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 El sepelio 

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Acostumbrados como estaban a verlo despedir grandes bocanadas de contaminante humo, aquel hálito blanquecino fue una señal inequívoca de su partida. De nada sirvieron los grandiosos esfuerzos de los médicos por sobrevivirlo, aquellos masajes prostáticos fueron infructuosos. Convencidos de su muerte y desesperados por acabar aquella comedia interminable, lo colocaron en su caja especial. El responsable de la ceremonia los contaba nuevamente para asegurarse de que no faltaba un solo cadáver, 71 fue la cifra final después de varios conteos y dispuso que cada féretro fuera colocado debidamente sobre el furgón, no sin antes cubrirlos con la bandera nacional.

 Detrás de la gran caravana y acorde a las costumbres de los grandes faraones, todo su séquito los acompañaría en el viaje final. Así, mientras se organizaban, la larga fila se extendía por toda la avenida 20 de Mayo, llegaba hasta Infanta donde doblaba a la derecha y consumía todo 10 de Octubre hasta La Palma. Grandes concentraciones de alzadoras, cortadoras mecánicas, carretas tiradas por hombres que cargaban miles de bueyes muertos, millones de machetes de fabricación china y que perdían rápidamente el filo, piernas cortadas por machetazos inexpertos y mostraban orgullosas millones de cicatrices, guantes viejos mal confeccionados, camisas sudorosas, pantalones repletos de remiendos, pesas, vagones de ferrocarril de acero. En las cajas colocaron cuidadosamente los tandems, maestros de azúcar, dirigentes campesinos, bateyes, pipas de cerveza y una que otra prostituta. Nadie lloraba.

 Cuando todo estuvo listo y a la orden del apresurado dirigente, partió aquella triste caravana circense en demanda del cementerio. Los que organizaban el sepelio se encontraban muy nerviosos, no era fácil un velorio de cuarenta y tres años, estaban cansados.

 El pueblo continuaba sin embargo, en una constante fiesta, así era la vida cotidiana allí en aquella isla, hoy invadida de morbosos turistas. Toda la avenida por donde debía desfilar la interminable caravana, se encontraba adornada de infinidad de kioscos. Unos vendían una cerveza deliciosa que producía una agradable diarreas, otros, un exquisito ron aguado, y la mayoría, pan con cualquier cosa, el más popular era pan con sorpresa.

 Alternando entre los kioscos existían desde la antigüedad unas tribunas, donde los artistas exponían lo mejor de su arte para deleite del pueblo. Por allí debía desfilar la caravana y nadie se inmutaba por ello, todos estaban acostumbrados a esos entierros y los acompañaban con sus desaforadas risas y aplausos. Nadie mostraba dolor, ese era el encanto de aquella isla, todos reían.

 Cuando la marcha pasaba justamente frente a la primera tribuna, sobre ella se encontraba un viejo melenudo de tez algo mestiza, melena cana y lacia, no podía asegurarse que fuera mulato porque carecía de pasa. Algo gordo y bajo de estatura, se elevaba sobre las puntas de los pies ridículamente para llegar al micrófono, con voz algo varonil comenzó a leer un poema escrito en un papel muy viejo, tan viejo que pudo ser confundido con un papiro. Su voz rompió el silencio de aquella marcha y llamó la atención de sus participantes, todos miraron hacia la tribuna.

-Tengo, vamos a ver.- Dijo el artista, mientras se acercaba el papiro a solo unos centímetros de los ojos.

-Tengo, vamos a ver.- Repitió de nuevo mientras se producía un problema con el audio, un silbido muy agudo hirió la audición de los parroquianos. Con la uña del índice derecho golpeó suavemente al micrófono. Toc, toc, toc, se oyó en toda el área.

-Probando.- Dijo, mientras trataba de desenrollar aquel papel.

-Tengo, vamos a ver.- Repitió de nuevo el viejo de melena canosa y tez mestiza, todos prestaban atención en aquellos momentos, porque había sido anunciado como una figura nacional. Nadie sabe de dónde, pero un huevo rompió en su rostro, hubo un repentino silencio, luego, las miradas buscaban la dirección del disparo, hasta que todas apuntaron hacia el cielo. No había ninguna ave volando, solo un huevo.

-¡Milagro!- Gritó uno de los parroquianos, el poeta saboreaba el líquido amarillo que corría por su rostro, y algunos del público subieron a la tribuna burlando la vigilancia, mientras le pasaban la lengua por donde quiera que observaban restos de aquello que no veían desde decenas de años. La caravana fúnebre continuó su triste marcha.

 En otras de las tribunas, Varela le lanzaba manzanas a Guillermo Tell para que éste le aprobara una canción, Guillermo se reía y le decía;

-¡Compadre! No seas imbécil, no comprendes que son manzanas búlgaras, que son chiquiticas y no duelen.- Carlos no comprendía que le decía y siguió lanzando manzanitas, de la misma manera que los guajiros enamoran a las guajiras. Hasta que Guillermo se cansó y le dijo que ahora era su turno. Carlos, ingenuo como siempre se puso la manzanita de nuevo en la cabeza y Guillermo le clavó una ballesta en un ojo. No lo hizo por poseer mala puntería, justificó el público, la manzana era muy pequeña, aún así, todos aplaudieron.

 En uno de los kioscos del Estado vendían carne de Unicornio Azul asado, solo se adquiría con moneda extranjera y era muy bien recibida por los zurdos turistas. Unas viejas rayaban con un artesanal guayo su cuerno, luego lo envasaban en sobrecitos de papel de 10 gramos, no sin antes mezclarlo con PPG, picha de Carey y viagra. Era muy demandado por viejos verdes llevados hasta allí por negras jineteras.

Al llegar a Zapata, la caravana se desvió a la izquierda en busca del cementerio, la ciudad le rendía un merecido tributo arrojando a su paso cualquier columna, una pared, alguna casa y hasta un insignificante poste que quedaba en pie. Por el camino y conmovida por la triste ceremonia, se les une una rubia muy conocida que vivía frente al antiguo zoológico, creo que se llama Marilín Fornés. Varios perros colgaban de su espalda mordiendo una masa informe que arrastraba a su paso, incautos animales que creyeron era carne y no identificaban los pellejos del rostro. Podía verse uno de los huecos de la nariz muy pegado al culo. Iba acompañada de Alicia, dicen que es la verdadera madre de Pinocho, como siempre padece de corizas, se daba aerosol con una bomba de bicicletas. Ambas iban a firmar una carta dirigida al Presidente Afganistán, por apoyar a la isla en defensa de los izquierdos humanos, pero como en la isla todo es una rumba, se sumaron a aquello que entendieron era una comparsa. La madre de Pinocho iba a estrenar próximamente El Lago de Las Auras Tiñosas.

 En aquella larga y lenta marcha, la cabeza de esa inmensa fila arribó por fin a la entrada del cementerio de Diego Velásquez, mientras la cola permanecía en la esquina de Toyo. Una vez frente al portón decidieron doblar en dirección a su entrada. El cevepé de guardia se encontraba almorzando tranquilamente encima del latón de la basura, su guadaña recostada a la enorme verja de la entrada, y solo reaccionó, cuando vio que aquella enorme manifestación silenciosa se dirigió directamente al cementerio.

-¡Alto! ¿Quién va?- Preguntó con voz militar sin aún tocar el piso, rápidamente tomó su guadaña y bloqueó con su presencia la entrada.

-¡Compañero! Hemos venido para darle sepultura a estos cadáveres.- Respondió el jefe de la caravana. 

-¿Cuántos son?- Preguntó el cevepé.

-71 con todo su séquito.- Respondió el responsable.

-Lo siento, pero aquí no los pueden enterrar.-

-¿Cómo es eso? ¡Estaba comprendido en el plan quinquenal!-

-Lo lamento, no hay capacidad, además, el cementerio ha muerto y solo dejó de legado un hueco en el panteón de las FAR para cuando muera el dinosaurio.-

-No puede ser, en este cementerio hemos enterrado a millones de isleños y siempre tuvo capacidad.-

-Tuvo compañero, ya usted lo dijo.-

-Bueno, ¿qué me orienta entonces?-

-Ese es su problema, ande por ahí como hace todo el mundo, como ánimas vagabundas, sin rumbo, así es en estos difíciles tiempos. Baje por 12 y doble a la derecha en 23, luego busque el rumbo que desea tomar.-

-Gracias compañero, ¡Hasta la Victoria Siempre!- Le contestó el responsable a modo de conclusión.

-¡Socialismo o Muerte!- Le respondió el cevepé. El dirigente tomó la cabeza de aquella dolorosa manifestación y siguió sus consejos.  Era seguido por un enorme grupo de niños vestidos de uniforme adornados por una pañoleta blanquiazul y los mayorcitos rojas, les seguían ancianitos de treinta años. En la esquina caliente, la gente discutía de pelota y algunos reporteros captaban con indescriptible interés los análisis de los moribundos fanáticos. Lo que fuera la cinemateca anunciaba “Tiempos Modernos” de Chaplin, la marcha continuó silenciosa. En el banco de sangre habían instalado una fábrica de chorizos, dicen que eran deliciosos pero solo se podían adquirir con dólares. Al llegar a G, se podía escuchar nuevamente la voz del poeta, insistía hasta la saciedad en leer su famoso poema.

-Tengo, vamos a ver.- Se trababa, se oía de nuevo el toc, toc, toc. –Tengo vamos a ver.- Entonces, desde un kiosco instalado en la esquina donde había un viejo montado a caballo, dicen que era San Lázaro, bueno, desde allí se oía la voz de un negro acharolado, muy bajito él y con ojos saltones, dentadura perfecta y simpático. El negrito tocaba el piano deliciosamente, adormecía a cuanto turista pasaba por aquella esquina, en esos momentos cantaba algo así; “Drume blanquita, que yo va a trae un cosita”, en fin, se encabronó el negrón con aquella mierda de “Tengo, vamos a ver”. Se colgó el piano al hombro y arrancó por todo 23 delante de la fúnebre caravana.

-¡No tiene ná, hueso, hueso na má! ¡Cangrejo moro no tiene ná!- La gente repetía entusiasmada y feliz, ¡Hueso, hueso na má!- Al coro se unieron los pioneritos también, dándole el mismo sabor que tienen las canciones de José Luis Perales y Julio Iglesias. Por suerte se adelantaron bastante y no estorbaron para nada la marcha de la triste caravana.

 Al llegar a la esquina de L, el jefe vio que el malecón no se encontraba en su lugar, las aguas del mar sobrepasaban Infanta, se sorprendió con la noticia de que las corporaciones habían fabricado un malecón portátil. A lo lejos podía observar los turisbotes en pleno funcionamiento, cada uno cargado de jóvenes muchachas y viejos verdes. La caravana dobló en L para evadir el agua, los kioscos continuaban, la vida era una eterna pachanga aquella isla. De la escalinata Universitaria partía en esos momentos una marcha de antorchas, estaba encabezada por un viejo cojo vestido de verde, se babeaba el vejete y hasta le dio un desmayo antes de llegar a Infanta. Un gallego que disfrutaba todo aquel carnaval junto a su hermosa negrita, no pudo contener su impresión sobre aquel extravagante carnaval.

-¡Jodé negra!, como comen mierda estos coreanos.-

-¡Si papichuli! Aquí nada ha cambiado.-

 En la esquina de Infanta y San Lázaro existía el único restaurante donde se podía comer con moneda nacional, había sido una pizzería muchos años atrás, pero perjudicada por el bloqueo que tenía sobre la isla el estado de Bolivia, y antes la escasez de harina, no les quedó más remedio que dedicarse a la venta de productos nacionales. En su portal, el Caballero de París firmaba autógrafos y repartía cigarros, a su lado, una hermosa pizarra que anunciaba el menú;

 

1.-Pizza de condones a la napolitana.

2.-Bistec de Toronja.

3.-Bistec de frazada de piso.

4.-Bistec de hígado humano.

5.-Pan con aura (imitación del pavo)

6.-Picadillo de soya.

7.-Pasta de oca.

8.-Pan de boniato.

 

Bueno, para qué relatarles todas aquellas deliciosas ofertas, en realidad no soy promotor turístico. En esa misma esquina doblaron a la derecha. Todo San Lázaro se encontraba inundado y era accesible solamente a los turistas. Bueno, si debo relatarles algo importante, en la misma esquina donde se encontraba “Lámparas Quesada”, había un tipo muy raro parado encima de una tribuna y dando o queriendo dar un discurso, junto a él mucha gente preparaba rústicas balsas.

-Esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado a andar y su marcha no se detendrá.... – Aparentemente se le había olvidado continuar el discurso, luego trataba de empatarlo.

-Esta gran humanidad ha dicho basta.....- Pero no le dieron oportunidad de continuar, se oyó la voz de un negrón, voz quebrada con sabor a guaguancó.

-¡Oye manco! Deja la trova viejo, ¿te piras o te quedas?- El Manco no respondió, con toda la ecuanimidad del mundo se bajó la cremallera con sus muñones, se extrajo el rabo y se puso a orinar. Se cerró la portañuela  y con toda la tranquilidad del mundo embarcó en la balsa, la gente que participaba como espectadora en aquella área lo premió con un fuerte aplauso.

 Cuando llegaron a la calle Zanja doblaron a la izquierda, anduvieron sorteando todo tipo de obstáculos, la ciudad no cesaba de sentirse conmovida y a su paso le ofrecía cualquiera de las columnas sobrevivientes, todas las cloacas en funcionamiento se desbordaba a su silencioso paso. Nadie sabía hacia donde los conducía su dirigente, pero todos marchaban a gusto sorteando cuanta mierda les servía de obstáculo, andando y andando llegaron hasta el parque central, desfilaron frente a las ruinas del Capitolio con la intención de bajar por Prado. Las aguas detuvieron el avance de la caravana, a lo largo del Prado podían verse las aletas inconfundibles de los escualos. Todo era llano al alcance de la vista, no existían edificios que interrumpieran aquella dulce panorámica. A lo lejos, podía distinguirse claramente al Cristo de Casablanca bajar en dos zancadas muy próximo al puerto. Con una larga vara medía minuciosamente la profundidad, repetía la operación para confirmar, sacaba un celular y llamaba a Rubiera en el Instituto de Meteorología.

-¡Oye blanco, la isla se está hundiendo!- Informaba Jesús.

-¿Tú crees compadre?-

-¡Oye! He medido dos veces y ha bajado diez pies en una hora.-

-¡Oka! Voy a informarlo a las instancias superiores.-

-No te demores mucho, que esto se jode muy pronto.-

-No te preocupes compañero.- Fue todo lo que alcanzó a responder Rubiera. Cristo observaba lo que fuera La Habana Vieja y se reía complacido, ante sus ojos no cesaba el tráfico de los turisbotes cargados de viejos y viejas verdes, jineteras y pingueros de diferentes colores.

 Por los dos canales de televisión existentes y que muy pocos podían ver debido a los eternos apagones, Rubiera, con la guayabera de guardia, el peladito de gallo de pelea y sus entradas martianas, le explicaba a la población que no había motivos para alertarse. Luego participaba en una mesa cuadrada, un programa muy aceptado por la población, donde se les explicaba con lujo de detalles, que aquellas anormalidades eran motivadas por una subida de marea repentina, provocada por el agujero en la capa de ozono en conjunción física con el manto freático de la isla y aumentada por el exceso en las siembras de caña de azúcar y viandas, además, intervino uno de sus ministros y leyendo una nota enviada por uno de los pobladores, la isla no se hundirá mientras desplace una cantidad de agua igual a su peso.

Por su parte, la oposición del país y transmitiendo por medio de señales de humo y con el avanzado uso de las palomas mensajeras, informaba al mundo sobre la realidad que se estaba viviendo en la isla de corcho.

 Nosotros, decía la nota, denunciamos ante el mundo que debido a la gran cantidad de túneles construidos con fines militares, a la tupición del servicio de alcantarillado en la ciudad y el gran peso que representan la acumulación durante 43 años de mojones fósiles, acompañado con la importación de millones de toneladas de productos inservibles del campo socialista, el desplazamiento total de la isla ha sido aumentado arbitrariamente y en la actualidad se encuentra en peligro de zozobrar.

 Mientras el gobierno los reprimía obligándolos a destupir el servicio de alcantarillado de la isla, los bailes no dejaban de continuar, todo era celebración en esa encantadora isla. Como El Patio y La Bodeguita del Medio se encontraban cerradas temporalmente, el puesto de mando se trasladó a la cafetería del Payret, allí, en un rincón y vestido con una típica guayabera se encontraba el viejo Carlos ebrio, no era nada anormal verlo en esa condición. Todo zurdo turista pasaba y le dejaba caer una línea como propina en un gran tibor que usaba para beber, complacido le dedicaba una estrofa de su mejor canción.

-¡Se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a robar! Bis, bis, bis. En uno de los bares de mala muerte de la calle Cienfuegos, El viejo y enjuto de Joseíto era el proxeneta de una guantanamera, tuvo que dedicarse al negocio en moneda nacional porque la guajira no estaba nada atrayente. Una brigada de rescate era dirigida por el historiador de la isla, se dedicaban a extraer las obras de arte que todavía podían venderse en España y las mandaba a su hijo. En el último paquete había enviado las primeras prótesis del dinosaurio (El técnico que las confeccionó aún guarda prisión). Unas íntimas de Celia ( con registro de autenticidad porque las pruebas de ADN se realizaron en Canadá) Una uña del manco, cuyas manos desaparecieron misteriosamente después que Arguedas las enviara a la isla. (Autentificada por el museo de ciencias naturales de Londres) Un Piojo (el único reconocido en la pasa de un negro y correspondiente a Juan Almeida) Toda una reliquia animal y ejemplo de sacrificio por sobrevivir en Período Especial.

 La caravana continuó su marcha y retrocedió en busca de la calle monte, la música no dejó de acompañarlos en su larga marcha, la ciudad continuaba regando columnas a su paso y se vieron en innumerables oportunidades a flanquear gigantescos baches de aguas prutefactas. En La esquina de Tejas chocaron con otra caravana de ánimas vagabundas, que llevaban años haciendo el mismo recorrido, hasta convertirlo en un círculo vicioso. Ambos dirigentes acordaron dirigirse al punto de partida, doblaron en busca de Infanta. En el parque de La Normal un homosexual extranjero atraído por los sarcófagos tan anormales, se desprendió de su pareja y saltó enardecido sobre las cajas anormales. Decepcionado regresó junto a su pareja.

-Sabes como es la rumba ahora.- Le dijo el pinguero.

-¿Cómo iba a saberlo?- Respondió el maricón europeo.

-No me importa, te lo advertí que no eran consoladores, te dije bien claro que eran chimeneas.-

-Si, ya lo pude comprobar, algunas estaban tibias.-

-Como quieras, el precio es el doble.- En uno de los kioscos aledaños un cardenal le decía al cantinero.

-Compañero, una ronda para todos que el vaticano paga.- Todos los curdas agradecidos comenzaron a gritar.

-¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!- Era lógico, no recordaban la palabra amén.

En la esquina de la Canada Dry doblaron a la izquierda, miraron en el estadio y se encontraba abarrotado de mierda, continuaron por 20 de Mayo hasta una plaza adornada por una enorme raspadura. Allí, los que estaban dirigiendo la marcha ordenaron tirar todas las cajas que cargaron durante 43 años. Como estaban autorizados, la gente se entusiasmó y muy pronto toda la plaza se llenó de mierdas, montañas de medallas de aluminio, toneladas de diplomas, millones de gallinas muertas, barcos hundidos, ríos contaminados y otros secos, centenares de caballerías de tierras infértiles, dirigentes, cedeerres, efeemeces, policías orientales, terroristas, guerrilleros, manuales, fotos de Lenin, Marx y cuando ya no había nada que botar, alguien miró a sus espaldas y exclamó; -¡A ese también hay que botarlo coño! Ese es el autor intelectual de todo esto.- Pico en mano partió raudo hacia la estatua pero fue detenido por otro isleño coreano.

-¡Compadre! No seas burro, ese es otro infeliz como nosotros al que han culpado de nuestras desgracias.-

-¿Tú crees?-

-¡Claro hombre! No te das cuenta que hemos sido engañados.-

-No estoy muy seguro, debe ser.- En eso se oyó nuevamente la voz del poeta que decían era nacional.

-¡Tengo vamos a ver!.- No lo dejaron continuar.

-¡Mierda Compay!-

 

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
15-6-2002.