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 La infancia y el viento
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EL NIÑO….
Papucho lo heredó porque a su padre le llaman Papo, y este apodo no cambiará hasta que el viejo no se marche para siempre, después de todo no podía quejarse, Papucho era bastante aceptable, los había peores, pero más suerte tuvo su hijo por los cambios de la moda, y éstos dejaron de llamarse como los padres y los abuelos, pero se impuso una más cabrona, la de llamar o la de bautizar a los niños con los nombres de los guerrilleros, brotando como un manantial los Fidelitos, Raulitos, Camilitos, Ernesticos, Celitas, etc, etc, hasta que se abarrotó el mercado con estos nombres que hoy se cargan como una cicatríz de mucho peso. Mira que se atracan de porquerías en el patio (Cuba) solo por competir con el vecino o caerle bien al Secretario del Partido, la verdad es que deberían permitir que la gente fuese inscripta con un nombre provisional hasta la mayoría de edad, para después uno poder decidir y decirle a los viejos, "bueno hasta aquí los complací, pero a partir de mañana me llamo como me da la gana y no como ustedes me impusieron".

La cosa se puso mas fea después del 61, cuando el tipo declaró que éramos socialistas nos invadió una pila de nombres raros y hasta feos, el mercado se inundó de Vladimires, Tanias, Yuris, Ilianes, Igores, Yoryankas, etc, etc, hasta que la gente se cansó nuevamente al ver que ninguno de estos nombres lograban que quitaran la libreta de racionamiento y comenzó a funcionar el Comité de Inventores y Racionalizadores de las provincias orientales. Entonces los palestinos se dieron a la heróica y creativa labor de inventar nombres como : Mayelin, Yunieski, Yadelin, Iyamilet, Kirenia, Joila, Wilkis, etc, etc,... ¡se la comieron, señores!,( como decimos en Cuba) era como si la gente quisiera olvidarse de la lengua materna, y condenaran injustamente a muerte a los Pedros, José, María, Antonio, Raúl y Andrés.

Por suerte Papucho nació antes de esta guerra a muerte contra los nombres de la colonia española,después de él vinieron otros hermanos que tuvieron la misma dicha y conservan sus nombres en español, así en cualquier pase de lista nadie se le queda mirando como si hubieran nombrado a un marciano, hay que reconocer que había abuelos abusadores con eso de poner los nombres en Cuba, el de Papucho era un cruel asesino en eso de bautizar a sus hijos, a su mamá, que en paz descanse, le puso de nombre Gloria Felipa de la Caridad sin contar los apellidos que también eran un poco cabrones, así marcó para siempre a todos sus hijos, todos tenían que ser de la Caridad por su devoción y santos huevos; pero su abuelo no era el único criminal, Papucho tuvo un amigo que se llamaba Eleuterio Venancio y de verdad sentía mucha vergüenza cuando las chicas le preguntaban por su gracia, y como a él no le gustaba llevar ninguna carga con semejante peso, casi siempre decía que se llamaba Benny, hasta el barbero con el que se pelaba era otro infeliz desgraciado, el tipo lo bautizaron con el nombre de Monasterio.

A los cinco años de edad, el padre de Papucho abandonó a la familia quedando la pobre madre a cargo de cuatro bocas que alimentar, por suerte y a través de litigios, la carga se dividió en dos, pero aún así era muy difícil para su mamá el poder mantenerlos, iniciándose de esta forma un largo vagabundear de casa en casa, sin tener un punto fijo donde recalar, hoy con una tía y el primo que lo orinaba durmiendo para en la mañana echarle la culpa, otro día con los abuelos, después otro tío más y así mientras pasaba el tiempo.

Un día, la mamá le dijo que le había conseguido una escuela donde dormiría tranquilo, tendría la comida segurada y podría jugar con muchos amiguitos. No le gustó mucho la idea pero no tenía otro rumbo para donde escoger, además Papucho era muy chiquito para comprender toda la tragedia de una familia dividida, y a los pocos días entraba en la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana.

Por su tamañito y edad fué designado para el grupo de parvulitos, donde había decenas de niños como él, negritos, rubios, mulaticos, chinitos, blanquitos, muchos de apellido Valdez y al cabo del tiempo se enteró que eran huérfanos, aquellos muchachitos lo acogieron como a un hermanito más, ayudándolo a ir borrando la nostalgia por la separación de los suyos, hasta que se adaptó a ser uno más de aquel gran grupo de seres que nunca supieron quién los trajo al mundo.

Todos los fines de semana alguna tía o su abuelo venían por él mientras su mamá trabajaba y solo la veía tarde, en la noche en que podía dormir con ella y no fueron pocas las ocasiones en las que se acurrucaban cuando había mucho frío, mientras Papucho se acordaba de sus compañeritos, quienes a su regreso siempre le preguntaban como eran los papás, o los tíos, o los abuelos.

Su adaptación fué tan rápida a aquel medio, que había momentos en que no tenía deseos de salir a la calle, allí encontraba todo lo necesario para hacer feliz a un niño, la escuela contaba con equipos de fútbol que eran famosos en aquellos tiempos, y disfrutar de un partido era uno de sus favoritos entretenimientos, los domingos habia desfile en la plaza que estaba en el centro de la escuela, y le gustaba ver a los mayores desfilando al ritmo de una magnífica banda de música, y le entraban deseos de ser grande para desfilar como ellos, con su uniforme de marinero que era el que usaban para este acontecimiento, los jueves y domingos daban cine, durante todo el verano los llevaban a la playa en los autobuses de la escuela, excursiones al valle de Viñales y al de Yumurí, al cine de Radiocentro, se integró muy rápido en el coro de la escuela y recuerda haber trabajado un día de esos en que despedían a los artistas mexicanos Alfonso Arau y Corona en el canal 4. Sin embargo, una de las cosas con las que más disfrutaba Papucho, era salir todos los dias a jugar en el parque Maceo, solo tenían que cruzar la calle San Lázaro y estando la escuela frente a él se sentía sin embargo más libre viendo el transitar de los autos, tocado por la brisa marina y no fueron pocas las veces en que lo llevaron hasta el muro del Malecón para disfrutar de ese dulce ruido producido por el choque de las olas contra los arrecifes y el lento movimiento de los barcos cuando salían del puerto.

Su primera comunión no tuvo nada que envidiarle a la de un niño rico, las cariñosas monjitas lo habían preparado todo con lujo de detalles, lindos trajecitos para la ceremonia que se celebró en la bella capilla de la escuela, y después un desayuno especial para celebrar el acontecimiento, antes de partir a una excursión. Un día una de las monjas que los atendía puso a todos los niños en fila y a uno por uno los fué observando con detenimiento, separando de entre todos a siete de los muchachitos y entre ellos quedó Papucho, los vistieron con la mejor ropa que habia en la escuela y a los pocos minutos se encontraba en el Palacio Presidencial junto a otras siete bellas niñas jugando con uno de los hijos del Presidente antes de que comenzara la fiesta de su cumpleaños. Al día siguiente, la maestra de segundo grado sorprendió a Papucho dándole un beso y mostrándole toda una plana del Diario de la Marina, donde aparecía éste en la mencionada fiesta junto a la Primera dama, junto a los invitados y junto al mismo Presidente, ese fin de semana su abuelo le mostró lo mismo, pero a Papucho le importaba tres pepinos aquello, ya que no comprendía nada. 

 

 

EL VIENTO….

Un día de esos cualquiera y durante varios, les prohibieron salir como de costumbre al parque Maceo, todos estaban tristes y abrumados, aquello se había convertido en una norma de sus vidas, pero dentro de aquellas paredes no se dieron cuenta que en el exterior soplaban otros vientos, no eran fríos porque no venían del norte y eran más fuertes, tampoco podía decirse que fueran los Alisios ya que no llegaban del nordeste, estos vientos tenían una dirección mas bién del este, de donde vienen los ciclones y huracanes, con ráfagas destructivas que arrasaban con todo, lo malo y lo bueno imponiendo un nuevo sentido a los vientos que reinaban, eran vientos embriagadores, llenos de esperanza, vientos unas veces falsos, más bien traicioneros pero muy fuertes y no vaciló en utilizar el don que tiene el hambre para cegar y confundir también, para embrutecer y no dejar que se oiga una voz con su ruido ensordecedor, y este viento prometedor durmió a todo un pueblo, sumiéndolo en un letargo del que no pudo nunca escapar por la conspiración que existió siempre entre el hambre y el viento.

Acostumbrados a recibir los juguetes de manos de los Tres Reyes Magos, ese año al viento se le antojó que debía ser por otros con barbas como los Reyes, pero éstos estaban armados y uniformados, llevaban en el brazo izquierdo un brazalete y hablaron un idioma menos dulce que el de aquellos amados Reyes que desaparecieron para siempre de la escuela, y fueron quizás los primeros condenados al destierro.

A Papucho lo trasladaron para Tiscornia ante los avances de la demolición de su escuela y allí dejó de ser párvulo ingresando en la octava compañía de varones, así empezaron las primeras marchas de su vida de infante y recuerda cuando el Jefe de la misma los formaba para ir al comedor, a las aulas, al dormitorio o sencillamente para desfilar.

- ¡Compañía, atención !.– Ordenaba con voz militar. - De frente, March !. - Todos salíamos con el pié izquierdo y el tipo comenzaba a gritar con la misma voz ronca, para que lleváramos la cadencia el acostumbrado 1,2,3,4.

- ¡1,2,3,4, marcando el paso pedazo de cabrones!.- Decía el muy hijoputa.

- ¡1,2,3,4 !.

- Comiendo mierda y rompiendo zapatos !.- Repetíamos un pequeño coro desde la fila.

-¡1,2,3,4 !.

- Comiendo mierda y rompiendo zapatos !_ Así siempre, pero bajito y tratando de que el cabrón no nos escuchara, éste no era como aquellas dulces monjitas y los castigos eran severos.

A Tiscornia venía siempre el abuelo de Papucho los fines de semana y aquello significaba una obligatoria visita al Observatorio Nacional, ya que este era amigo del señor Millás su director, y allí se le esfumaban varias horas de juego, estaban construyendo entonces al majestuoso y cómplice Cristo que adorna la entrada de la bahia con su silencio.

Al poco tiempo de estar allí los trasladaron para una magnífica escuela ubicada en Ceiba del Agua, el antiguo Instituto Civico Militar y el proceso de transformación que había impuesto el nuevo viento se establecía a prisa y con mayor rigor, de aquellos cambios el que mas le gustó fué el de poner a las hembras y varones a estudiar en las mismas aulas, así conocería a su primer amor Mireya, lo más puro y tierno que recuerda de la infancia, el amor sin malicia ni celos, el que no se olvida aunque se quiera por haber sido el primero en ocupar un puesto en el corazón, límites que nadie pudo violar ni borrar del recuerdo, ya que para lograr tal cosa se requiere ser niño de nuevo y eso solo pudiera ser de existir otra vida, pero en esta es imposible romper aquella hermosa ilusión ni sus recuerdos. 

Con esta bella niña coincidía muchas horas del día, las que para quien esté enamorado 24 suenan ridículas, juntos estaban en el Coro y en el Grupo de Arte Dramático, Papucho era del equipo de fútbol y estudiaba Solfeo para ingresar en la banda de música, los sábados cantaba la lotería en el teatro del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda que dirigía Pastorita Nuñez, hasta que los vientos suspendieron estos juegos legales para buscar a una sociedad más pura. Todo el tiempo lo tenía ocupado pero nada ni nadie podía privarlo de ver a su amada niña todos los días, junto a ella y guiado por el blibliótecario de la escuela tuvo su primer contacto con el maravilloso mundo de Emilio Salgari, Julio Verne, Rabrindanat Tagore y el hombre mas amado por los niños José Martí, allí aprendió a mover las fichas del Ajedrez y todavía le alcanzaba el tiempo para darse sus fugas por los campos de esa gran escuela en busca de frutas para su novia.

El polígono de los desfiles era más grande y Papucho marchaba orgulloso con su compañía, ahora más que nunca porque sabía que Mireya lo observaba y no se perdía cada detalle de sus movimientos, y la banda sonaba mientras el Jefe seguía gritando con voz estridente:

- ¡1,2,3,4 !- Mientras su grupito no dejaba de corear. -Comiendo mierda y rompiendo zapatos !.

Así un buen día llevaron a todos los alumnos de la escuela para la playa de Bacuranao y los tuvieron en unas cabañas muy bonitas durante dos semanas donde gozaron de lo bueno y creyeron en lo generoso que era el viento que soplaba, sin darse cuenta que éste era traicionero y mentiroso, que actuaba solapado y no era sincero. Cuando terminaron aquellas vacaciones y regresaron a su hogar de siempre, notaron que algo les faltaba, algo que había sido muy importante en sus vidas, quiénes cuando estaban enfermos no dormían y se pasaban horas rezando junto a sus camas, quedaba un gran vacío, el viento en su turbulento recorrido se había llevado a las monjitas y al cura de la escuela, aquellas quienes durante muchos años ocuparan los lugares de las madres que no existieron, y esa traición provocó ríos de lágrimas entre todos los niños, quienes a partir de entonces veían al viento con desconfianza.

A Mireya se la llevaron sus padres y con ella se marchó el alma de Papucho, ya nada le llamaba la atención, para él la música no tenía sentido, y muertas tenía las piernas para poder patear un balón, sin ella el arte no era arte, porque no se puede expresar algo que no se siente cuando se tiene partido el corazón, y aquel dolor que nadie comprendía lo llevó a las constantes fugas por el campo donde consumía la mayor parte de las horas que estaba junto a ella, solo rodeado de los matorrales, distraído por el canto de las aves y únicas testigos de su llanto.

Aquel viento trajo nuevas palabras, nuevas costumbres y con su fuerza arrolladora arrastraba multitudes que caían dormidas por sus cantos de esperanza, aparecieron más uniformes de distintos tipos y colores, unos con boinas y otros con gorras, y se veían por donde quiera, pelotones de jóvenes, de viejos y hasta niños que marchaban al compás del mismo ritmo.

- 1,2,3,4, comiendo mierda y rompiendo zapatos..

Al Grupo de Arte Dramático lo seleccionaron para la escuela de ballet dirigido por Alicia Alonso, para allá partieron Edmundo Ronquillo, Pablo Moré, Nicolás, Francisco del Toro, Jorge Esquivel y otros, Papucho rehusó partir con ellos, el quería escapar lejos de donde lo atara el recuerdo de su amada y la mejor oportunidad fué la Alfabetización, se fué con un grupo teniendo solamente once años y en Varadero le cambiaron el uniforme por otro, le pusieron un farol en las manos y todos los días marchaba para el comedor al mismo ritmo que ya conocía:

-1,2,3,4, comiendo mierda y rompiendo zapatos.!- Mientras el viento soplaba más fuerte después de lo de Girón, arrastrando más y más multitudes embravecidas, oportunidad en la que soplaba más fuerte aquel viento traidor que se aprovechaba de la inocencia de los hambrientos prometiendo cada día más esperanzas.

Todos los del grupo de la escuela se pusieron de acuerdo para marchar hasta Baracoa, escogieron este sitio porque alli terminaba la isla, de lo contrario se hubieran largado más lejos, como queriendo escapar de algo, tal vez de los recuerdos. El viaje fue lento y largo hasta Guantanamo, después continuaron en un camión en busca de su destino, y mientras era de día el paisaje era encantadoramente deslumbrante, el ascenso a La Farola se tornó peligroso a medida que caía la tarde, no existía carretera alguna y con solo mirar hacia un lado todos sentían miedo al ver reducidas las enormes palmas reales en la medida que descendían por las laderas, luego lo oscuro, cuando no se veía nada dando la impresión de estar volando o viajando por un espacio sin estrellas, del que solo regresabas por los brincos del camión cuando caía en algún bache o al pasar un área bañada de cocuyos (luciérnagas), que en medio de la oscuridad parecían faroles gigantes o cometas.

Mojados y hambrientos llegaron tarde en la noche a aquel silencioso pueblo que una vez fuera la primera Capital de Cuba, todo estaba en silencio y después de probar un bocado, cayeron así mojados en improvisadas literas, como muertos. Por la mañana temprano tomaron algo de desayuno, luego del pase de lista dieron un recorrido por el pueblo y al mediodía fueron distribuidos en otros camiones que los llevarían hasta el final del camino, para emprender una vida nueva que el viento había trazado en sus destinos. Cruzaron el río Miel a través de un viejo puente de hierro y de madera, sus aguas no eran profundas y de lo cristalinas que eran, se podían contar una por una todas las piedras del fondo, a ambas orillas algunas mujeres lavaban su ropa mientras los niños se divertian dentro de aquellas maravillosas aguas, el viejo puente temblaba por el peso de aquel camión ruso, todos sentían miedo. En la otra orilla había un caserío que esa gente de atrevida llamaban pueblo, Cabacú era su nombre, pero ¿cómo se le podrá llamar pueblo a una decena de casuchas al lado del sendero?. Así es allá y no habrá quién les quite esa costumbre, dos o tres bohios son un batey y más de esta cantidad es un pueblo.

A media distancia de la longitud de Cabacú el vehículo dobló a la derecha y se internó en el monte, esto fué lo último que se vió de civilización. Metro a metro el monte era cada vez más compacto, más salvaje y no estaba acostumbrado a recibir camiones, su lenta marcha la realizaba partiendo cuanta rama se oponía en su desafiante avance, obligando a su cargamento a permanecer agachados en su cama, quienes solo sacaban la cabeza al aire cuando cruzaban el río, el mismo que serpenteaba todo aquel llano, no se sabe cuantas veces, siete u ocho pudo contar Papucho y en pocas ocasiones encontraron algún bohio (casa campesina hecha de la madera y las hojas de la palma real), de donde salían los campesinos por el alboroto de los niños ante el paso ruidoso de aquel camión, que rompía la armonía de aquel paraíso y los saludaban moviendo los brazos y con silbidos que llegaban tenues por el estremecedor ruido de aquel motor.

Donde terminó el llano, finalizó aquella aventura y ya tarde los acomodaron en lo que era la escuelita de la zona para descansar, al dia siguiente emprenderían el camino hasta lo que se llamaba el Cuartón Cerqueo y para ello tenían que vencer una prueba de fuego, el ascenso de la montaña que rompe desde el mismo llano conocida como El Pinalón. Cada cual amarró las hamacas como se les ocurrió, nadie sabía hacer nudos pero después de tantas vueltas a las sogas, todos durmieron seguros. En la mañana, después de un jarro de agua de café y un pedazo de pan viejo, que cada cual lo mojó con aquella caliente y dulce agua, ataron sus mochilas y partieron en columna guiados por un Maestro Voluntario de nombre Reunerio Cuellar, era joven y fuerte, mulato claro de raza pero se veía en su andar ligero que estaba fogueado en las montañas, los muchachitos que lo seguían eran una calamidad llegados de la Capital del país quienes nunca habían visto un monte como ese. Los amigos o hermanos de Papucho al ver el esfuerzo que éste estaba haciendo durante la fatigosa subida a aquella montaña, que para ellos en ese momento era más alta que el Everest, le aliviaron la mochila, hubo partes del camino casi verticales y por la falta de costumbre la subieron en cuatro patas mientras extrañaban el llano y las comodidades de la ciudad, sin embargo trataban de vencer aquello que el destino les había puesto en sus caminos como una dura prueba y todos hubieran querido regresar por el mismo sendero en ese duro momento, pero los mantenía luchando una batalla contra su propia vergüenza, nadie sabe cual, pero eso los obligaba a no rajarse (renunciar), solo a mitad del camino regresaron dos que no eran conocidos de Papucho, pero los hermanos de la Beneficencia le decían: 

- Tu sigues palante coño, aunque te tengamos que llevar cargado, porque a nosotros no hay quien nos separe.- Aquellas palabras de sus compañeros le sacaba fuerzas de donde no había y siguió, el farol ya le pesaba demasiado y en un farallón lo arrojó, su meta era seguir, seguir adelante y no defraudar a sus amigos quienes demostraban mucha preocupacion por el más pequeñito del grupo.

Casi a las dos de la tarde vencieron la escalada más difícil y llegaron a la cumbre del Pinalón, allí cayeron desmayados, pero a esa altura tuvieron el privilegio de observar por primera vez en sus vidas un paisaje que solo un poeta puede descifrar en versos, a lo lejos, verdaderamente lejos y escapando entre las montañas podía verse un azul distinto al del cielo, era el mar que contrastaba con aquel verdor puro de las montañas, quien sabe a que distancia pero estaba allí, de lejos muy sereno y tranquilo; sabe Dios a cuantas millas, pero a su alrededor brillaba algo nuevo que no había sido tocado por el viento que sopló en la Capital, todo era virgen y oyó un canto desconocido para él, después con el tiempo aprendió que era el trinar del ruiseñor.

Cuando finalizó el breve descanso continuaron la marcha, ahora mas fácil con ascensos y bajadas, mitigaban su sed en manantiales que brotaban oportunamente en medio de los caminos brindando al caminante un agua pura y fresca que solo conoce quien ha vivido esta aventura, la marcha era cortada por el vuelo de aves de vivos colores que nunca habían visto y eso les gustaba, no sabían por qué razón, quizás los embriagaba lo nuevo.

Llegaron de noche a Cerqueo y en la primera casa o bohío dejaron a Papucho por ser el mas chiquito, así en medio de la oscuridad continuó aquella pequeña columna de niños su recorrido por las montañas, niños que el viento iba curtiendo hasta convertirlos en hombres, en hombres enanos con sueños de niños, hubo poco tiempo para el protocolo y Papucho amarró la hamaca en el rincón que le habían designado quedando dormido a los pocos minutos sin probar bocado de comida.

A la mañana siguiente lo despertaron el canto de los primeros gallos, canto que era rebotado por el eco que producen aquellos espacios entre las montañas y es respondido por los gallos de otras comarcas, cuyos cantos son transportados muy lejos por el viento, por un viento puro que no hiere a nadie y viaja muy lejos llevando consigo esos cantos de amor y de retos que no ofenden ni engañan , aquel intercambio de mensajes lo despertó y aquel amanecer fué alegre, nunca se lo había imaginado, después un canto raro, el de aves desconocidas que llenaban aquella agradable atmósfera de un concierto de sonidos inimaginables, desde los más graves hasta los más agudos, desde los más conocidos hasta los que se consideraban desaparecidos, aquella mezcla de dulzuras es el mejor despertar que pueda tener el ser humano, una sinfonía compuesta para guajiros y tocada por Guacaicas, Carpinteros, Mayitos, Cabreros, Tocororos, Tomeguines, Negritos, Caos, Torcasas, Cotorras y un Solo de Ruiseñores es la música que solo se ofrece en el Paraíso, la que verdaderamente agradece y conoce el campesino, quién distingue cuando se avecina una tormenta por los chillidos de las cotorras o sabe la hora aproximada por el canto de la Guacaica o Arriero.

Estas cosas Papucho las ignoraba pero las conoció con el tiempo, cuando se hizo guajiro a fuerza de vivir con ellos, de compartir sus penas, el plato de vianda y tambien sus sueños, esos que se parecían a los de él, porque los sueños de los guajiros son como los de los niños, no desean nada grande, unos cuantos animalitos, que se les den sus cosechas y quizás un poco de lluvia. Viviendo así dentro de esa pobreza el guajiro lo comparte todo, bueno, esos fueron los guajiros de aquella época, antes de convertirse en enemigos de los hambrientos, porque hoy se convirtieron en explotadores de la miseria, no todos pero sí un gran tanto por ciento.

El bohío era grande, tenía una gran sala con su piso de tierra, tres de sus puertas daban al exterior, una de ellas directamente a la cocina que generalmente era construida fuera de la pieza principal, separada a unos metros de ella pero contigua, esto lo hacían al parecer para evitar el humo del fogón que siempre era de leña,las otras dos a cada lado y una última interior que daba paso a lo que era el cuarto, éste era grandísimo y allí dormía toda la familia, Eusebio que era el hombre de la casa y canario de origen, su mujer más cinco hijas y un varón. A Papucho le dieron una de las esquinas de la sala para amarrar su hamaca, encima de él había unas tablas que servían de libreros y también para que las ratas saltaran desde allí hasta la hamaca del Maestrico para de esta forma llegar al suelo. Desde la primera noche sintió pánico por dormir solo en aquella espaciosa sala, haciéndolo con la cabeza tapada para evitar un desagradable encuentro con estos roedores a los que en muchas ocasiones los arrojaba con un golpe fuerte, sintiéndo sus quejidos.

Bien separada de la casa, más o menos a unos diez metros se encontraba la letrina que Papucho nunca utilizó durante toda la campaña, no solo por el mal olor sino por el miedo a las culebras que del techo de paja salían con frecuencia y hacía que alguna de las muchachas salieran en despavoridas carreras ante la risotada de los miembros de la familia. A un lado de la casa había una arboleda de Jobos que servían para darle sombra a las plantas de café y junto a este sembrado tenían también arboles de cacao, del otro lado un gran guayabal del que nunca pudo comer una fruta por estar minadas de parásitos, más lejos comenzaba el monte virgen, donde podían encontrarse árboles de todo tipo de frutas que allí nacieron sin nadie sembrarlas para que las disfrutara el primero en adivinarlas, unas veces se encontraban buenos plátanos manzanos que se disputaban a los pájaros, otras veces eran unas enormes y muy dulces mandarinas, aguacates de todas las variedades, mangos, ciruelas y hasta piñas que no se veían desde los caminos, y chocabas con ellas por sorpresa.

Todo esto lo comenzó a disfrutar a los pocos dias de su llegada y hacerse compañero inseparable del único varón entre toda aquella prole que tenía Eusebio en su casa, los desayunos fueron el primer choque para él, un gran plato de viandas acompañado por algún chicharrón de puerco o morcillas que ellos mismos preparaban con las tripas carne y sangre del puerco, luego las ponían a ahumar encima del fogón de leña y una vez listas constituían un delicioso manjar, después, nunca más en su vida volvió a probar esta exquisitez de la mesa campesina, todo aquello era acompañado por un gran jarro de agua de café que sabía sabroso también, la primera colada era siempre para los viejos o los mayores de edad.

Los almuerzos y comidas casi siempre estaban constituidas por las mismas viandas, ñame, malanga, boniato, yuca, guapen, calabaza y estas siempre irían acompañadas de algún pedazo de carne, unas veces pollo, puerco, jutias, guanajo, tasajo, arenque (pescado ahumado), bacalao, etc, en muy raras ocasiones se comía arroz, solo en días festivos y Papucho recuerda haberlo comido solamente en dos o tres oportunidades.

Eusebio bajaba como mínimo una vez al mes hasta el pueblo para vender viandas o café y con ese dinero compraba azúcar, sal, keroseno, fósforos, jabón, algún pedazo de pan que se devoraba con locura y siempre traía algún recorte de tela para hacerle ropa a las muchachitas, fuera de esto, los campesinos de ese tiempo se auto-abastecían de todo y no dependían de la ciudad para nada, muchas veces, cuando no podía bajar al pueblo por estar el río crecido, al faltar el azúcar hacían el café con el jugo de la caña que tenía sembrada para estos fines y que todos respetaban o bien lo endulzaban con miel de abeja, hasta que la situación cambiaba, de ambas maneras queda muy bueno y se puede beber.

Siempre a la hora de cualquier comida que degustaban en la sala con el plato en la mano, dejando la pequeña mesita para los mayores, era una norma llegar hasta el plato del padre y cada hijo le echaba una cucharada de su comida mientras le pedía la bendición, éste le vertía una cucharada del suyo al plato del hijo dándole la bendición solicitada, aquella era una tradición familiar muy bella que Papucho observó con mucha admiración, pero al pasar los dias, los muchachos después del acostumbrado rito, se le quedaron mirando como preguntándole si él, como nuevo miembro de aquella humilde familia, no le pediría la bendición al padre. Presionado por aquellos imperativos ojos Papucho se levantó y fué hasta el plato de Eusebio pidiéndole la bendición, ésta fué respondida de la misma manera que hacía con sus hijos, y aquella acción fué aplaudida con la risa de todos los muchachos que le dieron de esta forma la bienvenida para dejar de considerarlo un extraño y ser desde entonces un hermano más.

La hija mayor de la casa tenía novio y éste comenzó a construir su bohío a unos cien metros loma abajo de donde vivía Eusebio, así era entonces, nadie era dueño de nada y menos de aquellos montes, que comenzó a tumbar para sembrar sus plantas con las que alimentaría a la futura familia, en ese Cuartón todos eran parientes o al menos lo demostraba los apellidos que cargaban, todos eran Rodríguez o Ramírez y cualquier bronca con uno de ellos, era la bronca de la comarca. Como no existían abogados ni leguleyos, allí imperaba la ley de las costumbres, no se sabe quién las trajo hasta esos montes, pero estas eran sus leyes y había que respetarlas, nadie estaba casado según los papeles, pero todos lo estaban y así se trasmitieron los apellidos, desde los abuelos a los nietos y antes de éstos, hasta los mismos colonizadores y esclavistas que nadie había visto o conocido, pero que eran sus orígenes de acuerdo a como se llamaban.

Luego, cuando el bohío estaba terminado llegaba el momento de la fuga, el más difícil para la pareja, la hembra preparaba su jabuquito con sus trapos que eran muy pocos, mientras el novio ensillaba el caballo con el que se llevaría a su Dulcinea y ambos trotaban toda la madrugada hasta donde se lo habían propuesto para consumar el acto que los uniría toda la vida sin necesidad de firmar ningún tipo de documento. Al dia siguiente el padre, ofendido supuestamente, saldría machete en mano a buscar el tesoro perdido o robado, pero en su conciencia llevaba grabada la alegría por el hecho ya realizado que era una muestra del verdadero amor de la pareja, y después de aquella fingida ofensa, llegaba el perdón y aceptación de la familia, porque así se había casado Eusebio y antes que él su padre y mucho antes los abuelos de sus abuelos, esto, hasta donde pudieron averiguar porque después, estas interrogantes se perdieron en el mar.

El caso de la hija mayor de Eusebio se recuerda y recordará hasta la eternidad en aquella zona, el novio de ésta era un guajiro que se estiraba a la categoría de cualquier caballero, y quiso llevar sus sueños bien lejos, hasta donde no hubo llegado guajiro alguno, proponiéndose dentro de aquellos una Luna de Miel, cosa desconocida por campesino alguno, claro, el mejor hotelito de Baracoa en aquellos tiempos tenía habitaciones que costaban solamente un peso diario, increíble, pero en esta época un peso valía algo. La cosa fué que el guajiro robó como estaba establecido a la novia y se la llevó para el llano, la infeliz era la primera vez que bajaba de las lomas en veinte años, nunca había visto más allá de lo que le habia ofrecido la naturaleza, y al llegar a la primera carretera en Cabacú, mientras andaban en las ancas del caballo, vió venir en sentido contrario una mole de hierro y chatarra con forma de monstruo que despedía humo por uno de sus lados y hacía mucho ruido, aquello era impresionante de la misma manera que el Quijote se confundió con los molinos de viento, esa campesina lo confundió con algo aterrador y desagradable, bajándose de un tirón de aquel caballo, y emprendiendo una veloz carrera por el monte de donde la habían sacado. Luego que se hicieron las paces de una guerra que no había existido, el guajiro hizo el cuento que recorrió todo el cuartón y se hicieron famosos por culpa de un camión.

Como Papucho era un niño, le estaba permitido entrar al cuarto de los guajiros a cualquier hora del día, no fueron pocas las veces en las que vió a las muchachas en paños menores, pero para él aquellas eran algo así como las hermanas que nunca tuvo y su mentalidad infantil no se prestaba para otro pensamiento que no fuera el de conocer y vivir en aquel lugar donde todavía no soplaba el viento.

Las puertas de la sala estaban cerradas con las yaguas de las pencas de la palma, ésta era la parte de las hojas que iban adheridas al tronco del árbol, algunas llegaban a medir más de dos metros, todo dependía de la altura de esa majestuosa planta que ofrece al campesino su cuerpo entero, la madera, sus hojas para el techo y su fruto para alimentar a los cerdos, sirviendo también de hogar a muchos pájaros, en sus troncos abrieron huecos para anidar los pájaros carpinteros. Aquellas yaguas Eusebio las colocaba paradas en las puertas y las mantenía en esa posición atravesándole unos palos de guayaba de horcón a horcón, quedando las puertas firmemente cerradas.

De noche nadie salía al exterior para hacer sus necesidades, debajo de las rústicas camas que él mismo había confeccionado con troncos y bejucos que le ofreciera el monte, tenían lo que en Cuba mucha gente conoce por "tibol", en otros sitios de la isla le decían también "orinal", y allí cada quién evacuaba de madrugada de acuerdo a su deseo, después temprano en la mañana vertían su contenido en la letrina, y lo lavaban para la siguiente noche, repedida esta operación durante miles de días y decenas de años, la utilización de este artefacto era tan normal como el respirar de cada día. Sin embargo como Papucho dormía solo en la sala, cuando tenía deseos de orinar buscaba un huequito entre las yaguas puestas en las puertas y por allí empinaba el chorrito, unas veces por la puerta de la izquierda, otras por la derecha, pero siempre tratando de no hacer mucho ruido para evitar que lo descubrieran, realmente no podía hacer otra cosa, solo Eusebio era capaz de quitar aquellas yaguas tan bien puestas, pero aún pudiéndolo hacer, Papucho no se atrevía a salir al exterior por miedo, cuando las noches eran claras por la luna llena, tal vez, pero en esas oscuras donde no se distingue entre el monte y el cielo era muy dificil que alguien pudiera convencerlo, no fueron pocas la ocasiones en las que estando orinando de aquella forma llegara hasta la puerta de la casa el caballo de Eusebio para pegarle un gran susto, que le cortara el chorro y saliera disparado para la hamaca, teniendo que aguantar las ganas hasta que Eusebio se levantaba para abrir las puertas de la casa y entrar en contacto con el mundo.

Ocurrió algo muy grave un día, los deseos de Papucho no eran por orinar, se le presentaron unos terribles cólicos y sudores, algo había comido ese día que le sentó mal y tenía necesidad urgente de salir, venciendo el miedo trató infructuosamente de abrir ambas puertas, hasta que todo fué tarde, una pestilente diarréa corría entre sus piernas, como pudo se limpió y así esperando un mal desenlace, se volvió a tirar en su hamaca hasta que amaneciera. Todos los dias la primera que salía del cuarto era la más pequeña de las hembras, tendría unos diez años, poca cosa más chica que él quién tenía la costumbre de ir directo a su hamaca para despertarlo, pero esa mañana sería diferente porque Cecilia se paró en la puerta de su cuarto y gritó :

- ¡Mamá, que pete a mierda.!. - Así, sin "s", y no es que sea falta de ortografía, es que de esa manera hablan los guajiros orientales.

- ¡Ay mamá, el maetrico se cagó !. - Y se volvió a comer la "s", de nada le importó todas las veces que Papucho le había llamado la atención por esa falta, y a éste le sonaba ahora más burlón que nunca.

Se bajó de la hamaca lo mas rápido que pudo, trató de acomodar todo dentro de su mochila antes de que las otras muchachas salieran del cuarto para evitar ser el centro de sus burlas y lo logró, a los pocos minutos salía en rápida fuga hacia el río, una vez allí, entre lágrimas de vergüenza lavaba la ropa y se bañaba mientras tomaba una decisión, el agua estaba muy fría a esas horas de la mañana, pero la rabia que guardaba dentro no permitía que se diera cuenta de ello, como ignoraba también el saludo que le daban sus amigos los pájaros.

Una hora después, Papucho tomó un sendero que pasaba distante del bohio y continuó su viaje rumbo al pueblo de Baracoa, la mochila le pesaba el doble de lo acostumbrado por la ropa mojada, moléstandole mucho en sus débiles hombros, también, a medida que pasaba el tiempo de marcha comenzaba a extrañar el plato de viandas del desayuno, pero nada de eso era tan importante para él como llegar a la escuela de el Riito antes de que lo sorprendiera la tarde en esas montañas, para acampar allí y continuar al dia siguiente el mediodía de marcha que le faltaba.

A las dos de la tarde según sus cálculos, oyó por el eco de las montañas el relinchar de un caballo detrás de él, quizás un poco lejano todavía, pero sabía que a la corta o la larga aquel jinete lo alcanzaría, no se preocupó por la presencia de éste, en esos montes todos se conocían. Muy próximo a él se encontraba el jinete, cuando una voz conocida le llamara la atención:

- ¡Hey, compay!, ¿a dónde cree usted que se dirige?.- Era el inconfundible Eusebio, el noble guajiro que diariamente le diera su bendición de la misma manera que lo hacía con sus hijos, pero esta vez el tono de su voz no era tan paternal y Papucho se dió cuenta de ello.

- Me voy para el pueblo, Eusebio.

- Usted no va pa ningún lao, pa donde va es a montarse detrás de las ancas del caballo, que nos vamos de vuelta a casa.

- Para allá no regreso, usted sabe que me cagué y las muchachas van a estar jodiéndome todo el tiempo.

- Mire Maestrico, ya yo hablé con todas esas cabronas y nadie lo va a molestar, eso le pasa a cualquiera.

- De todas formas ya decidí irme y para allá no regreso.

- Entonces no me va a quedar más remedio que bajarme del caballo, y si lo hago será para subirlo a planazos de machete en el lomo, no me obligue a hacerlo. 

- Usted sabe como son ellas, si no es ahora será mañana, pero siempre me van a formar la jodedera.

- Yo lo que sé es que he perdío el día de trabajo por unas cagaleras que le dan a cualquiera y usted va a regresar conmigo a las malas o a las buenas, estás muy vejigo aún para andar por estos montes solo y yo soy responsable de su vida, así que andando, monte o yo bajo para darle un buen planazo. -Al ver las muestras de enojo del guajiro y su decisión a no dejarlo continuar el viaje hacia la ciudad, Papucho pensó que era más soportable las burlas de las guajiritas a los planazos de machete en el lomo dados por un guajiro encabronado, entonces se dirigió hasta el caballo y Eusebio lo ayudó a subir, puede decirse que lo subió completo, cuando lo tomó por un brazo. En silencio emprendieron el retorno al hogar, mientras en la mente solo llevaba el rostro de aquellas muchachas y el temor a las burlas que siempre tenían para el chico de la ciudad, que desconocía todos los trucos de los que se valen los guajiros del monte para vivir en aquel medio, unas veces dulce y otras traicionero.

Todas estaban en la sala cuando llegaron, él sacó la ropa mojada y la puso en la cerca al lado del bohio mientras la vieja, la encantadora vieja progenitora de aquella linda familia, le ponía su plato de viandas y chicharrones encima de la mesita. Comenzó a comer despacio para no demostrarle a las chicas que estaba muerto de hambre, pero la realidad era que deseaba tragárselo entero, para calmar a aquellas tripas que en su interior no lo dejaban descansar con su escándalo y movimientos. Después de los primeros bocados y cuando éstas estaban más tranquilas, se dió cuenta de que las chicas no le quitaban los ojos de encima, todas continuaban allí y no paraban de mirarlo, entonces se le ocurrió recorrer con la vista toda la sala, mirándolas directamente a los ojos y descubrió en el interior de aquellos la alegría por su regreso y la picardía de las guajiritas que clamaban en silencio su autorización para reirse y burlarse así del acontecimiento. Aquel estado de sitio en que se encontraba ante los ojos maliciosos de aquellas campesinas le produjo una risa expontánea que todas aprovecharon para explotar y soltar lo que llevaban dentro, después reinó de nuevo la felicidad en lo que siempre fué su nueva familia.

Los meses pasaron volando y él se adaptó tanto a aquella rústica vida que llegó a ser como ellos, un jíbaro dentro del monte y tan rápido como un guineo, las mañanas las empleaba por el monte con su inseparable compañero, el único varón de la casa, hoy cazando aves para comer, otro dia buscando cangrejos, siempre aprendiendo para que servía cada planta porque a cada cual el campesino le da un uso, unas veces medicinal, otras para comer, beber, etc, y allí en el monte tiene su farmacia o la bodega donde adquirir los condimentos sin necesidad de pagar.

A finales de Diciembre estuvo lloviendo sin parar por más de una semana, parecía que había llegado el diluvio, los ríos estaban crecidos y no se podía bajar al pueblo, Baracoa quedó incomunicada también por aire ya que el rio Sabanilla se había desbordado y sus aguas llegaron hasta la pista de su pequeño aeropuerto, todos estaban obligados a permanecer dentro de la casa y solo salían el varón y Papucho, cuando se les antojaba ir por cangrejos que agarraban debajo de los palmares, él no sabía que estos comían palmiche también, siempre los asoció a los ríos o mares, pero allí vió que existían cangrejos guajiros y que saben bien al paladar.

Uno de esos lluviosos días se apareció el maestro voluntario de la zona acompañado de varios milicianos armados y le ordenó meter todas sus pertenencias dentro de la mochila porque tenían que retirarse de la zona urgentemente, oyó cuando el Maestro le decía a Eusebio que en esa zona estaba operando un tal Menoyo y que dentro de muy poco llegarían las milicias serranas para tenderle un cerco, por temor a que le sucediera algo a los alfabetizadores se recibió la orden de retirarlos para la ciudad. La tristeza lo invadió mientras ordenaba sus trapitos dentro de la mochila, sin comprender nada de lo que se hablaba, sin saber que había gente que desafiaba al viento reinante y que estos comenzaban a soplar en las montañas. Después de besarlos a todos, partió con lágrimas en los ojos con la pequeña columna, sin mirar para atrás, sin poderse llevar el recuerdo de aquella noble familia, parados bajo la lluvia mientras lo veían desaparecer como tragado por el monte. 

No se podía tomar el camino directo hasta Baracoa y se tenía que recorrer toda la zona, casa por casa en busca de los otros alfabetizadores, así, en la medida que avanzaba el día crecía tambien aquella infantil columna escoltada por campesinos armados, la primera noche de ese largo camino la pasaron en una escuelita de otra zona para él desconocida, todos estaban mojados hasta los tuétanos y hambrientos, los escoltas partieron a por comida, uno de ellos quedó de guardia, luego al cabo de dos horas y media regresaron con un poco de viandas pero ya todos estaban dormidos y las dejaron para el desayuno. Aquella difícil y fatigosa marcha se extendió por cinco días evadiendo en lo posible los ríos crecidos, hubo momentos en los que se les pidió colaboración a algunos campesinos para que donaran alimentos para la columna y ante la negativa de algunos de ellos los milicianos las tomaron a la fuerza.

Una vez en el pueblo a cada cual le pagaron sesenta pesos por los seis meses en la campaña, aquello era bastante dinero entonces y Papucho junto a los muchachos de la Beneficencia se hospedaron en un hotelito del pueblo hasta el día de la partida para La Habana, la habitación costaba un peso diario, el desayuno unos veinte centavos y las comidas no llegaban al peso, siendo éstas muy variadas. Los días los aprovecharon para disfrutar a plenitud de las bellezas que ofrece Baracoa y la hospitalidad de la gente de ese entonces, atrás quedaba la experiencia vivida en el monte, las generosas y humildes familias con las que compartieron una parte muy hermosa de sus vidas y a las que no volverían a ver más.

 

 

EL HOMBRECITO:

Cuando llegó a La Habana el viento lo seguía cambiando todo y se sentían los efectos de aquellos cambios, ya algunos productos eran distribuidos por una tarjetica de racionamiento y para celebrar la llegada de los alfabetizadores se les permitió comprar un pollo a los núcleos familiares donde vivían éstos, después de las festividades Papucho regresó a la Beneficencia con su pelo largo y sus collares, ésta estaba en proceso de desintegración, muchos de sus alumnos habían sido trasladados a otras escuelas, y Papucho junto a los amigos de la alfabetización, fué enviado al Plan de Becas del gobierno.

El ambiente era distinto al de su antigua escuela, el lenguaje que se comenzaba a hablar era también muy diferente, aparecerían los llamados instructores revolucionarios quienes consumían gran parte de su tiempo libre en charlas políticas que Papucho no comprendía ni le interesaban, oyó por primera vez el llamado a la crítica y autocrítica encontrando su práctica muchas veces ridícula e insana, se marchaba con mucha más frecuencia que en su antigua escuela, era como si lo persiguiera aquel viejo estribillo para todas partes, su vida no dejaba de ser más que un; - ¡1,2,3,4, comiendo mierda y rompiendo zapatos!. - Pero él no se daba cuenta de ello y poco a poco comenzaba a hacerle rechazo a aquel encierro después de haber probado la libertad.

Por suerte para él, ese año el viento inventó la campaña de recogida de café y otra vez partió para las amadas montañas, lejos de todo signo de civilización donde el viento no jodiera tanto, esta vez partió para Mayarí Arriba, al Cuartón Margot que quedaba a un día de camino de este pequeño pueblo, allí lo sorprendió la Crisis de los Misiles, pero Papucho no se enteró apenas de la gravedad del momento, nadie tenía radio y como no se recibían las ondas que eran transportadas por el viento pasaron ese tiempo ignorándolo todo sin saber que el mundo había estado al borde de una guerra y que en ésta tenía mucho que ver la participación de ese viento caprichoso.

Otra vez en sus escuelas, Papucho se consideraba un hombrecito, ya tenía experiencia en las montañas, y las heridas que sufriera su corazón con la separación de Mireya estaban sanando, todo iba quedando en el pasado mientras él crecía solo, sin la orientación de un padre al que había dejado de ver varios años atrás, lo que aprendía de la vida era de oidas solamente, cada vez que escuchaba hablar a los mayores que él, así un dia le preguntaron si ya orinaba dulce, y aquello le sonó muy raro, más tarde averiguó lo que eso significaba, pero para él no tenía mucha importancia o al menos la que le daban los muchachos mayores que él.

Un dia, le prestaron un librito de relajos (porno) y se encerró en un closet a leerlo, aquella lectura lo excitó tanto que se masturbó en aquel caluroso local y cuando llegó al climax de esta acción, notó que su mano estaba mojada, la primera reacción fué asustarse pero después comprendió que se había venido (eyacular) por primera vez en su vida, había orinado dulce como decían los mayores que él y se puso contento, saliendo de aquél closet loco de alegría y gritando a viva voz:

- ¡Caballeros, me vine!.- Y corría por los pasillos del albergue con la gotica de semen en la mano para mostrarla como prueba de su ascenso a la categoría de hombre.

- ¡Caballeros, coño, me vine!_ Gritaba para que la gente celebrara con él su alegría.

- ¡Vengan para que vean que me vi…..!_ Pero no pudo terminar la frase, de uno de los cuartos salió la empleada responsable del albergue, quién lo frenó en aquella loca carrera.

- ¿Qué dices cochino?, vaya a lavarse las manos inmediatamente, asqueroso, ¿qué es eso de andar gritando por los pasillos esa puercada?.

- Sí, abuela.- Fué lo único que se le ocurrió decir mientras se dirigía al baño lleno de vergüenza y oia a sus espaldas las risotadas de sus compañeros.

Cuando llegaron las vacaciones Papucho fué a pasarlas con su mamá quién vivía en el Reparto Párraga en las afueras de la capital, ella se había comprometido con el que sería a partir de ese momento su padrasto, era un chapista de oficio cuyo salario daba escasamente para mantener aquella casa, entonces no había dinero para distracciones y menos aún para comprar ropa, aunque todavía se podían adquirir en el mercado, por esa razón Papucho y su hermano Ernesto se pasaban la semana reuniendo cuanto centavo les caían en las manos para poder salir a pasear los Domingos. En el patio de la casa tenían dos árboles de guanábana cuyos frutos vendían a una señora que hacía batidos o refrescos, diáriamente recolectaba las flores de un árbol de jazmín y cuando se llenaba el cartucho donde las guardaba las vendía en cualquier farmacia, éstas se utilizan para hacer una infusión que es relajante. Los sábados limpiaban los zapatos de los vecinos de la cuadra y durante toda la semana le llevaban los mandados a las señoras que compraban en el mercado de viandas en una carretilla hecha por ellos a cambio de cualquier propina. Lo cierto es que todos los fines de semana tenían reunido más de diez pesos, lo suficiente para ir al cine, al zoológico o a la playa con otros amiguitos, así en la medida que pasaba el tiempo aumentaba también el amor por la libertad y cuando las vacaciones se acabaron Papucho le pidió a su mamá que lo dejara vivir allí, pues no deseaba regresar a la beca.

Continuó estudiando hasta que un día apareció el padre que se había perdido, ahora lo frecuentaba más a menudo y en estas visitas que se convirtieron en salidas lo llevó un dia hasta el batallón de milicias al que él pertenecía, cuando, sin darse cuenta, Papucho estaba vestido también de miliciano con una metralleta en la mano. En una de esas prácticas, mientras marchaba por una de las calles junto a su batallón, se sentía orgulloso al notar las miradas curiosas de las muchachas de su edad, solo contaba con trece años y tenía en sus manos una ametralladora de verdad, mucho más natural que aquellas que hubiera deseado tener de pequeñito,solo que esta no servía para jugar como las otras que tanto soñó un dia tener, con esta se podía matar, no solo a los pájaros contra los cuáles él no dispararía, se podía matar a seres humanos pero Papucho tampoco la quería para eso, él no tenía enemigos ni instintos que lo llevaran a cometer semejante locura, por eso siempre se preguntaba, ¿qué hago con esto?, ¿para qué me sirve?, pero nadie podía responder a sus interminables preguntas.

El viento ahora lo llevaba más lejos en su vórtice, aprendiendo a volar puentes, edificios, tanques, líneas de tren, aprendió a montar minas anti-personales con una maestría que lo llevó a formar parte del pelotón especial de zapadores de una División, estaba listo para matar y todo lo que aprendía del viento estaba destinado a la destrucción, su vida cambiaba diariamente y esos cambios lo llevaron de niño a hombre burlando ese hermoso espacio de tiempo que se llama juventud.

Al siguiente año los Reyes Magos traidos por los nuevos vientos le regalaron un cañon anti-aéreo y aquella metralleta fué sustituida por un fusil mas largo y pesado, y en sus recorridos nocturnos por la costa el viento le ordenó tirar a matar a todo el que estuviera por allí, y siempre se preguntaba lo mismo, ¿por qué matar a alguien que se quiera ir?, nadie le respondía esa pregunta. Así seguía pasando el tiempo, tiempos muy duros para un hombrecito y también para hombres maduros, a la lengua se sumaban otras palabras que antes no se oían, sancionar, fusilar, vigilar, en fín todas estaban dirigidas a un solo propósito, odiar. Tenían que hacerlo para saciar esa sed del viento por dividir y ahora las marchas eran más violentas y largas, pero siempre llevaban la misma cadencia que se aprendiera de niño, aunque durante esta se levantaran más los piée y se cambiara el estilo, - 1, 2, 3, 4, comiendo mierda y rompiendo zapatos.

Se hizo verdaderamente un hombre con la esperanza de que un día todo cambiara, que disminuyera esa dósis de odio inyectada en las mentes de los seres que tienen unas ideas contra los que no la comparten, pero ese día nunca llegó y nacieron otras generaciones, Papucho tuvo su primer hijo con el que disfrutaba empinar papalotes tal vez más que el niño, le gustaba llevarlo al zoológico con sus amiguitos, trataba en todo momento de que su hijo fuera el niño que el viento le borró en su infancia, lo enseñaba a soñar como él lo hubiera querido hacer y todo esto lo hacía mientras el niño estaba en su poder.

A los cinco años de edad le puso su primer uniforme escolar y su hijito partió feliz al colegio, Papucho y la esposa lo acompañaron hasta el matutino, allí formaron en filas de acuerdo a los grados escolares y después de cantar el himno nacional comenzaron a hablarles de las guerras, de los muertos, de los mártires, etc y aquello no le gustó para nada a Papucho, no entendía que tenía que ver su hijo en todos esos problemas, porqué había que cargar la mente de un infante de solo cinco años con la miseria que sucede en el mundo, si tiempo es el que sobra para los sufrimientos, era demasiado tarde, el viento habia dictado sus reglas y estas eran inviolables, actuaba como si fuera el dueño de las personas, de las mentes de los padres y después de las de sus hijos, aprovechándose del hambre que al parecer convierte a las personas en idiotas y cobardes, para luego obligar a que los otros lo sean.

Su rechazo fué total y más cuando al final del matutino los niños tenían que gritar "Pioneros por el comunismo, seremos como el Ché"!, ¿por qué tenía que ser como alguien a quien no conocían?, ¿por qué no podían ser como sus padres?, ¿por qué no podían ser como ellos mismos?. Así todos los dias repitiendo lo mismo, hablándoles de las mismas porquerías sin dejarlos ser niños, sin dejarlos soñar y apartando de sus mentes toda la fantasía de esos años que nunca más regresarán.

Un dia el viento se llevó a Papucho muy lejos, con él viajaban otros que eran niños y le recordaron su infancia, las de ellos detruidas también por ese viento cruel que todo lo destruye y borra para imponer su voluntad, en una carta su esposa le dice que el niño apenas veía los dibujos animados y vivía pendiente de las noticias del pais a donde el viento se había llevado a su padre, desde muy temprano comenzaba a sufrir de la misma manera que lo hicieron las generaciones anteriores y lo harán las venideras, porque así lo estableció el hambre que se hizo cómplice de aquel viento huracanado que ha destruido nuestra tierra.

FINAL

Varias décadas después caminaba por la calle Du Parc en dirección a la estación del Metro Place des Arts y al llegar a la esquina de la avenida Keneddy, se abrió la puerta de un cuartel que para mi nunca había existido al no notar la presencia de soldado alguno en esa área, era un día de fiesta nacional en Canadá y de su interior salió una banda de música escocesa, todos llevaban la típica falda y me llamó mucho la atención ver a un negro vestido de esa forma y tocando la gaita, no pude contener la risa, siempre había asociado a los negros con las tumbadoras. La música era agradable y el paso llevado por la banda era armonioso, no sé por qué me vino a la memoria un viejo estribillo de mi infancia que expresé en voz alta lleno de alegría;

- ¡1, 2, 3, 4, comiendo mierda y rompiendo zapatos!.- Mi esposa se sorprendió por aquello que sonaba estúpido.

- Que cosas tienes Esteban, habla bajito que te pueden oir.- Yo no hablaba, solo pensaba en un pasado muy doloroso del que escaparán mis nietos cuando nazcan, porque aquí soplan vientos muy fríos, terriblemente fríos pero nacerán en un país hermoso.
 
 

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
1999.