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 Los cubanos esperan por un cambio

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LA HABANA - E. ROBINSON / Washington Post

La metáfora es demasiado tentadora como para resistirse a ella. Cuba significa espera.

Las pruebas de ello están en todas partes. Basta con mirar los montones de cubanos parados en las principales intersecciones, esperando por autobuses que finalmente llegarán una hora más tarde, ya atiborrados hasta el techo. O la fila de esperanzados peatones que se paran en las divisiones de cualquier avenida, moviendo la mano lánguidamente hacia los autos que pasan, tratando pacientemente de encontrar quién los lleve. O las multitudes que circulan por las zonas de entretenimiento, demasiado pobres para poder entrar en ninguno de los clubes nocturnos o restaurantes, aglomerándose afuera y esperando que ocurra algo interesante.

Así es como era hace 10 años. Y 10 años después todo sigue igual.

Hable con los cubanos y descubrirá el lado de la espera que es menos visible.

Por ejemplo, esa pareja divorciada, que todavía vive junta mientras espera que uno de los dos encuentre un lugar a dónde mudarse. O esa anciana que sigue posponiendo su ida a la tienda, en espera del cheque que recibe de sus familiares en Miami.

La metáfora es muy real. Los cubanos esperan por esto y por lo otro, y mientras tanto toda Cuba espera, espera que comience el cambio, el cambio que todos saben que llegará algún día.

Hay suficiente azúcar, ron, educación, médicos entrenados y tiempo libre: casi todo lo demás parece estar en falta. Trate de encontrar medicina para el catarro en una farmacia, o un pedazo decente de carne en cualquier carnicería administrada por el estado. La mayoría de las viviendas están decrépitas y en malas condiciones. Fidel Castro tiene 75 años, sigue saludable, tiene más popularidad que lo que muchos fuera de Cuba quisieran admitir y continúa resuelto a seguir por su camino. Mientras tanto, Cuba espera.

Un joven chofer de taxi anuncia orgullosamente que muy pronto se graduará de ingeniero mecánico. ''¿Qué hará después?'', le pregunté.

''¿Está loco? Claro que voy a seguir manejando mi taxi'', replicó. ``Si logro un trabajo como ingeniero, ganaría $15 al mes. Esta noche voy a ganar esa cifra con las propinas. Usted me va a dar $2. Tendré mi diploma y a esperar''.

Con tan poco que hacer, los cubanos son verdaderos artífices en el arte de matar el tiempo.

La televisión está limitada a dos canales, ninguno de los cuales es exactamente HBO y no transmiten todo el día. Tampoco hay muchos cines y los niños todavía no conocen los juegos de video.

René Pena, un conocido fotógrafo, se encontraba recientemente con tres amigos en Sofía, un café al aire libre situado entre las calles 23 y O. Todos parecían estar tomando Coca-Cola hasta que uno de ellos sacó furtivamente del interior de su chaqueta una botella de ron y lo mezcló con el refresco. La camarera fingió no darse cuenta, y por esta concienzuda ignorancia ella podría recibir $1 de propina cuando el grupo se marchara.

Los hombres hablaban entre sí. Era sencillamente una forma de pasar el tiempo, sabiendo que eventualmente algo ocurriría y le daría un giro distinto a la noche. Lo que impresionaba era su evidente parecido con los desorientados personajes de los libros del gran novelista cubano Guillermo Cabrera Infante, cuyas crónicas de La Habana prerrevolucionaria se desarrollan en este vecindario precisamente.

Lo que antes fue (y en teoría todavía es) una sociedad sin clases, está siendo transformada por el dólar, cuya tenencia antes era ilegal. Ahora no sólo son legales sino necesarios y han creado distinciones: aquellos que trabajan en el turismo o reciben divisas desde el exterior constituyen una nueva elite. Algunos tienen más o menos dólares, pero todos en La Habana se las ingenian para conseguirlos. Cuando lo logran, van al mercado privado, donde hay más alimentos.

Castro ahora habla de diferencias raciales en la sociedad cubana, sobre una sucesión ordenada tras su muerte y de su deseo de tener mejores relaciones con Estados Unidos. A la vez, mantiene un sistema unipartidista en la isla e impone un régimen represivo que viola las normas internacionalmente aceptadas.

También es cierto que los cubanos pueden decir y hacer cosas que hubieran sido impensables en el pasado.

Mientras tanto, los cubanos están tratando de aprender inglés: choferes de taxis, meseros, burócratas, incluso los que te tratan de vender puros de contrabando en la calle. Es común que interrumpan una conversación para decirte: ``¿podríamos hablar en inglés para practicar?''

Esta no es exactamente la Cuba de hace 10 años. Sucede que la metáfora a veces no es exacta. Miras alrededor y comprendes que, mientras esperabas, muchas cosas han cambiado.

10 de febrero de 2002