Una persona que parece que no me oye, ni me lee,
ni por lo visto me conoce, me pregunta de sopetón en la calle: ¿Y
a usted qué le parece lo que está sucediendo en La Habana?
Me parece asqueroso, le contesto, sí, ¡asqueroso! ¿De
qué otra forma calificar esa farramalla callejera en la que una
parte de la población desfila por las calles gritando groseramente
consignas que no siente sobre un problema que no entiende? Esto del niño
Elián tiene todas las características de un espectáculo
barato, urdido por quien desprecia al público al que tal espectáculo
está dirigido. Ese alguien se llama Fidel Castro. Según él,
el gobierno americano ha secuestrado a un niño cubano. Según
él, ese niño debe ser devuelto a su padre, que se quedó
en Cuba. Y según él, el pueblo tiene el derecho, y el Estado
el deber, de respaldar a ese padre, sean cuales sean las consecuencias.
¡Muy bien! Hasta aquí todo parecería
normal, aunque no tiene nada de normal pues bien se conocen las circunstancias
que produjeron la aparición de ese niño en Miami. Ese niño
fue rescatado de las aguas tras el naufragio de la nave en la que su madre,
que murió ahogada, lo traía hacia Estados Unidos para criarlo
en libertad. Aceptemos la aberración de que sea lo mismo criar a
un niño en libertad que en esclavitud y que se le devuelva al padre,
según la norma de que todo menor pertenece a sus progenitores, o
a uno de los dos si el otro ha muerto. ¡Muy bien!
Pero al llegar a tal punto una pregunta es
de rigor si no somos morones. Y es ésta: ¿Y por qué
ese padre no hizo la reclamación por las vías normales, a
través de las relaciones diplomáticas que existen entre Washington
y La Habana? ¿Por qué, por el contrario, lanzó Castro
las turbas a la calle y convirtió un caso judicial pequeño
en un problema político de enormes proporciones? ¿Por qué
hizo de eso un escándalo internacional y ordenó movilizar,
no sólo a sus amaestradas masas cubanas, sino a sus agentes en Estados
Unidos? ¿Por qué el presidente de la Asamblea del Poder Popular,
Ricardo Alarcón, se dirige a las cancillerías extranjeras
en un documento contradictorio en el que acusa a Estados Unidos de secuestro
pero en el mismo documento admite que los cuerpos de vigilancia castrista
localizaron la nave al salir y dieron a los guardacostas americanos todos
los datos, tamaño de la embarcación, número de pasajeros,
etc?
La respuesta a todas estas preguntas es una
sola: porque Castro necesitaba un show y el trágico accidente en
que se vio envuelto el menor fue ese show. El ultimatum inicial de Castro
(que luego ridículamente modificó), ¿qué cosa
era sino parte de ese show? ¿Qué era, igualmente, la erección
de costosas vallas con la imagen del niño, la ridícula visita
a la escuela en Cárdenas donde estudiaba, el pupitre vacío
y los escolares llorando por él, las banderas, pancartas y carteles,
las trasmisiones de radio y televisión y el resto de la pachanga
publicitaria pidiendo el regreso de Eliancito (ahora lo llaman así)?.
No creo que haga falta mencionar aquí
la ausencia de pudor, el cinismo de Castro, aparentando que su preocupación
por el bienestar del niño Elián es legítima. ¿Cuántos
Elianes asesinó ese mismo Castro en el remolcador 13 de Marzo? ¿Cuántos
Elianes no ha privado Castro de su niñez y su felicidad encarcelándoles
a sus padres? ¿Cuántos Elianes no están aprisionados
en Cuba en espera de una visa para poder reunirse con sus madres que los
reclaman en Estados Unidos? ¿No era un niño como Elián
el cubanito sobrino del periodista miamense Ernesto Ríos, que murió
ahogado con su madre al embestir una torpedera castrista la nave en que
huían de Cuba?
No, no creo que haga falta hablar de estos
hechos que todos los cubanos conocen. Lo que sí creo necesario decir
es que el gobierno de Estados Unidos parece haber caído otra vez
en una celada, urdida por quien conoce bien a este país y los límites
que la opinión pública establece a las decisiones de sus
gobernantes. ¿Se puede admitir de otro modo que un chantaje cínico,
el acoso de las turbas castristas a la Oficina de Intereses, sea respondido
con un débil anuncio de que se entregará el asunto a los
tribunales ordinarios, como si se tratara de una cuestión secundaria?
¿Se puede tolerar que el desafío político de Castro
no tenga otra respuesta que una negociación pasiva en la que se
habla del bienestar del niño pero no de ese desafío? ¿Se
puede aceptar que el miedo a que el dictador rompa el tratado inmigratorio
inundando a la Florida con nuevas oleadas de balseros pese más en
la conciencia de los gobernantes de este país que el prestigio moral
de la nación y el respeto a las tradiciones humanísticas
de que esa nación se proclama defensora en todo el mundo?
No, no se puede admitir. Y los cubanos no
lo admitimos. Pero ante esta dramática realidad tenemos que admitir
esta otra: el niño Elián no es nuestro. El niño Elián
no es tampoco de la madre muerta. El niño Elián no es siquiera
de ese padre cejijunto y frío que lo abandonó un día
y ahora dice esperarlo con los brazos abiertos. El niño Elián
es de la dictadura de Castro y del gobierno de los Estados Unidos que se
lo están jugando como una ficha política.
Los que no somos ni cipayos del gobierno americano,
ni lacayos de la tiranía de Castro, simplemente reprimimos nuestro
asco ante este espectáculo nauseabundo... Mientras esperamos el
día en que aparezcan sobre los cielos de Cuba y los Estados Unidos
otros gobiernos y otros hombres.
AGUSTIN TAMARGO
© El Nuevo Herald
OPINIONES
Publicado el domingo, 12 de diciembre de 1999 en El Nuevo Herald
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