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Madrid -- Elián González no había cumplido los seis años cuando su madre y su padrastro lo subieron a un bote en la costa norte de Cuba, junto a una docena de ilusionados pasajeros, y amparados por la noche se largaron rumbo a la Florida, en lo que ya se conoce como la ruta de la muerte, cementerio marino sin versos de Valéry en el que miles de cubanos han perdido la vida tratando de huir del paraíso comunista. En el exilio los esperaban unos familiares cálidos y esperanzados. El bote zozobró y casi todos sus ocupantes se ahogaron, pero en medio del naufragio los padres de Elián tuvieron la desesperada ocurrencia de amarrar al chiquillo a una cámara de automóvil, cubrirlo con algún trapo para protegerlo del sol, ese asesino tropical, y luego trataron de sostenerse junto al neumático. Poco a poco los músculos fueron paralizándose. Comenzaron a alejarse y se perdieron en medio de las olas, en medio de la noche, en medio del terror. Elián debe haber oído los gritos desgarrados de su madre, cada vez más débiles, y los ``¡sujétate fuerte!'' que le ordenaba el padrastro, pero lo que nunca llegó a sus oídos, a esos tímpanos inflamados de salitre, fue la secreta plegaria de aquella mujer vapuleda por el agua, sacudida por una muerte temprana y absurda. Era la víspera del día gringo de dar gracias a Dios por seguir vivo. Veinticuatro horas más tarde apareció un bote. Lo izaron a bordo. Elián era una cosa aterida, acurrucada, un temblor diminuto y dos ojazos vidriados por el espanto. Un religioso que iba en la nave se echó a llorar. Fidel Castro decidió entonces montar un circo político sobre el dolor de Elián. Acusó a Estados Unidos de secuestro y exigió que reembarcaran el niño a Cuba, al hogar de su padre biológico. ¿Una especial sensibilidad con los sufridos balseritos? No parece. Si Elián hubiera muerto no habrían salido dos líneas en Granma. Los balseritos muertos nunca salen en Granma. En julio de 1994 las lanchas patrulleras cubanas asesinaron a 10 de ellos, más 31 adultos, pasajeros todos de la embarcación 13 de Marzo, y el comandante ni siquiera permitió un entierro decente a los cadáveres devueltos por el mar. Las madres de aquel maldito bote de madera exhibían a sus hijos pequeños pidiendo compasión, mientras los policías de Castro embestían el casco con sus lanchas de hierro y barrían la cubierta con mangueras a presión, como quien dispersa un hormiguero, como quien mata cucarachas o gusanos. Eso eran aquellos balseritos, aquellos indefensos Elián: gusanos, gusanitos perfectamente aplastables. ¿Le importaba acaso al máximo líder el vínculo filial? Tampoco es creíble. La legislación cubana está concebida para disgregar a la familia, no para unirla. Si un niño pierde a uno de sus padres en Cuba, y el otro está en el exilio, a la criatura no se le permite viajar al extranjero para reunirse con su progenitor. Lo destinan a un orfanato militarizado para que aprenda a servir a la patria muy lejos del traidor que lo engendró. Madre no hay más que una: la revolución. Y si éstas no son las causas, ¿qué hay tras este iracundo espasmo antiimperialista de Castro? ¿Por qué saca el problema de su ámbito natural --un pleito de derecho internacional privado entre familiares que se disputan la custodia de un niño, algo que sucede todos los días en todos los tribunales del planeta-- y lo eleva a casus belli contra Estados Unidos?Hay varias razones. Castro está enojado con Clinton. Se siente traicionado y quiere castigarlo. Creía que el presidente norteamericano iba a dar pasos decididos para levantar el embargo sin exigirle a La Habana la menor concesión en el terreno de las libertades, pero no ha sido así. La cumbre iberoamericana le resultó un desastre. No pudo asistir a Seattle por no arriesgarse a una garzonada judicial incoada como resultado del asesinato sobre aguas internacionales de varios ciudadanos y residentes norteamericanos que volaban en avionetas desarmadas de Hermanos al Rescate, acción legal cuidadosamente iniciada por el congresista Lincoln Díaz-Balart. Todo esto ha puesto al comandante muy irritado, rabioso, desafiante, estado emocional que siempre lo conduce a apedrear la embajada norteamericana. ¿Hay más gatos encerrados? Por supuesto. Castro desea forzar la eliminación de la ``Ley de Ajuste'' promulgada por el Congreso norteamericano en 1966, norma jurídica que autoriza a los cubanos a solicitar la residencia legal en Estados Unidos al año y un día de haber tocado este territorio. ¿Por qué Fidel quiere perjudicar a sus compatriotas exiliados? Primero, porque es su deporte favorito. Lleva cuarenta años practicándolo con un éxito sin parangón. Su hipótesis es que esa ley alienta el éxodo. Otra evidente falsedad: los mexicanos, los centroamericanos, los dominicanos o los haitianos, sin ``Ley de Ajuste'' que los proteja, continúan entrando clandestinamente en Estados Unidos por centenares de millares. Si la ley fuera derogada los cubanos insistirían en jugarse la vida por escapar hacia Estados Unidos. La única diferencia es que entonces vivirían en la ilegalidad, como el resto de los indocumentados. Lo que tendría que pedirse es una ampliación de la ``Ley de Ajuste'' para que todos los ``ilegales'' pudieran regularizar sus vidas, pagar impuestos y tener los derechos y deberes del resto de los ciudadanos de esa tierra. Hay pocas leyes migratorias más convenientes para todos que ésa. ¿Cómo va a terminar esta farsa? Lo sensato sería que el padre biológico de Elián viajara a Estados Unidos, radicara en los tribunales de la Florida una demanda por la custodia de su hijo, y dejara que los tribunales de familia decidieran. El pleito debe resolverse en pocos meses y no es improbable que el fallo le sea favorable. En ese periodo tal vez Juan Miguel --así se llama el padre de Elián-- descubra que la libertad no sólo es buena para su hijo, sino también para él. Tal vez entonces, acaso paseando frente a la bahía de Biscayne, mirando hacia el mar, decida que el sacrificio de la que fuera su mujer, la madre de Elián, no fue en vano. © El Nuevo Herald / Firmas Press www.firmaspress.com Publicado el domingo, 12 de diciembre de 1999 en El Nuevo Herald Contactos Copyright 1999 El Nuevo Herald |