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 Al Garete

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Haber nacido en un lugar donde se está en contacto con el mar aunque solo sea visualmente, pudo ser la razón por la cual quedé atrapado por su salado y maravilloso embrujo. Desde la primera vez que me mojaron los pies con agua salada, supe que nunca escaparía de su influencia, el mar fue transformando mi vida con la paciencia que tiene una madre, me forjó a su antojo hasta que llegué a formar parte de él. Una etapa de mi infancia la pasé en La Beneficencia, escuela de la que guardo encantadores recuerdos, ella se encontraba frente al mar y cuando tenía oportunidades, mi vista escapaba hacia esa alfombra azul casi al alcance de mis manos. Pasaban los barcos que demandaban el puerto de La Habana y los que salían, otros viajaban muy lejos y solo era posible ver los palos, en mi mente infantil los encontraba raros, no me gustaban porque carecían de casco. Luego y en la medida que pasaron los inviernos que se sumaron al desarrollo de mi cuerpo, fui un afortunado porque el mar no me faltó. Creo que es algo de lo que no pueden privar a ningún cubano.

Las horas que gasté a su lado cuando aún no soñaba ser una molécula de agua salada, han sido las que guardo con más cariño en mi memoria, deberán ser parte de aquellas últimas en borrarse. No fueron pocas las noches que pasé sentado junto a sus costas tratando de pescar algo, allí, sin sentir las picadas de los mosquitos, sin protestar por la incomodidad del arrecife bajo mis nalgas, sin percibir el cambio de temperatura aumentada por la humedad, disfruté de ese susurro que siempre nos regala cuando está tranquilo. Lejos de las luces de la ciudad y gozando de su compañía, el mar se abraza con el cielo para ofrecernos un espectáculo maravilloso. Esa calma chicha solo quebrada por una traviesa ola o tal vez por la caricia de alguna inoportuna brisa, es el mejor escenario para soñar. Penetrar en él, es apartarse por instantes que parecen eternos en un mundo inexistente fuera de sus fronteras, es viajar por ese universo de la paz con uno mismo, alejada de toda injerencia extraña que perturbe esa intimidad que el mar ofrece a quien lo ama.

Cuando se encontraba enojado y en frontal pelea con el viento, su rostro se transforma de tierno a implacable, es destructor y no distingue entre buenos y malos, arrastra con todo y nada lo satisface. Un día me divorcié de la tierra y si me diferenciaba de los peces, lo era solamente por carecer de escamas. No navegué en su seno, creo mas bien que nadé por muchos mares y océanos como lo hubiera hecho cualquier pez. Millas sobre millas se sumaron a mi almanaque, cientos, miles, quien sabe. Hasta que me convertí en adulto y comprendí que yo no había nacido para derrochar la vida en otro terreno que no fueran sus profundidades. El mar fue para mí el padre que siempre estuvo ausente, me tomó de las manos, abrió mis ojos y sentimientos para mostrarme los rostros desconocidos que tiene la tierra. Aquella paciente enseñanza llegó a convertirse en una droga de la que muchos no escapan. Cuando te apartas de la última costa aprendes a valorar un amor, sabes de veras la necesidad que se tiene de una hembra, conoces mejor que nunca lo que vale una familia.

El mar es una aventura de la cual en ocasiones no se regresa, para muchos a sido la sepultura y de esa amarga experiencia mi pueblo es un privilegiado protagonista. Varias veces estuve a punto de perder la vida en él y no fueron pocas en las que sentí miedo, le temí en las noches oscuras mientras jugaba a su antojo con nuestras naves, como si fueran hojas de papel o plumas arrastradas por el viento. Aún así lo amo y sé que será el destino de mis restos porque yo le pertenezco, el mar me recibirá con los brazos abiertos, apacible o enojado por mi abandono, pero regresaré a recuperar el puesto que una vez me obligaron a abandonar.

 

Desde que relevaron al Capitán del buque, tuve la impresión de que ese viaje las cosas andarían mal. Portela, quien asumiría el mando a partir de ese momento era un tipo arrogante, su figura no lo ayudaba mucho, aunque he conocido a personas de fealdad repulsiva demasiado bellas. Su cara tenía más cráteres que la luna debido a una antigua acné juvenil que lo marcó para toda la vida. El complejo vivido durante la juventud tuvo sus efectos en el hombre maduro, nunca me gustaron los seres que al hablar no te miran la cara o esquivan la mirada, casi siempre resultaron hipócritas o traidores, ¿por qué iba a dudar ahora que él no lo fuera? Por esa razón nuestras relaciones fueron hostiles desde su presencia a bordo. Yo no soportaba al individuo que te pasaba por el lado y después enviaba a un mensajero con alguna orden o recadito. Siempre fui de la opinión que, para mandar hombres se requería ante todo tener los pantalones bien puesto, a falta de cojones para ello lo correcto era abandonar el oficio o profesión y dedicarse a otra cosa, nunca soporté a los pendejos en los barcos, porque a mediado de viajes eran los causantes de casi todos los problemas a bordo y esa gente que habla mirando para el lado casi todos son pendejos.

Atracamos en el muelle que está al lado de la termoeléctrica de Regla, allí cargamos cabillas y alambrón con destino a Egipto y Argelia. En muchas oportunidades el muelle estuvo sin aduanero y la gente sacó lo que les dio la gana para vender en tierra o satisfacer sus necesidades. Portela no fue una excepción de la regla, encontrándome de Oficial de Guardia llegó un día con su auto, un pequeño Fiat parecido a un huevito de color anaranjado (pintura que muy bien pudo ser robada de los barcos) porque era del mismo color que la empleada en los botes salvavidas. Llegó con su mujer y si debo destacar algo en él, lo era que tenía una buena hembra. Luego me rompía la cabeza pensando cómo era posible que aquella hermosura, pegara sus labios en aquella cara llena de baches, pero así es la vida, hay feos que son afortunados o en el caso específico de los marineros, la pacotilla jala mucho.

Ustedes pensarán que soy un individuo falto de ética profesional, porque hablo de todos estos tipos despreciables con los que compartí parte de mi vida como navegante. No es así, hubiera querido llenar miles de libros con páginas colmadas de elogios hacia mis compañeros, pero infortunadamente esta gente desbarató muchos sueños en la marina y Portela fue uno de ellos. Por ironía del destino, él, que si era militante del Partido Comunista abandonó la isla antes que yo. No por estar ahora en el exilio se convierte en bueno, para mí fue, es y será un hijo de la gran puta donde quiera que se encuentre.

El y su hembra subieron al buque mientras yo me encontraba de guardia, al pasar por mi lado dio dos o tres órdenes estúpidas para lucirse delante de la hembra y siguió su rumbo con un enorme portafolio en la mano. Al portafolio nosotros le llamábamos "portafachos" (en la jerga popular facho es sinónimo de robo). <<Este pensará que yo soy comemierda>> Dije para mis adentros (expresión cubana) y agregué a esos malignos pensamientos; <<Si el debut de este cabrón en su primer viaje de Capitán es éste, no quiero ver el final.>> Luego continué pensando en lo que haría y me mantuve en el portalón hasta que bajó, no estaba obligado a permanecer allí pero lo hice para que supiera que yo le quería "llevar un pedacito" (saberle algo).

La hembrona bajó con el portafachos bien cargado, eso lo noté por la tensión de los músculos de su brazo, él bajó con dos cajas de cervezas, volvió a subir, bajó de nuevo con dos lacones, volvió a subir, bajó de nuevo con una caja de ron, arrancó el carro y se marchó como Pedro por su casa, así como les cuento, en vivo y a todo color.

En la misma proa del barco moría una calle que tiene por nombre "La Piedra". A media cuadra del muelle vivía un primo mío y como no había operaciones de carga por ser Sábado o Domingo, bajé y me llegué hasta ellos. Los invité a que fueran a comer al buque, les mostré el barco y antes de salir les dije que no se acostaran temprano, porque iba a dejar una mercancía en su casa esa noche. Serían las doce o la una de la madrugada cuando di el primero de varios viajes, bajé con lacones en mi primer viaje, subí de nuevo al barco, bajé con piernas de puerco, subí de nuevo, bajé con pollos, algunas especies y cerveza, no arranqué ningún carro porque no tenía, subí de nuevo. Todo debidamente transportado en maletines y ayudado por otro tripulante que tendría parte de lo decomisado, así vivíamos allá. La mayor parte de las veces y a la salida del buque, un 10 ó 20% de los alimentos pertenecientes a la tripulación habían sido robados de diferentes maneras, la más común y empleada por los Capitanes y Sobrecargos era, que esa mercancía fuera descargada en sus casas previo acuerdo con los chóferes de la Empresa CUBALSE o de la nuestra. Razón por la que casi siempre se pasaba hambre si el viaje se prolongaba, ya a finales se pasaba hambre la mayoría de las veces sin necesidad de esa prolongación del viaje, sencillamente, los barcos salían mal abastecidos y sus alimentos disminuidos por estos robos.

Yo me encontraba de Segundo Oficial en esa época y mis guardias en el puente eran de doce a cuatro de la tarde y la noche. Mi trabajo consistía en preparar todas las derrotas del buque y ya tenía amplia experiencia en esta faena. Esa primera noche me tocó la recalada al faro Cayo Sombrero al sur de la Florida, luego de reconocerlo caí al rumbo planificado. El hombre se despertó cuando navegábamos con buena posición en el estrecho de La Florida, y tuvimos el primer encontronazo porque yo no lo había despertado para la recalada. En el libro de órdenes al Oficial de Guardia no aparecía ninguna anotación al respecto, por eso y al convencerse de ello se largó.

Un día después de abandonar la isla de Providencia y en pleno océano Atlántico, determiné la posición del buque por medio de la altura meridiana del sol (el buque carecía de sistema de navegación por satélite) Me sorprendió una discrepancia de aproximadamente 30 millas entre la posición estimada y la real, hice varias comprobaciones a mis cálculos para salir de dudas y llegué a la conclusión de que estábamos allí. Saqué un Pilot Chart para verificar la dirección y velocidad de la corriente, no encontré explicación a esa deriva anormal del buque, comprobé el estado del compás magnético y se encontraba funcionando perfectamente, además, se había tomado un azimut al sol en el momento de su salida, comprobándose que el desvío se encontraba en sus parámetros, el timón funcionaba bien y el giro compás también, no existía ese viento capaz de producir un abatimiento tan alarmante. Después de analizar cuidadosamente todos esos detalles, llegué a la conclusión de que pudo haber sucedido por razones misteriosas que solo se encuentran en el mar, muy bien pudiera haber sido una corriente temporal y desconocida.

Portela subió y al ver ploteada mi posición con esa discrepancia llamó al Primer Oficial llamado Artigas (otro pendejito de los que abundaban en la fauna de nuestra empresa)

-¡Mira esto Artigas, la posición del Segundo da 30 millas al sur de la planificada!- Dijo con un tonito que no me gustó mucho, bueno, en realidad no me gustaba nada de lo que el dijera, sencillamente era un tipo repugnante. Yo me encontraba en el puente mientras ellos intercambiaban opinión en el cuarto de derrota.

-Segundo, puedes llegarte un momento.- Expresó Artigas sin separarse de la mesa de ploteo. -Cuando tu bajaste el sol lo tangenteaste bien en el horizonte, vaya, me refiero si lo hiciste en su vertical correctamente.- Lo miré y no lo mandé al carajo de milagro, tomé mi libro de cálculos y se lo tiré en la mesa de ploteo.

-Eso se lo preguntas a mi hijo cuando regresemos, ahí están mis cálculos y yo digo que esa es nuestra posición.- Salí fuera del puente y encendí un Popular mientras los veía revisando mis cálculos, luego, ambos salieron armados de sextantes, tomaron unas rectas al sol y pasaron unos minutos resolviéndolas.

-¡Segundo! Esta es la posición, trace el rumbo a partir de ella.- Ordenó Portela.

-Esa es su posición y el rumbo lo trazaré partir de ella, pero no borraré la mía porque yo digo que estamos allá abajo.- Todo ese intercambio sucedía ante la presencia de dos Agregados de Cubierta y el timonel, aquellos eran recién graduados de la academia como oficiales e iban realizando sus prácticas en ese viaje. Al terminar la guardia ellos corrieron la voz y se realizaron apuestas entre varios tripulantes, la verdad tendría que saberse a la hora del crepúsculo vespertino con la observación de las estrellas. Yo regresé muy confiado a mi camarote y no tuve intención de subir a esa hora para verificar si me había equivocado.

Artigas realizó su observación y la posición dio mucho más al sur que la mía, Portela nuevamente tomó un sextante y realizó varias observaciones a la Polar para comprobar la latitud del barco. No les quedó mas remedio que aceptar como verdadera mi posición y aquello se regó como pólvora entre los tripulantes que comenzaron a burlarse por aquel papelazo.

Las barrabasadas no acabaron allí, creo que recién comenzaban y aquel tipo dio inicio a una especie de sentimiento de venganza por mi reto. Nosotros nos dirigíamos al Estrecho de Gibraltar y ese individuo, además de desestimar tres proposiciones de derrotas hasta ese punto, eligió el Cabo de San Vicente en Portugal para recalar, algo sumamente absurdo y cualquier navegante lo sabe, incurriendo en pérdida de tiempo y gastos de combustibles innecesarios. Lo que más me jodía de todo esto era que, Artigas militaba en el Partido y allí podía hablar de esa anormalidad en el caso de que técnicamente no comprendiera.

Nuestra permanencia fondeados en el puerto de Argel se extendió más allá del mes, pueden tener entonces una idea de la hambruna a que fuimos sometidos, hubo que racionar el agua hasta que la situación se convirtió en crítica y solo quedaba en existencia la necesaria para garantizar el funcionamiento de la caldera. A punto de paralizarse el buque por falta de agua y alimentos, el gobierno cubano autorizó recalar forzosamente en Palma de Mallorca para abastecernos, creo haber pasado una de las borracheras más grandes de mi vida en esa maravillosa ciudad de las islas Baleares, después regresamos nuevamente a nuestro calvario en Argel. Bueno, increíblemente pasamos entre el tiempo fondeado y atracados aproximadamente dos meses. Ese largo y anormal tiempo no era tan alarmante, si no les dijera que era para descargar solamente dos mil toneladas de cabillas. Cargamento que en cualquier lugar del mundo se descarga en un día, esos eran nuestros amigos, digo, los amigos del régimen a los cuales se les brindaban preferencias en los pagos o impagos de penalidades por sobre estadía, etc.

Durante aquel largo tiempo gastado en Argel, los cronómetros usados para las observaciones astronómicas llegaron a tener un estado absoluto (atraso o adelanto) superior al minuto, por tal motivo decidí pararlos para arrancarlos corrigiendo el tiempo. Esa era una operación rutinaria en mi cargo, realizada durante todos los años que me mantuvieron sembrado en el puesto de Segundo Oficial.

Después de cumplida nuestra condena en Argelia partimos rumbo a Alexandría, gran parte de la navegación es costera y para la determinación de la posición del buque en ese caso se utilizaba el radar. Pasada la isla de Malta se hizo necesario realizar observaciones al sol. Cuando subí al puente a las doce del día, me encontré al Tercer Oficial junto al Capitán esperándome al parecer con bastante ansiedad.

-¡Oye! Arrancaste mal los cronómetros.- Fue el saludo de Portela.

-¿Está seguro de lo que dice?- No me cabe la menor duda, hemos tomado varias rectas al sol y ninguna da aproximadamente a nuestra posición estimada.

-Capitán, llevo varios años comiendo de esos relojes. ¿Revisaron sus cálculos?- Le pregunté.

-Lo hemos hecho en varias oportunidades, por eso te digo que los relojes fueron mal arrancados.- Fue su respuesta.

-Muy bien, Frank dame tu libreta de cálculos.- El Tercer Oficial entró a la derrota y me la entregó. Delante de ellos le realicé una simple inspección a los cálculos y se la entregué de nuevo. -¿Cuántas rectas al sol han tomado?- Le pregunté.

-¡Uffff! Ya he perdido la cuenta.- Respondió Frank.

-¡Perfecto! Pueden tomar cien más si lo desean, miles si quieren, pero los relojes están bien arrancados. Ninguna recta les dará porque pasamos el meridiano 0 grado, nos encontramos en el hemisferio oriental y cambia el signo de las correcciones, las longitudes se suman en este caso y ustedes las están restando.- El Capitán giró sobre sus pasos y abandonó el puente sin decir nada, cuando estuvimos solos Frank y yo le expresé lo siguiente. –Mira muchachito, yo soy un Oficial con varios años en el cargo, estoy consagrado y me sobra experiencia para darte un poquito. No hace falta que estés haciéndome sombra por ocupar mi puesto, porque yo voy a dejar este barco en cuanto llegue a La Habana, ¡Ahh! Nunca olvides que yo fui profesor de tu promoción en la academia.- Bajó la cabeza y no respondió, después de llenar el diario de Bitácora se largó al carajo y durante todo el viaje lo mantuve a raya. Los agregados de cubierta fueron testigos nuevamente de lo acontecido.

No quiero narrar todo lo sucedido hasta el puerto de Rostock porque haría interminable esta historia, no tenía la menor duda de que me encontraba navegando con un animal de muy bajo nivel técnico, uno de esos tipos beneficiados por poseer el carné del Partido.

Allá en Rostock los "periquitos" quisieron salir a compartir conmigo, yo les llamaba así porque la mayoría de ellos eran de muy baja estatura, todos se graduaron en la promoción XIX de Cubierta en el Mariel. Acepté la invitación y nos fuimos a joder un poco, nos pasamos toda la tarde bebiendo cerveza en una taberna que se encuentra en el Boulevard de esa ciudad. Cuando ya estábamos saturados y pensaba regresar al barco, los muchachos me pidieron que los llevara a una discoteca, por mucho que hice en convencerlos no lo logré, les expliqué que la última guagua al puerto pasaba a las doce de la noche, pero ellos no entendían, solo querían divertirse.

-Fíjense en lo que les voy a explicar, los llevaré a la discoteca "Flamingo", aquel lugar se llena de mujeres solas y es muy probable ligar alguna, no se pongan a comer mierda con las jovencitas y traten de empatarse con algún medio tiempo si no quieren dormir en la calle, no olviden que la temperatura está a cinco bajo cero.- Los muchachos oyeron todo lo que les dije y nos encaminamos hacia aquel lugar conocido por mí.

No era tan cara la entrada y una vez dentro del local comprobamos que no estaba muy lleno, pero había mujeres para todos los gustos. Jóvenes al fin y al cabo se lanzaron enseguida al ruedo, pocos minutos después, cada uno de ellos movía el esqueleto en la pista mientras yo permanecía sentado. Mi vista trataba de adivinar en medio de aquella semipenumbra algún medio tiempo, que me garantizara la cama esa noche y me sirviera de colcha. Pasando el tiempo no me cansaba de alertar a los chicos que se inclinaron por las jóvenes. En uno de esos pasos visuales por el salón, descubrí una gorda que me miraba y le hice señas con el dedo invitándola a bailar. Ella me respondió con un movimiento afirmativo de la cabeza y me levanté como una fiera que discute su presa. Pocos segundos después de estar bailando bien apretados, le pregunté si al finalizar podía irme para su casa y ella aceptó sin reparos, entonces me sentí más tranquilo. Al poco rato el negro Chacho se apareció con otro medio tiempo y no recuerdo ahora quien fue el tercero. Teudis y Eudis seguían en su bobería con dos pollitos que estaban para comérselas con plumas y todo. Bueno, a la hora de la salida aquellos pollitos se les escaparon y nosotros partimos con nuestra carga, Chacho con su anciana para contarle los pelos que le quedaban, yo con mi gorda para hacer tocino y el otro socio con una veterana para que le contara sobre la Segunda Guerra Mundial posiblemente. Los otros chamacos nos dijeron que partirían hacia la terminal de trenes y que allí nos esperarían por la mañana.

Después de mi experiencia con aquel camioncito de carne desayuné y partí en el tranvía en busca de la terminal de trenes. Pocos minutos después se apareció Chacho y el otro chamaco, allí nos encontramos a Teudis y Eudis convertidos en verdaderos pingüinos, aquella experiencia de haber dormido toda una noche en un banco exterior con temperaturas muy frías para nosotros, la recordarán toda la vida. No sabían que la terminal cerraba a medianoche ni yo tampoco.

Dos días antes de la salida y encontrándome de guardia, llegaron dos autos que parquearon junto a nuestra escala, subieron abordo unos seis alemanes acompañados de un "segurozo" cubano. Siempre nos fue fácil distinguir a esta gentuza que pertenece a la seguridad cubana, unas veces por el vestir, otras por sus miradas interrogantes y cargadas de ese aire de superioridad que les inculcaron, unas veces por sus caras de hijoputas inconfundibles. Después de saludar los guié hasta el camarote del Capitán y subí al puente para darle cuerda a los cronómetros. Al bajar vi a toda esa comitiva inspeccionando el camarote del Armador y que siempre se dedicaba a pasajeros, pocos minutos después desaparecieron nuevamente quedando abordo el segurozo.

Ese mismo día y acompañado por gente de extrema confianza, aquel hombre se dedicó a impartir órdenes en la preparación del mencionado camarote, el cristal de la "portilla" (ventana) fue pintado de negro, luego, la cerraron con una plancha de acero que se utilizaba en casos de tormenta y soldaron ésta, quedando aquel espacio herméticamente cerrado y sin otra posibilidad de salir que no fuera por su puerta.

Minutos antes de la salida llegaron varios carros alemanes, serían unos ocho hombres los que escoltaban a una persona que venía esposada, en aquel grupo pude distinguir nuevamente al segurozo. Aquella comitiva descendió a los pocos minutos quedando a bordo el hombre esposado y su guardián. No cabía la menor duda de que transportaríamos a un preso para Cuba, un preso muy importante que no podía ser trasladado en avión, solo debíamos esperar a que pasaran unos días de navegación para enterarnos del chisme.

Las relaciones con Portela iban de mal en peor, me daba la impresión que se aprovechaba de la presencia de aquel agente de la seguridad para hacerme la vida un yogourt, comenzó a implantar puntos en mi contenido de trabajo que no me correspondían, mandaba a despertarme a cualquier hora sabiendo que yo trabajaba hasta las cuatro de la madrugada, etc., hasta que uno de esos días me encontró con el moño virado. Yo tenía en una de las gavetas de mi camarote un trozo de cabilla de ¾ de pulgada de diámetro, luego de lavarme la cara y fumarme un cigarro me dije; <<Tengo que quitarme a este maricón de arriba o no viviré tranquilo en lo que resta de viaje>> Envolví aquel trozo de acero en una toalla y fui hasta el camarote del Secretario del Partido, este tipo era un mulato enfermero, que luego llegó a ocupar el cargo de Secretario del Sindicato en la marina mercante, es una verdadera pena que no recuerde el nombre de esta culebra. Entré a su camarote sin tocar la puerta y creo que se asustó al ver mis ojos inyectados de sangre, saqué la cabilla y le dije;

-Ahora mismo subes al camarote de ese maricón que es Capitán de este barco y es miembro de tu partido, le dices a ese hijoputa; que si desde este mismo momento no me deja tranquilo y terminar el viaje en paz, lo voy a matar.-

-¡Oye mi hermano tranquilízate, mira vamos a hablar!-

-Ni soy tu hermano, ni tengo ni cojones que hablar contigo, subes ahora mismo y hablas con ese maricón, para que te enteres, hay cabilla pa ti también si no me traes una respuesta.- El tipo se asustó y salió del camarote pidiéndome que lo esperara, unos veinte minutos después regresó con la promesa de que me iban a dejar tranquilo y yo volví a mi camarote con la cabilla. Remedio santo, a partir de entonces Portela evitaba en todo momento chocar conmigo y hasta la llegada a Cuba no subió al puente en las horas que yo hacía guardia.

Dejado el canal Inglés y en pleno golfo de Vizcaya ya todos estábamos enterados, en un barco es casi imposible mantener un secreto. El hombre que viajaba hacia La Habana, era un miembro de la inteligencia cubana que había ido a pasar un curso en Alemania y allí descubrieron que era miembro de la CIA o algo por el estilo, su rostro pronto se nos olvidó porque a su camarote solo podía entrar el Capitán del G2 que viajaba escoltándolo, él era quien le llevaba los alimentos diariamente y quien le suministraba todo tipo de literatura al distinguido pasajero. Debo confesar que aquel hombre era una verdadera polilla, se leyó en pocos días casi todos los libros de la biblioteca a bordo y después su escolta andaba pidiéndole libros a los tripulantes.

Unas ciento cincuenta millas al sur de las islas Azores el barco se paró una mañana, yo me encontraba durmiendo en esos momentos y no me enteré hasta las once porque fueron a despertarme, el Capitán había convocado a una Junta de Oficiales. Reunidos todos en su salón, Portela explicó que no existían posibilidades de volver a arrancar el barco y que se procedería a lanzar un S.O.S. Debo mencionarles que el Jefe de Máquinas en ese momento y desde hacía un año aproximadamente, era un ruso al que le había explotado la máquina el viaje anterior frente a las costas de Argelia. Cuando nos pidió opinión y me tocó el turno de hablar, solo alcancé a decirle unas palabras; <<No olvide que para lanzar un S.O.S se tienen que haber agotado todos los recursos abordo.>> Portela debió haberse limpiado el trasero con lo que yo había expresado, pero no era menos cierto lo que le estaba diciendo y así estaba establecido en aquellos tiempos. Poco rato después de terminada la reunión subió al puente y lanzó el S.O.S, a partir de esos momentos la comida no constaba en nuestras vidas.

El problema era más grave de lo que suponíamos, los tanques de combustible de los generadores eléctricos se encontraban contaminados, al caerse las plantas dejaban de trabajar una serie de equipos auxiliares que garantizaban el funcionamiento de la máquina principal, como lo son purificadores de combustible, compresores para el suministro de agua para el sistema de enfriamiento y calderas, etc. Al quedarnos sin electricidad se cayeron todos los equipos de navegación, no se podía cocinar y las neveras quedarían sin compresores de refrigeración, por lo que corríamos el riesgo de perder lo poco que teníamos de alimentos frescos y para obtener agua de beber, nos veríamos obligados bajar al departamento de máquinas con una linterna y tomarla del tanque de hidrofort. La situación comenzó a sentirse desde la hora de almuerzo ese día, cuando tocaron la campana nos dieron una ruedita de spam y un vasito de leche condensada.

El mar se encontraba tranquilo, solo una mar de leva muy ligera. Recuerdo que unas tres horas después de lanzado el S.O.S se apareció un barco de pequeño porte, como no teníamos trabajando ningún equipo del puente, se intercambiaron varios mensajes con las banderas del código internacional y después continuaron su rumbo, ellos no podían hacer nada por resolver nuestra situación. A esas alturas del cuento en La Habana desconocían estos acontecimientos, es lógico que ustedes se hagan cientos de preguntas, yo he parado un buque en medio del océano de buenas a primeras y sin otra opción se solicita auxilio. ¿Es que no existían baterías de emergencia? ¿No tenía ese buque equipo de radio de emergencia que funcionara con baterías? ¿No poseía una planta de emergencia que garantizara el funcionamiento de los equipos del puente y telegrafía? Es lógico que se pregunten todo esto porque en casi todos los films que tocan el punto de desastres marítimos, ustedes habrán observado que algunas luces continúan funcionando y muchos equipos también. Eso es lo que debiera suceder en condiciones normales y nuestro buque poseía todos esos equipos, pero ninguno funcionó en el momento necesario, sencillamente se encontraban de adorno para engañar a supervisores. En estos momentos y después de esa amarga experiencia, me imagino que al desaparecido buque "Guantánamo" le sucedió lo mismo y tuvo el trágico saldo de la muerte de sus tripulantes y un solo sobreviviente.

Esa noche el viento comenzó a aumentar su fuerza, mientras descendía vertiginosamente la presión barométrica. Desaparecía la mar de leva y comenzaba a rizarse con rapidez, muy pronto comenzamos a embarcar agua y el buque experimentó sus primeros bandazos, aunque suaves en el momento de abandonar mi guardia. El buque se encontraba cargado de fertilizantes y su cubierta iba abarrotada de una cubertada compuesta por contenedores y camiones IFA para Cuba.

Me despertaron los grandes bandazos a eso de las diez de la mañana, todas las gavetas de mi camarote andaban nadando por el piso junto a mis zapatos, el agua entraba por el trancanil que forman la unión del mamparo (pared) y la cubierta principal. Existían huecos producidos por el óxido que nunca me interesó tapar, ni a la empresa reparar. Subí aquellas cosas flotantes en el sofá y me acosté de nuevo tratando de mantener el equilibrio encima de la cama, antes de hacerlo me asomé por la portilla y pude ver olas que sobrepasaban los cinco metros de altura, aquello me tranquilizó, el barco tenía buena estabilidad y ya habíamos soportado tiempos peores.

Es increíble como cambia el tiempo de un momento a otro en el mar, nada está escrito. Esa zona de las Azores es una de las más peligrosas del Atlántico en invierno, por regla general siempre está acompañada de bajas presiones. Cuando me levanté al mediodía, me crucé camino de la cocina a varios maquinistas embarrados de petróleo de pies a cabeza, mi almuerzo para ese día fueron dos sardinitas y un vasito de leche condensada. Ya en horas de la tarde habían logrado poner en funcionamiento la planta de emergencia, eso nos servía para disponer de algunas luces y Portela se comunicó con un remolcador de altura con base en las Azores para solicitar asistencia. Esto lo realizó sin comunicar a La Habana sobre nuestra situación, cosa que muy bien pudo hacer con el uso del mismo equipo auxiliar de telegrafía con el que se había comunicado. Era muy lógico que procediera de esa manera, eso debía agradecérselo a su inexperiencia como Capitán, en lo personal no me importaba las veces que metiera la pata, en fin, el remolcador salió en nuestra demanda y las olas continuaban creciendo. Al día siguiente y en horas de la tarde, aquel animalazo de remolcador con bandera holandesa o alemana se encontraba unos cables a nuestro costado, mientras se coordinaba la operación de remolque. (Debo aclarar que una milla náutica tiene 1852 metros y que un cable es una décima parte de una milla, o sea, 185.2 metros) Yo me encontraba en la proa preparando las condiciones para la toma del cable de remolque que ellos nos darían. Debo confesarles que me alegraba de la novatada de Portela y me veía remolcado hasta Portugal sin dificultades.

Mientras todo esto sucedía, el telegrafista establece comunicación con el buque "Abel Santamaría" que navegaba al norte de Azores rumbo al canal Inglés, es una pena que no recuerde en estos momentos el nombre de aquel Capitán (otros de los grandes hijoputas de la flota) Según me contó el telegrafista, aquel tipo le dijo a Portela que no se le ocurriera tomar el cable del remolcador y esperara orientaciones desde La Habana. Aquel cabrón sabía lo que estaba haciendo, porque desde el mismo momento de hacer firme el cable del remolcador a bordo y realizarse la asistencia, todos los involucrados en esa aventura marítima debían pagar un por ciento acorde a los intereses salvados, es decir, no pagaba solamente el armador del buque (propietario) porque se estaban salvando los intereses de todos los involucrados, ¿qué sucede?, pues en el caso de Cuba como todo es propiedad estatal, aunque el cargamento sea propiedad de diferentes empresas y como ellas son propiedad del mismo estado, se verá obligado a pagar el monto total del salvamento que asciende en esos casos a varios millones de dólares. ¿Cuál será la actitud razonable en este caso? Muy sencillo, perder el barco en su totalidad y cobrarle a la compañía de seguros sin desenfundar un solo centavo, esa, ha sido la actitud del gobierno cubano y de muchas compañías navieras inescrupulosas en el mundo.

Encontrándonos en la maniobra de traer hacia nosotros un cabo ligero, que pasaríamos por una rolletera y luego devolveríamos al remolcador para que con sus winches nos trajera el cable de remolque a bordo. Portela me ordena cortar aquel cabo y retirar maniobra, me sorprendió aquella orden pero como dice el refrán; "Donde manda Capitán no manda soldado", corté aquel cabo y toreando los bandazos me dirigí de nuevo al camarote, no se podía hacer otra cosa. La humedad era terrible y cuando el barco se inclinaba violentamente el agua llegaba a salpicar mi cama.

El remolcador se mantuvo a unas dos millas a nuestro lado de la misma manera que el ave de rapiña vuela alrededor de un animal moribundo, de vez en cuando establecían comunicación por VHF y le informaban al Capitán sobre el rumbo y velocidad de traslación de aquella galerna, velocidad de los vientos y altura de la mar que ya se aproximaba a los diez metros, verdaderas montañas de agua que hacían temblar al más güevón, nuestro barómetro se encontraba por debajo de los 990 milibares. (La presión normal es de 1013 milibares)

Si yo hubiera tenido la intención de recoger en un cubo los carnés del Partido de aquellos que se cagaron en aquella situación, me hubiera convertido en el hijoputa más famoso de la empresa. Cuando la pelona anda dando vueltas a cualquiera se le aflojan los pantalones, a esa hora la gente se caga en Marx, Lenin y toda esa comparsa, todo el mundo se acuerda de vírgenes y santos por los que nunca profesaron y condenaron al olvido, eso pasó allí. Recuerdo que estando en uno de los salones de Oficiales y alumbrados con lámparas de keroseno, llegó el enfermero y me dijo;

<< Oye, tengo a Chartrand ingresado en la clínica con un suero puesto y quiere verte.>> El viejo Chartand era un cocinero de ojos saltones como los sapos y jabao, ya habíamos navegado en otro barco y siempre se llevó muy bien conmigo, era militante del partido pero de esos que están porque hay que estar, de los que no le hacen daño a nadie y lo que le interesa es vivir y meterse cuatro tragos. La enfermería se encontraba en penumbras y Chartrand deliraba.

-¡Ay virgencita de La Caridad! ¡Ay San Lázaro! ¡Ay Changó! ¡Ay.......! No lo dejé acabar.

-Oye Chartrand, ¿qué carajo te pasa?, no comas tanta mierda que esto no se acaba y te van a tronar.

-Coño mi hermano, yo creo que de esta no salimos, por eso estoy llamando a mis santos.-

-Yo no te pido que no lo hagas, pero debes hacerlo para tí, tú sabes que esto está lleno de hijoputas y si escapamos te van a joder.- Allí me quedé con él por largo rato hasta que se tranquilizó, era un pobre hombre que nunca le había hecho daño a nadie. Los pocos que se encontraban en el salón fueron pasando por la cama del cocinero a darle ánimos, me dio la impresión por momentos de que despedíamos a un muerto en sus últimos minutos de vida, luego, cuando los jodedores regresaban hacían sus comentarios, porque al perecer Chartrand continuó sus llamados.

Yo creo que la planta de emergencia se mantuvo trabajando unos tres días lo máximo, recuerdo que se me ocurrió abrir una caja de interruptores ubicada en uno de los pasillos de mi cubierta, allí se encontraba el de mi camarote desconectado y yo lo conecté, lo hice porque sabía que el camarote de Portela tenía electricidad y con frecuencia colaba café. Tenía en el camarote un cenicero de bronce del tamaño de un platico de los usados para servir postre, con el agua que tenía en una botella lo lavé lo mejor que pude y ese día, después de haber transcurrido unos cinco sin que me cayera nada caliente al estómago, conecté una calefacción portátil que tenía y encima de ella puse mi cenicero con la ruedita de spam y una lasca de queso que se derretía sobre ella ante mis ojos y desesperado estómago, a su lado puse una latica de leche condensada con mi cuota. El olor que despedía aquel spam que siempre había detestado lo encontraba maravillosamente agradable, me llenaba con su olor y el humillo que desprendía inundaba todo mi camarote. Después, contando los segundos ocurridos entre masticadas lo iba devorando poco a poco, tratando de que ocurriera en el mismo tiempo que empleaba en almorzar, aquello me sabía a gloria y no podía contárselo a nadie para evitar que hicieran lo mismo y se jodiera la planta.

Unos de esos momentos dedicados a mis actividades culinarias con un menú reducido a dos platos, sardinas y spam, tocaron a mi puerta con algo de desespero. Por mucho que traté de demostrar que no me encontraba en el camarote, Eudis el agregado que hacía la guardia conmigo insistía casi suplicándome.

-Coño compadre no seas hijoputa, yo sé que está ahí, ábreme por favor, el olor me da y yo no se lo voy a decir a nadie.- Con esa cantaleta se mantuvo varios minutos hasta que le abrí para que la otra gente no se enterara. Al entrar tenía en las manos sus sardinitas.

-¡Cojones compadre! ¿Cómo fue que te enteraste?-

-Por el olor, los demás ni se imaginan esto pero tengo olfato de perro.-

-Mi socio, si se enteran nos vamos a buscar un lío, por eso te pido que no corras la voz.-

-Caliéntame esto porque me voy a desmayar y olvídate de lo demás, asere eres un caballo, eso no se le ha ocurrido a nadie.- Eudi experimento una sensación similar a la mía, yo me comí mi ración mientras él no quitaba los ojos del calefactor siguiendo todas mis orientaciones, creo que éramos los únicos en comer caliente en el barco.

Por fin Portela mandó un mensaje a La Habana y desde allí le contestaron que habían desviado al buque Playa Larga para que nos remolcara hasta Lisboa, que ellos arribarían a nuestra posición dentro de unas pocas horas y tenían bastante comida preparada para traérnosla en su bote salvavidas, posibilidad descartada entonces pues las olas alcanzaban una altura superior a los doce metros. Como todo buque al garete tiende a atravesarse a la dirección del viento y por consiguiente de la mar, nuestros bandazos se encontraban entre los cuarenta y cinco grados, llegando en oportunidades a los cincuenta. Los alerones del puente casi tocaban a las olas y no quiero hablarles del estado de los contenedores y camiones, que sufrían el embate directo de la furia del mar, muchos se encontraban hechos mierda. Es eso si, el remolcador no se separaba de su cadáver, hubo oportunidades en las que se acercaban a distancia peligrosas para las condiciones del tiempo y podíamos verlos como nos filmaban, mientras tanto, aquel infeliz preso continuaba sin saber que ocurría fuera de la puerta de su camarote convertida en celda.

El Playa Larga llegó y nada pudo hacer por nosotros, me enteré que el Capitán era Osvaldo Blanco y hablé con él en varias oportunidades, él me había dado clases cuando yo estudiaba para Oficial. En una de esas oportunidades que me encontraba de guardia en el puente, pude observar que el Playa Larga se encontraba a unas doce millas de nuestra posición por medio del radar. No había finalizado la guardia cuando se desató un incendio a bordo, hablé con Blanco y le solicité que se situara más próximo a nuestra posición, poniéndolo al corriente del último acontecimiento. Sonó la alarma general contra incendio y cada cual ocupó sus puestos, el incendio se había producido en el área de la chimenea del buque. Las personas que no han visitado un barco no pueden tener idea del tamaño de una chimenea y menos aún que por términos generales allí se encuentra una de las calderas que posee todo buque. Ellas pueden tener dos o tres pisos de altura de cualquier edificio, pues bien, por allí desfilan todos los escapes de las plantas y máquina principal, esas tuberías van cubiertas de un forro de amianto que cubre el calor que ellas despiden, evitando posibilidades de incendio en contactos con otros materiales. Toda la capa de amianto que cubría el escape de la planta de emergencia se encontraba vencido y fue allí donde se originó el incendio. Pudo controlarse por medio de extintores portátiles, en esas circunstancias y me refiero a esa agonía tan prolongada que vivíamos, a la gente le importaba tres pepinos si el barco se quemaba o se hundía, solo deseábamos encontrar una salida y la debilidad de nuestros cuerpos iba en aumento. Los efectos de los bandazos son más pronunciados en el puente de un barco que en cualquier otro sitio, en la medida que se baja en altura son menores, allí es impresionante ver como el barco se acuesta al mar y da la impresión de no retornar a su posición de origen. Los más valientes tiemblan cuando tienen contacto con esas imágenes, si eso ocurre de día podrán imaginarse de noche, cualquiera se caga y ese pánico que en ocasiones se siente, lo vi reflejado en el rostro del segurozo las pocas oportunidades en las que subió al puente. A partir del incendio regresamos nuevamente a las penumbras, bajar al cuarto de máquinas en busca de agua era extremadamente peligroso por los bandazos y la oscuridad. Sin embargo, nunca falta el ingenio de los cubanos a la hora de resolver situaciones difíciles, alguien tuvo la maravillosa idea de sacarle los acumuladores a los carros y de esa manera teníamos por lo menos la lámpara Aldis (utilizada para hacer señales) en servicio y se subieron otras para el equipo auxiliar de telegrafía. Otros se arriesgaron hasta lugares verdaderamente peligrosos en busca de esos acumuladores y llegaron a colocarlos con bombillitos en los salones, no dudo que los bombillitos también hayan sido extraídos de los carros, porque en los barcos cubanos nada sobra y mucho falta.

No fue hasta el octavo día en que disminuyó la velocidad del viento y la altura de las olas, finalmente el Playa Larga se pudo aproximar a nosotros y coordinar la maniobra de remolque. Como Segundo Oficial yo tenía la obligación de acudir a la proa y debo agregar, que ya tenía experiencia en lo referente a las maniobras de remolque, muy peligrosa para el personal que la realiza.

Portela y Artigas se personaron en la proa y trataron de hacer varios experimentos que no dieron resultados mientras yo permanecía en silencio, después que no se les ocurrió mas nada y se cansaron de estar metiendo la pata consultaron conmigo. << Muy bien, yo sé todo lo que hay que hacer en este caso, pero si desean que me encargue de esta maniobra deben abandonar la proa y dirigirse al puente.>> Ambos se retiraron mientras yo hacía todos los preparativos para brindar nuestro cable de remolque firme a una de las anclas del barco, de vez en cuando me jodían un poco por el walky-talky y los mandaba al carajo, yo no podía abusar de mi gente que llevaba bastantes días sin comer en una maniobra tan peligrosa.

Cuando todo estuvo listo, hicimos varios intercambios de cohetes lanzacabos e iniciar aquella compleja maniobra, donde nosotros carecíamos de electricidad y fuerzas para cobrar a mano cualquier cabo. Hay que sumarle a esto y de eso saben los marinos, que un barco no se encuentra preparado para realizar remolques como cualquier remolcador, el punto de remolque se encuentra muy a popa y eso le resta maniobrabilidad a cualquier buque, mientras que los remolcadores lo tienen casi a la mitad de su eslora dejando actuar libremente a la pala del timón. Eso trajo como consecuencias que después de estar nuestro cable de remolque firme a las bitas de popa del Playa Larga, al dar máquina avante el buque no respondiera a las órdenes del timón y se produjo una aproximación muy peligrosa, obligando al Capitán de aquella nave a dar toda máquina avante. Aquella brusca estrepada provocó que el cable de remolque nuestro, que se encontraba firme a una de las anclas de nuestro buque y con siete grilletes de cadena en el agua, diera un gran estrechonazo y se partiera. (Cada grillete tiene aproximadamente 15 brazas de longitud, esto es referente al grillete como unidad de medida usada en las cadenas de las anclas solamente, la braza es superior al metro) Esto tiene su explicación, el cable se hizo firme a la cadena del ancla y se largó esa cantidad de grilletes, para que el peso mantuviera al cable con seno en el agua, ahora bien, fue suficiente un estrechonazo como aquel para partirlo, porque nuestro cable había sido usado el viaje anterior, mientras nos remolcaron desde las costas de Argelia hasta Barcelona. ¿Qué sucede? Pues exteriormente el cable puede observarse en buenas condiciones, pero su interior comenzó a deteriorarse por su contacto con el agua de mar y además, ya había sido sometido a tensiones que limitaron toda su flexibilidad y elasticidad.

Hubo que comenzar desde cero nuevamente y las horas no solo se duplicaron, por la debilidad física que todos teníamos se triplicó. Finalmente arrancamos ante la mirada indiscreta del remolcador que no se apartaba de nuestro lado, ellos sabían que si fallaba esta nueva maniobra no tendríamos otra opción que acudir a sus millonarios servicios. Proa a Lisboa navegábamos a una velocidad de cuatro nudos, cuando determiné la posición por el sol al día siguiente, comprobé que nuestro barco había abatido unas 360 millas de la posición original.

A la mañana siguiente vi al timonel Lázaro, un blanco bastante gordo y que gracias a la dieta obligatoria de esos días había perdido más de 30 libras, deambulaba por toda la cubierta con un hacha de las usadas en los equipos de lucha contra incendios. Donde quiera que se encontraba con un tronco de los empleados en el trincaje de los camiones, Lázaro luchaba para cortarlos hasta que tuvo un buen hato de leña, lo ayudaban dos o tres marineros pero solo lo recuerdo a él, porque aquel gordo bonachón se encontraba conmigo en el buque "Viñales" el viaje de mi deserción. En la cubierta de botes colocaron un barril y le dieron fuego a parte de la leña, un rato después tomábamos el primer buchito de café caliente ausente durante varios días. Chartrand y Ángel Cerulia (el otro cocinero), instalaron allí su estado mayor. Ese día, cocinaron como pudieron unos pollos que delataban sus primeros síntomas de descomposición, nos supo a gloria y creo que me dio mareos haber ingerido aquellos alimentos, al día siguiente llegaríamos al río Tejo remolcados y arrastrando un ancla con siete grilletes de cadenas. No podíamos remontar río arriba y se coordinó con el astillero de Lisnave, el envío de un remolcador con una planta eléctrica para poder levar ambas anclas.

Aquella maniobra nos tomó el día entero en medio de una marejada, que mantenía en peligro de zozobrar al remolcador o de nosotros morir electrocutados en caso de que el cable tendido hasta nosotros se partiera e hiciera contacto con la cubierta. Permanecimos en la proa desde horas de la mañana, hasta la madrugada del siguiente donde gastamos nuestras últimas fuerzas. Todos caímos muertos en nuestras camas, no sentimos la humedad que abrigaban aquellos camarotes.

En horas de la mañana le pagaron unos quince dólares a los tripulantes para cubrir los gastos de desayuno, almuerzo y comida. Yo debía continuar de guardia pues a mi brigada le tocaba en la rotación, eso significaba que estaba condenado a esperar por el regreso de cualquier Oficial y poder así salir a comer en la calle. No se hizo esperar el arribo de los trabajadores del astillero contratado, la cocina se encontraba invadida de ellos, increíblemente, la cocina se desprendió del piso durante los violentos bandazos. Hubo un horario en el que todos aquellos trabajadores abandonaron el buque y nos quedamos solos la brigada de guardia, sentados encima de las tapas de la bodega Nr.3, veo que parquea un auto muy próximo a la escala provisional instalada entre el buque y el muelle. Un hombre de unos seis pies de estatura descendió de aquel auto y se dirigió a nosotros, no recuerdo quienes eran los otros que se encontraban conmigo en esos momentos, nunca imaginé que fuera cubano porque esos ejemplares son muy escasos en la isla.

-¿Se encuentra el Capitán?- Preguntó aquel tipo en un perfecto español.

-No, no se encuentra.- Le respondí a secas sin invitarlo a prolongar el diálogo.

-¿Y el Primer Oficial?- Insistió.

-Tampoco se encuentra.- Le respondí al preguntón.

-Entonces, ¿quién se encuentra?- No se rendía el tipo.

-Compadre me encuentro yo que soy el Segundo Oficial.- Ya me molestaba la presencia de aquel curioso que me obligaba a gastar las pocas energías de mi cuerpo.

-La pasaron mal ¿eh?- Parece que ya había visto las imágenes que se transmitieron por la televisión portuguesa, filmadas por el remolcador de altura.

-La pasamos de pinga, no se lo imagina.- Fue lo único que me vino a la mente en esos momentos.

-Los comprendo.- Respondió.

-No, es muy difícil que lo entienda, ahora estamos aquí esperando a que regrese un cojonúo que nos releve para ir a comer algo caliente.-

-¿Se encuentra el compañero de la Seguridad?- Aquella pregunta me estremeció porque no era normal que un extranjero me la hiciera, además, se me había olvidado la existencia de aquellos dos seres, me refiero al preso y a su escolta, involuntariamente mi vista giró hacia la portilla pintada de negro.

-Si, él se encuentra.- Respondí invadido por la duda y el miedo.

-Necesito verlo.- Me respondió el tipo con mucha tranquilidad.

-Si, pero eso no es así como así, necesito su nombre y alguna identificación para registrarlo en el libro de visitas.-

-Mi nombre es Raúl Valdés Vivó, embajador de Cuba en Portugal.- Me mostró un carné de no sé qué cosa mientras anotaba su nombre en el libro.

-¡Coño! Disculpe compañero embajador, con el hambre que tengo no me salen otras palabras.-

-No te preocupes, yo me imagino lo que es eso.- Uno de los que se encontraban en el grupo lo acompañó hasta el camarote del segurozo, cuando había desaparecido dentro de la superestructura del barco la gente se cagó de la risa con aquel diálogo.

Al día siguiente nos reunieron en el salón de tripulantes para leernos un mensaje recibido desde Cuba, decía más o menos así:

A toda la tripulación de la motonave "Pepito Tey"

Compañeros.-

Reciban nuestras felicitaciones por la heroica actitud mantenida durante el tiempo que el buque se mantuvo al garete, nuestro Partido, gobierno, organizaciones de masa y pueblo en general se sienten orgullosos de hombres como ustedes.

No recuerdo quién carajo firmó aquella infamia, pero si les digo una cosa, venía de arriba. El caso es que no éramos héroes ni la pata de un guanajo y si nos mantuvimos en aquellas terribles condiciones fueron por varias razones, el gobierno no estuvo dispuesto a pagar por la asistencia a nuestro barco, y encima de eso se embolsó el costo del rescate realizado por otra nave cubana, jugando con la vida de todos los tripulantes.

Solo nos pagaron para comer tres días en la calle y le cargaron al seguro la pérdida total de nuestra comida, cuando en realidad seguimos consumiendo aquellos pollos y carne apestosa. Se alquiló una cocina de gas portátil que se instaló a popa de la nuestra y en el exterior. Se realizó la compra de un poco de víveres para calmar a la tripulación, en el momento que estaban embarcándola se produjeron algunos robos. Me enteré que Portela desde su camarote me acusó por aquellos robos encontrándome en la calle. Aún estando fuera de aquel potaje, los muchachos que dirigieron el golpe se acordaron de mí y al regreso mi botín era una caja de jabón Lux. Portela robó mucho más que eso porque ordenó que algunos productos se almacenaran en su camarote para mantenerlos bajo su custodia.

El preso y el escolta se encontraban ilegales a bordo, porque en una oportunidad vi la lista de tripulantes y ellos no estaban declarados. Durante nuestra estancia en Lisboa, el personal de la seguridad cubana en la embajada era la encargada de llevarle los alimentos. Luego de una semana partimos de nuevo rumbo a Cuba, ya navegando por sus costas, la empresa ordena que nos dirijamos al puerto de Matanza inexplicablemente, digo esto porque toda la carga se encontraba consignada a la capital. Era lógico, el buque arribaba con muchos problemas y cuando eso sucedía, los operadores trataban en lo posible de mantenerlos alejados y no les perturbaran su tranquilidad. Frente a las costas de Nuevitas nos encontrábamos navegando con una sola planta y con varios pistones clausurados, eso significaba que donde quiera que largáramos el ancla, hasta allí podíamos llegar si antes no se repetía la película.

Con el Práctico de La Habana embarcaron agentes de la seguridad cubana, minutos después de fondear en medio de la bahía, llegó una lancha de la Capitanía del Puerto con varios agentes, mi brigada había llegado de guardia nuevamente y eso no me molestaba porque saldría de franco en horas de la mañana. No quería perderme el momento del desembarco de aquel preso y me mantuve en el portalón para eso. Había un poco de marejada dentro de la bahía, la suficiente para provocar que aquella lancha tuviera movimientos ascendentes y descendentes, peligrosos para el que no estuviera acostumbrado a abordarlas en esas condiciones. Por fin bajaron al preso, delante de él bajaba por la escala el Capitán de la Seguridad que sirviera de escolta desde Alemania. El tipo se paró en el plato de la escala algo inclinada, midiendo el movimiento de la lancha en aquel sube y baja, calculó mal y el paso dado lo llevó directamente a las aguas contaminadas de nuestra bahía, el preso se orinó de la risa, no pude explicarme nunca como aquel individuo tenía ánimos para sonreír, se encontraba muy blanco, aparentaba estar enfermo y no era para menos, ya habían pasado casi dos meses desde nuestra salida. Después que rescataron al Capitán y en medio de nuestras risotadas bajó el preso, aquel tipo le cazó la pelea al bote y en uno de sus ascensos la abordó sin dificultad, la gente lo aplaudió y la lancha se perdió entre las luces y barcos del puerto.

Esa noche, un agente de la seguridad cubana que trabajaba en la empresa llamado Reinier o Raidel individuo bajito y con la cara llena de cráteres como Portela, sometió a interrogatorio a toda la brigada de guardia, en eso gastó el resto de la noche. Nunca he podido encontrar la razón por la cual, toda esa gente con defectos físicos son tan hijoputas, tal vez esté equivocado pero en Cuba son la mayoría.

Yo dejé el buque muy pronto, a Portela se le ocurrió decir que, aquel que no se afeitara no podía hacer sus guardias y yo le respondí al pendejito de Artigas que se quedaba sin relevo. Como era un mal ejemplo para la tripulación me buscaron rápido el sustituto. Dos o tres años después Portela tuvo problemas por robo o incapacidad, no recuerdo exactamente. Cayó en baja y como fue removido al cargo de Primer Oficial, andaba mendigándole a los capitanes para que se lo llevaran, en ese recorrido pasó por el Aracelio Iglesias y trató de convencer al Capitán para que se lo llevara, de nada le sirvió toda la mierda que habló de mí, luego me enteré que se había acogido a la ciudadanía española y abandonó el país. Donde quiera que se encuentre le manifiesto que mi opinión sobre él no cambiará, de la misma manera no dudo, que algunos cabrones hoy en Miami sean avispitas que trabajan para Castro.

Se me olvidaba explicarles el significado de la palabra "Al Garete". En esa condición se encuentra todo buque con las máquinas o sistema de gobierno fuera de servicio y a merced de fuerzas externas como lo son el mar y el viento. El buque se moverá para donde lo lleve el viento o la corriente, ambas también. Esa fue mi vida durante muchos años, moviéndome sin un rumbo definido, sin darle importancia a lo que me rodeaba porque importancia no tenía la vida, un día reparé mis máquinas y sistema de dirección y me alejé de esa gran galerna que ha destruido mi país durante tantos años. Esa actitud ha sido tan criticada que hoy no me preocupa, solo oigo la de mis hijos, la de mis nietos tal vez no podré oírlas y no me preocupa, solo sé que tomé el rumbo verdadero que les garantizara viajar por la vida, evitando todas esas paradas innecesarias que hoy les cuento y en las que gasté gran parte de mi vida. 

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
6-1-2002.