Cuba-. La Habana era un burdel de los turistas americanos, decía el Máximo. Ahora es un burdel globalizado: para todos los turistas -siempre que traigan dólares-. Es decir, como antes pero peor que antes. Ahora se permite pagar las vituallas de USA con dólares cantantes y sonantes. Pero le debe millones a la Argentina y no le paga. Como le debe a México y, sí, a España, siempre comerciando fiado a pesar de que en Cuba por un dólar, quién lo creería, se da todo, se da más.

En esa ocasión que oí a Leví, como le llamábamos todos los que lo queríamos como amigo, el profesor Marrero para ustedes, declaró, sin leer notas ni berrear horrores desde la tribuna improvisada de un restaurant cubano en la Pequeña Habana, que Cuba se había recuperado de desastres tan devastadores como el fin del siglo XIX, que en el siglo XX, después del paso de Machado por la economía, la moral y las leyes cubanas, en menos de diez años Cuba se había regenerado en una nación próspera, con una Constitución modelo en 1940, y ahora, después del paso de Atila que se atilda. El juego de palabras es mío: pero no tienen más que encender la televisión para ver al Dr. Castro convertido en modelo con traje civil cruzado, guayabera extrañamente blanca y hasta ¡uniforme de jugador de béisbol! Todo diseñado por él mismo como otros tantos disfraces al dejar por unos días su uniforme de general que ha perdido todas las batallas -menos por supuesto la ofensiva de la patata y la guerra contra el mosquito-. Es que, hay que reconocerlo, se trata de un gran actor que lo mismo interpreta a Maquiavelo que a Mefistófeles.

Pero hay que volver, una vez más y siempre, a la generosa despedida de Leví Marrero. Hizo un breve balance de la devastación de la guerra de Fidel Castro contra los cubanos, pero confiaba en la capacidad de Cuba, de los cubanos todos, para recobrarse de los desastres de la paz (ciclón, ras de mar, guerra civil oculta o declarada contra todos los países, de Venezuela a Bolivia, por personajes interpuestos, en África como un Rommel por control remoto). Pero finalmente cuando Fidel Castro desapareciera como Franco o como Stalin, en su cama, Cuba volvería a recobrar su geografía propia. Leví dijo, en un final, que él tal vez no lo vería -y murió poco después para probarlo-. Pero muchos de los que estaban esta noche en lo que sería su última cena, lo verían. No tenía la menor duda. Tampoco la tengo yo y espero que si no lo vea yo, lo verán los cubanos. Porque los tiranos no serán todos iguales, pero tienen siempre el mismo fin.

 

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