Terrorismo cultural |
Un artículo de Belkis Cuza Malé
La vida misma demuestra que el tiempo actúa como una pomada milagrosa sobre los sentidos y alivia la pena, anestesiando la memoria. Las próximas generaciones estudiarán esta época como un momento siniestro de la humanidad, invidadida por fanáticos y monstruos y alegadas "guerras santas", incitadas desde el averno mismo. El monumento a las víctimas del 11 de septiembre se levantará sobre las ruinas del Word Trade Center y de los miles de cadàveres, como recuerdo de un crimen de lesa humanidad. Pero la historia misma de la civilización, sus terribles y apocalípticas guerras desde que Dios nos puso en este planeta, han precedido esta monstruosidad. Masacres sobre masacres, asesinatos de pueblos enteros, cacerías implacables, campos de concentración y cámaras de gas, dieron fama a Atila, Nerón, Herodes, Hitler, Stalin, etc, etc, y a un infinito número de miserables imitadores, y resumen ciertas etapas de la historia de la humanidad como el eterno espejo donde las víctimas no han dejado de ahogarse en masa. Esos crímenes superan en mucho las cacerías individuales o de sectores de la sociedad, llevadas a cabo a nombre de herejías, "limpiezas de sangre", luchas de clases, luchas ideológicas, y muchas otras que han proliferado a lo largo de la historia, y que no por ello dejan de llamarse monstruosas. El lavado de cerebro, los sutiles (y no tan sutiles) métodos de control utilizados en contra de los pueblos y muy en especial, contra los intelectuales de países comunistas, pudieran ser considerados parte de esa otra cara del terrorismo, el cultural, que ha dejado huellas profundas en la siquis de esas sociedades. Sin embargo, China, Corea del Norte, e incluso Viet Nam, continúan siendo fuentes innacesibles de información, pues se ignora ía situación real de sus intelectuales. En cambio en Cuba, dada su posición geográfica y su flujo de visitantes extranjeros, no es un secreto para nadie que la llamada "apertura" que algunos dicen ver sólo existe como manipulación oficial, para abrir y cerrar la llave, cuando lo cree conveniente a sus intereses. Porque en realidad, los intelectuales cubanos no han dejado de vivir en el terrorismo cultural desde que Fidel Castro abrió la boca para proclamar su estúpido "sislogismo" de "Con la revolución todo, contra la revolución nada". Han pasado cuatro décadas y sigue diciendo lo mismo, y ni la censura ni los horrores "domésticosº han cesado. Porque los escritores y artistas cubanos siguen viviendo prácticamente en el terror, aunque algunos disfruten hoy de ciertos privilegios. Como todos --todos-- son manipulados por la Seguridad del Estado, y deben rendir cuentas a la policía política, no hay viaje, ni congreso de literatura, ni exposición, ni publicación de libros, ni homenajes, ni premios, ni nada que se le parezca que puedan compensar las úlceras gástricas, los sudores fríos, los nervios, los delirios de persecusión, las conductas esquizofrénicas, las migrañas que padecen a consecuencias de una vida entregada al disimulo. Gente que en apariencias ha adoptado la aureola de santones, como Cintio Vitier y Fina García Marrúz --sumados tardíamente a la revolución--, saben perfectamente que viven dentro de la monstruosidad, y que, además, Dios va a juzgarlos como idólatras y cancerberos de lo peor. No necesito leer Los amigos de Lezama, el nuevo libro de Cintio, para conocer quiénes son ahora estos amigos del autor de Paradiso. Por supuesto que los que permanecen allí, cobijados también bajo la sombra del terror, pero nunca Armando Alvarez Bravo (que dedicó años a la edición crítica de Lezama y a quien lo unió una gran amistad), ni Reinaldo Arenas (que compartió con Lezama los últimos y más penosos años de ambos), ni ninguno de los que lo quisimos como ser humano y como gran intelectual. Y es que el terror es lo que hace a Cintio Vitier ser hoy un testaferro del régimen, un ser sin conciencia crítica de sí mismo. Un anciano oportunista que empaña su historia con una entrega estúpida a las fuerzas demoníacas. El terror intelectual lo padecimos todos los que en una u otra medida, y a lo largo de todos los años, fuimos censurados, encarcelados, prohibidos, apartados de nuestras labores, condenados al ostracismo, al exilio interior, a la opción cero, a la ignominia, la calumnia, la persecusión, el miedo, la tortura sicológica y finalmente a salir del país. El terror intelectual lo padecieron por igual Nicolás Guillén (siempre consultando al babalao y aquejado de nerviosismo, porque no era santo de la devoción de Fidel Castro), hasta el más novísimo de los escritores cubanos, porque vidas y obras eran sometidas a escrutinio: se espiaba no sólo lo que se escribía o dibujaba, sino lo que se decía, pensaba y hasta los silencios. Y por supuesto, tanto importaban la vida intelectual de cada uno como la personal. También, el terror solía disfrazarse de crítico de arte: Antonia Eiriz, extraordinaria pintora, fue una víctima temprana de ese terrorismo cultural, cuando los monstruos que pintaba, inspirados en Francis Bacon, recordaban sin embargo al gran manipulador del micrófomo y jefe máximo. Como consecuencia del terror, Antonia se aisló en su casita de El Juanelo y ya nunca fue la misma, ni siquiera en Miami, donde su vida no encontró la gloria merecida. No conozco a un sólo escritor y artista cubano que no viviese la paranoia del terrorismo cultural. Que no se sintiera vigilado, en peligro, no importa que fuese un incondicional del régimen o un simple simpatizante lleno de dudas. Mi libro Juego de damas, por ejemplo, fue hecho pulpa a raíz de nuestra detención en 1971, y fui llamada al despacho de Rolando Rodríguez, entonces director del Instituto del Libro (imaginarán mi terror), para amonestarme porque que "esos Faustos de mi poema, que yo paseaba en sus VW por La Habana, podían ser interpretados como los policías de la Seguridad del Estado", que entonces manejaban las llamadas "cucarachitas" alemanas. Y terror fue el de la poeta Maria Elena Cruz Varela, a quien le hicieron comer su obra; y el de Virgilio Piñera, asaltado en su apartamento por la Seguridad del Estado; y el de Pablito MIlanés cuando lo metieron en los campos de concentración de la UMAP; y el de Silvio Rodríguez al que por poco lo incineran cuando comenzó a cantar aquello que todo el mundo sabía era un manifiesto de odio a la figura de Fidel Castro; y terror el de Reinaldo Arenas, cuando lo tiraron de cabeza en El Morro; y el de René Ariza, cuando estuvo también preso cinco años en La Cabaña, donde fue operado de un tumor cerebral a consecuencias de los golpes recibidos; y terror el del escritor José Lorenzo Fuentes y su esposa Lida, condenados a prisión por supuesta complicidad con un agente de la CIA; y terror el de los escritores y artistas a los que se les citaba para la guerra en Angola, sin que pudieran negarse. Y terrorismo los actos de censura, de imposición, de amenazas bajo las cuales hemos vivido todos, todos. ¿Se imaginan, pues, la Enciclopedia del terrorismo cultural que pudiera escribirse sobre los intelectuales y artistas cubanos? Sería una recopilación parcial, porque las fuentes de terror en Cuba continúan tan activas hoy como ayer, y sus escritores y artistas siguen siendo las mismas víctimas de siempre. Belkis Cuza Malé BelkisBell@Aol.com 18 de noviembre de 2001 |